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Noticias Abril 6, 2009

Innovar: las lecciones de Pixar

quepasa. En esta entrevista, el director de Pixar, Brad Bird -ganador del Oscar en dos ocasiones-, cuenta cómo la compañía logró, a través del estímulo a la creatividad de sus empleados, el desarrollo de nuevas ideas y avances tecnológicos. Si hay algo que han mostrado los innovadores exitosos a lo largo de los años es que las grandes ideas surgen en lugares inesperados. ¿Quién pudo haber predicho que mecánicos de bicicletas desarrollarían el aeroplano o que el Departamento de Defensa de Estados Unidos crearía una plataforma de comunicaciones independiente como internet? Los altos ejecutivos que buscan que sus empresas sean más innovadoras también pueden encontrar inspiración en fuentes sorprendentes. Ejemplo: Brad Bird, director de Pixar y ganador en dos ocasiones del Oscar. El enfoque de Bird para fomentar la creatividad entre los animadores contiene poderosas lecciones para cualquier ejecutivo que desee fomentar la innovación en equipos y organizaciones.


 

Bird se unió a Pixar en 2000, cuando la compañía estaba en lo alto después del estreno de la primera película animada computacional en el mundo, Toy Story, y los subsiguientes éxitos, A Bug’s Life y Toy Story 2. Preocupados por la complacencia, los ejecutivos Steve Jobs, Ed Catmull y John Lasseter le pidieron a Bird, cuyo trabajo incluía The Iron Giant y The Simpsons, que se uniera a la empresa y remeciera las cosas. El veterano de Walt Disney, Warner Brothers y FOX cumplió: ganó premios de la Academia (mejor película animada) por dos filmes extremadamente innovadores: The Incredibles y Ratatouille.

Diez días antes de que Ratatouille ganara el Oscar, estuvimos con Bird en Emeryville, California, el edificio corporativo de Pixar, la cual ahora es una filial de Disney. Bird habló de la importancia, en su trabajo, de llevar a los equipos más allá de su zona de confort, fomentando el disenso y elevando la moral. También explicó el valor de las “ovejas negras”: incansables colaboradores con ideas no convencionales. Aunque estimular la creatividad de los animadores puede parecer diferente a desarrollar nuevas ideas de productos o avances tecnológicos, las anécdotas de Bird deberían estimular la imaginación de ejecutivos enfocados en la innovación.

-¿Qué lo atrajo a Pixar?
-Una cosa que era increíblemente diferente en esta empresa es que estaban preocupados de volverse complacientes. Cuando yo llegué, habían hecho tres películas -Toy Story, A Bug’s Life y Toy Story 2- que habían sido todas grandes éxitos. Yo venía saliendo de un filme llamado The Iron Giant que había sido un fracaso financiero.

De hecho, Steve Jobs, Ed Catmull y John Lasseter me dijeron: “A lo único que tememos es a la complacencia, a sentir que lo tenemos todo resuelto. Queremos que remezcas las cosas. Te daremos un buen argumento si pensamos que lo que estás haciendo no tiene sentido; pero si puedes convencernos, haremos las cosas a tu manera”. Que una compañía que no había tenido nada más que éxitos invite a un tipo que venía saliendo de un fracaso y le diga, “adelante, desordena nuestras cabezas, sacude las cosas”, es algo realmente poco común.

-¿Cómo removió las cosas con su primer proyecto, The Incredibles?
-The Incredibles tenía todas las cosas que complican a la animación computacional. Tenía personajes humanos, tenía agua, tenía fuego, y una enorme cantidad de escenarios. Las cabezas creativas estaban entusiasmadas con la idea de la película, pero una vez que les mostré viñetas de qué era exactamente lo que quería, el equipo técnico se puso pálido. Las vieron y pensaron: “Esto nos tomará 10 años y costará US$ 500 millones. ¿Cómo vamos a hacerlo?”.

De modo que les dije: “Denme a las ovejas negras. Quiero a artistas que estén frustrados. Quiero a los que tienen otra forma de hacer las cosas y a los que nadie escucha. Denme a todos los que probablemente van hacia la puerta de salida”. Muchos de ellos estaban descontentos porque veían otras maneras de hacer las cosas, pero no tenían oportunidad para intentarlas, ya que la manera establecida funcionaba muy, pero muy bien.

Les dimos a las ovejas negras la oportunidad de probar sus teorías, y cambiamos la forma en que se hacía una cantidad de cosas acá. Por menos dinero del que gastamos en el film anterior, Finding Nemo, hicimos una película que tenía el triple de escenarios, y que incluía todo lo que es difícil de hacer en animación computacional. Todo esto gracias a que las cabezas de Pixar nos dejaron intentar ideas locas.

-¿Qué tipo de cosas hicieron de modo distinto?
-Existen puristas en la gráfica computacional que son brillantes, pero que no tienen el sentido de urgencia sobre presupuestos y programaciones que sí tienen los cineastas responsables. Tuve que sacarles lo que tienen de puristas, básicamente los asusté al demostrarles que yo estaba dispuesto a usar “trucos” rápidos y sucios para llevar las cosas a la pantalla si es que se demoraban demasiado en lograrlo con el computador. Les decía: “Miren, yo no tengo que hacer el agua a través de simulación computacional. Si no logramos que el programa funcione, voy a estar igual de contento con filmar un chapuzón en una piscina y luego componer el agua en ella”. Esto los horrorizaba absolutamente. O bien les decía: “Pueden hacer un platillo volador, o pueden tomar un plato de pastel y lanzarlo de un lado a otro de la pantalla. Si la audiencia sólo ve el plato brevemente y si se le tira en forma adecuada, ellos se comprarán que es un platillo volador”.

Nunca filmé el chapuzón o lancé un plato, pero hablar de esta forma les sirvió a todos para entender que no teníamos que hacer algo que funcionara desde todos los ángulos. No todas las tomas son creadas iguales. Algunas tienen que ser perfectas, otras tienen que ser muy buenas y hay algunas que sólo tienen que ser lo suficientemente buenas como para no romper el hechizo.

