Una de las dificultades que los emprendedores encuentran cuando comienzan sus iniciativas de negocios o sociales, es que no cuentan con fuentes de inversiones. Sin embargo, muchas veces esto responde más a desinformación y falta de redes sociales que a la inexistencia total de recursos. Con este artículo del 17 de Julio de 2005 del diario chileno La Tercera y otros que iremos publicando, quiero aportar al mapa de oportunidades de recursos que ya existen. Es bueno y esperanzador conocer estas experiencias de solidaridad de empresarios grandes que deciden que emprender es más que sólo acumular riqueza.

Entregó a un fideicomiso ciego sus compañías, incluida la chilena Masisa, para financiar sus fundaciones

El filántropo que donó sus empresas para impulsar un cambio social en América Latina

A los 29 años este abogado suizo heredó el Grupo Eternit y la crisis del asbesto lo llevó a diversificarse y a predicar el desarrollo sustentable. A Chile llegó a invertir en 1982 y el 2003 decidió donar todas sus empresas para financiar cambios sociales en América Latina.

Catalina Allendes

En 1982 Stephan schmidheiny conocía prácticamente toda América Latina, menos Chile. Por eso decidió venir “algunas semanas”. Pero, como para él “vacaciones no significa ignorar oportunidades”, desde ese momento sentó bases en el país.

Así lo relata en “Mi visión, mi trayectoria”, que escribió como parte de una serie de books que comenzó a publicar la fundación Viva en 2004 para explicar la filosofía de este filántropo suizo dueño de Terranova -hoy fusionada con Masisa- y quien en 2003 entregó sus empresas a un fideicomiso ciego para financiar “el cambio social en América Latina”.

Tres semanas duró ese viaje de 1982, que partió en Santiago y culminó en Puerto Montt: “Chile estaba atravesando una crisis económica muy severa, consecuencia de la política de cambio fijo implementada y defendida por un grupo de economistas conocidos como los Chicago Boys. Las empresas estaban en quiebra o en venta… o ambas cosas (…) Consideré que era el momento oportuno para hacer una inversión estratégica en una nueva área de negocios”. Y así fue. Invirtió en el sector forestal.
A Chile no viene oficialmente desde 2003. “Y si ha venido después lo ha hecho silenciosamente”, dice un ejecutivo que conoce a este suizo “de personalidad magnética”.

A Schmidheiny no le gusta la publicidad o que lo llamen visionario. Prefiere hablar de “visión en mi trabajo. Siempre observé y analicé los movimientos de la sociedad, bucando detectar las primeras señales de cambio en aquello que parecía un contexto estático”.

Su fórmula ha tenido éxito: “En promedio he vendido mis compañías por un valor cinco a siete veces superior al que había pagado por ellas y tuve un fracaso cada siete éxitos”. Invirtió en la industria forestal chilena en plena crisis; compró Swatch cuando los japoneses amenazaban la industria relojera suiza y vendió su firma en Asia antes de la crisis del ’97.

La nube del asbesto

En 1984, cuando su padre decidió dividir el patrimonio entre sus hijos, Schmidheiny se convirtó en dueño del grupo Eternit y su hermano Thomas de Holcim. A los 29 años era el responsable de un conglomerado con fábricas en 20 países. “Cuando comenzó la polémica sobre los efectos nocivos del polvo de asbesto, el descubrimiento fue un shock para mí. Yo mismo había estado peligrosamente expuesto a la inhalación de las fibras de ese material (…) Tomé una decisión radical: sin tener idea cómo íbamos a implementar el cambio, anuncié que el grupo dejaría de fabricar productos que contuvieran asbesto”. Aunque lo tildaron de loco, la decisión motivó la diversificación del grupo y él pasó esos años buscando oportunidades.

Fue también en los ’80 que dio sus primeros pasos hacia la “filantropía organizada”, como define su postura. “En un emprendimiento conjunto con el arzobispo de Panamá creamos Fundes, una organización que promueve a la Pequeña y Mediana Empresa con el propósito de crear puestos de trabajo y generar ingresos para personas de menores recursos”.
Pero su vida cambió radicalmente en 1992, cuando, invitado por la organización de La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, se dedicó a reunir a presidentes de grandes firmas del mundo en el Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible.

Schmidheiny tenía 45 años y tres corporaciones: una con inversiones en tecnología en Europa; otra dedicada al comercio entre Europa y Asia; y Grupo Nueva, que fabricaba tuberías y forestaba en América Latina. “Había experimentado ya todo lo imaginable, había llegado a la cima, había estado a punto de quebrar y había trabajado duro para regresar a la cima (…) Pensaba en mi futuro y sabía que más de lo mismo no sería suficiente desafío para mí (…) Decidí, por lo tanto, vender mis empresas con base en Suiza y trasladar mi base de operaciones a Costa Rica, un país llamado la Suiza de América Latina”.

“Observaba que en los suburbios y los barrios marginales las reformas macroeconómicas por sí solas estaban lejos de resultar suficientes”. Concluyó que “la filantropía tradicional no era la opción” y creó la fundación Avina, que “lleva invertidos US$ 250 millones en líderes que trabajan para conducir sus sociedades hacia el desarrollo”.

En 2003 Schmidheiny creó Viva (Visión y Valores), beneficiaria de los dividendos que obtienen las empresas del Grupo Nueva y encargada de financiar los proyectos de Avina.

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