…o la carrera por ser full equipo

Chile siempre hemos sido un país aspiracional, más allá del esfuerzo de diferenciarnos entre los ABC1, C2C3, etc. Esta misma obsesión chilena por cumplir con esa diferenciación de marketing es una manifestación de este vacío en el alma que nos impide asumirnos en quienes somos y siempre estar aspirando a “ser alguien”. Nacimos aspiracionales, desde los españoles que nos conquistaron, que buscaban “ser” el noble que soñaban, hasta los actuales grupos emergentes de profesionales y comerciantes que se desviven por cambiar el auto, disfrazar la casa de georgean o viajar a Buenos Aires. La elite chilena ha promovido siempre este aspiracionismo, sólo que vestido de exclusividad aristocrática, pero con la misma dependencia emocional en la búsqueda de ser alguien, aunque “en el mundo”, world class. La elite chilena nació atraída por el sueño de algún parentesco noble en la metrópolis europea, luego avanzado el siglo XIX, se afrancesó, para convertirse en los ingleses de Sudamérica al iniciar el Siglo XX. Uno de los sueños contemporáneos es descender directamente de algún linaje de inmigración europea (una amiga me recordaba que era italiana por los cuatro costados). Más tarde nos hicimos republicanos o fascistas, la revolución cubana llegó de Francia y Bélgica, de la mano de las elites que en los sesenta se doctoraban en lo que se llevaba para “ser alguien”.

El pinochetismo se inventó en EE.UU. desde los cincuenta y el neoliberalismo -estricto o benévolo- también es norteamericano. En ese sentido, siempre estuvimos globalizados, pero como no sabemos quién somos, compramos el paquete completo, como el buen alumno que es todo aspiracionista.

En el plano intelectual, es impresionante lo dominante que es la visión “americana” del desarrollo y lo sorda a cualquier llamado de los modelos exitosos del norte de Europa o de Singapur.

Este aspirar a ser alguien en la vida, desde donde sea que comienza, trae una inmensa ansiedad por correr detrás de las modas del consumo. No hay presupuesto ni tarjetas que resistan ante los infinitos nuevos deberes “de ser” que aparecen cada día. El automóvil, la todo terreno, la segunda casa, el vecindario, el colegio pagado, el viaje a Buenos Aires, Miami o Europa, la moda somellier con equipamiento incluido, el curso de suchi, la churrasquera nueva, la cerámica, el jarrón y la lámpara china, el Tv de plasma.

Este déficit existencial es tan funcional al marketing que la frontera de la cultura, la salud y el espíritu también cedió a su dominio, y se vuelven obligación de consumo. Si eres alternativo, entonces la obligación es algún baile étnico, flamenco, capoeira o árabe.

En la salud, ya no vale cualquier lugar y todo está segmentado para ser. La oferta de intervención estética florece en este vértigo: narices, senos, pómulos, costillas, piernas y todo lo que se deje. El yoga, taichí, pilates, meditación y la literatura de crecimiento personal -desde el Dalai Lama a Paulo Cohelo- también se someten a las novedades exclusivas, saldos temporada y pagos en cuotas.

La ansiedad por el sentido de nuestra existencia ante la inminente finitud de la vida queda olvidada ante esta carrera de consumo y deudas por estar a la altura de lo que debemos ser. Un carnaval de inautenticidad y sometimiento a la masa -aunque esta se disfrace de elite exclusiva.

Aprender a vivir una vida libre, en el profundo sentido de la autenticidad, de estar conscientes de la falta última de sentido de la vida ante la inevitabilidad de la muerte, pero que no deja la vida humana convertida en una planta que sólo hace fotosíntesis, consiste en alcanzar la capacidad de comprometerse apasionadamente con algún valor humano, una preocupación o un anhelo sentido de las personas y persistir en resolverlo.

Consiste menos en la preocupación por quiénes somos y el “éxito” del proyecto, y más en el compromiso con una vida consagrada a resolver una anomalía que hace sufrir a la humanidad, se trate de un compromiso desde la religión, la solidaridad, la cultura, la política o los negocios. Discriminar entre estar comulgando con otra rueda de carreta del marketing o de las ideologías, someterse a un voluntarismo estrecho e inútil, o seguir un compromiso auténtico, sólo lo podremos saber una vez que lo vivamos. No hay garantía de éxito ni de aceptación de los otros.

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