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Cazadores de energía

Se habla, se comenta, se especula: el siglo XXI será el de la Revolución de la Energía: ahí no sólo está la clave para el crecimiento planetario, sino también la solución al problema del calentamiento. Por eso todos buscan, apuestan, investigan, y nuestro país no está ajeno a la dinámica. Diversos científicos y emprendedores se quiebran la cabeza tratando de sacar chispas a las algas, watts a las mareas, energía a la basura. Aquí cuatro casos. Qué casos.

Por Sergio Paz y Josefa Ruiz-Tagle

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Marcos Crutchik:
EL PODER DEL DESIERTO DE ATACAMA

“La energía solar que capta la Tierra, en apenas 20 días es igual a todas las reservas de combustibles fósiles que existen en el planeta”, asegura Marcos Crutchik, un ingeniero eléctrico que alguna vez estuvo en Marte. Bueno, es un decir. Antes de trabajar en la U. de Antofagasta, donde hoy se desempeña como director de Departamento de Ingeniería Eléctrica, Crutchik desarrolló, en Cleveland, EE.UU., la central de energía para la base que planea construir la NASA en Marte.

Crutchik ???55 años, casado, dos hijos??? asegura que para solucionar todos los requerimientos de energía eléctrica de Chile bastaría con utilizar los rayos que inciden sobre una superficie de 40 kilómetros cuadrados del desierto de Atacama. No más que un arenoso terrenito de 6×7. El resto es ganas. Y tecnología.

Marcos asegura que en el desierto de Atacama están los mejores indicadores de radiación solar del mundo, sólo superado en Kenia. Por eso, durante tres años, junto a varios profesores y alumnos tesistas, amén de un presupuesto que rondó los 15 millones de pesos, Crutchik modeló una central solar, léalo bien, térmica cilindro???parabólica.

Funciona así: largos paneles cilíndricos, como tubos cortados por la mitad, permiten que el Sol refleje todo su poder en un solo punto. Mientras tanto, se hacen circular sales fundidas en estado líquido (o algún material biológico) a más de 400 grados Celsius, lo cual permite evaporar agua en un intercambiador de calor. Finalmente, el vapor se conecta a una turbina que acciona un generador. Y listo. Según Crutchik, a un costo de 500 millones de dólares, una central de este tipo aportaría 200 megawatts al sistema; cantidad no menor, considerando que Ralco produce 400. En todo caso ???lo tiene claro Crutchik??? la energía solar no es la panacea. Al menos por ahora. Se sabe: si el kilowatt de una hidroléctrica cuesta unos mil dólares, el de una central solar costaría el doble. “Es verdad ???dice??? que con el agua no se puede competir. Pero sí con el carbón y el petróleo”.

En la universidad estiman que, a fin de año, estará listo un prototipo capaz de producir cinco megawatts.


Claudio Tenreiro:
ENERGÍA DE LA BASURA

Pocas personas tienen más propiedad para hablar de energía que Claudio Tenreiro, un circunspecto físico que durante años fue director ejecutivo de la Comisión Chilena de Energía Nuclear. Tal vez por lo mismo, sus primeras palabras huelen a vaticinio: “Hoy, lo que de verdad importa ???dice??? es la suma. Da lo mismo si produces uno o dos kilowatts. Lo que interesa es ahorrar. Quitarle megawatts al sistema. Y en eso todo el mundo puede cooperar”.

Actualmente, Tenreiro es director del Departamento de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de Talca y, gracias a su expertise en innovación tecnológica, ha dirigido varios proyectos que apuntan a un cambio en la matriz energética. Incluido uno que en verdad lo apasiona: obtener biodiésel de la basura.

El proyecto que Tenreiro coordinó en Talca, en conjunto con el académico Ambrosio Martinic, especialista en procesos térmicos de combustión es, sin duda, mucho más simple que manipular átomos de uranio. Y consiste en lo siguiente: tomar aceite quemado (el aceite que desechan grandes empresas como Mc Donald’s) para, en un dos por tres, transformarlo en biodiésel.