También hicimos “storyboards” súper elaborados. Incluso emulamos el movimiento de las cámaras en ellos, de modo que todos supieran que “sólo necesitamos que las cosas funcionen entre aquí y allí”. Una vez que logré comprometerme con los ángulos de cámara, pudimos ser muy específicos en cómo construir las cosas. Algo podía verse muy bello desde una posición, pero si uno lo movía cinco pies a la derecha, la imagen se desintegraba. Renuncié a la flexibilidad de moverme dentro de un escenario, pero a cambio gané tamaño y alcance.    

Escenas en una pizarra

-¿Las personas enojadas -descontentas según sus palabras- generan una mejor innovación? ¿Se puede ser innovador y también feliz?
-Yo diría que la gente involucrada asegura una mejor innovación. Un involucramiento apasionado puede hacerte feliz en algunas ocasiones, y miserable en otras. Uno quiere que la gente esté involucrada y comprometida. La gente involucrada puede ser silenciosa, ruidosa, o cualquier cosa entremedio; lo que tienen en común es una naturaleza inquieta e investigadora: “Quiero resolver el problema. Hay algo que quiero hacer”. Si uno tuviera anteojos térmicos, uno podría ver el calor saliendo de ellos.

-¿Cuán importante es la dinámica de equipos para la innovación y la creatividad?
-Para hacer una película, uno tiene todos estos departamentos distintos, y uno lo que está tratando de hacer es encontrar una manera de que entreguen su creatividad de forma armoniosa. De otro modo, es como tener una orquesta en la que todos tocan su propia música. Puede que cada pieza individual sea hermosa, pero juntas son una  locura.

-¿Cómo se crea y lidera un equipo que colabore en la forma que usted describe?
-Cuando dirigí The Iron Giant, heredé un equipo que estaba totalmente quebrado, un montón de gente triste que acaba de pasar por una experiencia horrible en su film anterior, el cual había fracasado. Cuando llegó el momento para que los animadores me mostraran su trabajo, los junté a todos en un cuarto. Eso era muy distinto a lo que había hecho el tipo anterior; él revisaba el trabajo en privado, tomaba notas y se las enviaba a las personas.

Para mis revisiones, conseguí un proyector de video y proyecté las escenas sobre una pizarra. Podía congelar un cuadro y tomar un marcador para mostrar dónde estaban las cosas y dónde debían estar. Les dije: “Miren, éste es un equipo joven. Como animadores individuales, todos tenemos diferentes fortalezas y debilidades, pero si logramos interconectar nuestras fortalezas, seremos colectivamente el animador más grandioso del mundo. De modo que quiero que hablen y den sus opiniones. Vamos a mirar sus escenas en frente de todos. Todos se verán humillados y se darán apoyo juntos. Si hay una solución, quiero que todos la escuchen y que la incorporen a su caja de herramientas. Yo voy a decir lo que pienso para mejorar una escena, pero si ustedes creen algo diferente, adelante, muestren su desacuerdo. Yo no conozco todas las respuestas”.
De modo que comencé: “Creo que el codo necesita estar más arriba, para sentir la fuerza de esta acción”. “No veo el proceso de pensamiento detrás de este personaje”. “¿Hay alguien en desacuerdo? Vamos, opinen”. El cuarto estaba en silencio porque con el director anterior a cualquiera que se hubiese atrevido a hablar le hubiesen cortado la cabeza. 

Durante dos meses, analicé el trabajo de cada uno delante de los demás. Y no opinaban. Un día, hice lo que tenía que hacer y uno de los tipos suspiró. Le grité: “¿Qué fue eso?”. Y él dijo:  “Nada, está todo OK”. Le contesté: “No, tú suspiraste. Claramente, estás en desacuerdo con algo que hice. Muéstrame lo que estás pensando. Puede que yo no tenga razón. Tú podrías tenerla”. Así, se paró y le pasé el marcador. Borró lo que yo había hecho. Luego hizo algo distinto y explicó por qué creía que tenía que ser de esa forma. Le dije: “Eso está mejor que lo mío, excelente”. Todos vieron que no le cortaron la cabeza. Y nuestra curva de aprendizaje se fue directamente hacia arriba. Al finalizar la película, el equipo de animación era mucho más fuerte que al comienzo, porque todos habíamos aprendido de las fortalezas de los demás. Pero nos tomó dos meses para que las personas se sintieran suficientemente seguras como para opinar. 

Así se hizo Ratatouille

-¿Cómo se compara su experiencia con ese equipo con liderar los equipos creativos de Pixar?
-Cuando Pixar me pidió hacerme cargo de Ratatouille, el proyecto llevaba cinco años en desarrollo pero no estaba ni cerca de estar listo para producir una película. Hubo un momento, muy al comienzo de mi participación, en el que estuve en una sala repleta con unas 30 personas. A esas alturas las ratas de la película habían sido articuladas. La articulación es cuando se diseña cómo funcionan los músculos y los controles de los personajes. Debido que el equipo estaba preocupado de cómo reaccionaría la audiencia a las ratas, todas ellas habían sido diseñadas para caminar en dos patas.

Pensé que era un error. Sabía que rearticular las ratas sería un costoso uso de recursos en ese punto del proceso, pero dije: “Tenemos que hacer que caminen en cuatro. Y Remy, la rata protagonista, tiene que ser capaz de caminar no sólo en las cuatro sino que también en dos”. Todos dijeron “¡Ugh!”, porque habían pasado un año haciendo que las ratas se vieran bien caminando en dos patas. Si uno simplemente tomaba esos modelos, los agachaba y los colocaba sobre las cuatro extremidades, las caderas no funcionaban y las cosas se veían mal. Estaban diseñadas para estar de pie.

Uno de los tipos me desafió. Me dijo. “Me gustaría saber por qué estás haciendo esto”. Yo me había metido de forma reticente en la película. No era lo que buscaba hacer después de The Incredibles. Y había una parte en mí que quería decir: “Porque soy el director, por eso. ¿Quieres dejar de darme problemas?”.

