Cuesta aceptar la propuesta en un inicio. Cómo vamos a aceptar que somos la continuidad del programa básico de la Dictadura de Pinochet en materia económica y social. Pero, en fin, a esta altura, se han visto cosas más difíciles de aceptar. Lo mejor es lo que Mario Waissbluth propone para el futuro. Sobre esa base se debe construir el nuevo consenso sobre el plan estratégico de Chile. Esto no es teórico, sino que práctico y urgente:

Qué pasa
¿Necesitamos un nuevo Ladrillo?

Conspicuo concertacionista, el autor de esta columna lanza una provocadora argumentación: El Ladrillo, el plan económico escrito por los Chicago Boys a principios de los 70 y en el que se cimentó el régimen militar, es un retrato hablado del Chile del 2006 y hoy el país se explica -con un nivel de detalle inconcebible- en buena parte por dicho proyecto. En este artículo, Mario Waissbluth explica por qué este texto fundacional logró, pese a su signo ideológico, trascender a Pinochet, cuáles han sido sus aciertos y sus vacíos, y responde la pregunta que muchos hoy se formulan: ¿Llegó la hora de idear, escribir y poner en marcha un Ladrillo II?

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Por Mario Waissbluth

Releyendo El Ladrillo en el 2006

Durante una charla académica para treintones mencioné el impacto de “El Ladrillo” en la transformación de Chile. Ante las miradas de extrañeza de la concurrencia, pregunté cuántos habían oído hablar de este texto: menos del 20%. Decidí entonces proseguir mi encuesta, preguntándoles a diversos amigos cincuentones y, salvo honrosas excepciones, me encontré con la misma mirada extraviada.

Retrocedamos. Al desarrollar con mi colega José Inostroza un estudio sobre la reforma del Estado en Chile, desde 1990 al 2005, resultó obligatorio partir desde atrás y revisar este mamotreto, escrito por los Chicago Boys (algunos de derecha y otros DC) durante el gobierno de Allende y que, según cuentan, habría estado fotocopiándose el 11 de septiembre de 1973 y entregándose el día siguiente a la Junta. Lo impactante de esta revisión es que resultó ser un retrato hablado, no del Chile de 1990, sino del Chile del 2006. Obviamente, ni El Ladrillo ni yo estamos hablando aquí de violaciones a los derechos humanos, cuentas en el Riggs o de algunas dudosas pero exitosas privatizaciones. Me refiero a la política económica y social.

Citas del mamotreto: “Los problemas de redistribución del ingreso se solucionan a través del Estado con el aparato tributario, educacional, previsional y de subsidios directos”; “distribución equitativa del ingreso… erradicación de la extrema pobreza… igualdad de oportunidades de acceso”; “el nuevo sistema previsional constará de dos subsistemas: uno de carácter estatal, con una previsión mínima igual para todos los chilenos, y el otro en base a un sistema de ahorro que se depositará mensualmente en una institución especializada”. Agreguemos las isapres, la modernización del sistema tributario; el achicamiento del Estado; regionalización, municipalización y privatización parcial de la salud y la educación. Enfasis en las soluciones de mercado y descentralizadas; apertura al comercio exterior; violación de la ortodoxia en materia de privilegiar sectores productivos: “Vinos, frutas, hortalizas, productos del mar, cobre y hierro, forestal”, “al estilo de países nórdicos” con instrumentos de fomento proactivo. “Sistema de ahorro previo para percibir beneficios de vivienda”. Privatización de empresas públicas “salvo las estratégicas”. Está todo con un nivel de detalle inconcebible. Se le erizan a uno los pocos pelos. Rara vez un grupo académico ha tenido tal impacto en la transformación de un país.

Aunque se enojen algunos amigos de la Concertación -de la cual desde 1989 soy y seguiré siendo miembro, con carnet virtual-, Chile se explica hoy en buena parte por este plan. Ingeniería económica a gran escala y sin restricciones políticas. Difícil ubicar otro gobierno con un plan de reformas tan ambicioso y consistente como el implementado por el régimen militar. Cuando se recuperó la democracia, en 1990, Chile era otro y el Muro se había caído. Una generación había nacido en dictadura; economistas antes de centroizquierda y marxistas ya eran renovados; y existía un Estado reducido al mínimo y con funciones distintas a las que tenía hasta 1973.

¿Por qué El Ladrillo ha persistido 33 años?

¿Por qué El Ladrillo ha estado vigente por 33 años? La continuidad se debe a varios elementos: un real convencimiento de las principales autoridades económicas de la Concertación (algunos pudieran ser tildados de “alcohólicos reformados”); una postura táctica en momentos de “boinazos”; los auspiciosos resultados en el crecimiento; y las “leyes de amarre”, perfectamente diseñadas para evitar cambios sustantivos. Difícil evaluar qué pesó más. De cualquier forma, la orientación no fue radicalmente diferente. La Concertación no llegó al poder para hacer una revolución sino para recuperar la paz, y en esas situaciones las administraciones públicas tienden a ser inerciales. Un porcentaje significativo de los funcionarios públicos siguen siendo los mismos del régimen militar e incluso de gobiernos anteriores.

