Hay pocos lugares con tanta leyenda para enamorados como la ciudad de París. Con Pilar vivíamos en Madrid y no queríamos regresar a América sin traernos esa experiencia. Además, varios años antes, con Bird, una de las primeras películas dirigidas por Clint Eastwood, había visto un retrato de un París melancólico, frío pero adorable que añoraba conocer. Compartíamos con Pilar un antiguo clásico de Charly Parkerllamado Abril en París, y nos pusimos alcanzar esa ciudad antes que terminara ese mes del año 2001. De ese modo, luego de una inevitable cena navegada por un nocturno río Sena, iluminado por los destellos de la Torre Eiffel, nos encaminamos al barrio latino y en un pequeño teatro subterráneo presentaban música de jazz en vivo. Parecía un programa hecho a la medida de nuestras fantasías románticas desde América Latina. Pero no era un teatro, sino una pista de baile con músicos de jazz, en que los asistentes danzaban los mejores pasos del cine de los americano de los cuarenta, todo se hacía más sorprendente con la juventud de los visitantes.
París me traía tanta historia y recuerdos, desde las adaptaciones infantiles del Jorobado de Notre Dame, las hazañas del Mayo del 68 y los intelectuales que atizaron el discurso teórico de los revolucionarios de América Latina sesentera, los escritores del Boom que en algún momento habían pasado por la ciudad, Matta y los posteriores artistas exiliados, el Quila y la Isabel, como se les debía llamar en la parroquia, si se le puede decir parroquia, hasta la revelación de inicios de mi vida adulta, el gran Michel Foucault, rebelde filósofo guía de cuanta causa subversiva que existiera, Argelia, los estudiantes, los locos, los homosexuales y los presos. Conocí en vivo en Chile al Quila en las concentraciones del plebiscito del 88 y a Matta por la entrevista que le hizo uno de sus integrantes por esos mismos años. Descubro que tengo tantos recuerdos que me relacionan a Paris, que podría escribir muchas páginas. Si hasta el gran Francisco Varela se quedó en esa ciudad hasta su temprana muerte.
Pero París desde siempre fue música popular con íconos como Edith Piaf, cultos como el gitano Yango Renhartd, hasta mucho más cercanos como Salvatore Adamo que nació en Italia pero hacía de francés, Hervé Villard y Gilbert Becaoud.
Durante la universidad había conocido algo de George Brassens y su protesta poética a través del maestroEduardo Peralta.
La verdad es que comenzando a hacer recuerdos, París se impone como una montaña inmensa sobre mi memoria cultural y sentimental. Una de las más intensas lunas de miel, de las muchas que hemos celebrado con Pilar, París nos abdujo a su magia desde que pusimos el primer pie en la ciudad. Caminamos por horas desde una leyenda a otra, la Opera, la Catedral de Notre Dame, El Sena, la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, el Obelisco, Place Vendome, hasta morir de cansancio y hambre. También disfrutamos algo de su cocina.
Años antes habíamos visto a un insólito Woody Allen romántico celebrando un homenaje de año nuevo parisino a Groucho Marx y años después nos trajo el recuerdo Amelie. No nos libraremos de la leyenda, y que bueno.