Pero me contuve y lo pensé durante un segundo. Pensé que estos tipos habían sido enviados a callejones sin salida por un par de años. Quieren asegurarse que no estoy haciendo las cosas a la ligera y que si voy a hacerlos trabajar más es por un motivo. De modo que dije: “Esta película es sobre una rata que quiere entrar al mundo humano. Tenemos que hacer que ello sea una opción visual para el personaje. Si tenemos a todas las ratas caminando en dos patas, no existe separación entre él y las otras. Si tenemos esta separación como herramienta visual, podremos ver al personaje realizar su transformación y elegir el estar sobre dos patas, y él será más o menos rata dependiendo de su estado de ánimo. Eso traerá a la audiencia dentro de la mente del personaje”.

Estuve unos seis minutos diciendo todo esto y el tipo inicialmente fruncía el ceño. Pero gradualmente dejó de hacerlo y dijo: “OK”. Una vez que di mi respuesta, todos asintieron, “OK, estamos en este barco, y vamos hacia un destino definido”.

El legado de Disney

-Pareciera que usted pasa una buena cantidad de tiempo pensando en la moral de sus equipos…
-Según mi experiencia, lo que tiene un impacto más significativo sobre el presupuesto de una película -pero que nunca está representado en él- es la moral. Si la moral es baja, por cada US$1 que se gaste, se obtendrán 25 centavos de valor. Si la moral es alta, por cada US$1 que se gaste, se obtendrán más o menos US$3 de valor. Las compañías deberían prestarle mucho más atención a la moral.

Antes de que tuviera la oportunidad de hacer mis propios filmes, trabajé en varias producciones mal dirigidas y aprendí cómo no hacer una película. Vi a directores que restringían sistemáticamente los aportes de las personas e ignoraban cualquier esfuerzo por hacer notar los problemas. Como resultado, las personas no se sentían comprometidas con su trabajo y caía su productividad. A medida que caía su productividad, la cantidad de horas extras aumentaba, y el filme se convertía en un hoyo financiero.

-Compromiso, moral, ¿qué otras cosas son cruciales para estimular el pensamiento creativo?
-El primer paso para lograr lo imposible es creer que lo imposible puede ser logrado. Hubo un momento en la realización de The Incredibles en el que tuvimos una reunión de la compañía. Las tenemos dos veces al año, y todos pueden expresar sus preocupaciones. Alguien levantó la mano y dijo: “¿Es The Incredibles demasiado ambicioso?”. Ed Catmull dijo: “No lo sé” y me miró. Yo sólo dije: “¡No! Si hay un estudio que necesita hacer cosas demasiado ambiciosas, es éste. Ustedes sólo han tenido éxito. ¿Qué hacen con él? No juegan a la segura, sino que hacen cosas que les asustan, que están al filo de sus capacidades, en las que pueden fracasar. Es eso lo que los hace levantarse en las mañanas”.

-Si uno le pregunta a la mayoría de las compañías sobre cómo innovan, éstas dirán: “Conoce a tu cliente. Descubre algo que el cliente realmente quiere hacer”. Pareciera que usted piensa en la innovación de un modo distinto.
-Nuestra meta es distinta, porque si uno dice que está haciendo una película para “ellos”, eso te coloca automáticamente en una situación inestable. La implicancia es que uno está haciendo algo para un grupo del cual ni siquiera es miembro y hay algo muy poco sincero en eso. Si uno está tratando con un medio para contar historias, que es un modo mecanizado de producir y presentar un sueño que uno invita a la gente a compartir, es mejor creer en el sueño o si no se verá como mera condescendencia.

Mi objetivo es hacer una película que yo quiera ver.  Si la hago de modo suficientemente sincero y eficientemente bien -si soy duro conmigo mismo y no completamente fuera de base, si no soy completamente distinto al resto de la humanidad- otras personas también se comprometerán y la encontrarán entretenida. 

-¿Qué hace Pixar para estimular una cultura creativa?
-Si uno baja al área de animación, verá que es desquiciada. A las personas se les permite crear lo que quieran en el frontis de sus oficinas. Uno puede tener algo parecido a una ciudad del oeste; otro algo como Hawái. A Steve Jobs no le gustaba la idea, pero John Lasseter dijo: “Tenemos que dejar que las cosas se vuelvan un poco locas en donde están los animadores”. John cree que si uno tiene una atmósfera relajada y libre, eso ayuda a la creatividad.

También está nuestro edificio. Básicamente fue Steve Jobs quien lo diseñó. En el centro, este enorme atrio, el cual pareciera ser un desperdicio de espacio. El motivo es que todos se van y trabajan en sus áreas individuales. Las personas que trabajan en códigos de software están aquí, las que animan  están ahí y las que diseñan están allá. Steve hizo colocar las casillas de correo, las salas de reunión, la cafetería y, de modo más insidioso y brillante, los baños, en el centro -lo que al principio nos volvía locos-, de modo que uno se topa con todo el mundo  en el curso de un día. Él se dio cuenta de que cuando la gente se topa una con otra, cuando hacen contacto con la vista, ocurren cosas. Así que hizo que fuera imposible no toparse con el resto de la compañía.

-¿Hay aquí algo más que contribuya a la creatividad que quisiera destacar?
-Una cosa que hace Pixar -que es una imitación de la era de Walt Disney, de los 40- es tener todo tipo de cursos opcionales. Le llamamos “PU” o Pixar University. Si trabajas en iluminación pero quieres aprender cómo animar, hay un curso para aprender a animar. Existen clases sobre estructuras dramáticas, Photoshop, incluso sobre Krav Maga, el sistema de defensa personal israelí. Básicamente, Pixar insta a las personas a aprender fuera de sus áreas, lo cual las hace más completas. A veces, las personas se cambian de un área a otra.

