Mi país privado

emol. En estos 20 años, Chile
ha transitado desde una sociedad europea a una estadounidense, de una población
que descansaba en el Estado a otra que siente que el futuro está en sus manos,
que tiene elevadas expectativas de progreso y movilidad social y que ya no teme
al caos económico o político, pero sí a la enfermedad, a la delincuencia y al
desempleo.
Por Eugenio Tironi


1. La tendencia social más relevante es la que mostró
el último censo. Tenemos un estancamiento en la población (que crece un 1,4 por
ciento). El grupo que más crece es el de los adultos mayores de 60 años (hoy,
un 11,4 por ciento en relación al 9,8 por ciento de 1992), y el grupo de
menores de 15 años va reduciéndose (del 29,4 por ciento que era en 1992 al 25,7
por ciento actual), todo lo cual lo explica también el fenómeno de la reducción
de los matrimonios.

2. Tenemos
una población muchísimo más educada. Y esto tiene de dulce y de agraz. Porque
los educados son más rebeldes, más informados, menos dóciles. Y lo más
relevante: el 80 por ciento de los alumnos de educación superior viene de
familias que no habían llegado a ese nivel antes. En parte, esa diferencia
entre padres e hijos explica las dificultades que tiene el sistema educacional
para tener buenos rendimientos, porque ni el mejor profesor reemplaza a una
familia equipada culturalmente. ¿Quiénes son los “pingüinos”? Son los
hijos de los que estaban en las poblaciones en los 80, que a su vez eran hijos
de trabajadores fabriles de fines de los 70, que a su vez eran hijos de
inquilinos que estaban en el campo. Y que ahora están exigiendo acceso a una
educación de mayor calidad. Es un cambio importante.

3. Obviamente,
la mujer ha adquirido un protagonismo superior al pasado. Mucho más escolaridad
de la que tenía. Un nivel de integración a la fuerza laboral significativo. El
ritmo de la incorporación de la mujer es ya mayor que el de los hombres.
Estamos bajos en relación a los países desarrollados (tenemos un 40 por ciento,
mientras en esos países se llega a un 60 por ciento), pero al ritmo que vamos
se acortará la distancia en un tiempo relativamente breve. Lo interesante es
que la mujer se incorpora no solamente en empleos marginales, sino que en otros
más sofisticados: se duplica en “técnicos profesionales” y sube en
“profesionales” y “asalariados”.

4. Durante
estos años la familia se diversifica, es más heterogénea. Hay muchas más
familias presididas por una mujer, son mucho más pequeñas, caen los matrimonios
y se posterga la parentalidad. Las personas quieren tener un ciclo de vida
completo, autónomo e independiente. La gente se está casando a los 30 años,
estamos llegando a los cánones europeos en esa materia. Mucha más gente vive
sola. Pero la familia, diversa, sigue siendo clave. Un 96 por ciento le
atribuye una importancia crucial (en contraste con el 85 por ciento que
respondía eso en 1990)

5. Nos
convertimos en un país de propietarios y no de proletarios. La tasa de gente
que es propietaria de una vivienda es elevadísima (72,5 por ciento). Este es
uno de los efectos que tuvo la política de vivienda que se instauró a comienzos
de los 80. Las casas serán chicas, sin equipamiento, sin barrios, pero son
propias. Y, por tanto, esto ha atentado contra las familias más extensas. Es
todo un problema. Muchas mujeres que son jefas de familia a veces se tienen que
batir sin la ayuda de abuelos, tíos, hermanos. Y el único soporte, en el fondo,
es la televisión. Es interesante que el tema de la casa propia esté tan
instaurado. Las viviendas tienen una infraestructura que jamás soñaron los
padres de quienes las habitan. Llama la atención también la cantidad de
inversión que los chilenos hacemos en el hogar, en sentido que es una visión
más norteamericana que europea. Estos últimos invierten mucho menos en el hogar
y más en sus relaciones y espacios públicos, a diferencia de la cultura
estadounidense, que convierte sus casas prácticamente en sus templos. El
chileno ha aumentado mucho en el equipamiento de su hogar. Y ésta es una cara
oculta de la igualdad: el acceso a la televisión, a lavadoras, a
electrodomésticos se ha masificado.

