Quépasa reproduce este artículo de la revista Spiegel:
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Contaminacion: La otra gran “exportación” China
Podrá soportar el medio ambiente el creciente poder económico de China? Siendo uno de los peores contaminadores del planeta, los pecados ecológicos de Beijing están creando problemas a escala global y muchos países están sintiendo las consecuencias. Este reportaje de la revista Spiegel muestra la amenaza ecológica detrás del gigante asiático.
Por Andreas Lorenz y Wieland Wagne
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La nube de suciedad era difícil de observar desde el suelo, pero a una altura de 10 mil metros, los científicos pudieron ver a simple vista la gigantesca masa de ozono, polvo y hollín. En un avión especialmente acondicionado, que despegó desde el aeropuerto de Múnich, pudieron observar una mezcla de color café que se extendía desde Alemania hasta el Mar Mediterráneo.
Este tipo de nubes flota sobre Europa durante la mayor parte del año y ha viajado desde lejos para llegar hasta el Viejo Continente. Al analizar la composición de las partículas en la nube, los científicos europeos establecieron su origen. “Había un montón que provenía de China”, dice Andreas Stohl, 38 años, del Instituto de Investigaciones sobre el Aire de Noruega.
Unos 12 mil kilómetros al oeste, Steven Cliff se encamina lentamente en su vehículo a la cima del monte Tamalpais, cerca de San Francisco. En el lugar, el investigador de 36 años ha instalado un complejo instrumento para medir el aire proveniente de Asia que llega a la costa oeste de Estados Unidos a través del Océano Pacífico.
Días como éste son ideales para realizar las mediciones. San Francisco está cubierto por una fría neblina, pero en la cima del monte el sol alumbra tibiamente. De hecho, éstas son condiciones ideales para captar corrientes de aire no contaminadas por influencias locales. Pero Cliff está alarmado por las lecturas que arroja su instrumento: el filtro del dispositivo había sido coloreado por partículas de hollín y estaba “mucho más negro que nunca”, dice.
De vuelta en un laboratorio de la Universidad de California en Davis, Cliff y sus colegas analizan el origen de esta contaminación atmosférica con la ayuda de rayos X. Según su “firma química”, en su mayoría provenía de plantas generadoras a carbón, fundiciones y fábricas, así como de los tubos de escape de innumerables autos y camiones diésel chinos.
Al otro lado del Pacífico, en Yokohama, el investigador sobre el cambio climático japonés Hajime Akimoto coloca una al lado de otra tres fotos de la Tierra. En color rojo se ven los lugares en que son especialmente altas las concentraciones de dióxido de nitrógeno. En la foto de 1996, se ve que en el área entre Beijing y Shanghai hay un grupo suelto de pequeños puntos rojizos, pero una de 2005 muestra esa parte de China cubierta completamente de un rojo brillante.
Los vientos están llevando cantidades crecientes de polución desde China a Japón, lo que ha llevado a muchos japoneses a quejarse de ojos y garganta irritados. El año pasado, dos ciudades hicieron por primera vez advertencias oficiales acerca de los peligros a la salud causados por el enorme vecino de Japón que está al otro lado del mar.
China se ha convertido en un problema medioambiental global. Inicialmente, eran sólo los economistas los que estaban impactados por la manera en que ese país estaba cambiando al mundo con sus textiles, televisores y máquinas lavadoras de bajo precio. Ahora los científicos del clima están preocupados por otra exportación china: la polución que está esparciendo por el planeta. La enorme nación ya se yergue como el segundo productor mundial de gases de efecto invernadero después de Estados Unidos.
Preocupados por la próspera economía china y su capacidad para producir bienes baratos para el mundo entero, particularmente en Norteamérica y en Europa se están haciendo una pregunta crucial: ¿puede el planeta manejar el creciente daño al medio ambiente que provoca China?
El costo del boom
La economía china se encuentra en pleno boom, con una tasa de crecimiento anual superior al 10%. Pero mientras más se esfuerce la población de 1.300 millones de personas por salir de la pobreza mediante una infraestructura industrial mayoritariamente anticuada, y mientras más bienes chinos compren los consumidores del mundo, mayor será el precio que pague el globo por el milagro económico chino.