-Por una parte, usted es un líder. Por otra, usted suena un tanto subversivo. ¿Cómo hace ambas cosas?
-Creo que los mejores líderes son en cierto modo subversivos, porque ven algo de una manera distinta. Y no estoy liderando por mi cuenta. Mi productor, John Walker, y yo somos famosos por pelear abiertamente, porque mientras él necesita que las cosas estén terminadas, yo tengo que hacer que sean tan buenas como pueden ser antes de que estén terminadas. Si uno ve el material extra en los DVD de The Incredibles, hay un momento en que estamos peleando por algo y John dice: “Mira, sólo estoy tratando de que podamos cruzar la línea”. Y yo le digo “antes que nada, lo que yo estoy haciendo es tratar de que crucemos la línea”.

No quiero que él me diga “lo que tú quieras, Brad”, y que luego nos gastemos los recursos. Quiero que él me diga “si haces X, no seremos capaces de hacer Y”. Yo voy a pelear, pero tendré que hacer la elección. Me encanta trabajar con John, porque sé que él me dirá las malas noticias en la cara. Pero al final, ambos hemos ganado. Si usted pregunta en Pixar, ambos somos conocidos por ser eficientes. Nuestras películas no son baratas, pero el dinero llega a la pantalla porque somos abiertos en nuestro conflicto. Nada se oculta.

-Hemos hablado sobre cómo promueve la innovación. ¿Qué cosas la socavan?
-Las personas pasivas-agresivas -la gente que no muestra sus cartas en el grupo, pero que luego van tras bambalinas y alegan por todo- son venenosas. Habitualmente, las detecto muy pronto y las saco del equipo.

-¿Qué tipo de líderes inhiben la innovación?
-Cuando recién comencé en Disney, los viejos maestros de la animación se estaban yendo lentamente, y había un animador de unos 40 años que estaba comenzando a dirigir películas; la administración estaba instándolo a hacerse cargo de la animación en el estudio. En todo caso, se hizo cargo de una película y nos convocó a un montón de gente a su oficina. Lo primero que salió de su boca fue: “Estoy aquí para enseñarles. Estoy satisfecho con lo que hago”. Me perdió con esa primera declaración, porque yo había trabajado con los viejos maestros de Disney y ellos nunca estaban satisfechos.

Es surrealista pensar en ello ahora, pero mis primeros profesores reales y formales de animación fueron los mejores animadores del mundo. Comencé una película a los 11 años, y un amigo de la familia conocía al compositor de los filmes de Disney, quien me llevó al estudio. Conocí a un montón de los antiguos grandes maestros de la animación. Su peor animación era 1.000 veces mejor que la mejor de este nuevo director. Sin embargo, ellos llegaban al final de una película y decían: “Estaba comenzando a sentir que estaba comprendiendo al personaje, y quiero volver a hacer todo de nuevo. ¡No puedo esperar a la próxima!”. Ellos eran maestros de la forma, pero tenían la actitud de un estudiante. Este tipo que se estaba haciendo cargo del estudio había hecho sólo un par de piezas de buena animación, y estaba completamente satisfecho. No podía haber nada menos inspirador.

-¿Cómo compararía al Disney de principios de su carrera con el Pixar de ahora?
-Cuando entré a Disney, era como un clásico convertible Cadillac que había sido dejado afuera en la lluvia. Era una máquina increíble, hermosa pero vieja, que se estaba volviendo un tanto decrépita. Aun así, en ese momento tenían el mejor sistema de la Tierra. Tenían los mejores talentos. Las películas todavía estaban bien ejecutadas, aunque con poca inspiración.

Pero en ese momento Disney estaba disminuido. Estaban haciendo un película cada tres años en  vez de cada año o año y medio, como lo había hecho durante su apogeo. Walt se había ido hacía más de una década y los tipos de la vieja escuela se estaban yendo. El pensamiento de la compañía no era “tenemos toda esta increíble maquinaria, ¿cómo podemos usarla para hacer cosas fantásticas?, ¡podríamos ir a Marte con esta nave!” Por el contrario, era del tipo “no entendemos para nada a Disney; no entendemos lo que hizo; no arruinemos las cosas, sólo preservemos esta nave; ir a un lugar nuevo sólo la dañaría”.

El mantra de Walt Disney era: “Yo no hago películas para ganar dinero, gano dinero para hacer películas”. Ésa es una buena forma de resumir las diferencias entre Disney en su apogeo y cuando había caído. También es cierto para Pixar y un montón de otras compañías. Parece contraintuitivo, pero para que las compañías basadas en la imaginación tengan éxito en el largo plazo, el ganar dinero no puede ser el foco.

Hablando de forma personal, quiero que mis películas ganen dinero, pero el dinero es sólo el combustible para la nave. Lo que realmente quiero hacer es ir a algún lugar. No quiero recolectar más combustible.

Este artículo fue originalmente publicado en The McKinsey Quarterly, www.mckinseyquarterly.com  en abril de 2008. Copyright (c) 2008 McKinsey & Company.  Todos los derechos reservados. Traducido y publicado con autorización.

 

Noticias Marzo 8, 2009

Fernando Flores y Terry Winograd reinventaron la informática

 

Flores & Winograd.jpg

elmercurio. Francisco Varela fue el que comenzó todo. En
el otoño de 1977, Terry Winograd asistió a una de sus conferencias.

– ¿Cómo le está yendo a Fernando en Stanford? le preguntó esa vez Varela.
Winograd no entendió
– ¿Fernando quién?
Fernando Flores, insistió
Varela. Está en el Departamento de Computación.

– No. Yo trabajo en el Departamento de
Computación, voy a todas las reuniones y ahí no hay ningún Fernando, repuso el
norteamericano.

Winograd quedó intrigado, así que apenas
volvió a Stanford buscó a su supuesto colega. Efectivamente, Fernando Flores tenía una oficina en el Departamento
de Computación. Nunca se habían topado, porque el chileno, que venía saliendo
de la cárcel, estaba dedicado a reunir a su familia, y aún no se había
integrado a sus funciones en la universidad.

