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Noticias Enero 17, 2006

Eugenio Tironi: la muerte del MAPU

Eugenio Tironi: “Mi generación tiene que hacerse a un lado”

Dice que la generación del Mapu fracasó, que no logró construir una nueva fuerza política. Y anuncia la muerte de este pequeño pero poderoso grupo de dirigentes que durante años actuó de puente entre el mundo de la DC y la izquierda. “Se acabó la cultura transversal de la Concertación”, afirma.

Claudia Alamo
La tercera (11-09-2005)

Mientras en la Concertación muchos se solazan y apuestan al triunfo en las elecciones de diciembre próximo, Eugenio Tironi pone una mirada menos festiva y advierte que no hay ninguna certeza de que este nuevo modelo de coalición -menos transversal y más formal en la relación entre los partidos- funcione en un eventual gobierno de Michelle Bachelet.

Este sociólogo y empresario afirma que entre los aliados se diluyó el afecto, se acabaron las confianzas y que ahora la coalición más parece una junta de accionistas que un proyecto político con un ideal común. “La Concertación que hemos tenido hasta ahora, ya no existe más”, asegura convencido.

De ahí que Tironi sea tan categórico en anunciar la muerte del Mapu, aquella generación de dirigentes que hizo su estreno en sociedad en los 70, pero que a partir de 1990 jugó un rol esencial en los gobiernos de la Concertación porque funcionó como bisagra y tendió puentes entre el mundo DC y la izquierda. Ese pequeño pero influyente grupo de personeros nacidos bajo el paraguas del Mapu, había sido hasta ahora el gran dueño de la intermediación política y ocupó importantes zonas del poder político. Ahora, según Tironi, esa generación cayó. Aquí explica por qué:

Usted declaró la muerte del Mapu. ¿Se cerró un ciclo o se está jubilando a una generación anticipadamente?

Las generaciones son reflejo de ciertos ciclos históricos y la del Mapu fue la expresión de un ciclo que ahora está cerrándose.

Pero muchos líderes del Mapu, como Enrique Correa, José Miguel Insulza, José Antonio Viera-Gallo, no son unos viejitos que estén cerrando el boliche. Más bien, parece que sólo están quedando fuera del juego…

Muchos de ellos pueden seguir sobreviviendo o actuando, pero en roles distintos. El papel que jugaron como “generación puente”, no pueden seguir jugándolo más. Eso fue lo que le pasó a José Antonio Viera-Gallo en el PS. En el fondo, lo que le dijeron fue: “Ya no más. Tu rol de articulador de acuerdos, de ser un puente entre mundos distintos, no nos interesa”.

¿Y por qué Viera-Gallo es tan simbólico? ¿No se estará sobrerreaccionando?

Completamente. Por lo mismo, no fui a la comida de Viera-Gallo. Me pareció desproporcionado. Fue como el funeral del Mapu. Pero quiero aclararte que no soy un viudo del Mapu. Todo lo contrario. Soy de los que han venido diciendo que mi generación tiene que hacerse a un lado.

¿Por qué?

Porque somos una generación de sobrevivientes. Tenemos una obsesión por el orden que es excesiva para los tiempos actuales.

Usted tiene 53 años. ¿No será joven aún para hacerse a un lado?

Este no es un problema de edad biológica. Es un cambio en el modo de hacer las cosas. Si uno mira la conformación del comando de Michelle Bachelet, observa que hay una tendencia a descansar más en las estructuras formales de los partidos. Y ya no tanto en los núcleos transversales. Es decir, aquella coalición que se basaba en la confianza, en los vínculos y relaciones de un núcleo transversal, ahora ha optado por los acuerdos formales entre sus dirigentes. Pero ese núcleo transversal que estaba en La Moneda en los tiempos de Patricio Aylwin, que luego siguió con Eduardo Frei y que estuvo menos representado en los tiempos de Lagos, ya no existe más. Lo que estamos viendo es que hoy las instituciones funcionan.

¿Y ese análisis se puede deducir sólo de la incorporación de la DC al comando?

…Llamó la atención la manera en que entró la DC. Se tuvo con ellos contemplaciones y cuidados como sólo se tienen con un socio al cual no se le tiene confianza. Finalmente, se optó por gente que tuviera peso en la DC y no por personas que creyeran más en la Concertación como proyecto. Por lo tanto, la Concertación que hemos tenido hasta ahora, ya no existe más.

¿Se acabó la Concertación?