¿Cómo? En menos de un año, un tesista y un estudiante, más tres académicos y una empresa que quiso invertir, probaron cinco métodos distintos. Y, finalmente, dieron con un artesanal mecanismo, digno de Mad Max, que costó menos de 300 mil pesos. Y actualmente permite producir, a partir de aceite de cocina común y corriente, veinte litros de biodiésel.

¿Poco? Sí: poco. Nada. Pero da lo mismo. De hecho, según Tenreiro, lo importante es que cualquier campo de 100 o 150 hectáreas pueda producir su propio biocombustible, lo que le permitiría ser autónomo. Y eso no necesariamente con aceite quemado. De hecho, según Claudio, utilizar aceite sólo fue un ejemplo: “La idea ???explica??? es producir energía con cualquier desecho orgánico”. Es más, en esta línea, el mismo Tenreiro señala que la Universidad de Concepción lidera el desarrollo.

Así las cosas, el punto parece ser otro. “El fin ???continúa??? es que pronto comience la producción masiva de biodiésel. Y, en cada campo, se piense en soluciones que permitan bajar los costos de los insumos”.

Cauteloso del uso de energía nuclear (dice que en no menos de quince años se habrá eliminado el peligro de acumular desechos radioactivos), Tenreiro insiste en que hoy lo importante es que cada industria, cada persona, encuentre una particular solución a sus problemas energéticos. “Queremos que esto se transforme en una práctica. Se sabe que, de aquí a poco, el excesivo aumento en los precios de los combustibles tradicionales podría dejar a muchas empresas en serios problemas. Y, ante eso, lo único que queda es ahorrar. El futuro no es otra cosa que eficiencia energética”.

Palabras de un capo que sí que encontró qué hacer con la basura.


Rolf Fiebig:
EL REY DE LAS MINICENTRALES

“En este momento se está perdiendo la energía hidroeléctrica, la estamos botando al mar. ¡Dos mil 400 millones de dólares cada año!”, acusa Rolf Fiebig, mientras apunta con su láser hacia cientos de pequeños esteros que, en una fotografía aérea proyectada en la pared, bajan en picada desde la cordillera. “Bastaría ???insiste Fiebig??? con desviar parte del agua hacia un pequeño tranque, tirarla por una tubería hasta la casa de máquinas donde se genera la electricidad y luego devolverla al estero. Con casi cero impacto ecológico”.

Según Rolf Fiebig, ingeniero civil dedicado desde hace décadas al suministro de tecnologías a diversas industrias, las pequeñas centrales son la solución definitiva al grave problema de abastecimiento energético que hoy enfrenta el país: “Con estas tecnologías”, asegura, “en dos años podríamos triplicar la capacidad instalada en Chile”.

Fiebig entró en contacto con la tecnología de las minicentrales cuando era un muchacho y viajaba durante sus vacaciones al sur. Su familia ???que llegó desde Alemania a finales del siglo XIX??? produjo desde muy temprano energía eléctrica de manera artesanal. “En efecto”, explica, “en Europa la cosa operó al revés. Allá todo empezó chiquitito y fue creciendo de a poco. Acá, en cambio, nos vendieron las grandes plantas de una vez, cuando ni siquiera había una infraestructura de redes para distribuir la electricidad”.

Desde 1980, Fiebig vende pequeñas centrales de tecnologías austríaca y alemana a empresarios chilenos a través de su firma Mantex. Pero su interés se agudizó en 2000, luego de que le compraran una central que instalaron cerca de Osorno. Aquel proyecto, que debió haber costado un millón 800 mil dólares, gracias a las tecnologías que él vende, sólo costó un millón. “Allí se me despertó la inquietud total”, declara. Y comenzó a pensar en instalar su propia central.