El padre de los computadores del
futuro

elmercurio.Terry Winograd es el mentor que ha movido silenciosamente los hilos del
desarrollo tecnológico.
Cuando la revista Fortune le preguntó a Larry
Page cuál había sido el consejo más valioso que había recibido, el cofundador y
director de Google aludió a quien fuera su tutor en la Universidad de Stanford.
Page intentaba escoger un tema de investigación entre las diez alternativas que
se le habían ocurrido. Fue su director el que zanjó el asunto al hacerle saber
que una de ellas, que tenía que ver con la estructura de links de la web
“parecía una muy buena idea”. El consejo le valió 112.54 billones de
dólares: el proyecto nunca llegó a transformarse en tesis, pero se convirtió en
Google. Y el primer hombre que supo apreciar el potencial que tenía esa
intuición en bruto se llama Terry Winograd y en este momento intenta abrir la
puerta de su oficina mientras balancea una taza de café.

Winograd es como una buena ciudad: una de esas
que por alguna misteriosa razón permite que pasen cosas. Que la gente precisa
se encuentre en el momento adecuado. A él le interesan las interacciones.
“Construir puentes es una metáfora interesante. Mi filosofía es que la
gente aprenderá más y trabajará mejor si está conversando con personas que
tengan una perspectiva diferente, estableciendo conexiones, mirando las cosas
desde distintos ángulos”, dice mientras toma su café a sorbos largos y
simétricos.

No sólo los encuentros humanos. Es la
interacción entre el hombre y el computador lo que constituye su área de
estudios en el Departamento de Computación de Stanford. Paradójicamente, llegó
a enfocarse en eso producto de uno de estos cruces. Porque el director del
Programa de Diseño de Software de esta prestigiosa universidad antes hacía algo
completamente distinto. Trabajaba en inteligencia artificial, intentando hacer
que los computadores hablaran como personas. Y fue un encuentro con un chileno
el que lo sacó de eso.

FRANCISCO VARELA fue el que comenzó todo. En
el otoño de 1977, Terry Winograd asistió a una de sus conferencias.

– ¿Cómo le está yendo a Fernando en Stanford? le preguntó esa vez Varela.

Winograd no entendió

– ¿Fernando quién?

Fernando Flores, insistió
Varela. Está en el Departamento de Computación.

– No. Yo trabajo en el Departamento de
Computación, voy a todas las reuniones y ahí no hay ningún Fernando, repuso el
norteamericano.

Winograd quedó intrigado, así que apenas
volvió a Stanford buscó a su supuesto colega. Efectivamente, Fernando Flores tenía una oficina en el Departamento
de Computación. Nunca se habían topado, porque el chileno, que venía saliendo
de la cárcel, estaba dedicado a reunir a su familia, y aún no se había
integrado a sus funciones en la universidad. “El hecho de que hubiera
estado en el mismo edificio que yo durante meses y que no lo hubiera conocido
fue una completa sorpresa”, ríe mostrando los dientes, que son tan blancos
como su pelo y sus zapatillas.

Deja su taza de café sobre la mesa, donde se
equilibran varias otras que ya fueron ocupadas. Su oficina está atiborrada de
libros: en las paredes, sobre las mesas, en el suelo, debajo de un plato usado.
“Errar es humano. Para realmente echar a perder las cosas se necesita un
computador”, se lee en un cuadro que cuelga de uno de los muros.

“La primera impresión que tuve al conocer
a Flores fue: ‘Aquí hay alguien que está realmente pensando, que de verdad está
buscando una perspectiva diferente a la del resto del mundo’. Él estaba en el
Departamento de Computación, pero cuando hablaba de computadores no usaba el
mismo lenguaje. Entonces sentí que iba a aprender algo diferente hablando con
este tipo”, recuerda.

De ese encuentro nació Action Technologies,
una compañía dedicada al desarrollo de software, y un libro que ha sido
traducido al español con el título de Hacia la comprensión de la informática y
la cognición: Nuevos fundamentos para el diseño.

Con él, contribuyeron a echar por tierra los
cimientos que guiaron la investigación computacional hasta los años 80. El
paradigma, hasta ese momento, era como sacado de 2001 Odisea del Espacio.
Máquinas que imitaban, igualaban y excedían la inteligencia humana. El reino de
HAL 9000, el mítico computador de Kubrick, o el de Wall-E, donde el instrumento
deja de ser instrumento y se transforma en protagonista.

Dieron vuelta las cosas. Establecieron que
había que dejar de intentar que los computadores imitaran a las personas, y que
en lo que había que fijarse era en cómo éstos afectaban nuestra vida y
experiencia. Al poner la vista en cómo el hombre se relaciona con las máquinas,
abrieron un espacio para que éstas dejaran de ser entendidas como un fin en sí mismo
y recuperaran su condición de herramientas. Y en ese momento dejaron de ser
buen material para películas de ciencia ficción: se volvieron útiles. Los
aparatos con pretensiones divinas dieron paso a tecnología
“invisible”, que de tan fluida parece desaparecer en las manos de
quien la ocupa.

FUE TODO UN QUIEBRE para Winograd. Él había
comenzado su carrera a fines de los años 60, en el laboratorio de inteligencia
artificial del MIT, donde sacó su doctorado. Era la época de oro: ahí
investigaba Marvin Minsky, uno de los padres de la disciplina, y el gobierno
destinaba recursos ilimitados para el desarrollo científico, sin exigir
aplicaciones militares como ocurre hoy.

“Estaba la sensación de que podíamos
jugar. Y como el objetivo era producir inteligencia humana, los temas eran
cosas como para niños. O sea: ‘¿Puedes tomar estos cubos y moverlos? ¿Puedes
contestar estas preguntas de este cuento infantil? Entonces era muy juguetón,
un ambiente juguetón high-tech, parecido al que tenemos aquí en Silicon Valley”,
dice sonriendo.

“Era emocionante. Ahí estaba el futuro y
todos nosotros íbamos a ser los pioneros”. Su trabajo consistía en hacer
que los computadores ocuparan y entendieran el lenguaje natural. Y lo logró, al
menos en parte. Para su tesis doctoral diseñó un programa, conocido como
SHRDLU, que simulaba un robot, el cual aceptaba instrucciones en inglés:
“Encuentra un bloque más alto que el que estás sujetando y ponlo en la
caja”, por ejemplo. Incluso, podía responder verbalmente: “No sé cuál
es”.

