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Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 4

 

quésa. Eugenio Tironi: “Respecto
a su vida privada la gente no está pesimista. Donde hay pesimismo es respecto a
esa entelequia que llamamos país”.

-¿A qué atribuye el pesimismo
imperante en Chile?


-¿Qué pesimismo?
Creo que respecto a su vida privada la gente no está pesimista. Al contrario:
está llena de planes y expectativas. Donde hay pesimismo es respecto a esa
entelequia que llamamos país, que se hace cada vez más incomprensible e
inabordable para el común de los mortales. Las vidas personales se desacoplaron
del país: esto es lo que pasa. En lo íntimo estamos bacán; en lo otro han
muerto las ilusiones (especialmente después del Transantiago), y por ende, lo
que hay es escepticismo e indiferencia.


-¿El
pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de nuestras élites o más bien
responde a una situación coyuntural?


-Nuestras élites tienen muchos pecados, pero entre éstos no
está el pesimismo. Al contrario: han dado muestras de comprarse cuanto cuento
anda por ahí, creer en ellos a pie juntillas y empujarlos con un voluntarismo
que es objeto de envidia en muchas partes. Para no ir más lejos, miremos lo que
fue La revolución en libertad, la Vía chilena al socialismo, El ladrillo
de los Chicago Boys, la transición a la democracia, o la globalización de
Chile. ¿Podemos llamar a esto pesimismo? Para nada. Nunca me he tragado eso de
que nuestra élite sería maníaco-depresiva. Pasa por valles, no hay duda; pero
son bastante coyunturales, y se repone rápido.

-¿Cuánto influye la crisis de
liderazgo político actual en el pesimismo?


-Mucho. O mejor: totalmente. La élite no ha cumplido con el
rol primario de cualquier liderazgo: mantener vivo el nexo entre la vida íntima
de las personas (sus afectos, sus experiencias, sus ilusiones) y la cosa
pública (la política, las instituciones, el Estado, el gobierno, el país).
Ambas dimensiones están divorciadas. Esta última se presenta como un artefacto
destinado a dar de vivir y a proteger a las élites, mientras la vida de las
personas se refugia en sus relaciones más cercanas, en especial la familia.
Esto que ocurre con las personas, ocurre también con las empresas, las
universidades y todo tipo de organizaciones de la sociedad civil: se han
desentendido de lo que dice relación con la creación y gestión del orden
social. Esta situación revela un fracaso fenomenal del liderazgo político; y
conduce por cierto a un clima pesimista y escéptico respecto a los proyectos
colectivos de cualquier tipo.

– Este
país ha mejorado sus índices económicos y sociales en los últimos 20 años. ¿A
qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el pesimismo?


-Ya dije que, en lo que respecta a la vida particular de las
personas, de las empresas, de las organizaciones, no me parece que reine el
pesimismo. Éste surge cuando se habla del país. Ahora bien, respecto a los
índices económicos, éstos tienen luces y sombras. Producen orgullo, identidad,
placer, pero a la vez cansancio, pues reposan en largas jornadas de trabajo, en
un clima de alta inestabilidad, en un ambiente de fuerte competencia; reposan,
en suma, sobre altas dosis de angustia, de soledad y de estres. Por otro lado
surge la pregunta de cómo mantener tales índices (vitales para el confort
material y emocional de los chilenos y chilenas de hoy) ante las amenazas de la
inflación y la desaceleración del crecimiento económico. No sé si es
propiamente pesimismo; pero lo cierto es que ese cóctel produce inquietud.

-Ambas coaliciones políticas
-tanto Concertación como Alianza- se ven enfrentadas a bajas cifras de apoyo en
las encuestas. ¿Hay una crisis de representatividad que influye en la
percepción negativa de las personas sobre quienes dirigen el país?


-Definitivamente sí. Ambas coaliciones nacieron en un Chile
muy distinto al actual. Lo hicieron cuando unos teníamos miedo a la dictadura y
al mercado, y otros al marxismo y al Estado. Hoy los miedos son otros: son a la
inflación, a la enfermedad, a la delincuencia y a la soledad. Comenzamos a
tener los males del desarrollo antes de haberlo alcanzado. Ahora bien, no creo
que las coaliciones, como tales, puedan hacerse cargo de estos miedos. Esta es
función más bien de los liderazgos personales.

Por ahí hay que buscar. Las coaliciones sólo ponen la
escenografía.

-¿Estamos
realmente enfrentados a un cruce histórico complejo o más bien esto es una
narración inventada desde la elite para expresar su disconformidad?


