quésa. Eugenio Tironi: “Respecto
a su vida privada la gente no está pesimista. Donde hay pesimismo es respecto a
esa entelequia que llamamos país”.

-¿A qué atribuye el pesimismo
imperante en Chile?


-¿Qué pesimismo?
Creo que respecto a su vida privada la gente no está pesimista. Al contrario:
está llena de planes y expectativas. Donde hay pesimismo es respecto a esa
entelequia que llamamos país, que se hace cada vez más incomprensible e
inabordable para el común de los mortales. Las vidas personales se desacoplaron
del país: esto es lo que pasa. En lo íntimo estamos bacán; en lo otro han
muerto las ilusiones (especialmente después del Transantiago), y por ende, lo
que hay es escepticismo e indiferencia.


-¿El
pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de nuestras élites o más bien
responde a una situación coyuntural?


-Nuestras élites tienen muchos pecados, pero entre éstos no
está el pesimismo. Al contrario: han dado muestras de comprarse cuanto cuento
anda por ahí, creer en ellos a pie juntillas y empujarlos con un voluntarismo
que es objeto de envidia en muchas partes. Para no ir más lejos, miremos lo que
fue La revolución en libertad, la Vía chilena al socialismo, El ladrillo
de los Chicago Boys, la transición a la democracia, o la globalización de
Chile. ¿Podemos llamar a esto pesimismo? Para nada. Nunca me he tragado eso de
que nuestra élite sería maníaco-depresiva. Pasa por valles, no hay duda; pero
son bastante coyunturales, y se repone rápido.

-¿Cuánto influye la crisis de
liderazgo político actual en el pesimismo?


-Mucho. O mejor: totalmente. La élite no ha cumplido con el
rol primario de cualquier liderazgo: mantener vivo el nexo entre la vida íntima
de las personas (sus afectos, sus experiencias, sus ilusiones) y la cosa
pública (la política, las instituciones, el Estado, el gobierno, el país).
Ambas dimensiones están divorciadas. Esta última se presenta como un artefacto
destinado a dar de vivir y a proteger a las élites, mientras la vida de las
personas se refugia en sus relaciones más cercanas, en especial la familia.
Esto que ocurre con las personas, ocurre también con las empresas, las
universidades y todo tipo de organizaciones de la sociedad civil: se han
desentendido de lo que dice relación con la creación y gestión del orden
social. Esta situación revela un fracaso fenomenal del liderazgo político; y
conduce por cierto a un clima pesimista y escéptico respecto a los proyectos
colectivos de cualquier tipo.

– Este
país ha mejorado sus índices económicos y sociales en los últimos 20 años. ¿A
qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el pesimismo?


-Ya dije que, en lo que respecta a la vida particular de las
personas, de las empresas, de las organizaciones, no me parece que reine el
pesimismo. Éste surge cuando se habla del país. Ahora bien, respecto a los
índices económicos, éstos tienen luces y sombras. Producen orgullo, identidad,
placer, pero a la vez cansancio, pues reposan en largas jornadas de trabajo, en
un clima de alta inestabilidad, en un ambiente de fuerte competencia; reposan,
en suma, sobre altas dosis de angustia, de soledad y de estres. Por otro lado
surge la pregunta de cómo mantener tales índices (vitales para el confort
material y emocional de los chilenos y chilenas de hoy) ante las amenazas de la
inflación y la desaceleración del crecimiento económico. No sé si es
propiamente pesimismo; pero lo cierto es que ese cóctel produce inquietud.

-Ambas coaliciones políticas
-tanto Concertación como Alianza- se ven enfrentadas a bajas cifras de apoyo en
las encuestas. ¿Hay una crisis de representatividad que influye en la
percepción negativa de las personas sobre quienes dirigen el país?


-Definitivamente sí. Ambas coaliciones nacieron en un Chile
muy distinto al actual. Lo hicieron cuando unos teníamos miedo a la dictadura y
al mercado, y otros al marxismo y al Estado. Hoy los miedos son otros: son a la
inflación, a la enfermedad, a la delincuencia y a la soledad. Comenzamos a
tener los males del desarrollo antes de haberlo alcanzado. Ahora bien, no creo
que las coaliciones, como tales, puedan hacerse cargo de estos miedos. Esta es
función más bien de los liderazgos personales.

Por ahí hay que buscar. Las coaliciones sólo ponen la
escenografía.

-¿Estamos
realmente enfrentados a un cruce histórico complejo o más bien esto es una
narración inventada desde la elite para expresar su disconformidad?


-Decir que algo es de la élite y no de la sociedad no tiene
sentido, pues las élites son tales precisamente porque moldean en parte a la
sociedad -o quizás sea mejor decir que la estilizan-. Ahora bien, es cierto que
la élite política anda de disconforme por la vida: la de la Concertación porque
en su mayoría siente que el tiempo se le termina y que no logró construir el
Chile de sus sueños -que sería, según dicen, muy distinto del que han venido
armando-; y la de la Alianza porque está cada vez más carcomida por la
impaciencia de llegar al poder, lo que la ha vuelto irritable a grado extremo.
Y también es cierto que este ofuscamiento de las élites políticas, que las
lleva a estar concentradas casi exclusivamente en sus propias querellas, crea
un clima social negativo, que nutre ese pesimismo sobre el país del que
hablábamos. La clase política, en suma, es directamente responsable de ese
pesimismo.