El éxito del proyecto le valió un lugar en la
historia de la inteligencia artificial. Sin embargo, cuando intentó ampliar el
universo mental del robot, que hasta ese momento se restringía a un mundo de
bloques, comenzaron los problemas. Al agregar más palabras y conceptos, la
ambigüedad natural del idioma se volvió una barrera insuperable. En esa época
Winograd ya había dejado el MIT y trabajaba en Stanford y en Xerox PARC, la
afamada compañía de innovación y desarrollo en Palo Alto.

Poco a poco comenzó a desilusionarse. Winograd
quería hacer que los computadores utilizaran lenguaje para volverlos más
eficientes y fáciles de usar. “Me di cuenta de que eso no iba a pasar si
yo seguía intentando que éstos fueran como personas”, explica. Se puso a
leer a Martin Heidegger y a Humberto Maturana. Comenzó a asistir a unas
conferencias en la universidad de Berkeley, encabezadas por John Searle, autor
de una de las críticas más famosas a la inteligencia artificial. Un par de años
después, cuando apareció Fernando Flores en
su vida, ya no había vuelta atrás: computadores para que mejoren la vida del
hombre; no para que la imiten.

EN EL PROGRAMA que dirige en Stanford, el
científico ha realizado trabajos colaborativos en algo que se conoce como
“computación ubicua”, un área que parte del supuesto de que en unos
años más, los computadores van a estar en todos lados.

“Partiendo de eso, la pregunta que sigue
es: ¿Cómo se ha de sentir eso? Es decir, si por todos lados hubiera cosas tan
difíciles de usar como tu ordenador la vida sería imposible. Entonces la idea
básica, que desarrolló Mark Weiser y John Seely Brown en Xerox, es ésta: cómo
diseñar un ambiente donde los computadores sean parte del fondo, pero donde tú
no necesitas prestarles atención. Que simplemente estén ahí haciendo lo que
tengan que hacer”, explica.

Cuando se le pregunta cómo estaremos
interactuando con computadores en diez años más, suspira: “Esa siempre es
una buena pregunta porque en diez años uno nunca sabe lo que va a pasar (se
ríe). Pero bueno, creo que podrías usar la frase ‘fuera del escritorio’. El
mundo de las aplicaciones, o de los computadores portátiles, va a crecer más y
más. Entonces estaremos menos enfocados en nuestro computador que está sobre la
mesa”.

Predice que también el mundo de los input y
los output, o de los medios por los que entra y sale información al computador,
va a cambiar: “Va a haber más aparatos que reconozcan gestos como
inputs”. Él mismo ha trabajado en eso junto a uno de sus alumnos,
utilizando la vista como un medio para operar un computador. “La manera
natural de atender a algo es mirar. Eso es lo que yo hago en el mundo: yo miro
en distintas direcciones, no muevo mi mano para que algo se me muestre. La
meta, entonces, es cuánto más natural y más fácil podemos llegar a hacer la
interacción con un computador”, afirma.

De nuevo volvemos a las interacciones que él
estudia y también disfruta. La mayor parte de su trabajo ha sido colaborativo.
¿Por qué? “Te diré las dos opiniones que tengo de mí: la buena y la mala.
La primera se ve, por ejemplo, en lo que pasó con Fernando: me entusiasmo
cuando veo a alguien que está interesado en las mismas cosas que yo pero que
las ve desde una perspectiva diferente. Encuentro que eso es desafiante. La
otra cara es que yo tiendo a ser intelectualmente pasivo. Me encanta pensar, me
encantan las ideas, pero no me gusta ir afuera y venderlas. No tengo ese fuego
en la guata que tienen las personas que creen que van a lograr que las cosas
ocurran, que tienen algo que los guía, que saben lo que quieren y que buscan
cambiar el mundo. Yo pienso que tiendo a aliarme con esta gente porque me doy
cuenta de que puedo contribuir con mi pensamiento, pero sin tener que estar
haciendo eso yo mismo”.

Aquí en Silicon Valley tiene campo de sobra:
por algo dice que si estuviéramos en el Renacimiento, esto sería Florencia. Y
ahí habría estado Winograd.


Andrea Muñoz Hinrichsen.

Noticias Febrero 25, 2009

Alvin Toffler: educación en el mundo que viene

emol. Un punto importante que también alcanza a Estados Unidos,
sería eliminar todos los sistemas educativos que preparan a los chicos para
trabajar en modelos industriales o de factorías. Nuestros sistemas educativos
hoy simulan el modelo de las fábricas, en las que los chicos siguen un horario
fijo de ingreso y salida, y una rutina al estilo de un trabajo cualquiera, lo
que estuvo bien mientras duró la sociedad de masas. Preparamos a los chicos
para trabajos que, en su esencia, serán una suerte de línea de ensamblaje aun
cuando esos empleos resultarán cada vez más escasos, y no avanzamos hacia una
economía basada en el conocimiento individual. Por tanto, es necesario
transformar este sistema masivo de educación, algo que será extremadamente
difícil de lograr. Es obvio que los sindicatos de profesores se resistirán a
estos cambios porque de manera comprensible buscarán proteger sus puestos de
trabajo, pero aun así debe darse un replanteo radical de la educación. ¡¿Cómo
se combina lo que hoy aprenden los chicos en la escuela con lo que aprenden en
internet o en la calle?! El modelo en
que se mueven los maestros es injusto para los chicos porque preparan a los
chicos para ayer, no para mañana
. La “escuela del mañana”, será
muy distinta de las actuales: debería funcionar las 24 horas del día, ofrecer
un servicio adaptado a las necesidades y los intereses de cada alumno y de las
empresas, y con un currículo interdisciplinario no sólo en cuanto contenidos,
sino también por sus exponentes. ¿Por qué las clases deberían darlas sólo los
maestros? Quienes a su vez deberían pasar parte de su tiempo en el mundo
empresarial y todos aquellos que tengan algo para dar ¿Por qué no sumar a las
aulas a quienes sin ser maestros, pueden ofrecerles otras perspectivas de
aprendizaje a los chicos? ¿Por qué no sentarlos durante media hora, una hora o
lo que fuere con un piloto de avión? ¿O con un cocinero, un empleado de oficina
o un empresario? Que se genere una ida y vuelta: ¿qué haces? ¿Cómo es tu vida
diaria? Y, más relevante aún, ¿cómo introducir a los estudiantes al mundo
actual, a la vanguardia de la tecnología de la información, cuando los maestros
conocen tanto o menos de ellas que los alumnos?




