Murió Ibrahim Ferrer, siguiendo a Compay Segundo y Rubén González. Los tres eran los principales líderes del proyecto Buena Vista Social Club, que dirigió Ry Cooder y se inmortalizó en una película memorable de Wim Wenders. Cooder puso la música de una de las primeras películas que vi en VHS, Paris Texas, curiosamente también de Wenders, con la mágica Nastassja Kinski.

Esta agrupación cubana, me transporta a la música de fondo de mi setentera infancia familiar, donde, junto a Frank Sinatra o Glen Miller, se escuchaban joyas como Leo Marini, Tito Rodríguez o Armando Manzanero. Es memorable el trabajo de boleros Somos de Tito Fernández y Paty Chávez. Todos ellos se ecuchaban en el Panasonic familiar, que incluía pick-up pero aún no casetera.

Pero también me llevan a algunas joyitas reveldes de la universidad, de los Quilapayún expresando sus irónicas voluntades en ritmo de son del lado “b” de la cantata La Fragua. Más evocativos son los recuerdos de ese tiempo universitario, con los amigos políticos, que de noche mutábamos en malditos bebedores que competían por las derrotas de amores más indignas, todo amenizado por algún wurlitzer de bar de antiguo barrio del centro, mediante cerveza y tinto de origen más que dudoso. El himno era la copa rota llorada por Feliciano y el producto fue Luis López Aliaga, un escritor virtuoso que ya cuenta varias creaciones.

Más adulto, me lleva al mercado de Meabe en el DF mexicano, donde me acompañaba mi amigo el buen Hugo Miranda, chilango de adopción. En Meabe usted encontraba lo que quisiera de electrónica novedosa y precio irrenunciable. En ese lugar comencé mi colección de discos de salsa y de viejos cubanos soneros, recuperados por el sello corason. También supe ahí lo importante que eran la Sonora Matancera y Miguel Matamoros.

En ese transe, se me atraviesa el amor de Pilar, la fama del Buena Vista Social Club y sus giras a México, el tiempo contado entre ocasiones para estar solos y el concierto que dio Rubén González más orquesta, en una antigua fábrica de camisas convertida en pista de baile, con piso de madera y cuatro generaciones de parejas danzando en una atmosfera romántica de sueño.

Un capítulo inolvidable es la Habana Vieja de la semana santa del 98, pero la misma soñada quince años antes en la música de Silvio Rodríguez. Escuchar en cada esquina esas canciones rumberas con genial maestría callejera, marcaba esos primeros viajes que compartimos hasta ahora con Pilar.

Una ocasión inesperada sucedió un tiempo más tarde. Caminando por el barrio gótico de Barcelona, nos encontramos con un pequeño cine alternativo de edificio más que centenario, lugar donde pasaban Buena Vista Social Club. Nos trajo México, el romance de verano defeño, convertido ahora en complicidad duradera.

También me llevó lejos, a la pequeña sala de mi infancia donde los domingos a medio día se reunía la familia a disfrutar la comida especial de mi madre y mi padre que elegía la música, la entonaba, y ahí crecíamos con mis dos hermanos, modestia aparte, con cariño grande, honestidad profunda y sueños luminosos.