No, lo que se acabó es la cultura de Concertación. Si hay que graficarlo, la coalición se trasladó a la calle Londres, a esas reuniones en que están sentados todos los dirigentes de partidos, pero dejó de tener alma propia. Es lo mismo que esas empresas que parten de la nada entre varios amigos, pero de pronto entra la segunda generación y encuentran que todo es muy informal. Deciden institucionalizar las cosas y hacer un pacto de accionistas. Y lo que era el espíritu pionero de esta alianza, se reemplaza por las precauciones jurídicas. Los que hacían de puente quedaron out y se fueron para la casa.

El fin de los afectos

¿Y eso es bueno o malo para el futuro de la coalición?

No lo sé. Lo que es claro es que las instituciones son el mecanismo que se dan las organizaciones para sustituir el calor humano. Las instituciones son frías, impersonales, pero permiten resolver conflictos. Y eso es muy distinto a lo que habíamos tenido hasta ahora. La Concertación descansaba menos en la formalidad y mucho más en el calor humano. Ese calor se ha ido extinguiendo. Y ahora hay que ver si las instituciones de la Concertación funcionan.

¿Qué le dice su instinto político?

Más que un político, yo miro las cosas desde la sociología. En ese sentido, yo creo más en los vínculos afectivos, en esa especie de fondo común de sentimientos, de sueños, de frustraciones compartidas. Ese es, a mi juicio, el sostén de la sociedad. Por tanto, confieso que estoy mirando lo que viene con signo de interrogación.

¿Le provoca temor esta Concertación que está emergiendo?

…Se está inventando algo nuevo. Esta no es la Concertación que conocimos desde fines de los 80. Así que antes de pronunciarme, quiero ver qué pasa. Pero reconozco que no tengo la certidumbre de que esto vaya a funcionar. Un gobierno no puede descansar únicamente en una coalición cuyos afectos son sustituidos por la formalidad de los acuerdos entre sus dirigentes. Para gobernar bien, hay que tener capacidad de crear redes afectivas y de confianza.

¿Y cuál es el temor?

Temo que ahora esas redes no existan, que se les dé poca importancia y que se crea que se puede gobernar únicamente apelando al cariño del pueblo, prescindiendo de las intermediaciones. Eso no funciona así en Chile. Y es allí donde esta “generación Mapu” puede echarse de menos.

¿Por un asunto de gobernabilidad?

Claro. Porque las instituciones funcionan, pero funcionan sobre la base de confianzas. Las redes se cultivan. Ricardo Lagos cultivó vínculos durante 20 años con los distintos segmentos de la sociedad. Eso le permitió dar gobierno a una sociedad compleja como la chilena. Ese no es el caso de Michelle Bachelet. Ella emerge sorpresivamente con un impacto gigantesco sobre la opinión pública, y en lo más privado, con una relación preeminente con un solo partido, el PS.

Pero Bachelet es la heredera de Lagos, ¿o no?

Desde el punto de vista de la gente, sí.

¿Y desde el punto de vista de la clase política?

No. Ella es parte de otra generación. Lagos es casi la quinta esencia de la historia de la transversalidad en Chile. En ese sentido, Lagos es como un “Mapu Platinium”. Probablemente, Bachelet va a ser más partidaria de que cada uno de los actores se siente a la mesa a partir de lo que son. Su gobierno va a ser más como una reunión de directorio que como una coalición con cultura común. Las reuniones no se harán en la Mansión de la Novia, donde se forjó la Concertación, ni tampoco en el München.

¿Tiene una mirada crítica de ese cambio?

No. Es un paso inevitable, pero no sabemos cómo va a funcionar. A eso, súmale que el próximo será un gobierno corto. No podrá enfrascarse en pugnas testimoniales o presentar proyectos que no cuenten con la mayoría. Va a requerir habilidades de gobernabilidad, habilidades transversales y redes. Lagos tuvo que hacer transacciones en el Plan Auge para poder sacarlo…

¿Quiere decir que hay que transar para avanzar y no avanzar sin transar?

Absolutamente. Esa es la esencia de la transición. Esa es la generación Mapu. Y eso es lo que le ha valido a gente como yo, la cantidad de improperios que hemos recibido de cierta cultura de izquierda, que ha visto en esto una permanente tranzaca.

“Fracasó el Mapu”

¿El liderazgo de Bachelet ha determinado este cambio? ¿Habría sido distinto con Soledad Alvear?

