Con la visita a Cuba de la
Presidenta Michelle Bachelet, acompañada de políticos, empresarios y artistas, se
manifiesta el doble y triple estándar de nuestra comunidad
nacional. Sin contar a la Democracia Cristiana, que es doble estándar mismo, la izquierda claramente
muestra que el exilio, la tortura, la prisión política y la censura de la
cultura son reprobables dependiendo del signo ideológico de quien lo imponga. Un
verdadero “Deja vu” a la Guerra Fría. En
el caso de la derecha, depende de los millones envueltos, porque los mismos que
critican y se restan de este viaje a Cuba han recorrido innumerables veces
China invitados por un gobierno igual y más dictatorial, incluso invasor de
otros pueblos. Claro, para qué ir tan lejos con esto de los principios democráticos con el principal cliente de negocios en el mundo. Volviendo
a la decisión de la Presidenta y viendo su responsable desempeño económico y
político en estos años, es difícil suponer que su visita a Cuba se trate de un
simple gusto ideológico, una especie de revancha con el pasado. Quizás, así
como la fotografía del Papa Juan Pablo II con Pinochet en el Palacio de Gobierno
chileno más que un espaldarazo significó el inicio del fin de la dictadura en Chile,
la Presidenta busque utilizar su prestigio político innegable para apoyar con
sutileza avances hacia la democracia en Cuba. Deberemos esperar sus gestos.

Les
comparto el audio en Radio Cooperativa de Yoani Sánchez, bloggera más famosa de Cuba, sobre este viaje



…y su artículo en El Mercurio:

Otro viajero y
la misma isla

Yoani Sánchez y la
visita de Bachelet a Cuba:

En
exclusiva para revista “Sábado”, la reconocida bloguera cubana
advierte a la Presidenta sobre el viaje oficial que realizará a la isla durante
febrero. Desde La Habana escribe: “Ella sólo podrá asomarse al pedazo
dorado que han preparado para los visitantes, pero el oscuro azogue de la
cotidianidad le estará vedado”.

Algo pasa por allá arriba, creemos la mayoría
de los cubanos, después de que varios presidentes latinoamericanos han decidido
visitarnos en tan corto espacio de tiempo. Sin embargo, la complicada
cotidianidad no nos permite estar atentos a lo que ocurre en los pasillos de
las cancillerías o en las cenas de protocolo. Nuestros ojos y oídos están
puestos en varios problemas, como el elevado costo de la vida, la esquizofrénica
dualidad monetaria y la obsesión por emigrar que manifiestan tantos jóvenes.

Sacar conclusiones sobre el repentino interés
de esos gobernantes por viajar a Cuba es un ejercicio que nos robaría demasiado
tiempo, sin resultados sobre nuestro plato o en nuestros bolsillos.

La dignataria chilena, que arriba en unos
días, encontrará un escenario compartido entre la verdad oficial y la realidad
de nuestras calles. Una nación que ha dejado de mirar por la ventana de las
posibles transformaciones y ya no conjuga ese dinámico verbo que es
“cambiar”.

Después de varios meses de espera, Raúl Castro
no ha podido impulsar el paquete de medidas aperturistas que esperaba la gran
mayoría. Aquel 31 de julio en que se anunció la enfermedad del
“invicto” comandante en jefe, muchos pensaron que le llegaba
finalmente el turno al pragmático hermano, que había aguardado largos años en
el segundo puesto. Sus primeros discursos contaron con frases como
“cambios estructurales”, “un vaso de leche al alcance de todos”
y hasta con la alusión de extender “un ramo de olivo” al gobierno
norteamericano. Confiados en sus palabras, muchos esperaron que asumiera el
poder aquel 24 de febrero de 2008 para imprimirle su sello personal a este
país, moldeado bajo el voluntarioso mandato de Fidel Castro.