-Más de una vez se ha dicho que
este país cambió culturalmente y que el mejor ejemplo de eso es la elección de
Bachelet. Es más: se habló de un cambio sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados
de ánimo son reflejo de la confusión e incertidumbre respecto de quién queremos
que nos gobierne: el estilo ciudadano, el autoritario, etc?


-Hay algo de esto. Yo recuerdo que estando en educación
media, a fines de los 60, a
mi colegio le dio con realizar planes experimentales. Uno de ellos fue la
“autodisciplina”, que entre otras cosas significaba que los
profesores se retiraban al momento de las pruebas, y era responsabilidad de
cada uno si copiaba, si sacaba su cuaderno o su libro, o si resistía esas
tentaciones y hacía la prueba como Dios manda. Era desgarrador, tanto en lo
personal como en lo grupal, pues al interior del curso se producían fuertes
conflictos sobre qué hacer con la libertad que sorpresivamente se nos otorgaba.
En perspectiva, pienso que este experimento nos marcó a todos positivamente;
pero en su momento la verdad es que lo único que queríamos es que volviera el
profesor, y con él una disciplina externa a nosotros mismos, ante la cual o nos
sometíamos o nos rebelábamos, pero sin pasar por el desgarro de la
“autodisciplina”. Pienso que algo parecido nos está pasando como
país.

Hemos pasado por un período caracterizado por una débil
autoridad externa, normativa, castigadora, y por la promoción de la
expresividad, la participación y la movilización. Esto será recordado como un
punto de quiebre que nos hizo madurar como personas y como sociedad -en cierto
sentido, pasar de la adolescencia a la adultez-; pero ahora, por lo menos, todo
eso nos tiene un poco cansados y asustados de nosotros mismos, pues hemos
descubierto que no éramos tan nobles como nos imaginábamos.

-¿Qué
discurso de futuro se requiere hoy para superar el pesimismo?


-Primero lo que dije antes: para decirlo crudamente, más
normas y menos participación. Lo segundo, me parece que estamos ante un cambio
de ciclo. Si ayer estábamos agotados de un discurso grandilocuente y de planes
faraónicos, y queríamos un estilo más doméstico, más humilde, más concreto; hoy
resulta que estamos aburridos de todo esto, pues se vuelve agobiadoramente
trivial. Sucede como esos días domingo que uno esperó con ansias para
zambullirse de lleno en la vida cotidiana, pero que al final espera que
terminen pronto porque ya no soporta seguir cocinando, limpiando y lavando
platos, y lo que añora es la fría, impersonal y reglamentada vida de lunes a
viernes en el trabajo. En el ciclo que se abre, entonces, lo que se espera son
horizontes, promesas, sueños que a uno le permitan sobreponerse de las miserias
inevitables de la vida cotidiana, de la vida doméstica. “Menos realidad,
más promesas”; “menos medidas, más propósitos”; “menos
presente, más futuro”. Esto es lo que hoy se le demanda al discurso de las
élites.

-¿Cuánto influye en el pesimismo
la percepción de que el establishment tiene pocos incentivos para mejorar las
debilidades de este país? ¿Hay una puja de una nueva élite, que enarbolando las
banderas del inconformismo, busca suceder a la otra?


-Es cierto que la élite chilena vive con un confort
descomunal, pues posee aún los privilegios que le otorga una sociedad
tradicional (como los servicios personales a bajo precio), pero cuenta a la vez
con todos los artefactos que le ofrece la sociedad moderna. Pero de ahí a decir
que es indiferente a las debilidades del país o que no está interesada en
corregirlas, creo que es ir demasiado lejos. Si uno ve las universidades, las
empresas, las ONG, el mundo del arte y la cultura, se descubre que ahí hay
élites dinámicas, creativas, disciplinadas y sanamente disconformes. Estas
élites están cada vez más disociadas de la cosa pública; vale decir de la
política. Si surge una nueva élite, ésta será más intimista y menos pública,
menos política. Aquí tenemos un problema, que la actual clase política hace a
su vez poco por subsanar.

-¿Existe acaso un agotamiento de
los proyectos que han gobernado este país en los últimos 30 años?


-Sí, ya lo dije antes. Pero no creo que vaya a aparecer un
mesías o un nuevo proyecto de las nubes. Somos una sociedad demasiado
estructurada para eso -en buena hora-. Es desde dentro de las coaliciones
actuales desde donde debiera emerger (asumiendo las rupturas que correspondan)
una propuesta nueva, que levante una nueva parusía, que nos conmueva con un
nuevo relato, que nos agrupe otra vez como comunidad de propósito.

-¿Usted
milita en el bando de los optimistas o pesimistas?


-De los optimistas. Autocomplaciente hasta la muerte. Yo
estaría preocupado si las vidas privadas de los chilenos fuesen cada vez más
frustrantes y más miserables, mientras en su entorno (en el país) las cosas
estuviesen relucientes. Pero las cosas son al revés. Hay una gran vitalidad
comprimida; sólo falta tiempo, más la ayuda de un buen liderazgo, para que ella
irrumpa en el ámbito público. Pero ese día llegará, más temprano que tarde.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra
o siconálisis?


-Para sicoanálisis no: no tenemos ni tiempo ni paciencia, ni
quizás la capacidad para enfrentar todos nuestros fantasmas. Quizás para
siquiatra: no necesitamos demasiadas diagnósticos y racionalizaciones, sino el
fármaco adecuado que estabilice nuestro ánimo para seguir el camino que
traemos, que entra ahora en la parte más dura y solitaria.

 

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