Habría sucedido lo mismo. El hecho de que Soledad no fuera la candidata, ya revela que se estaba cerrando un ciclo. En cierto modo, Alvear se posicionó como expresión transversal de la Concertación.

¿Y qué le pasa a usted con este cambio? Parece nostálgico…

No. Primero que nada, no me siento parte de la generación del Mapu. No soy Viera-Gallo, Correa, Insulza o Flores. Ellos eran cuasi ministros cuando yo recién salía del colegio. Ellos vivieron la Unidad Popular y todo lo que vino después del golpe, de un modo distinto a cómo yo la viví. En ese sentido yo los he observado a ellos. No soy parte del núcleo.

Pero siempre se le ha apuntado como parte de ellos.

Siempre se me ha asimilado como uno más del club, pero no lo soy. Además, lo que hoy llamamos Mapu se refiere al de Jaime Gazmuri, de Enrique Correa, de José Miguel Insulza. Ese era el Mapu del poder. Yo estaba en el Mapu que lideraba Carlos Montes, que era más marginal, más ajeno y desconfiando del poder.

Sin embargo, usted ha sido parte del engranaje del poder. No creo que esto le sea indiferente…

Yo aposté a que todos íbamos a ser Mapu en el sentido de que la Concertación iba a dar lugar a la creación de una identidad nueva, a un proyecto político que pudiera organizarse como una federación en que todos pudiésemos transitar entre un liderazgo DC, un socialista, pepedé o un radical. Pensaba que sería un hogar común en que las identidades ya no estuvieran fundadas en los partidos previos al ´73, sino que pudiera fundarse a partir de lo que había sido la experiencia de la transición a la democracia. Ese proyecto fracasó. Y el alma de ese proyecto era la generación del Mapu.

¿Fracasó el proyecto o fracasó la generación del Mapu?

Fracasó la generación Mapu. No logró crear un proyecto fundacional ni tampoco pudo darle a la Concertación una nueva identidad política. Hoy los partidos políticos vuelven a sus reductos originales.

¿Era un proceso natural o aquí se están cobrando cuentas porque el Mapu copó el poder?

Efectivamente, la generación Mapu copó muchas posiciones de poder, porque ese núcleo transversal fue esencial para el nacimiento de la Concertación y para el éxito de la transición. Ahora se entiende que este grupo ya cumplió su tarea. Y las criaturas que fueron naciendo en estos años ya se sienten adultos y quieren sus propios espacios. Entonces, más que una pasada de cuentas, este es un asunto de maduración. Era inevitable.

La causa laica

En este escenario, ¿Bachelet necesita más a la DC para gobernar o menos?

La necesita más, porque detrás de la DC está la cultura de centro, católica, que tal vez es menos globalizada, menos glamorosa, pero que representa a una parte muy importante del alma de Chile. Pero veo que algunos consideran que la DC está de capa caída, la Iglesia Católica también y que el mundo conservador en general está en retirada. Eso hace que el mundo progresista esté muy envalentonado.

En el PS y el PPD hay quienes creen que, por la alta adhesión que ella tiene, puede perfectamente ganar y gobernar sin la DC. ¿Ahí está el peligro?

Creo que ahí hay un elemento más de fondo. El mundo del PS-PPD se siente como nunca interpretado por Michelle Bachelet. Incluso más que con Lagos. Por tanto, ha establecido relaciones con ese mundo católico de la DC por la vía de tener un buen vínculo institucional. Pero me preocupa que este puente puramente institucional no sea suficiente para gobernar.

¿Por qué? ¿Porque es una jugada a corto plazo?

Primero, porque ese puente se puede bombardear en cualquier minuto y ahí sí que se acabó la Concertación. Y segundo, porque creo que hay gente que está más interesada en la causa laica y en minimizar la influencia de la cultura católica que en asegurar un buen gobierno para Bachelet. Es decir, el gobierno de Michelle es visto como funcional a ese propósito superior. En ese sentido, se cambió el norte, al menos mi norte.

¿Cuál era su norte?

Siempre había sido partidario de producir una fusión entre el catolicismo progresista y el mundo laico. Tal vez eso tiene que ver mucho con nuestra experiencia del golpe de Estado.

¿En qué?

En que fue la ruptura de esos dos mundos lo que terminó con la democracia en Chile. Y me preocupa, porque veo que el mundo que al que yo pertenezco culturalmente, que es el socialista, no tiene el interés de producir esa convergencia. Su interés es que la causa laica se perfile con más fuerza. Me da la sensación de que para algunos no importa si el gobierno de Bachelet no es muy bueno, pero “es nuestro”. Y ese un punto de vista es muy distinto al que ha prevalecido en la Concertación desde el ´90. Nuestro gran objetivo era tener un buen gobierno, “aunque no sea tan nuestro”.

