quépasa.
Carlos Peña: “Que nos estemos
sintiendo mal es un buen síntoma de que estamos en el camino correcto”.

-¿A qué atribuye el pesimismo imperante en Chile?

-Ante
todo habría que subrayar que el pesimismo -la creencia de que las cosas van de
mal en peor- pertenece más a las élites que a la gente común y corriente.
La gente de a pie -según muestran las encuestas- está más bien optimista
respecto del futuro y evalúa de manera positiva los últimos años. Esas
percepciones son razonables si se tiene en cuenta que nunca, como ahora, las
mayorías habían estado mejor en todas las esferas, materiales y simbólicas, de la
vida. Con
todo, las élites están pesimistas. Hay varias hipótesis para explicar el
fenómeno. La
más plausible se relaciona con el gigantesco cambio en las condiciones
materiales de la existencia: esos cambios han impulsado un proceso de mayor
autonomía e individuación de la gente, la que, así, ya no le cree a pie
juntillas a las élites. El resultado es que las élites se sienten extrañas en
este mundo donde el prestigio de redistribuye y donde ellas ya no tienen la
última palabra.

Los
chilenos vivimos hoy día más y vivimos mejor y nunca antes en la historia las
grandes mayorías habían experimentado en el curso de quince o veinte años
cambios en su bienestar que antes se alcanzaban en dos o tres generaciones. En
otras palabras, nunca la biografía personal de tantos hombres y mujeres fue
capaz de recoger en el curso de su propia vida cambios tan bruscos y tan
radicales, y por eso hoy día las mayorías se han vuelto más insumisas e
infieles: cuando usted ha experimentado en el curso de una década y media que
su vida puede cambiar tan radicalmente, ya no cree en los relatos ideológicos
que le enseñaban a esperar y a comportarse bien.

Las
mayorías, por decirlo así, ya no comulgan fácilmente con las ruedas de carreta
en cuya fabricación las élites culturales e intelectuales se ganan la vida.

-¿El pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de
nuestras elites o más bien responde a una situación coyuntural?


-Es
probable que en momentos de cambio -cuando su propia situación comienza a
debilitarse por la emergencia de nuevos grupos y de nuevos actores- las élites
se pongan pesimistas. Ocurrió así cuando surgió la sociedad de masas en la
cultura europea de entreguerras y, para no ir tan lejos, sucedió en el Chile
del Centenario y está ocurriendo también ahora mismo. No es que las élites sean
pesimistas por naturaleza: es que ellas viven la pérdida de su capacidad
hegemónica y su influencia, como si fuera el mundo, y no ellas, quienes están
en crisis. El proceso es conocido: todos los grupos tienden a universalizar su propia
experiencia.

Pero
no hay que alarmarse: ya surgirán otras élites más a la altura de los tiempos.

-¿Cuánto influye la crisis de liderazgo político actual en el pesimismo?

-La
crisis de liderazgo a la que hoy asistimos -en la izquierda y en la derecha, en
todos lados- más que una causa es un síntoma de la situación de tránsito que
hoy experimentan las élites. Finalmente, cuando el futuro ya no se ve muy firme
-esto es especialmente cierto en la política, cada uno empieza a velar por sí
mismo y por su propia tienda y entonces el liderazgo, es decir la imposición de
una sola voluntad en las cuestiones fundamentales se hace muy difícil.

-Este país ha mejorado sus índices económicos y sociales en
los últimos 20 años. ¿A qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el
pesimismo?


-Como
vimos, el pesimismo no es de las mayorías, sino de las élites. No es muy
difícil explicarlo. El cambio en las condiciones de vida de las mayorías y la
expansión del consumo que, a pesar de todas las desigualdades, experimentan,
provoca reacciones encontradas en las élites que se ven hasta cierto punto
desplazadas por esos procesos.

Nunca,
como hoy, las mayorías habían estado mejor. La educación básica y media se ha
expandido, hoy la cobertura es casi universal y las expectativas de escolaridad
para un niño de 5 años son de 15,6 años, apenas una fracción por debajo de los
países de la OCDE; la educación superior se ha masificado y ya traspasamos el
40% de cobertura y siete de cada diez alumnos son hijos de padres que nunca alcanzaron
ese nivel educacional; la vivienda propia, antes una verdadera quimera, hoy es
una realidad para el 75% de los chilenos; el automóvil se ha masificado y los
medios de comunicación se han expandido como nunca antes; los malls proliferan
y el consumo de bienes materiales y de bienes simbólicos, se hincha. En suma,
somos más prósperos y la miseria, afortunadamente, cada día se achica y se
arrincona.