Contra lo que muchos aseguran, el futurólogo cree
que éste no será el siglo de China. Ni tampoco de India. También adelanta que
la crisis empeorará, critica la compra de armas de países latinoamericanos y
propone un cambio radical en el sistema educativo. Para él, el porvenir sólo
está asegurado para quienes desarrollen un pensamiento crítico y aprendan a
tomar decisiones veloces.
La hora
acordada pasó de largo. Por fortuna, el célebre escritor y
“futurista” Alvin Toffler se lo toma con calma, mientras prepara sus
maletas para volar junto a su mujer, Heidi, rumbo a otra ciudad y otros compromisos.

Por
Hugo Alconada Mon, Desde Fairfax, Virginia, EE.UU.

-Usted sabe cómo es el tráfico por estos días.

-(Se ríe) Oh, sí, todos sabemos cómo es.
¡Lamento que haya quedado estancado en ese problema propio de “la segunda
ola” en el camino!

Toffler regala una sonora carcajada que
refleja sus vigorosos 80 años. Es uno de los intelectuales más respetados del
mundo. Autor, entre otros libros, del ya legendario La Tercera Ola , Toffler
sostiene que la humanidad encara su tercer capítulo. El primero fue el pasaje de
la civilización nómada a la agraria; la segunda ola fue la Revolución
Industrial y la sociedad de masas, la burocracia y las corporaciones; y la
tercera es la que se desarrolla ante nuestros ojos, con el nacimiento de una
sociedad postindustrial.

Un parto que, claro está, no es homogéneo ni
simultáneo alrededor del planeta. O, como prefiere decir él, “el cambio no
es lineal; puede ir hacia atrás, hacia adelante o hacia los costados”,
pero para el que será necesario revolucionar el sistema educativo.

En estos tiempos de Barack Obama en la Casa
Blanca, pero también de una crisis financiera y económica, Toffler avizora
además un mundo multipolar y cambiante que no lo tendrá como protagonista, pero
que lo cobija como profeta desde que publicó El shock del futuro, allá por
1970.

Para ser el “futurólogo más famoso del
mundo”, como lo definió The Financial Times, Alvin Toffler no usa la
palabra “predicciones” y desconfía –casi detesta– de quienes las
lanzan. “Cualquiera que diga que puede predecir el futuro es probablemente
un miembro del club de los charlatanes, porque los eventos humanos están llenos
de sorpresas y hechos fortuitos, de conflictos, retrocesos y trastornos”,
dice.

–¿Pero es, al menos, optimista sobre el
futuro?

-Bueno, la pregunta es de qué período estamos
hablando. ¿Hablamos del futuro inmediato? Y en ese caso, ¿de qué región del
mundo? Este no es un buen momento para Estados Unidos. Afrontamos un declive
económico significativo que podría tornarse mucho peor antes de mejorar. Así
que éste no es el mejor de los momentos. Pero si miramos al largo plazo, diez o
quince años hacia adelante, es otra historia. Creo que Estados Unidos y otros
muchos países disfrutarán de grandes oportunidades para mejorar la calidad de
vida de sus ciudadanos.

–¿Cuáles son los grandes desafíos que anticipa
para Estados Unidos y otros países desarrollados?

–Por supuesto que el primero es el que
mencioné antes: el declive económico y cómo se le supera. También está el
desafío ambiental, y si seremos capaces de hallar los sustitutos energéticos.
Pero soy optimista y creo que superaremos esos problemas.

–Así como hoy se reafirma optimista, ¿cuánto
cambió su visión respecto de la que exponía antes del 11 de septiembre de 2001?

-Bueno… aquel día introdujo el concepto del
terrorismo en un nuevo nivel, aun cuando, si mira en nuestros libros, creo que
encontrará que aludimos a ese problema en prácticamente todos ellos, incluso en
El shock del futuro. Por supuesto que no nos enfocamos en ese problema, ni como
“terrorismo religioso”, pero sí nos referimos a otros tipos de
terrorismo. Y volvimos a citarlo en la mayoría de nuestros trabajos, así que no
es un problema completamente nuevo. Lo que sí es nuevo y realmente peligroso es
que ahora tenemos nuevos medios masivos de comunicación al servicio de los
gobiernos y los ciudadanos, pero que también les aportan ventajas a los
terroristas de las que antes carecían. A esto se suma que vivimos en un mundo
en el que ahora es posible acceder a armas de destrucción masiva, y eso cambia
la historia. No me gusta trazar comparaciones históricas, aun cuando se podría
repasar la historia griega y hallar similitudes con la actualidad. Pero nada
fue como hoy, porque nadie tenía estas armas, que generan otro
“juego”, otra dinámica, otro mundo. Todo lo que lo precede no es
comparable.

–Entonces se lo pregunto de nuevo: ¿Es usted
optimista sobre el futuro?

–Soy estadounidense y soy, por tanto, lo que
defino como un “optimista químico” (ríe). ¡Está en nuestra química
orgánica! Básicamente, sí, lo soy, aun cuando atravesamos tiempos difíciles,
dolorosos, antes de arribar a un futuro algo mejor.

–¿Cómo ve las perspectivas para América
Latina?

–Acabo de terminar una serie de reuniones con
mi equipo de consultores en las que discutimos sobre América Latina. Lo que me
choca, debo admitirle, es el hecho de que varios países de la región están
gastando más y más dinero en armas. Eso le añade más grados de incertidumbre y
preocupación al análisis sobre hacia dónde se dirige el continente. Sé, por
supuesto, que hay también una enorme demanda por mejorar la infraestructura de
los países, lo que está abriendo una oportunidad para que China y otras
potencias accedan a la región. Esa demanda de infraestructura refleja una gran
oportunidad, a la vez que puede causar potenciales conflictos sobre, por
ejemplo, qué puertos potenciar o el trazado de autopistas o gasoductos.