6. Hay
una fuerte identificación con la clase media (el 47 por ciento de los chilenos
se define como tal). La gente siente haber progresado en comparación a sus
padres de forma significativa (un 45 por ciento piensa que está mejor, en
oposición con un 30 por ciento que dice que su situación ha empeorado). Los
chilenos perciben que viven en un país que les ofrece oportunidades, y esto es
curioso porque contrasta con el pesimismo. Hay un cierto pesimismo respecto del
Chile público, pero hay una suerte de optimismo del Chile privado, del Chile
íntimo. Un 60 por ciento de los chilenos cree que es posible terminar la
enseñanza secundaria (frente a un promedio de 46 por ciento de América Latina);
un 39 por ciento piensa que un joven de pocos recursos pero inteligente puede
ingresar a la universidad, cifra sólo superada por México.

7. Lo
que sí es más complicado es salir de la pobreza en Chile (sólo un 19 por ciento
piensa que la probabilidad de un pobre de superar esa situación es alta). Y es
efectivo. Pero la gente lo atribuye hoy a factores más privados: enfermedades o
algún tipo de calamidad. No podemos echarle la culpa al sistema o al Estado,
porque del Estado no esperamos nada. Lo que sería el perfecto espíritu
capitalista: un norteamericano no espera nada del Estado. Se les atribuye la
riqueza y la pobreza a factores personales: (un 35 por ciento atribuye a la
iniciativa de trabajo y talento la posibilidad de tener mucho dinero en Chile).
No tanto el dinero heredado ni la influencia (18 por ciento). Lo mismo es
válido para la pobreza. A la pobreza se le imputa la flojera, vicio,
alcoholismo (44 por ciento), más que un problema de sistema o la discriminación
(10 por ciento). Y es duro vivir con eso. Porque hoy, aparte de ser pobre, la
persona se culpa a sí misma de serlo. Y el rico tiene la gran virtud de que
puede serlo y autoasignárselo a su capacidad. Y una persona de clase media
puede decir: he llegado a ser rico gracias a mi esfuerzo. La gente tiene mucha
expectativa de movilidad. Frente a la pregunta “¿Usted cree que en 10 años
más va a estar mejor?”, un 65 por ciento responde que sí. “¿Y sus
hijos van a estar mejor?”, un 88 por ciento. Esta expectativa de movilidad
es un ingrediente importante, porque permite tolerar la desigualdad. Yo tolero
la desigualdad siempre y cuando tenga la expectativa de que vaya a llegar
lejos. Esta es la raíz del sueño norteamericano. Estados Unidos soporta niveles
de desigualdad altísimos, muy superior a los de Europa, porque la gente tiene
esa expectativa bastante idealizada.

8. También
hay miedos. No al caos económico ni al desorden político. Son miedos mucho más
individuales: a perder el empleo, (34 por ciento de los chilenos, en contraste
con un 18 por ciento de los argentinos); a tener una enfermedad (47 por ciento,
en relación a un 16 por ciento de los argentinos). Eso explica por qué tantas
farmacias por metro cuadrado en Chile. Somos el país que tiene más preocupación
por la enfermedad y por el desempleo. También por la delincuencia. Un 47 por
ciento teme ser víctima de un robo o asalto (sólo somos superados por Guatemala
y Brasil en América Latina). La gente vive con un grado de angustia más o menos
alto. Y eso se traduce en pesimismo.

9. El
consumismo está por todos lados. Hay una lógica de consumidor no sólo frente a
las empresas, sino que hasta con la Iglesia. La gente se cambia de Iglesia en
función de cual le ofrece un camino al cielo más despejado y una vida con menos
culpa. Uno espera lo mismo de los políticos. Y los políticos se venden como
cualquier producto. La gente se relaciona con ellos exigiéndoles resultados. La
lógica del consumidor ha penetrado mucho. Ha cambiado también la relación con
la comunicación. La entretención capturó a la información. El imperialismo de
la entretención se comió a la información.