Para cuando llegó el caliente verano, hasta
los más optimistas habían empezado a desconfiar de las supuestas aperturas que
la prensa extranjera tanto potenciaba. De las grandes demandas populares sólo
habían llegado a cumplirse un par de cosméticos deseos. Los cubanos podíamos,
finalmente, contratar una línea de celular a nuestro nombre y hospedarnos en la
habitación de un hotel. La esperada reforma agraria había zozobrado en un
ridículo usufructo de la tierra, que hasta el día de hoy parece estar empantanado
en la ineficiente burocracia estatal. Un par de traviesos huracanes ayudaron a
remarcar el naufragio nacional y a poner los ojos de la esperanza en otras
latitudes. El deteriorado fondo habitacional no pudo soportar los fuertes
vientos de Ike y Gustav, dejando cientos de miles de casas sin techo o tiradas
en el piso. El Estado tuvo que aceptar ayuda extranjera para lograr paliar la
crisis alimentaria que se nos venía encima.

Las últimas ilusiones se fueron a final del
año, cuando en la reunión del Parlamento se extendió la edad de jubilación en
cinco años y se habló de la eliminación de ciertas gratuidades. No se hizo
alusión alguna a la necesidad de terminar con el absurdo migratorio que obliga
a los cubanos a contar con una autorización de viaje para salir del país.
Precisamente ha sido la erradicación de ese permiso uno de los deseos más
compartidos por las familias cubanas, atrapadas en el drama de los hijos que
emigran. Tampoco dijeron, nuestros disciplinados parlamentarios, una palabra
sobre la posibilidad de abrir a la pequeña y mediana empresa privada, que
podría aliviar los pésimos servicios gastronómicos y la baja calidad de muchos
productos industriales. La legalización de la compra y venta de autos y casas
brilló por su ausencia en una Asamblea Nacional, que parecía más concentrada en
aplaudir que en plantear problemas.

El camino de los derechos ciudadanos

Atrapados en medio de dos monedas, los
ciudadanos de esta isla hemos aprendido que para sobrevivir hay que hacer justo
lo contrario a los que las vallas políticas exigen. El deporte nacional parece
ser robarle recursos al estado, y entre la población las labores ilegales se
nombran con el eufemismo de hacer algo “por la izquierda”. Muchos de
aquellos exiliados que fueron abucheados como “gusanos”, son hoy los
que sostienen miles de hogares en toda Cuba. Un joven trovador ya lo retrata en
uno de sus estribillos “los huevos que te tiramos cuando te fuiste con la
escoria, ahora me los comiera mi china, lo mismo pasados por agua que crudos
saben a gloria”. Hasta Pepito, el personaje pícaro de nuestros chistes
callejeros, ha optado por el silencio ante tanta desesperanza. La gente en la
calle ha terminado por decir que la última gran burla que nos hizo este eterno
niño de los cuentos, fue irse en una balsa a cruzar el estrecho de la Florida.

El camino por donde menos se ha avanzado
parece ser, no obstante, el de los derechos ciudadanos. El tercer milenio nos
ha encontrado con las mismas limitaciones para agruparnos, expresar ideas
políticas e influir en la toma de decisiones. El delito de “asociación
ilícita” paraliza a aquellos que quieren fundar un partido o una inocente
asociación de defensores del medio ambiente. Por su parte, la figura legal de
“propaganda enemiga” estigmatiza toda aquella forma de expresión,
impresa, radial o televisada que atente contra el gobierno. El control estatal
sobre los medios de difusión sigue igual de intacto, aunque el desarrollo
tecnológico ha ayudado a las personas a encontrar caminos paralelos para informarse.
Las antenas parabólicas ilegales, la controlada internet y los libros y
manuales que traen algunos turistas, han sacudido el monopolio del gobierno
sobre el suministro de noticias.

Son tiempos de alarmarse por el presente y de
poner el grito en el cielo ante el futuro, dada la baja natalidad que muestra
la envejecida población. La versión oficial enuncia que en Cuba las mujeres
están mejor preparadas profesionalmente y eso ha incidido en la reducción de
los nacimientos. Sin embargo, todos sabemos que las limitaciones
habitacionales, la prolongada crisis económica y el deseo de emigrar funcionan
como anticonceptivos más eficientes que los estudios alcanzados. Un “país
de viejos” parecen vaticinar quienes notan que al bajo número de nuevos bebés
se le suma el constante éxodo de gente joven y atrevida. Una sarcástica frase
popular advierte “el último que apague el Morro”, en referencia al
viejo faro que ilumina la salida de la bahía habanera. Nada de eso ha podido
ser visto o palpado por los gobernantes que han llovido en las últimas semanas,
pues para ellos existen sólo las sonrisas, la baja cifra de mortalidad infantil
o los pulcros laboratorios donde se fabrican sofisticadas vacunas.