O sea, que la izquierda se está endureciendo…

No. La izquierda se está reidentificando. Es una izquierda que durante 10 años casi no tuvo proyecto propio, pero ahora ve que puede empezar a privilegiar sus proyectos. Este ha sido un alegato que ha hecho Carlos Ominami desde hace muchos años. Y lo ha hecho con mucha claridad y con mirada estratégica. Debo decir que las cosas han ido avanzando en su dirección.

Pero Ominami no es parte del núcleo más cercano de Bachelet.

A veces uno no consigue lo que quiere a través de uno mismo…

“Aquí no hay campaña”

¿Cree que la gente que apoyó a Soledad Alvear fue castigada y por eso no entró al comando?

No creo que sea un castigo que le haya inflingido Michelle Bachelet, sino que está inflingido por la directiva de la DC, porque aquellos sienten que esas personas son poco DC y muy pro Concertación.

¿Pero Bachelet no debiera abrirles más la puerta?

Debiera, pero eso le significaría un conflicto con la directiva. Ese es el dilema.

Aquella gente de izquierda que, como usted y Enrique Correa, apoyaron a Alvear, hoy son mirados con desconfianza.

Francamente no lo siento así.

Pero ninguno está en la campaña. Y hasta ahora, siempre habían estado…

Pero es que aquí no hay campaña. No hay competencia, no hay adrenalina. Bachelet tiene una ventaja irremontable en que, de verdad, no tiene competidores.

Entonces, ¿no se siente fuera?

Es que hace mucho tiempo que yo no estoy. Lo mío fue una pasada de 4 años por el gobierno en que tuve un puesto bastante menor. Pero en realidad nunca he estado. Siempre he sido un observador.

Pablo Halpern escribió que algunas cosas que se hicieron, hoy serían impensables con un liderazgo como el de Bachelet. Y recordó el episodio de personeros de gobierno que fueron a comer al McDonald`s. Todo el mundo entendió que se hablaba de usted, porque usted asesoraba a esa empresa. ¿Sintió una crítica velada?

No lo sé. Puede ser… Soy parte de una generación de sobrevivientes, y las personas que sobreviven, muchas veces lo hacen manteniendo silencio y tragándose los secretos de cosas que han pasado. No voy a romper esa norma ni en este ni en ningún caso. Así que paso…

¿Qué quiere decir con eso?

Que no voy a entrar en polémicas respecto de cosas que puedan afectar a terceros.

Noticias Enero 17, 2006

Eugenio Tironi: La venganza más dulce de Lagos

La venganza más dulce de Lagos
Por Eugenio Tironi

La Tercera (21-05-2005)

No tengo idea de qué dirá hoy Ricardo Lagos en su última cuenta como Presidente de la República. Supongo que podrá extenderse -y nadie le reprochará por ello- de lo bien que marcha la economía del país después de sortear años dificultosos; o de los avances en materia de pobreza e igualdad, ilustrados en los anuncios recientes en beneficio de los deudores habitacionales; o del fenomenal avance de Chile en el campo internacional, cuyos iconos son los tratados de libre comercio con Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE) y la elección de José Miguel Insulza en la Organización de Estados Americanos (OEA); o el clima de mayor libertad y transparencia que reina en el país en todos los ámbitos de la vida colectiva; o de las próximas reformas constitucionales, que perfeccionan la convivencia democrática.

Sobre aquellas y otras materias semejantes el Presidente tiene tema para rato en su discurso y probablemente sacará merecidos aplausos al referirse a ellas. Mal que mal, no se recuerda en Chile un mandatario que termine su período rodeado de este halo de éxito y consenso. No obstante, no está ahí el logro más importante de Ricardo Lagos durante su Presidencia. Está, creo yo, en otras cosas que el presidente no podrá expresar abiertamente en su alocución en Valparaíso.

Lo primero dice relación con el Ejército y las Fuerzas Armadas en general. Bajo Lagos llegó a término un proceso que hace pocos años parecía inalcanzable: desvincular a los cuerpos armados de la herencia del régimen autoritario. No sólo en lo institucional, sino también en lo ideológico, lo que ha inaugurado una relación enteramente nueva con la sociedad civil. El Presidente ha sido clave en este proceso, pero éste no se habría podido llevar a cabo tan apaciblemente sin la visión y el liderazgo del comandante en jefe del Ejército, el general Cheyre.