La Concertación adoptó las bases del modelo económico, intentando proactivamente perfeccionarlo en favor de los más pobres, lo que por cierto también estaba dentro de las intenciones de El Ladrillo. En democracia, se consolidó la transición al nuevo “Estado-mercado”, con modestos intentos por desplazar el eje hacia la orientación socialdemócrata europea, pero manteniendo el gasto público tan restringido como la Concertación lo encontró a su llegada al gobierno. La impresionante reducción de la pobreza lograda entre 1990 y el 2005 se explica en más del 70% por el crecimiento y en menos del 30% por el esfuerzo redistributivo. Sin embargo, algo no menor, esto se logró en democracia, reparando las fracturas a un punto tal que los discursos de los últimos cinco precandidatos presidenciales le resultaron completamente indistinguibles a un amigo gringo que vio los debates por CNN y que no sabía quién era quién. De la confrontación al consenso en 16 años. Ese es el mejor logro de la Concertación.

Un cambio esencial introducido por la Concertación, adicional a la crucial recuperación de la democracia, consistió en que las políticas macro se complementaron con un mayor énfasis en los sectores sociales más postergados y se realizaron diversas reformas del Estado que darán para futuras columnas. Chile pasó también del estatus de paria internacional a uno de alto prestigio. La oprimida cultura se liberó de su temeroso ambo de pantalón gris con chaqueta azul, adoptando tenidas más libertarias.

Los entrevistados durante nuestro estudio sobre la reforma del Estado 1990- 2005, afines a la Concertación, han caracterizado el rol de los gobiernos democráticos como el de rescatar la dignidad de un Estado vapuleado por una ideología implementada a la fuerza. En este sentido, el discurso y la práctica cambiaron de manera significativa. Con todo, observando desapasionadamente, la Concertación mantuvo y profundizó la economía de mercado, continuando en lo general las políticas, incluidos el nivel de gasto y los vetustos estatutos fundamentales de la administración del Estado.

Patricio Meller, en su libro “La Paradoja Aparente”, plantea una visión de cambios más profundos: las diferencias podrían sintetizarse en que el modelo ladrillesco tiene como objetivo central la maximización del crecimiento económico y todo el resto es un subproducto; los problemas sociales y distributivos se resuelven gracias al “chorreo” y el rol del Estado se restringe al uso de políticas asistenciales para los más pobres. En cambio, el modelo de la Concertación asigna, según su análisis, una gran importancia a la gobernabilidad: hay diferencia entre estar en democracia o en dictadura; luego, hay una preocupación permanente por el efecto distributivo que tienen todas las políticas públicas, y dado lo anterior, se procura maximizar el crecimiento económico.

En retrospectiva, lo que dice Meller contiene una gran verdad: otra cosa es con guitarra, cuando la guitarra se llama democracia. En todo caso, ésta es una guitarra que tuvo elevados componentes inerciales. En las filas de la Concertación nos cuesta reconocer que, a diferencia de la democracia y los derechos humanos, las políticas económicas, sociales y de administración del Estado han variado escasamente. Más bien, se han profundizado.

El Ladrillo en balance

Las diferencias entre el régimen militar y la Concertación pueden interpretarse como una migración gradual desde un modelo de corte “Bush-Thatcher” a uno que intenta acercarse al capitalismo socialdemócrata europeo, pero con una importante restricción: la contención de los niveles de gasto público como porcentaje del PIB, que en Europa son más del doble que en Chile. De allí que no sea sorprendente que los resultados en materia de desigualdad no hayan sido lo que inicialmente se soñó. El Ladrillo aspiró a un crecimiento del 7% y se quedó muy corto. La Concertación aspiró a la equidad y también se quedó muy corta, pero paradójicamente sobrepasó al régimen militar en materia de crecimiento.

La tasa de crecimiento del PIB 1974-1989 fue 3.1%, harto menor que el 5.5% entre 1990 y el 2005, y similar al 3.4% entre el 60 y 1973. Como fruto de dos megacrisis sin mecanismos de estabilización, la volatilidad de la economía chilena fue peor en el período militar que en el de la Concertación. Se entregó el gobierno en 1990 con una tasa de pobreza de 38% y una empeorada distribución del ingreso, la que ya no variaría. La revolución estructural sentó las bases para la inserción de Chile en la economía internacional, pero con un enorme costo político, ético y social. En 1990 este país estaba fracturado.

