Políticos Chilenos

Es un verdadero pantano el estilo político demagógico, que todo transforma en una excusa para vociferar a favor de las propias virtudes y contra los defectos ajenos. Una primera cosa preocupante es alertar de no estar nuevamente idealizando un pasado de políticos honestos y comprometidos, guiados por la clara luz de sus convicciones, las que hoy faltarían y serían la causa de tanta tropelía.

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Siempre ha habido políticos demagogos, deshonestos y clietelísticos, con y sin ideología, desde que existe la política, sea que se recuerde la Roma clásica, Venecia del renacimiento o al ingenuo alcalde de la pérgola de las flores enseñando a decir a nadie que no y a todos que sí.

La intemperancia denunciante de los parlamentarios mediáticos y díscolos, campeones de el termómetro, no es mejor que los políticos discretos de la componenda privada. Las cuentas irregulares de las campañas y el desvío de fondos de desempleados con fines electorales muestran que ser ruidoso no es garantía de probidad. Denunciar como ideología de la corrupción las prácticas de financiamiento de inicios de la transición es injusto, y es deshonesto si viene de un protagonista del período y fundador precisamente del estilo mediático. Si las irregularidades eran conocidas cuando estaba en el poder, la pregunta obvia es por el silencio de entonces. La denuncia tardía, en medio de la crisis, debiera contar con una mínima autocrítica para no caer en el oportunismo ???una vez más??? mediático.

Hay que distinguir el financiamiento ???irregular claro está??? de ese tiempo que el de la corrupción posterior, aunque se deba aceptar que en estas irregularidades se incubaron las malas prácticas actuales. Los gastos reservados y sobresueldos utilizados al inicio de la transición debe haber sido el modo de financiar la reorganización y estabilizción de un país que luchaba por dar a luz la democracia, en un proceso enmarcado por el principio de la medida de lo posible, con Pinochet de general en jefe, con detenidos desaparecidos, presos políticos, con leyes de amarre como la inamovilidad funcionaria, el secuestro de los bienes de los partidos, el congreso cautivo de los senadores designados por la dictadura y terroristas asesinando senadores. Qué habrían tenido que hacer los gobiernos, entregar la administración a la derecha, pedir ayuda a un empresariado todavía ideologizado y temeroso, convencer a la oposición de ayudar a la transición.

Quizás el error fue no haber hecho un cambio drástico, cuando se declaró finalizada la transición, y comenzar a perseguir estas prácticas, pero mirar para el lado y dejar las dificultades para mañana es parte de nuestra naturaleza nacional. Quizás, la pregunta hay que hacerla a quienes han puesto y defendido personas sin preparación y con malos antecedentes en cargos justamente de gestión de recursos. He escuchado por más de veinte años leyendas negras de varios de los ahora descubiertos.

Soy escéptico de la purificación del sistema político, porque se trata de una cultura que no comenzó el año 1990, ni 2000, ni 2006, sino mucho antes y está demasiado extendida. Además, a las malas prácticas se suma la cantidad de representantes de poca preparación política, intelectual y legislativa. Además, la mayoría de los nuevos parlamentarios, incluso más jóvenes, no dan señales que esperancen.

Pero, en fin, este es el país que nos tocó y lo único que podemos hacer es poner compromiso en exigir transparencia, denunciar cada irregularidad que conozcamos y promover a los líderes con un estilo positivo. Estar dispuestos a hacernos problema y no descansar sólo en la queja. Pero especialmente enfocarnos en los desafíos de fondo del futuro y reunir fuerzas para avanzar.