-Decir que algo es de la élite y no de la sociedad no tiene
sentido, pues las élites son tales precisamente porque moldean en parte a la
sociedad -o quizás sea mejor decir que la estilizan-. Ahora bien, es cierto que
la élite política anda de disconforme por la vida: la de la Concertación porque
en su mayoría siente que el tiempo se le termina y que no logró construir el
Chile de sus sueños -que sería, según dicen, muy distinto del que han venido
armando-; y la de la Alianza porque está cada vez más carcomida por la
impaciencia de llegar al poder, lo que la ha vuelto irritable a grado extremo.
Y también es cierto que este ofuscamiento de las élites políticas, que las
lleva a estar concentradas casi exclusivamente en sus propias querellas, crea
un clima social negativo, que nutre ese pesimismo sobre el país del que
hablábamos. La clase política, en suma, es directamente responsable de ese
pesimismo.

-Más de una vez se ha dicho que
este país cambió culturalmente y que el mejor ejemplo de eso es la elección de
Bachelet. Es más: se habló de un cambio sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados
de ánimo son reflejo de la confusión e incertidumbre respecto de quién queremos
que nos gobierne: el estilo ciudadano, el autoritario, etc?


-Hay algo de esto. Yo recuerdo que estando en educación
media, a fines de los 60, a
mi colegio le dio con realizar planes experimentales. Uno de ellos fue la
“autodisciplina”, que entre otras cosas significaba que los
profesores se retiraban al momento de las pruebas, y era responsabilidad de
cada uno si copiaba, si sacaba su cuaderno o su libro, o si resistía esas
tentaciones y hacía la prueba como Dios manda. Era desgarrador, tanto en lo
personal como en lo grupal, pues al interior del curso se producían fuertes
conflictos sobre qué hacer con la libertad que sorpresivamente se nos otorgaba.
En perspectiva, pienso que este experimento nos marcó a todos positivamente;
pero en su momento la verdad es que lo único que queríamos es que volviera el
profesor, y con él una disciplina externa a nosotros mismos, ante la cual o nos
sometíamos o nos rebelábamos, pero sin pasar por el desgarro de la
“autodisciplina”. Pienso que algo parecido nos está pasando como
país.

Hemos pasado por un período caracterizado por una débil
autoridad externa, normativa, castigadora, y por la promoción de la
expresividad, la participación y la movilización. Esto será recordado como un
punto de quiebre que nos hizo madurar como personas y como sociedad -en cierto
sentido, pasar de la adolescencia a la adultez-; pero ahora, por lo menos, todo
eso nos tiene un poco cansados y asustados de nosotros mismos, pues hemos
descubierto que no éramos tan nobles como nos imaginábamos.

-¿Qué
discurso de futuro se requiere hoy para superar el pesimismo?


-Primero lo que dije antes: para decirlo crudamente, más
normas y menos participación. Lo segundo, me parece que estamos ante un cambio
de ciclo. Si ayer estábamos agotados de un discurso grandilocuente y de planes
faraónicos, y queríamos un estilo más doméstico, más humilde, más concreto; hoy
resulta que estamos aburridos de todo esto, pues se vuelve agobiadoramente
trivial. Sucede como esos días domingo que uno esperó con ansias para
zambullirse de lleno en la vida cotidiana, pero que al final espera que
terminen pronto porque ya no soporta seguir cocinando, limpiando y lavando
platos, y lo que añora es la fría, impersonal y reglamentada vida de lunes a
viernes en el trabajo. En el ciclo que se abre, entonces, lo que se espera son
horizontes, promesas, sueños que a uno le permitan sobreponerse de las miserias
inevitables de la vida cotidiana, de la vida doméstica. “Menos realidad,
más promesas”; “menos medidas, más propósitos”; “menos
presente, más futuro”. Esto es lo que hoy se le demanda al discurso de las
élites.

-¿Cuánto influye en el pesimismo
la percepción de que el establishment tiene pocos incentivos para mejorar las
debilidades de este país? ¿Hay una puja de una nueva élite, que enarbolando las
banderas del inconformismo, busca suceder a la otra?


-Es cierto que la élite chilena vive con un confort
descomunal, pues posee aún los privilegios que le otorga una sociedad
tradicional (como los servicios personales a bajo precio), pero cuenta a la vez
con todos los artefactos que le ofrece la sociedad moderna. Pero de ahí a decir
que es indiferente a las debilidades del país o que no está interesada en
corregirlas, creo que es ir demasiado lejos. Si uno ve las universidades, las
empresas, las ONG, el mundo del arte y la cultura, se descubre que ahí hay
élites dinámicas, creativas, disciplinadas y sanamente disconformes. Estas
élites están cada vez más disociadas de la cosa pública; vale decir de la
política. Si surge una nueva élite, ésta será más intimista y menos pública,
menos política. Aquí tenemos un problema, que la actual clase política hace a
su vez poco por subsanar.

