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Calentamiento global:
¿Quién gana… y quién pierde?

(Quépasa) El cambio climático en el próximo siglo (y más allá) podría ser enormemente perjudicial para el mundo, esparciendo enfermedades y provocando guerras. Pero también podría generar ganancias inesperadas para algunas personas, negocios o naciones. Esta es una guía -publicada por la revista The Atlantic- sobre las transformaciones que se producirán en todo el mundo si se concretan los peores pronósticos del calentamiento global, y que van desde el surgimiento de nuevos polos agrícolas hasta disputas por los recursos hídricos y crecientes despoblaciones en distintas partes del mundo.

Por Gregg Easterbrook

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Si el clima de la Tierra cambia de manera significativa, podría haber una alteración de la economía global tan amplia que no tendría paralelo con ningún otro suceso anterior, con excepción de la Segunda Guerra Mundial. El cambio económico implica ganadores y perdedores. Enormes sumas se ganarán y perderán si cambia el clima global. Todos se preguntan por el daño que el calentamiento le produciría al medio ambiente, pero ¿cuál sería su efecto sobre la distribución global de dinero y poder?

Sin importar si es natural o artificial, el cambio climático podría acarrear tremendos beneficios, así como enormes problemas, a distintas regiones del planeta. El mundo se ha calentado durante miles de años antes de la era industrial, e indudablemente ha favorecido la expansión de la civilización. El problema es que la geografía económica del mundo está organizada de acuerdo a un clima que ha prevalecido desde la Edad Media; un cambio climático furtivo podría acarrear enormes transformaciones al ordenamiento físico de la sociedad. En el pasado, los cambios menores en el clima han tenido impactos importantes en la agricultura, las rutas de comercio y en los tipos de productos y commodities. Las transformaciones mayores han catalizado el surgimiento y la caída de sociedades enteras.

El imperio maya, por ejemplo, no desapareció “misteriosamente”; cayó por décadas de sequía que arruinaron su base agrícola y privaron a sus ciudades de agua potable. En la otra cara de la moneda, el período cálido de la Europa medieval, de 1000 a 1400, fue esencial para el ascenso de España, Francia e Inglaterra: esas benignas centurias permitieron el aumento de la producción agrícola, de la población, de las ciudades y universidades, el cual sentó las bases de la Revolución Industrial.

A menos que la teoría del efecto invernadero esté completamente equivocada -la ciencia apoya cada vez más la idea de que está en lo correcto-, el cambio climático del siglo XXI implica que se están gestando radicales transformaciones sociales y económicas.

Hasta ahora el debate sobre el efecto invernadero se ha llevado en abstracto: argumentos sobre el pasado distante, aparejados con conjeturas basadas en modelos computacionales acerca del siglo XXII y las típicas cintas hollywoodenses sobre desastres. Pronto, tanto la abstracción como la fantasía post-apocalíptica podrían ser superadas por la realidad económica y política de un mundo cada vez más caluroso. Si el clima global sigue cambiando, muchas personas y naciones descubrirán que poseen tierras y recursos de un valor creciente, mientras otros sufrirán graves pérdidas. Añada el cambio climático gatillado artificialmente a la volatilidad provocada por la globalización, y las próximas décadas podrían experimentar niveles de trastornos económicos antes impensables, en los que se ganarán y perderán fortunas, de acuerdo al clima físico y de negocios.

Puede que esta pregunta suene extraña: ¿Qué hay para mí con el calentamiento global? Pero no es un juego de palabras. Las formas en que el cambio climático podría alterar la distribución mundial de la riqueza pueden ser de ayuda a la hora de apreciar la profundidad de los remezones que sufrirían nuestras vidas. Más aún, es probable que algunas de sus consecuencias más duraderas surjan no tanto del calentamiento en sí, sino de la manera en que reaccionemos frente a él: si el mundo se calienta considerablemente, los hombres y las mujeres no se quedarán de brazos cruzados; habrá lo que los economistas llaman “respuesta adaptativa”. Algunos aspectos de esta respuesta podrían generar tensiones entre los que ganen y los que pierdan. Si el mundo se calienta, ¿quién gana?, ¿quién pierde? Y, ¿qué hay para mí?

