La semana pasada el Senador Fernando Flores publicó un artículo en su blog haciendo un homenaje a Isaiah berlin. Aquí quería hacer un comentario, que por espacio no cabía en los comentarios del blog del Senador.

Uno de los valores que me mantienen atento al senador Fernando Flores es su capacidad de enfocar preocupaciones y conversaciones, incluidos libros y autores que son relevantes para el presente y el futuro de nuestra vida.

Cuando a fines de los noventa, en el entorno del Senador comenzó a sonar con fuerza el nombre de Isaiah Berlin, por supuesto, que me hice de algunos de sus libros y especialmente de la biografía estupenda, cariñosa y panorámica, tanto de la vida de Berlin como de la cultura política del Siglo XX, que escribió Michael Ignatieff.

Sin embargo, la presencia de Berlin era como estos efectos sicológicos que hacen tener esa angustiosa sensación de estar en un lugar, o de haber dicho o escuchado algo, que ya antes habíamos vivido. Hasta que en algún momento, años después, se me vino a la memoria un antiguo libro de Mario Vargas Llosa llamado Contra Viento y Marea, que debe haber escrito por el año de 1982, pero que yo leí dos o tres años después, gracias a mi amigo el escritor Luis López Aliaga. En esta obra aparecían más de algún artículo y homenaje al legado de Isaiah Berlin.

En efecto, se me hizo claro tanto de las ideas y preferencias sobre la política, las ideologías y la democracia que yo tenía ya por mías, originales y quizás desde el nacimiento, pero que en su momento me ayudaron a comprender y madurar el proceso político que vivíamos en el Chile de los ochenta.

A Vargas Llosa, Berlin le había servido para fundar intelectualmente su sentimiento de desencanto con la izquierda intelectual europea y las experiencias revolucionarias de América Latina, con un llamado al realismo, la responsabilidad y la valorización de la democracia como valor imprescindible.

Es posible que en esos años -y quizás por lo mismo lo había olvidado- que no me hayan convencido ni seducido tales reflexiones, tan compuestas para jóvenes que comenzábamos a encantarnos con el cambio, pero sí es seguro que en algún tiempo posterior hicieron su trabajo, y desde el trasfondo de la conciencia me revelaron esos sentidos de una política menos heroica, menos glamorosa, pero que por lo menos asegurara que nadie debía morir durante el proceso, que estábamos obligados a ponernos de acuerdo, aunque todos perdiéramos un poco, porque de lo que se trataba era de avanzar hacia una mejor vida pero que el remedio no terminara siendo una vez más peor que la enfermedad.

Fue casi romántico, y especialmente de justicia con el Vargas Llosa nada glamoroso que antes -¡mucho antes!- se desencantó de las revoluciones y se comprometió con la democracia. También es cierto, que desde ese tiempo han seguido disgustándome algunas de sus opiniones, pero a eso ya a quién le importa.