-¿Existe acaso un agotamiento de
los proyectos que han gobernado este país en los últimos 30 años?


-Sí, ya lo dije antes. Pero no creo que vaya a aparecer un
mesías o un nuevo proyecto de las nubes. Somos una sociedad demasiado
estructurada para eso -en buena hora-. Es desde dentro de las coaliciones
actuales desde donde debiera emerger (asumiendo las rupturas que correspondan)
una propuesta nueva, que levante una nueva parusía, que nos conmueva con un
nuevo relato, que nos agrupe otra vez como comunidad de propósito.

-¿Usted
milita en el bando de los optimistas o pesimistas?


-De los optimistas. Autocomplaciente hasta la muerte. Yo
estaría preocupado si las vidas privadas de los chilenos fuesen cada vez más
frustrantes y más miserables, mientras en su entorno (en el país) las cosas
estuviesen relucientes. Pero las cosas son al revés. Hay una gran vitalidad
comprimida; sólo falta tiempo, más la ayuda de un buen liderazgo, para que ella
irrumpa en el ámbito público. Pero ese día llegará, más temprano que tarde.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra
o siconálisis?


-Para sicoanálisis no: no tenemos ni tiempo ni paciencia, ni
quizás la capacidad para enfrentar todos nuestros fantasmas. Quizás para
siquiatra: no necesitamos demasiadas diagnósticos y racionalizaciones, sino el
fármaco adecuado que estabilice nuestro ánimo para seguir el camino que
traemos, que entra ahora en la parte más dura y solitaria.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

6. Comentarios

Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 2

 

Mi país privado

emol. En estos 20 años, Chile
ha transitado desde una sociedad europea a una estadounidense, de una población
que descansaba en el Estado a otra que siente que el futuro está en sus manos,
que tiene elevadas expectativas de progreso y movilidad social y que ya no teme
al caos económico o político, pero sí a la enfermedad, a la delincuencia y al
desempleo.
Por Eugenio Tironi


1. La tendencia social más relevante es la que mostró
el último censo. Tenemos un estancamiento en la población (que crece un 1,4 por
ciento). El grupo que más crece es el de los adultos mayores de 60 años (hoy,
un 11,4 por ciento en relación al 9,8 por ciento de 1992), y el grupo de
menores de 15 años va reduciéndose (del 29,4 por ciento que era en 1992 al 25,7
por ciento actual), todo lo cual lo explica también el fenómeno de la reducción
de los matrimonios.

2. Tenemos
una población muchísimo más educada. Y esto tiene de dulce y de agraz. Porque
los educados son más rebeldes, más informados, menos dóciles. Y lo más
relevante: el 80 por ciento de los alumnos de educación superior viene de
familias que no habían llegado a ese nivel antes. En parte, esa diferencia
entre padres e hijos explica las dificultades que tiene el sistema educacional
para tener buenos rendimientos, porque ni el mejor profesor reemplaza a una
familia equipada culturalmente. ¿Quiénes son los “pingüinos”? Son los
hijos de los que estaban en las poblaciones en los 80, que a su vez eran hijos
de trabajadores fabriles de fines de los 70, que a su vez eran hijos de
inquilinos que estaban en el campo. Y que ahora están exigiendo acceso a una
educación de mayor calidad. Es un cambio importante.

3. Obviamente,
la mujer ha adquirido un protagonismo superior al pasado. Mucho más escolaridad
de la que tenía. Un nivel de integración a la fuerza laboral significativo. El
ritmo de la incorporación de la mujer es ya mayor que el de los hombres.
Estamos bajos en relación a los países desarrollados (tenemos un 40 por ciento,
mientras en esos países se llega a un 60 por ciento), pero al ritmo que vamos
se acortará la distancia en un tiempo relativamente breve. Lo interesante es
que la mujer se incorpora no solamente en empleos marginales, sino que en otros
más sofisticados: se duplica en “técnicos profesionales” y sube en
“profesionales” y “asalariados”.