El otro logro no verbalizable de Lagos está relacionado con el empresariado. Este también se desacopló no sólo del régimen militar -del cual llegó a sentirse su deudor-, sino también de la derecha política, donde veía a quien le protegería de las inclemencias de la democracia. El mundo empresarial de hoy -más allá de las preferencias ideológicas de sus prohombres- ha pasado a relacionarse transversalmente con la comunidad política, privilegiando, desde luego, los negocios por sobre cualquier consideración de índole partidista. En esta evolución, la actitud fuerte pero a la vez abierta del Presidente Lagos ha sido clave. Pero nada de esto hubiese sido posible sin contar con un partner tan valeroso como Juan Claro, quien abrió una senda que hoy es seguida por las nuevas cabezas de la Confederación de la Producción y del Comercio y de la Sociedad de Fomento Fabril.

Como si lo anterior no fuese suficiente, en estos días Lagos ha conseguido lo que es quizás la más dulce victoria de su período: la reposición en la centroderecha de un liderazgo claramente postpinochetista, representado en la figura de Sebastián Piñera. Obviamente, esto no es obra directa de Lagos, pero es el efecto de los cambios que ha tenido el país bajo su mandato, que han llevado que hasta Joaquín Lavín abjure de su apoyo al Sí en el plebiscito del 88, abriéndole con ello el paso a su actual contendor dentro de la Alianza, que enarbola como credencial su apoyo al No.

El surgimiento de una derecha genuinamente postpinochetista da por superada una de las grandes anomalías de la transición democrática chilena, como era que el liderazgo de la derecha siguiese monopolizado por los personajes del anciene regime. Desde el punto de vista de la democracia, este es un hecho casi tan relevante como las reformas constitucionales.

En suma, en los seis años de Lagos se habrá redibujado el mapa de poder chileno en favor de la democracia y en detrimento del viejo orden autoritario. Esto, aunque no pueda expresarlo en su discurso de hoy, debe ser para el Presidente un silencioso pero profundo motivo de satisfacción.

Noticias Enero 17, 2006

Eugenio Tironi: Chile y el dilema del desarrollo:

Chile y el dilema del desarrollo:
Riqueza versus felicidad

Eugenio Tironi
Quepasa (19 Marzo 2005)

Aunque en los últimos 50 años Gran Bretaña y Estados Unidos han logrado un crecimiento económico sin precedentes, sus índices de felicidad se estancaron. ¿No estará Chile entrando a esta nueva etapa, donde la tasa de felicidad pasa a emanciparse de la riqueza? ¿Está el país condenado a seguir el curso de los países ricos? El sociólogo y autor del libro “El sueño chileno. Comunidad, familia y nación en el bicentenario” analiza uno de los grandes desafíos que esconde el progreso.

En un número reciente de la revista británica Prospect, Richard Layard -un destacado intelectual del Partido Laborista- señala que el deseo de ser felices es central a nuestra naturaleza, pero que, curiosamente, en los últimos 50 años las tasas de felicidad están estancadas en Gran Bretaña y los Estados Unidos, pese a un crecimiento económico sin precedentes. Es más, lo que se observa son niveles cada vez más altos de depresión, crimen y otros indicadores de malestar, no obstante tener mejores casas y autos, disponer de más vacaciones, contar con mejores trabajos, tener mejores servicios de salud, etc. Esto va en contra del pensamiento económico convencional, según el cual la mayor disponibilidad de bienes debiera hacernos automáticamente más felices.

¿Qué explicaría esta disonancia entre la situación material de las personas y su tasa de felicidad? Es un hecho que los habitantes de los países ricos son, en términos absolutos, más felices que aquellos que viven en los países pobres. Pero la tesis del autor es que, una vez que se alcanza un nivel básico de bienestar, ya superadas las principales insatisfacciones materiales, la felicidad ya no tiene que ver con el mayor ingreso de las personas, sino con la calidad de las relaciones que mantenemos unos con otros. Es más: seguir con la búsqueda obsesiva de más y más ingresos tiene como resultado un empobrecimiento de las relaciones humanas -familia, amigos, comunidad-, lo que trae consigo el deterioro de la tasa de felicidad. Esto sería, en efecto, lo que está ocurriendo en los países desarrollados.

¿No estará Chile -o segmentos de Chile, porque una sociedad nunca es homogénea- entrando aceleradamente a esta nueva etapa, donde la tasa de felicidad pasa a emanciparse del crecimiento económico y la riqueza?