Los chinos no están destruyendo sólo su propio medio ambiente. Así como en la actualidad el comercio es global, también lo son las amenazas a la naturaleza.
A primera vista, la conexión no siempre es evidente. Por ejemplo, ¿qué tiene que ver el desierto en expansión de Mongolia interior -una enorme región autónoma en el norte de China- con los suéteres de cachemira que son comprados a precios bajísimos en ciudades como Berlín y Boston? Durante años, los pastores de la región dejaron pastar a millones de cabras hasta que desaparecieron los pastizales. Luego, el viento se llevó al suelo fértil y el desierto comenzó a expandirse a una tasa alarmante. Desde principios de los ’80, los pastizales chinos se han encogido anualmente en cerca de 15.000 kilómetros cuadrados, un área del tamaño del estado de Connecticut, Estados Unidos.
En medio de una mortal sequía, las dunas de arena están cada vez más cerca de la pequeña aldea de Chaogetu Hure. Centímetro por centímetro, aparentemente sin detenerse, las dunas se llevan todo a su paso, como si quisieran enterrar a propósito los costosos planes del gobierno por plantar árboles, construir vallas, acorralar a las cabras y reubicar a los habitantes de la zona.
Abbot Lao Didarjie está obligado a ver cómo desaparecen lentamente bajo las arenas las murallas de la casa frente a su templo Zhao Huasi. Temeroso por el futuro del lugar de culto, ha encendido alarmas frente a seis autoridades distintas. “El templo fue construido por el Sexto Dalai Lama en el Siglo XVII”, dice el líder religioso. “Debería ser salvado para las generaciones futuras”.
A pocos kilómetros de distancia, en los bordes de Luanjingtan, el granjero Xu Changqin inspecciona unos exiguos tallos de trigo. Los campesinos de la localidad han trabajado duro para plantar sus campos, pero en mayo pasado una tormenta de arena los cubrió completamente. “Los pastizales son cada vez más pequeños, los suelos fértiles están desapareciendo”, dice Xu, explicando cómo cada vez más personas se están yendo en busca de lugares más hospitalarios.
La fina arena de la patria del granjero es llevada por el viento hasta California y Europa. Está mezclada con ceniza y otras peligrosas partículas provenientes de las industrias ubicadas en Mongolia interior, la cual alberga numerosas fábricas, plantas químicas y de generación eléctrica.
Junto al río Huang (amarillo), en la ciudad de Shizuishan, región de Ningxia, adyacente a Mongolia interior, el alcance de la polución se torna obvio. Nubes grises y negras bloquean el sol, como si fuera el escenario perfecto para una película de Hollywood sobre el fin del mundo. Dos plantas generadoras acumulan cenizas en un lago artificial, separado del río por un angosto embalse. Es el viento el que levanta las cenizas para que comiencen su viaje alrededor del globo.
Pero no es sólo arena, smog y cenizas lo que China está lanzando a la atmósfera. Las fábricas y plantas generadoras del país ya están emitiendo más dióxido de sulfuro (SO2) y dióxido de carbono (CO2) que Europa, aun cuando la floreciente economía china maneja sólo una fracción del Producto Interno Bruto per cápita de las viejas naciones industrializadas. Entre 2000 y 2005, las emisiones de SO2 de China crecieron a 26 millones de toneladas. En unos pocos años, el país sobrepasará a Estados Unidos, para convertirse en el mayor productor mundial de dióxido de carbono. Actualmente, ya es responsable de más del 15% del total de las emisiones globales de CO2.
El experto independiente en temas de energía, el estadounidense James Broca, puede ver el cielo cubierto por el smog desde su oficina en Beijing. “Actualmente cada chino usa un quinto de la energía consumida por un estadounidense”, dice. Pero cuando China logre estándares de vida occidentales, cada persona en el país usará el triple de lo que consume ahora. Incluso si se hace de forma eficiente, ello equivaldrá a cinco toneladas de carbón al año. En el presente, muy pocos chinos pueden costearse esa calidad de vida. ¿Pero cuál será el efecto sobre el medio ambiente si el Partido Comunista logra convertir en realidad su meta de que la mayor cantidad de ciudadanos posible alcance una “prosperidad modesta” hacia el año 2020? ¿Podrá la naturaleza aguantar la presión, cuando el número de familias con máquinas lavadoras, secadoras y aire acondicionado crezca de 100 millones a 500 millones?