Tierra

Se espera que los bienes inmuebles aumenten sostenidamente su valor durante el siglo XXI, dado que la población y la prosperidad globales están creciendo. La oferta de tierra es limitada, y si algo tiene una oferta fija y una demanda creciente, la apreciación debería ser automática. Eso a menos que el cambio climático haga crecer la oferta de tierra al calentar tierras actualmente congeladas, logrando que la cantidad de tierra demandada sufra un tremendo cambio.

Por ejemplo, mi ciudad natal, Buffalo, actualmente está tan desvalorizada que algunas de sus viviendas estilo Beaux-Arts, emplazadas frente a un parque diseñado por Frederick Law Olmsted, se venden al mismo precio que un departamento de una habitación en Boston o San Francisco. Si un mundo más cálido provoca que el área sea menos fría y nieve menos, Buffalo podría convertirse en uno de los lugares más deseables del país.

Igualmente, Arizona y Nevada, con mercados inmobiliarios en ebullición, podrían volverse insoportablemente calurosos y sus mercados quebrar. Si los océanos suben, el rápido crecimiento de Florida podría verse anegado por un alza en sus peligrosas aguas subterráneas.

??stos son sólo algunos ejemplos posibles. El cambio climático podría trastornar los valores inmobiliarios alrededor del mundo, con un estancamiento de las propiedades en las latitudes bajas, mientras las latitudes altas se convertirían en el cinturón dorado de mediados del siglo XXI.

Los cambios locales en la demanda de viviendas son sólo una parte pequeña del fenómeno. Para apreciar el cuadro general, es cosa de mirar la proyección Mercator de nuestro planeta, y observar cómo las masas de tierra se extienden desde el Ecuador a los polos. Suponga que el calentamiento global es razonablemente uniforme: es probable que las zonas ecuatoriales y de latitudes bajas del mundo se vuelvan más calurosas y menos deseables para habitarlas, además de perder valor en términos económicos; con algunas excepciones, estas áreas albergan a las naciones en desarrollo cuyos niveles de vida ya son bajos.

Entonces, ¿dónde están las masas de tierras ubicadas en latitud alta que podrían volverse más valiosas en un mundo más caluroso? Por mero accidente geográfico, fuera de la Antártica, casi todas estas tierras están en el hemisferio norte, cuyos continentes se extienden de oeste-este. También una pequeña parte de América del Sur -la cual se estrecha cuando se avanza hacia el sur- es de latitud alta, pero ninguna de África o Australia. Para ser más específico, casi todos los beneficios de un mayor valor inmobiliario que se derivan de un mundo más caluroso se acumularían en Alaska, Canadá, Groenlandia, Rusia y Escandinavia.

Esto plantea la posibilidad de que un efecto invernadero artificial podría perjudicar a naciones que ya tienen problemas y beneficiar a países que ya son ricos. Si Alaska se vuelve templada, ello podría abrir al desarrollo un área del doble del tamaño de Texas.

Mayores temperaturas mundiales podrían lanzar a Indonesia, México, Nigeria y otras naciones de latitudes bajas a generaciones de miseria. Mientras que Canadá, Groenlandia y Escandinavia experimentarían una bonanza económica.

¡Y Rusia! Durante generaciones los poetas se han quejado de que el país está condenado por la enorme, siniestra y durísima Siberia. ¿Qué ocurriría si, por el contrario, esa región fuera templada y atractiva? El cambio climático podría convertir a Rusia en dueña de la mayor región de tierras nuevas, prístinas y explotables, desde que los veleros europeos avistaron por primera vez las costas de lo que más tarde se conocería como América del Norte. Las nieves de Siberia cubren suelos que nunca han sido explotados por la agricultura. Más aún, debajo de ellas podrían encontrarse vastos depósitos de combustibles fósiles, así como recursos minerales.

A pesar de que le brindaba amplios beneficios, el gobierno ruso vaciló a la hora de ratificar el Protocolo de Kyoto, el cual regula los gases invernadero. ¿Por qué fue así? Quizá porque saldría ganando con un mundo más cálido: para Rusia, los eventuales beneficios del calentamiento global superan a los de otras naciones.