El artículo comentado agrega que, según diversos estudios, los factores claves en la felicidad de las personas son los siguientes: la familia y la vida personal, en primer lugar; muy cerca, el trabajo y la comunidad; luego la salud y la libertad; y, finalmente, el dinero. Este último contribuye a la felicidad siempre y cuando sirva al que lo posee para marcar un status superior. Lo que la gente más quiere, afirma Layard, es respeto; y busca un mayor estatus socio-económico porque siente que éste le garantiza el respeto de los demás. Aquello de que el dinero no produce la felicidad, pero ayuda, se confirma una vez más que encierra una profunda verdad.

Ahora bien, si se miran los indicadores señalados, en particular la familia, la comunidad y el trabajo, ellos han experimentado profundas conmociones en el Chile de los últimos 20 años como efecto del acelerado proceso de modernización en que el país ha estado comprometido. Esto por cierto ha debido afectar los índices de felicidad de los chilenos y chilenas.

Pongámoslo así. La familia y el espíritu comunitario han sido sometidos a una presión extraordinaria por efecto del avance de la individualización y de la extensión de las relaciones de mercado -procesos que se han desplegado en forma ruda y con escasas contemplaciones, para decirlo cortésmente. Las tensiones en la familia, el enfriamiento de los nexos de amistad, o el debilitamiento del sentido de pertenencia, forman parte de un mismo fenómeno que no es responsabilidad de autoridades “relativistas” o de corrientes “liberales” o “faranduleras”, sino, simplemente, del avance de la modernización.

La modernización nos ha permitido -no a todos, por cierto, dados los abismales grados de desigualdad que tiene Chile- alcanzar mayores niveles de bienestar y, con ello, ser más felices. Sin embargo, una vez alcanzado cierto umbral, su tasa de retorno, en términos de felicidad de las personas, se va haciendo decreciente. Hoy, cuando el proceso de modernización ya parece consolidado, y ha mostrado sus luces y sus sombras, muchos chilenos experimentan el miedo ante la fragmentación que resulta del mercado, de la individualización y de la globalización; el desconcierto ante una institución familiar sometida a una verdadera revolución silenciosa; la ansiedad ante el hecho de no contar con una comunidad capaz de acompañarlos y gratificarlos en el cambio constante al que se ven sometidos, o de acogerlos y reconfortarlos en caso de dificultades. Por lo que no sería raro que en Chile comencemos a experimentar el mismo estancamiento en las tasas de felicidad que se ha observado en el mundo desarrollado en los últimos 50 años.

La situación que está viviendo Irlanda -convertido en país-icono para la elite chilena, mencionado hasta el hartazgo en cualquier conferencia que hable sobre lo que nuestro país debiera llegar a ser- puede ser ilustrativa de lo que nos espera. Irlanda es el país de mayor crecimiento económico en Europa -y quizás del mundo- en los últimos años. En menos de una generación pasó de ser una nación pobre, marginal, de la cual su población huía a raudales, a ser un país rico y admirado. Pues bien, como lo consigna un artículo publicado en El Sábado -cuya fuente es el New York Times-, actualmente se disparan el suicidio, el divorcio, la droga, el estrés, el alcoholismo, el exhibicionismo; mientras al mismo tiempo se deteriora su sentido de identidad y de comunidad. Irlanda necesitaba superar la pobreza, y lo logró; pero surgen nuevos problemas, y de tal naturaleza, que probablemente conducen al estancamiento de su tasa de felicidad.

¿Está condenado Chile a seguir el curso de Irlanda o de los países ricos, o puede intentar al menos un tipo de desarrollo que no conduzca a esos callejones sin salida? En el plano medioambiental lo está intentando, con políticas que buscan evitar que su destrucción sea el precio a pagar por el crecimiento económico. Algo semejante habría que hacer respecto a la felicidad, definiendo su incremento como un objetivo central de las políticas públicas.

En tal perspectiva, esas políticas debieran integrar a su núcleo medidas para reforzar las relaciones en la familia, en el trabajo y en la comunidad en general. Layard sugiere que esto debe incluir aspectos tales como la protección de la familia a través de un sistema laboral y educacional más amigable hacia ésta; la inclusión en la escuela de cursos sobre responsabilidad parental; una política activa antidesempleo, por los efectos perversos que éste tiene sobre los adultos; crear relaciones más comunitarias al interior de la empresa; prestar más atención a las enfermedades mentales, que son una fuente sorda y creciente de sufrimiento de las personas y familias; y sobre todo, cultivar (partiendo por la escuela) el sentimiento de comunidad y el concepto de bien común, y no permitir que el único objetivo sea el individuo y el desarrollo de sus potencialidades.