Como lo dijera Rolf Lüders con crudeza en Qué Pasa en el 2005: “La Concertación ha administrado mejor el modelo que la derecha… al abrazar el modelo pudo sustentarlo sin mayores reacciones sociales contrarias” y más insólito aún: “Como confío en que el número de envidiosos no domina la población, la eliminación de la pobreza sobre la base de un rápido crecimiento debiera ser suficiente para evitar que presiones sociales induzcan a las autoridades a tomar medidas populistas”. “Envidiosos”… aquí está la ideología destilada del chorreo y uno no puede sino preguntarse si acaso un anciano enfermo que jubiló a los 65 años con una pensión de $75.000 mensuales no habrá tenido algunas razones para sentirse “envidioso”, al igual que una familia que constata que con la actual educación de sus hijos no tendrán la menor chance de surgir en este globalizado mundo. ¿Cuál será la distancia entre “presiones sociales” y “explosiones sociales”?

No hay un Chile, hay dos. La cuantificada tasa de “inmovilidad social” de Chile es peor que la de Perú y Sudáfrica, aunque usted no lo crea. Hay 9 deciles de ingreso y hay un decil que gana 2.6 veces más que el decil que le sigue a continuación. Es una suerte de “Soweto sudafricano, pero rico”, apartheid a la inversa de murallas virtuales, cuya población reside (y me incluyo) en Las Condes, Vitacura y comunas aledañas. La posibilidad de migración es bajísima. Naciste en un Chile y allí te quedaste.

Tal vez si vives en Soweto-rich y toda tu familia sufre una catástrofe grave podrías ser expulsado al “Chile pobre”. A la inversa, ingresar al Soweto-rich requiere talento o suerte excepcional, color de piel compatible y hablar sin la “sh”. Las trenzas al interior de esta república son poderosas y muchos padres dispuestos a pagar carísimo por colegios particulares están más preocupados de comprarles a sus hijos una red social que una educación de calidad. El mejor cuartil de alumnos de Chile obtiene en los tests internacionales resultados similares al peor cuartil de la educación cubana o asiática.

¿Será hora de un nuevo Ladrillo?

Es difícil que surja un “Ladrillo II formal”. Hoy existe democracia, no dictadura. Con las revoltosas coaliciones de oposición y de gobierno, los desgarros de vestiduras ideológicas nos mantendrían peleando por una década cada punto y coma del nuevo mamotreto. Por otro lado, y paradojalmente, el propio éxito del “plan” El Ladrillo convirtió la palabra “planificación” en una obscenidad.

Sin embargo, dicho lo anterior, llegó la hora de darle cristiana sepultura al “Ladrillo I” por la sencilla razón de que después de 33 años, el modelo NO funcionó en materia de equidad. Hay motivos para estar optimistas, no en la construcción de un “Ladrillo II”, sino probablemente en el armado de un montón de piezas de Lego que conformen un nuevo Ladrillo, pero “pa callao”, para que los monstruos ideológicos no se espanten. Así lo dijeron los cinco precandidatos: cobrémoslo.

No soy quién para dictaminar, pero creo en algunos elementos esenciales que debería tener este Lego o “Ladrillo pa callao”: 1) Que las elites chilenas se tomen en serio el cuento de la igualdad de oportunidades en la sala de clase, para las mujeres, los indígenas, los jóvenes y los niños que hablan con la “sh”. 2) Tomárselo en serio va a costar más gasto público como porcentaje del PIB; aunque sea transitoriamente, no nos hagamos los tontos. 3) Para que lo anterior sea digerible, especialmente para ladrillófilos, el Estado debe ser modernizado a nivel tal que sea políticamente aceptable y técnicamente eficiente meterse la mano al bolsillo. 4) Para que lo anterior sea posible hay que romper intereses corporativos de algunos recalcitrantes gremios públicos y grupos privados. 5) Los “alcohólicos reformados” deberán oler la botella y comprender que en Nueva Zelanda, Corea del Sur o el país emergente que gusten, el Estado conspira activamente con el sector privado para aumentar la competitividad y la innovación de sus sectores productivos.

Por último, seis humildes metas a 10 años plazo: 1) Crecimiento no menor a 6%; 2) 80% de los estudiantes de Primero Medio entiende a cabalidad lo que lee, sabe hacer restas de cuatro dígitos y dividir fracciones (no es mucho pedir); 3) el Gini -índice entre cero y uno que mide el grado de desigualdad en la distribución del ingreso- pasa de nuestro estable 0.57 a 0.47; 4) quinientas pymes crecieron en US$10 millones de facturación a base de una innovación de producto o modelo de negocio; 5) veinte mil entrenados en el extranjero (doctorados, magíster, pedagogos o peluqueros, incluyendo técnicos de empresas); 6) el 80% de las prácticas y procesos de trabajo del sector público lograron los estándares de calidad de los países avanzados agrupados en la OECD.

En una de ésas logramos el ansiado y hasta hoy no alcanzado crecimiento con equidad.