4. Durante
estos años la familia se diversifica, es más heterogénea. Hay muchas más
familias presididas por una mujer, son mucho más pequeñas, caen los matrimonios
y se posterga la parentalidad. Las personas quieren tener un ciclo de vida
completo, autónomo e independiente. La gente se está casando a los 30 años,
estamos llegando a los cánones europeos en esa materia. Mucha más gente vive
sola. Pero la familia, diversa, sigue siendo clave. Un 96 por ciento le
atribuye una importancia crucial (en contraste con el 85 por ciento que
respondía eso en 1990)

5. Nos
convertimos en un país de propietarios y no de proletarios. La tasa de gente
que es propietaria de una vivienda es elevadísima (72,5 por ciento). Este es
uno de los efectos que tuvo la política de vivienda que se instauró a comienzos
de los 80. Las casas serán chicas, sin equipamiento, sin barrios, pero son
propias. Y, por tanto, esto ha atentado contra las familias más extensas. Es
todo un problema. Muchas mujeres que son jefas de familia a veces se tienen que
batir sin la ayuda de abuelos, tíos, hermanos. Y el único soporte, en el fondo,
es la televisión. Es interesante que el tema de la casa propia esté tan
instaurado. Las viviendas tienen una infraestructura que jamás soñaron los
padres de quienes las habitan. Llama la atención también la cantidad de
inversión que los chilenos hacemos en el hogar, en sentido que es una visión
más norteamericana que europea. Estos últimos invierten mucho menos en el hogar
y más en sus relaciones y espacios públicos, a diferencia de la cultura
estadounidense, que convierte sus casas prácticamente en sus templos. El
chileno ha aumentado mucho en el equipamiento de su hogar. Y ésta es una cara
oculta de la igualdad: el acceso a la televisión, a lavadoras, a
electrodomésticos se ha masificado.

6. Hay
una fuerte identificación con la clase media (el 47 por ciento de los chilenos
se define como tal). La gente siente haber progresado en comparación a sus
padres de forma significativa (un 45 por ciento piensa que está mejor, en
oposición con un 30 por ciento que dice que su situación ha empeorado). Los
chilenos perciben que viven en un país que les ofrece oportunidades, y esto es
curioso porque contrasta con el pesimismo. Hay un cierto pesimismo respecto del
Chile público, pero hay una suerte de optimismo del Chile privado, del Chile
íntimo. Un 60 por ciento de los chilenos cree que es posible terminar la
enseñanza secundaria (frente a un promedio de 46 por ciento de América Latina);
un 39 por ciento piensa que un joven de pocos recursos pero inteligente puede
ingresar a la universidad, cifra sólo superada por México.

7. Lo
que sí es más complicado es salir de la pobreza en Chile (sólo un 19 por ciento
piensa que la probabilidad de un pobre de superar esa situación es alta). Y es
efectivo. Pero la gente lo atribuye hoy a factores más privados: enfermedades o
algún tipo de calamidad. No podemos echarle la culpa al sistema o al Estado,
porque del Estado no esperamos nada. Lo que sería el perfecto espíritu
capitalista: un norteamericano no espera nada del Estado. Se les atribuye la
riqueza y la pobreza a factores personales: (un 35 por ciento atribuye a la
iniciativa de trabajo y talento la posibilidad de tener mucho dinero en Chile).
No tanto el dinero heredado ni la influencia (18 por ciento). Lo mismo es
válido para la pobreza. A la pobreza se le imputa la flojera, vicio,
alcoholismo (44 por ciento), más que un problema de sistema o la discriminación
(10 por ciento). Y es duro vivir con eso. Porque hoy, aparte de ser pobre, la
persona se culpa a sí misma de serlo. Y el rico tiene la gran virtud de que
puede serlo y autoasignárselo a su capacidad. Y una persona de clase media
puede decir: he llegado a ser rico gracias a mi esfuerzo. La gente tiene mucha
expectativa de movilidad. Frente a la pregunta “¿Usted cree que en 10 años
más va a estar mejor?”, un 65 por ciento responde que sí. “¿Y sus
hijos van a estar mejor?”, un 88 por ciento. Esta expectativa de movilidad
es un ingrediente importante, porque permite tolerar la desigualdad. Yo tolero
la desigualdad siempre y cuando tenga la expectativa de que vaya a llegar
lejos. Esta es la raíz del sueño norteamericano. Estados Unidos soporta niveles
de desigualdad altísimos, muy superior a los de Europa, porque la gente tiene
esa expectativa bastante idealizada.

8. También
hay miedos. No al caos económico ni al desorden político. Son miedos mucho más
individuales: a perder el empleo, (34 por ciento de los chilenos, en contraste
con un 18 por ciento de los argentinos); a tener una enfermedad (47 por ciento,
en relación a un 16 por ciento de los argentinos). Eso explica por qué tantas
farmacias por metro cuadrado en Chile. Somos el país que tiene más preocupación
por la enfermedad y por el desempleo. También por la delincuencia. Un 47 por
ciento teme ser víctima de un robo o asalto (sólo somos superados por Guatemala
y Brasil en América Latina). La gente vive con un grado de angustia más o menos
alto. Y eso se traduce en pesimismo.