Las industrias chinas ya están produciendo el triple de unidades de aire acondicionado que hace cinco años. Y aunque son pocas las personas que conducen autos en China, en comparación con los países industrializados, sólo en Beijing la cantidad de vehículos crece en mil autos diarios. Para alimentar su apetito por energía, China está construyendo plantas generadoras a carbón lo más rápido posible. Cada siete a diez días, una nueva planta comienza a lanzar humo por sus chimeneas. La cantidad con que China aumentó su producción energética el año pasado es mayor a la capacidad total de Gran Bretaña.
El carbón contamina fuertemente el aire, pero los líderes chinos tienen pocas alternativas frente a un recurso sucio que está disponible en grandes cantidades a lo largo del país. Un 69% de todas las plantas de energía chinas se alimentan con carbón. China usó 2.100 millones de toneladas de este material en 2004; más que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón juntos. Incluso si la economía china siguiera creciendo solamente al 7% anual, su consumo de carbón se doblaría, llegando a los 4 millones de toneladas en 10 años.
Los políticos de Beijing
Lentamente, políticos y científicos están percatándose de la senda de destrucción causada por la revolución industrial china. Sin embargo, la China comunista tiene una larga tradición en abusar de la naturaleza. El líder revolucionario Mao Tse-tung hablaba de “dominar la naturaleza” y durante el Gran Salto Adelante (1958-1959) ordenó la construcción de numerosas industrias. En un intento por superar a Gran Bretaña como potencia industrial, a los chinos se les ordenó construir minifundiciones de metal a lo largo del país. Este absurdo proyecto fracasó, pero la destrucción medioambiental aún es visible. Para tener el combustible necesario para las usinas de acero, China taló cerca del 10% de sus bosques.
El país se abrió al mundo a fines de los ’70, y su extraña mezcla de comunismo y capitalismo ha producido desde entonces tasas de crecimiento que los políticos occidentales sólo podrían soñar. Pero al mismo tiempo, China se convirtió en una enorme fábrica productora de veneno.
El país alberga a 16 de las 20 ciudades más sucias del mundo. Los habitantes de una de cada tres metrópolis se ven obligados a respirar aire contaminado, lo cual causa la muerte de cerca de 400.000 chinos cada año. La mitad de las 696 ciudades y distritos chinos sufre de lluvia ácida. Dos tercios de sus principales ríos y lagos son depósitos de basura y más de 340 millones de personas no tienen acceso a agua potable limpia. El río Yang Tsé, alguna vez considerado la arteria vital de China, en la práctica está biológicamente muerto en largos trechos. Muchos otros ríos fluyen con aguas contaminadas y entre sus riberas se encuentran las conocidas “aldeas del cáncer”, donde mucha gente muere a temprana edad.
Los políticos de Beijing han comenzado a percatarse del daño que la economía china le está provocando a la ecología china. Expertos como Pan Yue, viceministro de la Administración Estatal para la Protección Ambiental (SEPA) ya están temerosos de que la contaminación ambiental destruirá el impresionante crecimiento económico de años recientes. Las emisiones de SO2 causan daños que ascienden a US$ 50.000 millones cada año y el Banco Mundial estima que la polución del medioambiente le está robando entre 8% a 12% del PIB a China.
“China ha logrado una industrialización en 20 años que muchos países en desarrollo necesitaron 100 años para enterar. Es por eso que el país tiene ahora que enfrentar problemas medio ambientales que a muchas naciones occidentales les tomaría unos 100 años solucionar”, dice Pan.
El premier chino, Wen Jiabao, también se ha distanciado del saqueo al medio ambiente para promover el “crecimiento sustentable”, el cual incluye un ambicioso programa nuclear. Al menos 20 nuevas plantas nucleares se construirán hacia 2020, pero el liderazgo comunista no dice dónde se depositará la basura radiactiva. Beijing también quiere que al menos el 10% de las necesidades energéticas del país sean cubiertas por fuentes renovables como la solar, eólica e hídrica. Ya se han erigido instalaciones fotovoltaicas en miles de pueblos y gigantescos parques eólicos en la costa oriental.