Desde luego, se puede argumentar que los políticos rara vez piensan en acciones cuyo valor se verá una vez que abandonen sus cargos, por lo que Moscú quizás no tenga una estrategia para beneficiarse de un mundo más cálido. Pero un mundo más cálido sería del agrado de Rusia, sea que esto provenga de una estrategia o del azar. ¿Y cuánto tiempo habrá de pasar hasta que las naciones de latitudes altas se den cuenta de que el calentamiento global es de su interés? En años recientes, Canadá ha aumentado sus emisiones de gases invernadero mucho más rápido que el resto de los países desarrollados. Puede que esto sea el resultado de la prosperidad; o podría ser que tienen un plan maestro para sus enormes territorios actualmente inhabitables.

El calentamiento global podría significar mucho más para el norte que ganar tierras nuevas. En promedio, las temperaturas están aumentando, ¿pero cuándo? ¿Durante el día? ¿La noche? ¿El invierno? ¿El verano? Un temor acerca del cambio climático provocado artificialmente es que el calentamiento global conduciría a un aumento de las temperaturas máximas durante el verano, lo cual arruinaría las cosechas y tendría graves consecuencias para el abastecimiento eléctrico. Sin embargo, hasta ahora el calentamiento -especialmente en América del Norte- se ha traducido en temperaturas mínimas nocturnas e invernales no tan bajas. Mínimas más altas reducen la dureza del invierno en los climas del hemisferio norte y moderan la demanda de energía. Temporadas de nieve más cortas permiten tener períodos de cultivo más largos, impulsando la producción agrícola. En América del Norte, la primavera está llegando cada vez más temprano; en años recientes, los árboles han florecido en Washington casi una semana antes que hace una generación. Puede que parezca espeluznante, pero primaveras anticipadas e inviernos más suaves tienen un valor económico para la agricultura, y todas las sociedades modernas, incluyendo EE.UU., están basadas en la agricultura.

Si un mundo artificialmente más cálido provoca que sean más valiosas las tierras en Canadá, Groenlandia, Rusia, Escandinavia y EE.UU., entonces ello tendrá poderosas consecuencias en la situación global del siglo XXI.

En primer lugar, las sociedades del norte, históricamente más privilegiadas, puede que no decaigan en términos geopolíticos. De hecho, la gran era del poder del norte puede que esté ad portas, si es que el clima está por darle ventajas a esa parte del mundo. Si resulta que el consumo de combustibles fósiles de las naciones del norte ha provocado un cambio climático que fortalece la posición mundial relativa de esas mismas naciones, entonces los ensayistas del futuro harán su agosto. Y esa posibilidad es seria. A mediados del siglo XXI podría surgir un nuevo equilibrio global del poder, en el que Rusia y Estados Unidos vuelvan a ser las únicas superpotencias del mundo, claro que esta vez de una guerra caliente, en lugar de una guerra fría.

Segundo, si las sociedades del norte descubren que el cambio climático las vuelve más ricas, la búsqueda de la equidad mundial sufriría un duro traspié. Eso nos lleva a una tercera preocupación: si el cambio climático provoca que las naciones en desarrollo fallen, y se deterioran las condiciones sociales en su interior, millones de refugiados cesantes y hambrientos podrían llegar a las fronteras del norte favorecido, exigiendo ser acogidos. Si la misma Tierra se pone en contra de las naciones pobres, castigándolas con más calor y tormentas, ¿cómo podría Estados Unidos negarles moralmente socorro a los refugiados?

Con frecuencia, los cambios en los valores relativos de los lugares y de los recursos han conducido a guerras, por lo que es probable que el cambio climático provoque que las naciones envidien el territorio de las otras. Esta envidia podría dirigirse de norte a sur, y de arriba a abajo. ¿Norte-sur? Suponga que el cambio climático hace que Brasil sea menos habitable, al tiempo que le otorga un clima más templado a las vastas y fértiles pampas argentinas. ¿El Brasil desesperado y sobrecalentado de 2037 -con explosión de su población- dudaría en atacar a Argentina para obtener tierras más frías y atractivas? Ahora, considere la posibilidad de arriba-abajo: el deseo de abandonar las regiones bajas en busca de altura. Desde su independencia, en 1947, Pakistán se ha entrometido en los asuntos internos de Afganistán. Actualmente, los estadounidenses ven este tema a través de los lentes de los talibanes y Al Qaeda, pero desde la perspectiva de Islamabad, la meta siempre ha sido mantener a Afganistán como un lugar de retirada en caso de que Pakistán pierda una guerra con India. ¿Qué pasa si el cambio climático provoca que buena parte de Pakistán sea intolerable para sus ciudadanos? Las altas planicies de Afganistán podrían comenzar a ser vistas como agradablemente templadas, a medida que Pakistán se calienta, y los afganos verían entrar a su país a otro ejército foráneo.

