La llamada racionalidad instrumental, la productividad, la eficiencia y la orientación a resultados, a pesar que ha producido grandes desastres sociales y ambientales, como deforestación, contaminación, cambio climático, agujero de ozono y hambrunas, también está en la base de las increíbles bendiciones humanas, como la medicina, las telecomunicaciones y la exploración del espacio.

Pero hay una paradoja, en que si bien todos admiramos el avance tecnológico, el crecimiento de los países o las personas que logran éxitos a partir de la disciplina y el esfuerzo, es difícil imaginar alguien levitando de placer después de terminar el power point de presentación del plan, con los detalles milimétricos, toda la información para que quede todo claro y controlado. Es dudoso que esa persona tenga mucha cercanía a experiencias de placer. El control, el seguimiento, el método, la respuesta instantánea, la ausencia de errores, nunca han sido imágenes que provoquen demasiada seducción, más bien la emoción se queda en el respeto. Pero el respeto no basta para hacer caminar juntos a una organización, un país ni menos una pareja.

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Las ideas de izquierda siempre han ilusionado, seducido o convocado a más personas que las de derecha. Incluso una parte de la actual derecha fue de izquierda originalmente, cuando se opuso con sus ideas racionalistas liberales al mundo conservador, rígido y excluyente del antiguo régimen. Pero, como casi siempre ocurre, maduraron, y se volvieron conservadores, y ahora defienden los privilegios del mercado y la propiedad privada como dogmas sacrosantos.

Pero la izquierda en el pasado también se puso rígida y perdió su encanto, cuando se volvió eficiente con sus planes quinquenales y los jóvenes salieron a protestar, y los persiguieron con tanques. Fidel Castro, apoyado por su policía política y por el bloqueo americano, ha tenido una cierta capacidad de mantener el encanto de su gente, me consta. Incluso en compatriotas chilenos que admiran su socialismo y en Chile se consagran a neoliberalismo más genuino.

El racionalismo tiene una veta positiva que ha permitido muchas de las bondades de la vida humana moderna, pero su misma fortaleza para producir aparatos y resultados ha hecho perder de vista que siempre, todo avance humano, político, tecnológico o económico ocurre en un espacio social de libertad, de sueños y anhelos, de liderazgo que convoca e ilusiona a una comunidad.

La eficiencia muchas veces se confunde con la búsqueda de lo seguro, de lo que se sabe que hay que hacer, de poner en orden el plan y ponerse a la tarea, sin riesgo y bastándose del esfuerzo y de la disciplina, como queriendo huir de la ansiedad de vivir la incertidumbre de tener que decidir sobre la propia vida, y sobre la de los otros.

Es más fácil suponer que ???lo que hay que hacer??? es lo importante, sin mucha pregunta, y ???apúrese que lo van a mandar???. Y terminar el informe, hacer las compras, presentar el proyecto, reunirse con el equipo, inscribirse en el curso, ir al taller literario, pasar por la lavandería, camino a la reunión de apoderados, después del gym y el reiki, para seguir al analista, lavar el auto, cocinarle a los amigos, reservar pasajes por internet, comprar los ticket del fútbol y la opera, postear en el blog, vacunar al cachorro, comprarse el mundo es plano, elegir el vino, encargar el suchi, y acostarse temprano que mañana es fin de semana y hay mucho que hacer.

El plan, sea en el trabajo, la política, el gobierno, la familia o la pareja, es un gran estorbo para la convivencia cuando no lo precede, o no vive, en el contexto de una ilusión por un horizonte que conmueve los anhelos de las personas. El supervisor, comisario, sargentón, manager, organizado, ordenado, sin esa sutileza, se transforma en un ser insoportable y temible.

Una forma de libertad, de seducción ???profesional, política y sentimental- es preocuparse menos de ser eficiente y preguntarse más para qué ser eficiente, qué hacemos juntos, y dónde vamos, y qué nos toca a cada uno en el camino, con permiso para dudar, para errar y para corregirse.

Nuestro país y muchas organizaciones están enfermas de la ansiedad de la eficiencia y con eso están matando el espíritu ???para terminar siendo menos eficientes.