Tengo la impresión que en el Chile de hoy, donde la modernización ya resulta un logro compartido y no parece ya en peligro, la cuestión de la felicidad adquiere un lugar central, como lo revela la revalorización en todos los planos de las relaciones comunitarias, lo que se ha traducido -por ejemplo- en la selección de un estilo de liderazgo menos volcado a la reforma de las estructuras o sistemas y más volcado a la convivencia y el bienestar de las personas. Lo congruente con esto sería que, en la campaña electoral que se ha iniciado, los programas de quienes aspiran a la Presidencia de la República incluyan, como aspiración central, elevar la tasa de felicidad de los chilenos y chilenas, y propongan las formas concretas -que ya está visto, van más allá del crecimiento económico- para alcanzar este objetivo.

Noticias Enero 17, 2006

Eugenio Tironi: La tercera ola post golpe

La tercera ola post golpe
por Eugenio Tironi
La Tercera (16 Enero 2006)

Después de los resultados de las elecciones parlamentarias, con la Concertación alcanzando un resultado récord y el ascenso en el seno de ésta del llamado polo progresista y de los parlamentarios más críticos a la “democracia de los acuerdos”, se ha hablado de una “izquierdización” del escenario político. Esto es real, y se vería confirmado con la opción de la ciudadanía por Michelle Bachelet. Pero el fenómeno va más allá. Si se observan los contenidos de la campaña se verá que, en los dos candidatos, la promesa de una mayor protección social desalojó a la oferta de crecimiento económico. Si en los ’90 la novedad estuvo en una Concertación que asumía como propia la empresa y el mercado, ahora estuvo en una Alianza asumiendo como propia la bandera de la equidad y de la lucha contra la desigualdad, hasta hace poco un tema tabú. El mismo “modelo económico” es cuestionado, y nada menos que desde el mundo empresarial. El paso de un Lavín a un liderazgo más centrista, como el de Piñera, es expresión del mismo fenómeno.

Lo que tenemos, en rigor, no es una “izquierdización” de la Concertación ni del cuadro político. Estos son los síntomas. Lo que hay es un deslizamiento geológico del país, con una sociedad que impone su agenda sobre la política y la economía.

En el futuro, cuando un historiador se proponga evaluar lo que ocurrió en Chile desde el golpe de 1973, probablemente identificará sólo tres grandes rupturas.

Es lo que podríamos llamar la ruptura con el orden económico burocrático; un orden cerrado al exterior que tenía como centro el Estado y como vehículos de movilidad social a los partidos políticos, los sindicatos y los gremios, y que concitó por décadas el respaldo de la izquierda, del centro y de la derecha. El gran protagonista de esta ruptura fue Pinochet.

La segunda gran ruptura fue de tipo político, y tuvo lugar entre 1988 y 1990. Me refiero al quiebre del orden político autoritario, que en nuestro caso tomó una forma pacífica, institucional, negociada, lo que permitió instaurar una democracia basada en los acuerdos y legitimar los principios económicos instaurados en la ruptura anterior. Quien simboliza este quiebre es, sin duda, Patricio Aylwin. No obstante hay que destacar el rol de Joaquín Lavín, quien quebró el vínculo carnal de la derecha con Pinochet y levantó una alternativa competitiva en la arena democrática. Lavín introduce además la novedad de apelar a los electores como si fueran consumidores, con lo cual la política chilena cambia para siempre: sin este precedente, no habría emergido -por ejemplo- una figura como la de Michelle Bachelet.

Ahora bien, la tercera ruptura es la que Chile ha vivido desde el 2000. Es lo que podríamos llamar el quiebre de un orden oligárquico-conservador, con la irrupción de las masas en todos los planos imaginables. El gran promotor de esta ruptura es Ricardo Lagos, y el símbolo su decisión de abrir las puertas de La Moneda.

Las elites políticas, económicas, militares, espirituales, que gozaban de inmunidad ante el escrutinio público, han sido enjuiciadas como nunca antes. Han salido a la luz la corrupción en el Estado, de la pedofilia en la Iglesia, del autoritarismo y la discriminación en el Ejército, de la tortura después del 73, entre muchos otros.

