El discurso de cuenta al país de la Presidenta Michelle Bachelet me deja un sentimiento mezclado de identificación con sus convicciones y sus intensiones profundas, en construir un país más integrado, solidario y diverso, donde el estado toma responsabilidad por la equidad y la apertura cultural, a partir de un gobierno responsable en lo económico y generoso en la inversión social. Debe ser el presidente de la democracia que más me identifica en la sensibilidad por los más modestos y los excluidos del bienestar.

Pero me quedo insatisfecho con la falta de una estrategia que de verdad se enfoque a producir valor en la era digital (las lucas se esperan sigan saliendo del cobre). También abrió demasiados focos y al final pierde la apuesta por lo que se jugará. Solidarizo con los recolectores de basura, los escucho trabajando en las frías madrugadas, pero llegar a ese nivel de detalle en el discurso anual produce desespero. Esto profundizado, porque la principal ausencia de su discurso fue haber hecho un fuerte reconocimiento y promesa de superación de las debilidades de gestión de este Gobierno. Está la voluntad y está el dinero, pero no hay ninguna señal que debiera mejorar significativamente la capacidad de ejecución del Gobierno.

La inspiración me identifica profundamente como para seguir sintiendo al Gobierno de la presidenta Bachelet como mi gobierno y para continuar apostando por la Concertación. Pero con urgencia hay que mejorar en gestión, lo cual no se logrará con mejores procedimientos administrativos y selección profesional de directivos públicos. Eso ayuda, pero lo importante es poner espíritu en los equipos, movilizar la administración, hacer apuestas políticas por los liderazgos más efectivos e innovadores, subirse de verdad a las tecnologías. En fin, anteponer al espíritu burocrático, un espíritu juvenil, innovador y con urgencia por la velocidad de los desafíos de Chile.

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