La venganza más dulce de Lagos
Por Eugenio Tironi

La Tercera (21-05-2005)

No tengo idea de qué dirá hoy Ricardo Lagos en su última cuenta como Presidente de la República. Supongo que podrá extenderse -y nadie le reprochará por ello- de lo bien que marcha la economía del país después de sortear años dificultosos; o de los avances en materia de pobreza e igualdad, ilustrados en los anuncios recientes en beneficio de los deudores habitacionales; o del fenomenal avance de Chile en el campo internacional, cuyos iconos son los tratados de libre comercio con Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE) y la elección de José Miguel Insulza en la Organización de Estados Americanos (OEA); o el clima de mayor libertad y transparencia que reina en el país en todos los ámbitos de la vida colectiva; o de las próximas reformas constitucionales, que perfeccionan la convivencia democrática.

Sobre aquellas y otras materias semejantes el Presidente tiene tema para rato en su discurso y probablemente sacará merecidos aplausos al referirse a ellas. Mal que mal, no se recuerda en Chile un mandatario que termine su período rodeado de este halo de éxito y consenso. No obstante, no está ahí el logro más importante de Ricardo Lagos durante su Presidencia. Está, creo yo, en otras cosas que el presidente no podrá expresar abiertamente en su alocución en Valparaíso.

Lo primero dice relación con el Ejército y las Fuerzas Armadas en general. Bajo Lagos llegó a término un proceso que hace pocos años parecía inalcanzable: desvincular a los cuerpos armados de la herencia del régimen autoritario. No sólo en lo institucional, sino también en lo ideológico, lo que ha inaugurado una relación enteramente nueva con la sociedad civil. El Presidente ha sido clave en este proceso, pero éste no se habría podido llevar a cabo tan apaciblemente sin la visión y el liderazgo del comandante en jefe del Ejército, el general Cheyre.

El otro logro no verbalizable de Lagos está relacionado con el empresariado. Este también se desacopló no sólo del régimen militar -del cual llegó a sentirse su deudor-, sino también de la derecha política, donde veía a quien le protegería de las inclemencias de la democracia. El mundo empresarial de hoy -más allá de las preferencias ideológicas de sus prohombres- ha pasado a relacionarse transversalmente con la comunidad política, privilegiando, desde luego, los negocios por sobre cualquier consideración de índole partidista. En esta evolución, la actitud fuerte pero a la vez abierta del Presidente Lagos ha sido clave. Pero nada de esto hubiese sido posible sin contar con un partner tan valeroso como Juan Claro, quien abrió una senda que hoy es seguida por las nuevas cabezas de la Confederación de la Producción y del Comercio y de la Sociedad de Fomento Fabril.

Como si lo anterior no fuese suficiente, en estos días Lagos ha conseguido lo que es quizás la más dulce victoria de su período: la reposición en la centroderecha de un liderazgo claramente postpinochetista, representado en la figura de Sebastián Piñera. Obviamente, esto no es obra directa de Lagos, pero es el efecto de los cambios que ha tenido el país bajo su mandato, que han llevado que hasta Joaquín Lavín abjure de su apoyo al Sí en el plebiscito del 88, abriéndole con ello el paso a su actual contendor dentro de la Alianza, que enarbola como credencial su apoyo al No.

El surgimiento de una derecha genuinamente postpinochetista da por superada una de las grandes anomalías de la transición democrática chilena, como era que el liderazgo de la derecha siguiese monopolizado por los personajes del anciene regime. Desde el punto de vista de la democracia, este es un hecho casi tan relevante como las reformas constitucionales.

En suma, en los seis años de Lagos se habrá redibujado el mapa de poder chileno en favor de la democracia y en detrimento del viejo orden autoritario. Esto, aunque no pueda expresarlo en su discurso de hoy, debe ser para el Presidente un silencioso pero profundo motivo de satisfacción.