Beijing también participa activamente en el comercio internacional de emisiones y les brinda a los contaminadores extranjeros oportunidades para que eludan sus obligaciones, mediante el financiamiento de plantas químicas algo más limpias. El gobierno chino planea gastar cerca de US$ 125.000 millones en plantas para el tratamiento de aguas residuales y nuevos acueductos durante los próximos cinco años.
Si se comparan con el alcance y la velocidad de la destrucción medioambiental de China, estos anuncios altisonantes se quedan cortos en relación a lo que es necesario hacer. Y a pesar de las buenas intenciones, los miembros del Partido Comunista no esconden que sus metas más importantes siguen siendo aquellas que les asegurarán la continuidad en el poder: aumentar la calidad de vida de los ciudadanos y eliminar la enorme brecha entre ricos y pobres, así como entre Oriente y Occidente.
Desde luego, los líderes chinos están imponiendo leyes más duras que permitirán castigos más estrictos a los funcionarios criminales y gerentes de fábricas inescrupulosos. Pero el problema en parte es generado por el sistema autoritario del país, el cual no permite un sistema judicial independiente ni fiscalización democrática. Los 167.000 empleados de la SEPA no cuentan con el suficiente poder para actuar contundentemente en contra de los contaminadores en cada una de las provincias, especialmente si en ellas existe un empleador influyente. Además, los funcionarios locales a menudo consideran más importante para sus carreras mostrar impresionantes tasas de crecimiento que un medio ambiente limpio.
A fines de 2005, de 661 ciudades chinas, 278 no contaban con plantas de tratamiento de aguas residuales. Sin embargo, los contaminantes pudientes frecuentemente pagan las multas gracias a que disponen de abundante efectivo. Muchas de las plantas generadoras recientemente construidas ni siquiera deberían existir. Cerca de la mitad de ellas son ilegales: algunas simplemente por motivos formales, otras debido a funcionarios corruptos o negligentes que ignoran las regulaciones medioambientales. En vez de caer como deberían, las emisiones en 17 provincias han aumentado.
Estos desoladores hechos no son guardados en secreto. Algunos funcionarios gubernamentales aparentemente siguen creyendo que a pesar de todo, tienen bajo control la situación. El funcionario de la SEPA Li Xinmin asegura que no se ha demostrado que la polución proveniente de las plantas generadoras chinas llegue a otros países. “Ese es un argumento falso e irresponsable”, dice Li.
El calentamiento global
El experto en clima Liu Deshun, de la Univesidad Tsinghua, en Beijing, aparentemente tiene una estadística tranquilizadora para casi todos los problemas medioambientales. Sin embargo, evita la pregunta crucial: ¿Con cuánto contribuye China al calentamiento global y qué está haciendo el gobierno para tratar de detenerlo?
Liu lleva un pequeño gorro verde y unos enormes anteojos de sol. “Somos un país en desarrollo”, dice. “Todavía no estamos en condiciones de asumir obligaciones internacionales”. Beijing ha firmado el Protocolo de Kyoto -el cual persigue reducir las emisiones de CO2 a nivel mundial en 2012-, pero como nación en desarrollo, China no está obligada a hacer reducciones. Aun así, el profesor asegura que los líderes de Beijing han hecho una importante contribución a los esfuerzos para proteger el medio ambiente: las estrictas políticas de control poblacional del país han permitido que vivan unos 300 millones de personas menos en el planeta y que usen sus limitados recursos.
Cuando explotó una planta química en la provincia de Jilin, en el noreste, en noviembre de 2005, la ciudad industrial de Harbin tuvo que cortar el suministro de agua potable durante cuatro días para impedir que se envenenaran sus 9 millones de habitantes. Pero ello no evitó que la catástrofe se esparciera, a medida que una gruesa capa de veneno viajó a lo largo del río Songhua hacia el río Amur, donde lentamente se disipó en el extremo oriente ruso.
Alexei Makinov vio el desastre en progreso. “No ha sido simplemente un problema desde que se produjo el accidente”, dice el geólogo ruso de 54 años y jefe del laboratorio de hidrología de la Academia Rusa de Ciencias en Khabarovsk. “El río ha estado apestando desde 1997”. El escritorio del científico está cubierto con tablas y estadísticas y su armario está atestado de estudios. Todos ellos con datos medioambientales acerca del Amur.