Y aunque dije que Canadá podría volverse más valiosa en un mundo más cálido, lo cierto es que Canadá y Nunavut lo serán. Durante siglos, los europeos han empujado a los indígenas canadienses cada vez más al norte. En 1993, el país le concedió cierta independencia a los inuit de Nunavut, y esta enorme y fría región, ubicada en el noreste del país, ha sido prácticamente autónoma desde 1999. Los inuit creen que están protegidos por el único lugar del hemisferio que jamás desearán los descendientes de Europa. Pero esto podría ser un error garrafal.

Para los inversionistas, encontrar tierras atractivas que comprar en un mundo más cálido presenta muchas dificultades, en particular si se buscan en el extranjero. Si se toman en cuenta las conspiraciones en las pampas, por ejemplo, ¿se debe negociar con los actuales propietarios argentinos o con los futuros brasileños? Quizás un camino más seguro sea el opuesto, enfocándose en la probabilidad de precios inmobiliarios más bajos en lugares que la gente abandone. Si se aplican estrictas regulaciones sobre las emisiones de dióxido de carbono (CO2), las corporaciones saldrán a comprar “compensaciones”, incluyendo proyectos que absorben el CO2 desde el cielo. La forestación es una compensación potencial por los gases invernadero, y es relativamente barato hacerlo en ciertas partes del mundo en desarrollo, incluso en tierras que las personas ya no desean. Si uno se mete en el negocio de las compensaciones de gases invernadero, lo que hay que plantar es leucaena, una especie arbórea de rápido crecimiento que metaboliza el dióxido de carbono mucho más rápido que otras variedades. Pero para vender los bonos, hay que ser dueño de la tierra. Considere esta secuencia posible de eventos: primero, el cambio climático hace que regiones del mundo en desarrollo sean menos habitables; luego, los refugiados huyen de esas zonas; finalmente, estas tierras pueden ser adquiridas a precios bajísimos y usadas para forestarlas con leucaena.

Agua

Si hay que creer en el documental de Al Gore, Una verdad incómoda, debería comenzar a vender ahora mismo sus propiedades en zonas costeras. El film sostiene que un efecto invernadero artificial podría elevar el nivel del mar en cuatro metros en el futuro cercano, inundando Manhattan, San Francisco y otras decenas de ciudades. Lo de Gore es una advertencia apocalíptica, pero el consenso científico es igual de preocupante: en 2005, la Academia Nacional de Ciencias advirtió que los océanos podrían subir entre 10 centímetros y 1 metro hacia 2100. Puede que 10 centímetros no parezca mucho, pero pondrían en peligro a partes de la costa de Florida y de las Carolinas, entre otros lugares. Un aumento de un metro en el nivel del mar significaría que se inundaría buena parte de Bangladesh y que la supervivencia nacional de Holanda correría serio riesgo. ¿Y qué pasa con los tigres asiáticos? Shanghai y Hong Kong están sentadas en el agua. Aumente un poco el agua y estas ciudades serán abandonadas.

El aumento global de la temperatura del último siglo -cerca de un grado Fahrenheit- ha sido modesto y no ha provocado ningún peligroso crecimiento del nivel del mar. Las preocupaciones sobre este tema apuntan a que existiría un “punto de inflexión” que podría provocar que se acelerara notablemente la tasa de calentamiento. Uno de los motivos de por qué el calentamiento global no ha ocurrido tan rápido como lo esperado pareciera ser que los océanos han absorbido gran parte del CO2 emitido por la actividad humana. Los estudios sugieren, sin embargo, que la capacidad de los océanos para absorber CO2 puede estar decreciendo: a medida que la tasa de absorción declina, aumenta la acumulación atmosférica, y se acelera el cambio climático. A la primera señal de un aumento del calentamiento global, venda sus propiedades en la costa. Desocupe esos edificios frente al mar en Londres y Seattle. Compre tierra en Omaha u Ontario.