La clase política también se renueva. Figuras jóvenes, con identidad popular y regional, desplazan a la aristocracia política de la transición, y las lógicas partidistas imponen su ley sobre el espíritu de coalición.

Contrariando a Margaret Thatcher, quien dijo que la sociedad no existía, que sólo había individuos y familias, hoy se hace evidente en Chile que la sociedad sí existe; y con ella la memoria, la identidad, la solidaridad, la cooperación, la comunidad. Hay un quiebre con el economicismo y el individualismo liberal, y su noción que todo reposa en la economía y en la conducta de un individuo racional. Ahora todos somos socialdemócratas. Es la herencia de Lagos.

Noticias Enero 17, 2006

Eugenio Tironi: El poder de Michelle

El poder de Michelle
El Mercurio

Bachelet es más Lagos; así de simple. Con esto, ella captura naturalmente la popularidad del actual Presidente.

Por Eugenio Tironi

¿A qué obedece el fenómeno Bachelet? ¿Cómo se explica que su liderazgo se haya impuesto en ese territorio dominado por barones, condes y señores, como lo es la izquierda y la Concertación? ¿Qué fue lo que le permitió resistir, sin trastabillar, la competencia interna en su coalición? ¿Cómo logra mantener su popularidad con una campaña tan simple y modesta, frente a las poderosas maquinarias que han puesto en marcha Lavín y Piñera? En suma, ¿qué es lo que ven los chilenos y chilenas en Michelle, y que les fascina? O, dicho de otro modo, ¿qué están mirando, o deseando ver de sí mismos, a través de su figura?

Lo primero y más básico es que, en la mente de la gente, ella encarna la continuidad del Presidente Lagos. Por afinidad política, por la trayectoria de la que ambos se sienten herederos, por el tipo de racionalidad que emplean cuando hablan, por el estilo directo y asertivo. Bachelet es más Lagos; así de simple. Con esto, ella captura naturalmente la popularidad del actual Presidente.

En seguida, tengo la impresión de que los chilenos sienten que, encumbrando a Michelle, ellos están realizando su propio acto personal de reparación. Es algo así como ese acto de heroísmo en defensa de los perseguidos que no se atrevieron a emprender cuando correspondía, y que siempre ronda en sus conciencias. Sienten estar pagando una deuda con todos los que -como ella-sufrieron la represión en carne propia, ante la mirada de una población paralizada por el miedo o la indiferencia. Con ella en La Moneda, los chilenos estaríamos aliviando la última herida; soldando, por fin, una memoria personal y colectiva que, hasta ahora, sigue partida. Apoyándola, nos sentimos un poco mejor con nosotros mismos.

Hay otros dos factores que no se pueden pasar por alto. Bachelet forma parte de la “familia militar”; lo que se nota en su retórica simple, directa, a veces incluso un poco ruda. Esto atrae, porque transmite autoridad y ofrece seguridad. Lo otro es su condición de médico (y pediatra); esto refuerza lo anterior, pero, a la vez, le otorga esa sensibilidad hacia lo humano que sólo los médicos pueden comunicar.

Pero lo básico es que Michelle representa el tipo de liderazgo comunitario que los chilenos y chilenas buscan hoy. Hay un sordo cansancio con una élite compuesta por hombres volcados obsesivamente a la cosa pública y disociados de la vida doméstica, confinados en instituciones desde donde ejercen un estilo frío, agresivo, opaco.

Hoy se aspira a un liderazgo menos instrumental y jerárquico, que preste más atención al bienestar de las personas que al funcionamiento de las estructuras; un liderazgo menos utópico y más cotidiano, menos dirigista y más acogedor, menos exitista y más compasivo, menos musculoso y más afectivo, menos autoritario y más participativo; en fin, un liderazgo comunitario, un liderazgo femenino.

En su último estudio, dedicado al poder, el PNUD señala que, hoy, los chilenos “quieren ser protagonistas…, no meros espectadores o beneficiarios”. En otras palabras, lo que quieren son más comisiones donde se les escuche, no más decisiones impuestas desde arriba.

Por esto les gusta Michelle; porque ella es como un espejo que devuelve el poder a las personas, con un liderazgo interactivo, horizontal, que en vez de fijar metas y objetivos, hace crecer la autovaloración y la energía de los demás.

Lo de Michelle, en suma, no es un suceso político que pudiera súbitamente esfumarse. Es, más bien, un fenómeno sociológico, donde se proyecta el Chile que está naciendo bajo nuestros pies.