A simple vista es fácil ver la cantidad de daño que ha soportado el río. El Sungari -como es conocido el río Songhua en Rusia- acarrea toneladas de veneno a lo largo de cientos de kilómetros hasta llegar al Amur. Cuando los pescadores hacen un hoyo en el hielo del río durante el invierno, se libera un hedor horrible. Makinov cree que el olor se debe a flora muerta y cuenta acerca de residentes que se quejan de infecciones, sarpullidos y diarrea.
El débil río Amur se ha convertido en el paciente más importante de la doctora Vladena Rybakova, de 65 años, a medida que se acerca el final de su carrera. “El río comenzó a oler a fenol”, dice. “Al principio pensamos que era un fenómeno natural”. Rybakova y sus colegas pronto descubrieron la causa verdadera??? cruzando la frontera con China. Donde viven 65 millones de personas en el lado chino del Amur, sólo hay 4 millones en el lado ruso. Dado que las autoridades chinas no informaban a los científicos rusos sobre la producción de sus fábricas y los venenos que podrían estar liberando en las aguas, los rusos comenzaron a investigar por su propia cuenta a principios de los ’90. Después de que Rybakova alimentó a ratas con pescado proveniente del río y luego de diseccionarlas, descubrió que “sus hígados estaban descompuestos antes de que empezara a cortar”.
El camino a Sikachi-Alyan pasa junto a barracas y enormes equipos de radares. Es el hogar de la minoría étnica de los nanai, la cual siempre ha vivido de la pesca. Durante la era soviética la pesca era colectiva, pero ahora la aldea de casas de madera ha caído en una amarga pobreza. Por estos días, nadie compra lo que atrapa la gente del lugar.
“Durante los últimos 12 años, el pescado ha olido a químicos”, dice la líder de la aldea, Nina Druzhinina. “Al principio pensábamos que eran plantas rusas que liberaban aguas sin tratar al río. Pero ahora sabemos que la mayor parte de la suciedad viene de China”.
Para asegurar su futuro, los chinos también pretenden dominar el río Mekong, el cual es conocido como Lancang en China. En la provincia de Yunan existen dos grandes embalses que acumulan las aguas del río más largo del sudeste asiático, sin tomar en cuenta a los vecinos de China. Están planeados otros seis nuevos embalses. En el sitio de la construcción del embalse Xiaowan, un ejército de trabajadores está transformando los que alguna vez fueron verdes desfiladeros en un desolado paisaje marciano. Xiaowan será una de las plantas hidroeléctricas más grandes del mundo, casi tan grande como la planta del embalse de los Tres Desfiladeros en el río Yang Tsé.
Unos cuantos kilómetros hacia el sur, el Mekong fluye junto a fértiles plantaciones de arroz y maíz. Por aquí y por allá, las riberas abundan en cañaverales. Pero las vidas de los millones de personas que dependen de los ritmos naturales del río han sido perturbadas. Los chinos ahora tienen un embalse y alimentan el Mekong a su gusto, cuando, por ejemplo, las aguas están muy bajas y necesitan que un gran buque entre a la bahía tailandesa de Chiang Saen.
En Camboya, donde los pescados de agua dulce son una de las fuentes de alimento más importantes, la pesca está disminuyendo, en especial en el sistema lacustre y ribereño de Tonle Sap. Pero incluso más al sur en el delta del Mekong, el río se ha vuelto impredecible, según los residentes. En ocasiones, las inundaciones se llevan las casas y en otras no existe suficiente agua para las plantaciones de arroz.
En una reciente conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático, realizada en Nairobi, los chinos exigieron que las naciones en desarrollo no fueran obligadas a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sólo después de presionar por esta condición -con la cual China tiene mucho que ganar-, los delegados chinos votaron a favor de trabajar un acuerdo complementario al Protocolo de Kyoto.
China es un país enorme, una super potencia del futuro. A sus líderes, sólo responsables ante sí mismos, no les preocupa obtener asesoría económica o medioambiental. Se han fijado su propio camino.
Pero cada año, cada mes, prácticamente todas las semanas, China experimenta algún tipo de catástrofe medioambiental de importancia. El desastre se extiende a lo largo del país, en sus ríos y en el aire. Y demasiado a menudo, el resto del mundo también se ve manchado con algo de ello.
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