Un efecto invernadero artificial también podría alterar las corrientes oceánicas de maneras impredecibles. Ya existen algunas pruebas de que las corrientes antárticas están cambiando, mientras que la corriente principal del Atlántico Norte, que lleva agua cálida hacia el norte del Ecuador, estaría perdiendo fuerza. Si esta corriente se altera, en Europa caerían las temperaturas, aunque todo el mundo se vuelva más caluroso. Buena parte de Europa está al norte de Maine, pero su clima es más templado porque la corriente del Atlántico Norte lleva enormes volúmenes de aguas cálidas más allá de Escocia. Estudios geológicos muestran que en el pasado esta corriente dejó de fluir. Si la corriente actual vuelve a parar debido a un cambio climático artificial, Europa tendría el clima de la actual Terranova. Como resultado se despoblaría, mientras que caería el valor económico de todo lo que se encuentra dentro de su helado territorio. La Unión Europea hace prácticamente la misma contribución a la economía global que Estados Unidos: temperaturas significativamente más bajas en Europa gatillarían una recesión global.

Mientras se aliste a vender sus posesiones en Europa, busque oportunidades de compra cerca de las aguas del Círculo Polar Ártico. En 2005, una nave científica rusa se convirtió en la primera en llegar al Polo Norte sin la ayuda de un rompehielos. Si se derrite el mar Ártico, los barcos comenzarán a transitar por el Polo Norte. El libro de Andrew Revkin, The North Pole Was Here (El Polo Norte estuvo aquí, 2006), retrata a Pat Broe, quien en 1997 compró al gobierno canadiense el puerto de Churchill, ubicado en el extremo norte del país, por US$ 7. Suponiendo que los hielos árticos se seguirán derritiendo, las naves de carga del mundo comenzarán a navegar hacia el norte para ahorrarse miles de millas en sus viajes, y el puerto de Churchill podría bullir. Si el hielo polar ártico desaparece y los buques se enfilan hacia los mares del norte, bajarían los costos de navegación, beneficiando a los consumidores. Los productores asiáticos verían caer los fletes a Estados Unidos y la Unión Europea. Al mismo tiempo, las rutas de alto tráfico del sur, que conectan al Lejano Oriente con Europa y la costa este de Estados Unidos, tendrían un tráfico menor y ciudades portuarias ubicadas en esa ruta -como Singapur- podrían declinar.

Además, puede que exista petróleo debajo de los mares del Ártico. ¿Quién será su dueño? Estados Unidos, Rusia, Canadá, Noruega y Dinamarca ya están hacienda valer reclamaciones, legalmente complejas, sobre porciones de los mares del Polo Norte, incluyendo alguna que otra nación que considera aguas internacionales, las que no pueden estar sujetas a control soberano. Actualmente parecería absurdo imaginarse a los gobiernos del mundo pelearse por los mares del Polo Norte. Pero en el pasado muchos de los motivos de batalla parecieron absurdos hasta que comenzó el fuego de la artillería.

Entonces, quizás la propiedad de estas aguas siga una dirección enteramente distinta. Es probable que el siglo 21 vea un movimiento a favor de crear derechos de propiedad privada en el océano. Si es que llegan a existir, los derechos de propiedad privada en los mares del Polo Norte podrían generar una fiebre capaz de rivalizar con la colonización de Oklahoma a fines del siglo 18.

Pase lo que les pase a nuestros océanos, el cambio climático también podría causar alteraciones económicas al afectar los suministros de agua dulce. En la actualidad, casi todos los commodities fundamentales, como el petróleo, tienen un suministro suficiente. El agua dulce es una excepción: China está agotando sus acuíferos a una tasa alarmante, mientras que el agua dulce es escasa en gran parte del Medio Oriente y África. Los estudios sobre el efecto invernadero son tan inciertos que los científicos poco saben si el mundo tendrá más o menos precipitaciones. Si resulta que declinan las lluvias, a medida que el mundo se calienta, los suministros menores de agua potable y dulce para la agricultura podrían llegar a ser la próxima emergencia de recursos. Para los inversionistas esto podría implicar una mirada cautelosa sobre las bonanzas en China y Dubai, ya que ambos lugares pronto enfrentarían problemas de abastecimiento de agua dulce. Por otro lado, si hay derechos de aguas disponibles en estas zonas, adquiéralos.