Ese
gigantesco cambio que han experimentado las mayorías en las condiciones
materiales de su existencia ha inducido, como lo habría predicho Marx, un
cambio cultural: las mayorías son más autónomas y desconfiadas.

El
resultado es que la gente confía cada vez más en sí misma y en su propia
voluntad y tiene menos razones para dejarse guiar por otros, que es el negocio
de las élites. Así entonces las élites tradicionales -pero no las mayorías-
tienen razones para estar pesimistas respecto de su destino.

-Ambas coaliciones políticas -Concertación y Alianza- se ven enfrentadas
a bajas cifras de apoyo en las encuestas. ¿Hay una crisis de representatividad
que influye en la percepción negativa de las personas sobre quienes dirigen el
país?


-Las
bajas cifras de apoyo en las encuestas muestran una especie de enfriamiento de
la política que, atendidos los procesos sociales que ha experimentado el país,
es casi inevitable. La experiencia comparada muestra que este fenómeno no es
exclusivo de Chile, sino propio de una sociedad que se moderniza. Tampoco
se debe a que la política es poco representativa, sino al hecho que la gente
busca expresarse en otras esferas distintas de la política. En un mundo cada
vez más diversificado y cada vez más complejo, es inevitable que la política
pierda peso. En las democracias que maduran y se modernizan las élites
políticas tienen menos influencia porque la gente sabe que -por decirlo
así- la vida está en otra parte.

-¿Estamos realmente enfrentados a un cruce histórico
complejo o más bien esto es una narración inventada desde la élite para
expresar su disconformidad?


-Como
sugerí antes, no sería raro (los ejemplos sobran) que la élite exprese como
crisis global lo que no son más que síntomas de su propia delicuescencia y de
su propio tránsito. Después de todo estamos viviendo un cruce histórico, sin
duda, pero de todos los que ha vivido el país, éste es sin duda el más
estimable y objetivamente no hay motivo alguno para la desazón: ¿en qué otro
momento las mayorías, que son las que importan, habían estado mejor?

-Más de una vez se ha dicho que este país cambió culturalmente y que el
mejor ejemplo de eso es la elección de Bachelet. Es más: se habló de un cambio
sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados de ánimo son reflejo de la confusión e
incertidumbre respecto de quién queremos que nos gobierne: el estilo ciudadano,
el autoritario, etc.?


-De
que ha habido cambios culturales no cabe ninguna duda. Aunque ellos están más
relacionados con la esfera de la subjetividad que directamente con la política:
hay más deseos de reconocimiento (las minorías sienten que su forma de vida
merece comparecer en el espacio público); hay más autonomía (en la esfera
personal e íntima la gente rechaza ser dirigida desde una voluntad ajena a la
suya); se experimentan mayores contradicciones entre esa expansión de la
autonomía y las formas de vida familiar (se anhela la familia, pero
paradójicamente ésta es más frágil); hay optimismo frente al futuro, pero
también una mayor sensación de riesgo (como si en cualquier momento pudiéramos
quedar a la intemperie); la religiosidad se hace más diversa, más electiva y
muchísimo más íntima que social (un signo de esto es el aumento de los
movimientos evangélicos y de las advocaciones católicas que confieren un fuerte
sentido de identidad).

En
conclusión, ha habido cambios culturales; pero la elección de Bachelet no
parece haber sido una muestra ni de su índole, ni de la dirección que
tenían.

-¿Qué discurso de futuro se requiere hoy para superar el
pesimismo?


-Debe
tener como punto de partida el hecho que nuestro país ha experimentado
importantes procesos de modernización; pero todavía no hace del todo suya a la
modernidad, es decir, al conjunto de cambios culturales y subjetivos que esos
procesos inducen. En mi opinión, las élites políticas que comprendan ese
problema y lo pongan en una narrativa seductora, lograrán ganar para sí la
adhesión de la mayoría.