La Presidenta Bachelet tampoco podrá apreciar
ningún cambio en marcha, sino las manos aferradas al timón de una generación
que pasa ya de los setenta. Escuchará el amplio repertorio de las conquistas y
poco o nada de esas estadísticas ocultas que nos colocan a la cabeza de los
abortos, los suicidios y los divorcios en Latinoamérica.

Si lograra distinguir alguna mancha en el
cuadro triunfalista que pintarán sólo para sus ojos, alguien se encargará de
aclararle que ha sido culpa del bloqueo y del vecino del norte. En su cargado
programa oficial, abundarán los centros científicos, los hospitales remozados y
no faltará un grupo de pioneritos recitando algún poema. Todo el que se le
acerque tendrá como objetivo mostrarle la cara hermosa de un país que necesita
de mucho maquillaje para esconder las arrugas y las cicatrices.

El porqué de la visita de Bachelet

Una pregunta que nos hacemos muchos ciudadanos
es si la dignataria chilena ha venido a la isla a dar un espaldarazo al
gobierno o a preocuparse por nuestra suerte. A los analistas y politólogos les
cuesta trabajo comprender que en Cuba hay dos agendas: la que emerge del poder
y la que muestra el pueblo. Si se deja llevar sólo por la primera, podrá
esperarse que la señora Bachelet haga enérgicas declaraciones reclamando la
libertad de los cinco espías cubanos que están presos en los Estados Unidos y
exija la extradición de Posada Carriles, acusado de hacer explotar un avión en
pleno vuelo en 1976. De creerse al dedillo la agenda oficial, declarará que no
basta con que el señor Obama haya cerrado la cárcel en la base de Guantánamo,
pues debe también devolverles ese territorio a los cubanos y – obviamente- se
pronunciará por el cese inmediato del bloqueo estadounidense.

Si abre el inventario de deseos populares,
podría ser una excelente interlocutora para preguntar por aquellas “reformas
estructurales” de las que se hablaba hace dos años. Sería mucho pedirle
que mencione el asunto de los presos políticos, pero viniendo de ella – y con
su historial en la época de Pinochet- sería algo natural.

Supongamos que no venga sola y uno de sus
acompañantes pueda saltarse el protocolo oficial y hacer lo que a ella le
impide su alta investidura. Algo tan osado como encontrarse con personas de la
oposición y de la emergente sociedad civil. Vayamos más allá y conjeturemos que
alguna pequeña porción de la delegación chilena pueda hablar con las Damas de
Blanco, con los periodistas independientes o con alguien que pueda ofrecer una
versión diferente a las explicaciones estatales. Podrían entonces sentir que
han puesto sus pies sobre terreno real y no en ese país de las maravillas, por
el que varias Alicias ya han hecho su ilusorio recorrido. De no hacerlo, los
cubanos sentiremos que no han venido a visitarnos a nosotros, sino a ese
reducido grupo de septuagenarios que ostenta el poder.

No alcanzaría, sin embargo, la breve visita de
la Presidenta chilena para lograr reconstruir ese espejo fragmentado que es la
Cuba actual. Ella sólo podrá asomarse al pedazo dorado que han preparado para
los visitantes, pero el oscuro azogue de la cotidianidad le estará vedado. No
nos verá hacer las largas colas para el pan, aguardar el retrasado ómnibus o
armar los improvisados artefactos con los que muchos se lanzan al mar. No le
mostrarán nada de eso, pero tengo la impresión de que lo intuye y lo presiente.
Sabe, de antemano, que más allá del blindado cristal de su auto, hay un país
que poco se parece al que le mostrarán.

Yoani Sánchez.