Pronto se dio cuenta, eso sí, de que tenían un problema: “Las minicentrales podían funcionar perfectamente como ‘islas’, para abastecer a una planta industrial, pero no había nadie que comprara esta energía para distribuirla, y si lo hacían, era a precios ‘viles’, muy por debajo de lo que recibía cualquier gran central”. Pero, según Fiebig, esto lo solucionó “San Kirchner” cuando hace un par de años cerró la llave del gas.

Comenzó una nueva era. Fiebig ya había creado la Asociación Chilena de Energías Renovables (Acera), que él mismo preside. Producto de la crisis, intensificó el lobby y al poco tiempo el Congreso promulgó las Leyes Corta I y II que obligan a inyectar lo que generan estas pequeñas empresas a las redes nacionales y, además, les otorga un pequeño subsidio. “Pero no es suficiente”, asegura Fiebig, “aún falta eliminar una cantidad enorme de barreras”.

Como sea, ahora está buscando los 10 millones de dólares que necesita para financiar la instalación de su central, cerca del río Dongo, a 15 kilómetros de Castro. Si todo resulta bien, con ella podrá suplir el 20 por ciento de las necesidades energéticas de Chiloé. Y eso sin contaminar. Porque estas pequeñas centrales ???a pesar de utilizar una tecnología similar a la de las grandes??? no consumen combustible. Y por lo mismo no generan CO2. “Además ???enfatiza Fiebig??? no requieren grandes obras civiles y no generan ni inundaciones ni movimientos de tierra ni traslados de masas humanas que terminan afectando el medio ambiente”.

Ricardo y Luis Gardeweg
ATRAPANDO EL VIENTO

Un parque eólico, como esos que seguro usted ha visto en el cine o la televisión, es lo que tienen en mente Ricardo Gardeweg (42), ingeniero pesquero, y su tío Luis (76), ingeniero agrónomo.

La familia Gardeweg es propietaria de un campo de mil hectáreas en la comuna de Constitución, Séptima Región. Sin embargo, la explotación de estas tierras no ha podido ser tan intensiva como quisieran, porque si bien poseen los derechos de aguas de un río colindante, hasta hace poco no disponían de la energía suficiente como para bombearla y así poder regar.

Claro que como Luis Gardeweg es un “genio loco” (al menos, según su familia), su sobrino Ricardo no dudó en presentarle un proyecto inusual: comprar un molino de viento. El tío Ricardo enganchó de inmediato. Cosa nada de rara, considerando que este hombre, ha pasado gran parte de su vida ideando estrafalarias soluciones a sus problemas. Lo hizo cuando financió dos memorias de grado para que les encontraran una vacuna a sus abejas. También cuando se obsesionó con el selenio, mineral que terminó mejorando la salud de sus animales.

Para el proyecto del parque eólico, Ricardo presentó su idea a Corfo, que financia estudios que relacionados con energías renovables. Una vez que el proyecto fue considerado viable, su tío tomó las riendas. Buscó hasta conseguir una empresa estadounidense que, por 120 mil dólares, instaló en una antigua pista de aterrizaje una “turbina” de segunda mano, de treinta metros de altura, capaz de producir energía para regar su campo, más un excedente que podría ser vendido, aunque aún no existe un precio legal que lo permita.

Pero Ricardo confía en que sí lo habrá pronto. Eso cuando se perfeccione la Ley Corta II, promulgada en mayo de 2005, que estimula la producción de energías renovables, y entonces puedan venderle watts a una mina vecina y al Sistema Interconectado Central. Por ello, no sólo compraron la turbina. También otros dos molinos que vienen en camino. Y el sueño es comprar cincuenta, mucho más modernos, cada uno de los cuales vale un millón y medio de dólares.

“La idea es construirle un segundo piso al fundo”, afirma Ricardo. Abajo, estarían las praderas con sus vacas y ovejas pastando; arriba, los molinos girando, produciendo energía limpia, no contaminante. Es, al menos, la fantasía, el sueño de los Gardeweg. Una familia de quijotes que ha sabido dar la cara cada vez que sopla el viento.

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