9. El
consumismo está por todos lados. Hay una lógica de consumidor no sólo frente a
las empresas, sino que hasta con la Iglesia. La gente se cambia de Iglesia en
función de cual le ofrece un camino al cielo más despejado y una vida con menos
culpa. Uno espera lo mismo de los políticos. Y los políticos se venden como
cualquier producto. La gente se relaciona con ellos exigiéndoles resultados. La
lógica del consumidor ha penetrado mucho. Ha cambiado también la relación con
la comunicación. La entretención capturó a la información. El imperialismo de
la entretención se comió a la información.

10. Además,
todos somos mucho más liberales, como lo revela el tema del matrimonio (un 78,6
por ciento aprueba la ley de divorcio en contraste con el 69,4 que la aprobaba
en 1999), como también en la aceptación de la sexualidad antes del matrimonio
(un 68,9 se manifestó a favor en el último censo, en comparación al 56,2 de
1999). Pero la familia, aun cuando sea tan diversa, sigue siendo central en la
percepción de la gente. Confiamos en la familia más que en los amigos. Tenemos
más redes de familiares que de amistad. Ante la erosión de otros vínculos, uno
se va a lo más básico, que es la familia. Pero vivimos muy frustrados con la
familia, porque es imposible que satisfaga todas las expectativas que tenemos
depositadas en ella.

Resumiendo los cambios más recientes: en los
90 la gran cuestión era el acceso: al consumo, a la educación, a la salud, a la
vivienda. El problema ahora es la equidad. Hoy, tener un acceso justo e igualitario
es un tema fundamental. Cualquier candidato que quiera aspirar a algo lo va a
tener que levantar. Y así como la izquierda se compró el discurso del mercado,
la derecha se compró ahora la equidad. Y eso implica también calidad en todos
los planos. Los “pingüinos” reclamaron por la calidad. La gente que
espera viviendas lucha por la calidad. En un año y medio, la noción de lo que
era aceptable cambió. Hay además una tendencia mucho más presentista, palabra
que yo no tenía en mi vocabulario. Ahora todo el mundo disfruta, se está
perdiendo la noción de espera. Hay mucho más deseo de satisfacción inmediata,
pero se produce un pesimismo y una frustración.

La confianza que existió en los 90 y bien
avanzado el 2000 en una tecnocracia, en cierto modo omnipotente, que era capaz
de tomar decisiones en función del bien público y al margen de las
consideraciones políticas y sociales, ha quedado bastante desacreditada,
particularmente después del Transantiago.

La Concertación no ha cambiado las cosas. Y si
Pinochet trasladó a Chile desde París a Chicago, la Concertación no ha llevado
a Chile de vuelta a París, sino que cuando mucho lo trasladó a Boston, un
traslado sigiloso de un modelo autoritario liberal excluyente a otro
democrático liberal incluyente. Lo que ha hecho la Concertación en los últimos
20 años es no romper con el mercado, aunque sí introducir y reforzar
regulaciones en defensa del consumidor, de la libre competencia, del medio
ambiente. Pero hay un cierto debilitamiento del espíritu comunitario, y quizás
esto viene de la implantación tan radical de un capitalismo neoliberal.
Probablemente hay una suerte de malestar por los vínculos que se destruyeron y
que no son reemplazados por otros, porque tenemos muy poca confianza en las
instituciones. Para una sociedad adicta al crecimiento, eso produce un grado de
incertidumbre alto. No creo que sea imaginable que Chile vaya a volver atrás, a
ese viejo modelo que los mismos europeos están abandonando en su variante más
radical. Pero sí se plantean preguntas más de fondo. No basta la estabilidad
económica y política. Superado cierto nivel, la prosperidad parece no hacer
mayor diferencia en materia de felicidad. Lo alcanzado no es suficiente como
respuestas. Estamos en ese momento: entrando a temas que no son del todo
materialistas: que tienen que ver con la justicia, con la equidad, con las
relaciones, con los vínculos. El puro emprendimiento, la competencia, no va con
el espíritu de los tiempos. La gente quiere más regulación urbana, quiere
proteger la plaza, quiere más regulación ambiental, quiere más control en el
consumo para que no le metan dioxinas. El Chile de estos 20 años y de cómo
encuentra un camino más propio no va a ser Europa, pero tampoco tiene que ser
exactamente lo que hemos tenido hasta hoy.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

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