–¿Ve esos conflictos como algo serio?

–Veo que los países perciben, correctamente o
no, una amenaza velada y potenciales tensiones; pero lo último que necesita
América Latina es un conflicto militar. Eso me preocupa.

–Ya que mencionó a China, ¿será éste el siglo
chino?

–Éste no será el siglo de un país en
particular. Primero, porque los cambios se suceden cada vez más rápido. Así que
incluso si China se convierte en el “número uno”, puede que no dure
un siglo en ese lugar de prevalencia. Es demasiado sencillo afirmar que China
será la próxima superpotencia o que India lo será. Creo más bien que viviremos
una situación con una multiplicidad de superpotencias. No una, sino alianzas o
grupos cambiantes de países que, comparados con su pasado, serán
superpotencias.

–Dada esa dinámica, ¿qué deberían hacer
aquellas naciones que aún fluctúan entre la segunda y la tercera ola?

– (Suspira). Hasta el grado en que les sea
posible, un punto importante que también alcanza a Estados Unidos, sería
eliminar todos los sistemas educativos que preparan a los chicos para trabajar
en modelos industriales o de factorías. Nuestros sistemas educativos hoy
simulan el modelo de las fábricas, en las que los chicos siguen un horario fijo
de ingreso y salida, y una rutina al estilo de un trabajo cualquiera, lo que
estuvo bien mientras duró la sociedad de masas. Preparamos a los chicos para
trabajos que, en su esencia, serán una suerte de línea de ensamblaje aun cuando
esos empleos resultarán cada vez más escasos, y no avanzamos hacia una economía
basada en el conocimiento individual. Por tanto, es necesario transformar este
sistema masivo de educación, algo que será extremadamente difícil de lograr. Es
obvio que los sindicatos de profesores se resistirán a estos cambios porque de
manera comprensible buscarán proteger sus puestos de trabajo, pero aun así debe
darse un replanteo radical de la educación. ¡¿Cómo se combina lo que hoy aprenden
los chicos en la escuela con lo que aprenden en internet o en la calle?!

–¿Hay algún país que siga esta reforma
educativa que sugiere?

–No. No aún.

–¿Por qué?

– Bueno, para empezar, porque una de las metas
más preciadas de los países en vías de desarrollo es convertirse en sociedades
industrializadas. O, como decimos nosotros, pasar de la “primera ola”
a la “segunda ola”. Además, muchos de esos países tampoco se han
confrontado aún con las nuevas realidades globales. Y a esto se suma que los
docentes en casi todos los países están muy bien organizados en sindicatos para
proteger sus empleos. Lo comprendo. ¡Mi hermana es maestra! Pero el punto es
que el modelo en que se mueven es injusto para los chicos. Preparan a los
chicos para ayer, no para mañana.

LA NACIÓN / ARGENTINA / GDA /

LA ESCUELA DEL MAÑANA

Alvin y su mujer, Heidi, subrayan que el
futuro “será para aquellos que desarrollen habilidades o técnicas de
pensamiento crítico”. Es decir, aquellos que sepan asimilar información,
adaptarse a los cambios y tomar decisiones a una velocidad creciente, algo para
lo cual, afirman, no preparan las escuelas de hoy.

La “escuela del mañana”, tal como la
entienden los Toffler, resulta ser muy distinta de las actuales. Para empezar,
porque debería funcionar las 24 horas del día, ofrecer un servicio adaptado a
las necesidades y los intereses de cada alumno y de las empresas, y con un
currículo interdisciplinario no sólo en cuanto contenidos, sino también por sus
exponentes. ¿Por qué? Porque las clases deberían darlas no sólo los maestros
?quienes a su vez deberían pasar parte de su tiempo en el mundo empresarial?,
sino todos aquellos que tengan algo para dar.

-¿En qué piensa, en concreto?

-¿Por qué no sumar a las aulas a quienes sin
ser maestros, pueden ofrecerles otras perspectivas de aprendizaje a los chicos?
¿Por qué no sentarlos durante media hora, una hora o lo que fuere con un piloto
de avión? ¿O con un cocinero, un empleado de oficina o un empresario? Que se
genere un ida y vuelta: ¿qué haces? ¿Cómo es tu vida diaria? Y, más relevante
aún, ¿cómo introducir a los estudiantes al mundo actual, a la vanguardia de la
tecnología de la información, cuando los maestros conocen tanto o menos de
ellas que los alumnos?


Noticias Enero 20, 2009

Video Experiencias Empresarias América Latina

Les presento testimonios de negocios, aprendizajes y experiencias algunas de las participantes en el Programa Empresarias de América Latina, realizado con la corporación italiana Cestas y la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales. La experiencia ha sido todo un desafío y disfrute de afectos y mutuas enseñanzas, que agradezco sinceramente.

Noticias Diciembre 22, 2008

39 Blogs Actualziados de las Empresarias de America Latina

BlogsCestas.jpg

Los
invito a visitar los 39 sitios blogs actualizados de las participantes de Nicaragua, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile del programa Empresarias de América Latina, que realizamos para la
corporación Cestas, con apoyo de la Coorperación del Gobierno de Italia, y bajo
el auspicio académico de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego
Portales
. y Construyendo mis Sueños de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. También nos puedes encontrar en facebook.

Este programa busca desarrollar la capacidad de hacer negocios de las
participantes, a partir de apropiación de las posibilidades que trae la
web 2.0, como bligoo, facebook, Skype, justin.tv y mejorando la capacidad
de articular la oferta y la identidad de los negocios, fortalezas para vender,
capacidad de gestionar y cumplir compromisos de satisfacción de los clientes, y
desarrollo de redes sociales de colaboración. En síntesis, desarrollar una
cultura de negocios emprendedora, de ventas y colaboración, integrando las tecnologías y las posibilidades de la globalización.

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