El mayor temor es que el cambio climático provocado artificialmente trasladará las lluvias desde las actuales regiones que son graneros del mundo hacia lo que ahora son desiertos o, peor aún, hacía los océanos (desde una perspectiva humana, toda lluvia oceánica representa agua dulce desperdiciada). La razón por la cual no han ocurrido catástrofes malthusianas es que, durante la última mitad del siglo, las producciones agrícolas han crecido más rápido que la población. Pero el sistema agrícola global depende peligrosamente del supuesto de que las condiciones de cultivo seguirán siendo buenas en las áreas productoras de granos de Estados Unidos, India, China y América del Sur. Si las lluvias se alejan de esas regiones, en esos lugares habrá enormes penurias durante muchos años.

Estudios recientes muestran que las precipitaciones en América del Norte son crecientemente el resultado de unos pocos chaparrones que provocan inundaciones y daños a la propiedad, y que son menos útiles para la agricultura que lluvias más suaves y frecuentes. Como la relación entre el cambio climático provocado artificialmente y la caída de lluvias es conjetural, los inversionistas no pueden evitar comprar tierras que algún día tendrán frecuentes aguaceros. Esta preocupación ciertamente implica una bandera de alerta para las inversiones en India, Bangladesh e Indonesia, en donde los monzones ya son un importante problema social.

Las inversiones relacionadas con el agua también pueden ser atractivas por otro motivo: la hidroelectricidad, que podría volverse una forma de energía premium si los gases invernadero son regulados de manera estricta. Quebec es la Arabia Saudita en lo que a aguas crepitantes se refiere. El complejo hidroeléctrico en torno a James Bay ya es una de las mayores fuentes mundiales de energía generada con agua, y no es difícil imaginar que Canadá terminará la reingeniería del norte de Quebec para producir hidroelectricidad, si la demanda de Nueva Inglaterra y del Midwest crece lo suficiente. De manera similar, existe potencial hidroeléctrico en partes de la Patagonia chilena. Se trata de una bella región silvestre, apenas tocada por la actividad humana, y de un lugar fascinante para apoderarse de tierras para constituir reservorios hidroeléctricos.

Adaptación

Recientemente, el New York Times se quejó de que el presupuesto fiscal 2007 de George W. Bush incluye sólo US$ 4.200 millones para estudios federales destinados a reducir las emisiones de gases invernadero. Es una preocupación equivocada: los avances serían más rápidos si el gobierno federal no gastara nada en el tema y promulgara normas que le dieran al sector privado beneficios significativos por encontrar soluciones que funcionen en la realidad, frente a los estudios en papel del gobierno.

Pero si la teoría del calentamiento global es correcta, las temperaturas más altas son inevitables. El calentamiento puede ser manejado, pero probablemente sea imparable en el corto plazo. Esto sugiere que un importante sector de inversiones del futuro próximo será el de la adaptación al cambio climático. Cultivos que crecen a altas temperaturas, casas y edificios diseñados para mantenerse frescos durante olas de calor, vehículos que funcionan con menos combustible, estructuras que resistan tormentas más fuertes, etc. A los ambientalistas no les gusta el discurso de la adaptación, ya que implica hacer las paces con un mundo más caluroso. Sin embargo, hay que hacer las paces, y mientras antes se pongan a trabajar las empresas, los inversionistas y los emprendedores, mejor.

¿Por qué, en última instancia, deberían las naciones actuar para controlar los gases invernadero, en vez de dejar que simplemente ocurra la alteración climática y ver quién se beneficia? Una razón es que el costo de los controles sea probablemente mucho más bajo que el costo de reconstruir al mundo. Es probable que las reformas que prevengan alteraciones económicas y sociales mayores provenientes del cambio climático sean menos caras que reaccionar frente al cambio.

Para Estados Unidos, existe un argumento particularmente apropiado. El actual orden mundial lo favorece en casi todos los aspectos: políticos, económicos, incluso naturales, considerando su excelente balance de tierras y recursos. Puede que un mundo más caluroso favorezca aún más a EE.UU.; esto es ciertamente posible. Pero cuando el orden mundial ubica al país en el número uno, ¿por qué correríamos el riesgo de que el cambio climático altere ese orden? Mantener la balanza de poder como está parece estar dentro del interés nacional estadounidense; y mantener las cosas como están implica prevenir un cambio climático significativo. Al final, eso es lo que ganaremos.

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