10. Además,
todos somos mucho más liberales, como lo revela el tema del matrimonio (un 78,6
por ciento aprueba la ley de divorcio en contraste con el 69,4 que la aprobaba
en 1999), como también en la aceptación de la sexualidad antes del matrimonio
(un 68,9 se manifestó a favor en el último censo, en comparación al 56,2 de
1999). Pero la familia, aun cuando sea tan diversa, sigue siendo central en la
percepción de la gente. Confiamos en la familia más que en los amigos. Tenemos
más redes de familiares que de amistad. Ante la erosión de otros vínculos, uno
se va a lo más básico, que es la familia. Pero vivimos muy frustrados con la
familia, porque es imposible que satisfaga todas las expectativas que tenemos
depositadas en ella.

Resumiendo los cambios más recientes: en los
90 la gran cuestión era el acceso: al consumo, a la educación, a la salud, a la
vivienda. El problema ahora es la equidad. Hoy, tener un acceso justo e igualitario
es un tema fundamental. Cualquier candidato que quiera aspirar a algo lo va a
tener que levantar. Y así como la izquierda se compró el discurso del mercado,
la derecha se compró ahora la equidad. Y eso implica también calidad en todos
los planos. Los “pingüinos” reclamaron por la calidad. La gente que
espera viviendas lucha por la calidad. En un año y medio, la noción de lo que
era aceptable cambió. Hay además una tendencia mucho más presentista, palabra
que yo no tenía en mi vocabulario. Ahora todo el mundo disfruta, se está
perdiendo la noción de espera. Hay mucho más deseo de satisfacción inmediata,
pero se produce un pesimismo y una frustración.

La confianza que existió en los 90 y bien
avanzado el 2000 en una tecnocracia, en cierto modo omnipotente, que era capaz
de tomar decisiones en función del bien público y al margen de las
consideraciones políticas y sociales, ha quedado bastante desacreditada,
particularmente después del Transantiago.

La Concertación no ha cambiado las cosas. Y si
Pinochet trasladó a Chile desde París a Chicago, la Concertación no ha llevado
a Chile de vuelta a París, sino que cuando mucho lo trasladó a Boston, un
traslado sigiloso de un modelo autoritario liberal excluyente a otro
democrático liberal incluyente. Lo que ha hecho la Concertación en los últimos
20 años es no romper con el mercado, aunque sí introducir y reforzar
regulaciones en defensa del consumidor, de la libre competencia, del medio
ambiente. Pero hay un cierto debilitamiento del espíritu comunitario, y quizás
esto viene de la implantación tan radical de un capitalismo neoliberal.
Probablemente hay una suerte de malestar por los vínculos que se destruyeron y
que no son reemplazados por otros, porque tenemos muy poca confianza en las
instituciones. Para una sociedad adicta al crecimiento, eso produce un grado de
incertidumbre alto. No creo que sea imaginable que Chile vaya a volver atrás, a
ese viejo modelo que los mismos europeos están abandonando en su variante más
radical. Pero sí se plantean preguntas más de fondo. No basta la estabilidad
económica y política. Superado cierto nivel, la prosperidad parece no hacer
mayor diferencia en materia de felicidad. Lo alcanzado no es suficiente como
respuestas. Estamos en ese momento: entrando a temas que no son del todo
materialistas: que tienen que ver con la justicia, con la equidad, con las
relaciones, con los vínculos. El puro emprendimiento, la competencia, no va con
el espíritu de los tiempos. La gente quiere más regulación urbana, quiere
proteger la plaza, quiere más regulación ambiental, quiere más control en el
consumo para que no le metan dioxinas. El Chile de estos 20 años y de cómo
encuentra un camino más propio no va a ser Europa, pero tampoco tiene que ser
exactamente lo que hemos tenido hasta hoy.

 

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