fernandoflores. Hay vicios del pensamiento
que mantienen poseída la conversación sobre la educación en Chile. La tradición heredada en
occidente dice que educación es la transmisión de conocimientos, que al
tenerlos, como si fueran una cosa, pueden aplicarse -como una herramienta- a un
mundo y unos hechos que están ahí, existiendo con autonomía a nosotros.

Si el mundo es un conjunto
de cosas y hechos que ya sucedieron y que existen independientes de nuestra
existencia, lo que necesitamos son conceptos e ideas que nos permitan
entenderlos y manipularlos. La práctica educativa normal en Chile sigue estando
presa de ideas equivocadas. Mientras nuestros profesores no rompan con ellas,
difícilmente desarrollaremos una educación útil que cultive habilidades de
aprendizaje permanente.

Pero esta manera de
comprender la educación no se hace cargo de una demanda provocada por el cambio
permanente y la innovación. No es posible producir maestría desde esta
concepción mecánica del conocimiento que nace de la división industrial del
trabajo.

La unidad del mundo y de la
dinámica de lo social surge del entramado de los actos de habla –tanto los
hechos como los imputados- que generan relaciones, organizaciones,
emprendimientos o innovación. De aquí nace un quiebre de la transparencia en
que vivimos, que permite una apertura.

Desde esta ontología surgen
otras consecuencias para la educación:

1. Que el aprendizaje más
significativo, es el que proviene del ejercicio de prácticas de equipos que
surgen de este entramado de actos de habla que crean maestría.

2. Y que la comprensión del
saber acumulado comienza cuando los mentores son capaces de mostrar a sus
pupilos de qué prácticas e interpretaciones históricas nacen las distinciones,
conceptos y teorías.

Vemos tres consecuencias
iniciales de estas ideas gruesas.

En primer lugar, una
solución recurrente a la “mejora de la educación” es el traslado de nuevas
metodologías pedagógicas o nuevos instrumentos tecnológicos. Pensamos que estos
cambios tienen utilidad, pero también límites. Por ejemplo, las dinámicas de
grupo o trabajo en equipo pueden ser eficientes; pero a condición que
contemplen una ontología conceptual, distinciones que surjan de esas
experiencias y que permitan su compresión.

Un buen ejemplo de un espacio
en que hoy esto se cultiva, son los juegos masivos on-line de realidad virtual.
Estos juegos pueden entregar un espacio de aprendizaje desde esta ontología que
explicamos, si es que son parte de un diseño adecuado. Se puede cultivar una
maestría en trabajo en equipo o en liderazgo. Los juegos son simuladores
sociales que tienen la ventaja de experimentarse en ciclos de tiempo más
cortos. Iluminados por un observador, los aprendices experimentan buenas y
malas prácticas que surgen del entramado y articulación de los actos de habla,
para cultivar la excelencia.

Como consecuencia de
aquello, en vez de enseñar gramática estructural de la lengua, debiéramos
enseñar una gramática ontológica, una gramática de la apertura de mundos
posibles.

En segundo lugar, la educación
debe hacerse cargo de cultivar las habilidades de innovación en los niños.
Porque el aprendizaje práctico puede también quedarse en un nivel
procedimental, que básicamente es la traducción pragmática de los conceptos
abstractos.

El mundo que vivimos y el
que viene no tiene un rumbo claro y nadie puede asegurar cuáles son los
procedimientos y las técnicas necesarias para enfrentarlo. La coordinación
efectiva, -que implica saber hacer ofertas y peticiones, una valoración de los
compromisos y una maestría para su cumplimiento- es un primer paso, para
enfrentar el desafío de la incertidumbre. Pero no es suficiente. Necesitamos de
jóvenes que cultiven una sensibilidad histórica, que se apropia del espacio
donde viven, son capaces de rescatar las anomalías y transformarlas en
producto, en oferta, en fuerza, o en organización.

La cultura que la educación
debe promover no es la del conocimiento, sino la disposición de aventura, de
enfrentar los acontecimientos, interpretarlos y hacerse cargo de ellos.

Por eso debemos enseñar
historia. Pero una historia de las prácticas, que generaron nuevas ideas y
fueron capaces de moldear el mundo que venía. Debemos educar para aprender a
hacer eso, no para conocerlo o memorizarlo.

En tercer lugar, todo esto
no es posible sin cultivar una sensibilidad y orientar las preguntas más
trascendentes sobre el sentido de la existencia. Porque el que es capaza de
enfrentar esas preguntas, y en primer lugar la pregunta por la muerte, es
también capaz de desarrollar una fortaleza emocional y espiritual que le
servirá para enfrentar desafíos, emprender proyectos o negocios, repensar lo
que existe, arriesgar e innovar.