Esa
narrativa debiera hacer frente a cinco cuestiones que están hoy día en la base
de la esfera pública: 1) En primer lugar, los procesos de individuación
plantean desafíos a la integración social. Ello demanda asignar significados a
la vida en común. Una sociedad democrática vigorosa y atenta, necesita
desarrollar en sus miembros un compromiso cívico, la idea que se trata de una
empresa común, que compromete a todos. 2) En segundo lugar, hay en Chile una
demanda de seguridad en todos los ámbitos de la vida, desde el físico al
medioambiental y al emocional. Si antes el grito de las mayorías era ¡tenemos
hambre!, hoy el reclamo parece ser ¡tenemos miedo! 3) En tercer lugar, tenemos
el desafío de alcanzar equidad en los procedimientos para tolerar así la
desigualdad de resultados. El dilema de Chile no consiste en escoger entre una
sociedad de iguales o una de desiguales. El dilema de nuestro país consiste en
escoger entre una sociedad de herederos donde el bienestar se distribuye en
atención a la cuna o una sociedad donde el desempeño personal configure nuestro
destino. 4) El mercado del trabajo es otro de los aspectos clave en el futuro.
El trabajo es la base del orgullo personal y la dignidad de las personas y las
políticas en esa área requieren más sensibilidad de aquella que es capaz de
proveer la economía neoclásica y el management (en los que hasta ahora hemos
confiado). 5) En fin, hay que eludir el falso dilema entre populismo y
democracia eficiente. Las élites experimentan hoy un cierto malestar con la
democracia. Nos molesta que las audiencias sean infieles y les tenemos temor a
los políticos mediáticos. Todo eso oculta un cierto desprecio por la cultura de
masas y por eso me parece que en vez de quejarnos y esperar que las mayorías
siempre escojan a los virtuosos, hay que mejorar la democracia incrementando la
participación, haciendo más fluidos los canales por los que se comunican los
ciudadanos con sus representantes, distribuir con mayor igualdad el capital
cultural disponible, mejorar la educación vinculándola con la ciudadanía,
aumentar la calidad de las encuestas.

-¿Cuánto influye en el pesimismo la percepción de que el establishment
tiene pocos incentivos para mejorar las debilidades de este país? ¿Hay una puja
de una nueva élite, que enarbolando las banderas del inconformismo, busca
suceder a la otra?


-Es
probable que exista algo como eso. El campo del poder, del prestigio y de la
influencia -el negocio de las élites, en otras palabras- suele estar cruzado
por disputas y por conflictos que en los momentos de cambio se agudizan. A
veces omitimos ese aspecto porque al hablar de élites acentuamos lo que esos
grupos tienen en común (la posesión del prestigio y del poder) y olvidamos las
diferencias que los atraviesan: de clases, de memoria y de intereses. Después
de todo, tanto los que se quejan, como los que aplauden, se dedican al mismo
asunto y es inevitable que compitan: sólo que unos creen que están a la baja, y
los otros que el poder y la influencia está por fin al alcance de la mano.

-¿Existe acaso un agotamiento de los proyectos que han
gobernado este país en los últimos 30 años?


-Más
que agotamiento ha habido realización. No es que el proyecto se haya acabado
antes de llegar a término. Es más bien que se consumó con éxito. Todo lo que
nos incomoda estos años es fruto de que el proyecto (en especial el de la
Concertación) llegó a término exitosamente. Otra cosa es que las élites que lo
llevaron a cabo, y que ahora están molestas, no se hayan dado cuenta. Y es que
Marx y Engels tenían razón: los hombres hacen su historia, pero no saben la
historia que hacen.

-¿Usted milita en el bando de los optimistas o pesimistas?

-De
los optimistas. Como no creo que vengamos del paraíso, ni pienso que vayamos al
jardín del edén, esta situación -con todas sus contradicciones, problemas
e injusticias- no me parece del todo mal.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra o siconálisis?

-El
sicoanálisis podría ayudar a curar las heridas narcisistas de cierta parte de
la élite que no entiende por qué ya no se la escucha. Pero sobre todo nos
ayudaría a entender el fenómeno en su conjunto: Freud enseñó que la
civilización estaba inevitablemente unida a un cierto descontento. A mayor
civilización, dijo, mayor descontento. Así entonces que nos estemos sintiendo
mal es un buen síntoma de que estamos en el camino correcto. Las euforias -en
la política y en la religión- no son saludables.

 

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