En respuesta a la polémica suscitada por el presidente del Partido Socialista Chileno, Senador Camilo Escalona, el empresario progresista Mario Waissbluth, escribe sobre el ser empresario y el rol del capital social. Lo que mejor me interpreta es su llamado a recuperar un sentido de comunidad nacional, de proyecto común, de horizonte inspirador que va más allá de los indicadores económicos o la capacidad de consumir con satisfactor de los seres humanos. Esta es una demanda de la cual los líderes están lejos de hacerse cargo.
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Sobre vampiros y chupasangres
Fuera de ser profesor, también soy empresario, concertacionista, y cuando escucho expresiones como “ladrones de cuello y corbata” me asusto, pero poco, porque ya me acostumbré. Sin embargo, al provenir la expresión chupasangresca y coagulante de uno de los senadores más sensatos y sobrios, que ha sido una fuerza negociadora potente en el seno de la Concertación, me pregunto qué estará pasando y me preocupo.
Por Mario Waissbluth
Soy judío por los cuatro costados. No religioso, tampoco mucho en práctica social, salvo para algunos matrimonios y defunciones. Pero ciertamente lo soy, por ancestros y cultura. Si mañana un senador de la República declarara que “hay algunos judíos de porquería, y que cada quien se ponga el sayo”, ciertamente yo saltaría como inyectado con ají por cierta parte. Mi cabeza me dice que no soy de ese tipo y que no me pongo el sayo (aunque ciertamente habrá algunos de porquería, porque de todo hay en la viña del Señor), pero mi corazón me dice otra cosa: inevitablemente se me vendrían a la cabeza terrores legítimos y ancestrales.
Fuera de ser profesor, también soy empresario, concertacionista, y cuando escucho expresiones como “ladrones de cuello y corbata” me asusto, pero poco, porque ya me acostumbré. Sin embargo, al provenir la expresión chupasangresca y coagulante de uno de los senadores más sensatos y sobrios, quien ha sido una fuerza negociadora potente en el seno de la Concertación, me pregunto qué estará pasando y me preocupo. Luego de las expresiones escalonescas vienen las allamanescas, luego podrían ser las girardescas, en una de ésas entra la caballería pesada hermogenesca, moreiresca, etc. Capaz que Lamarca también se acuerde de sus expresiones, áquellas sobre la elite y la teta.
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Nunca 0% pero tampoco 100%
Entonces es importante mantener la calma y revisar los mares de fondo, que tienen raíces históricas. Veamos: durante la Colonia, el 90% de los empresarios era chupasangre, esclavista y con derecho a pernada. El 10% restante era tildado de idiota y además desaparecía. Hace tan sólo un siglo -recordemos a los obreros del salitre y las pulperías, releamos a Baldomero Lillo- tal vez el porcentaje de chupasangres había descendido a, digamos, 60%.
A medida que nos hemos ido globalizando, es evidente que los empresarios se han ido modernizando y comprendiendo que el capital humano es un elemento esencial de la competitividad. También entienden que el cuadro político ha mutado radicalmente, que la sociedad no tolera ciertas cosas, que sus socios internacionales tienen otro tipo de prácticas laborales, y que en una de ésas no se les permite ni exportar si se portan mal.
Me ha causado particular impresión The Coca Cola Company, que no acepta productos de firmas que no cumplan con las leyes laborales y medioambientales de su propio país. Esto proviene de la marca que con mis correligionarios de juventud solíamos tildar como “las aguas negras del imperialismo”. Por cierto, en buena parte de las encuestas chilenas, las transnacionales y las empresas públicas suelen ser consideradas por sus trabajadores como las que mejor los tratan. Cosas de la vida.
Digamos entonces que hoy el porcentaje de empresarios que se alimenta con glóbulos rojos debe haber disminuido a, tal vez, 10% a 20%. Que nadie me venga con el cuento de que bajó a 0%. Si vemos el trato que reciben algunas trabajadoras temporeras, o los patrones que no pagan las cotizaciones previsionales, y otras delicias, es obvio que no es 0%.
Los más frecuentes devoradores de sangre pertenecen a la categoría de empresarios arcaicos y profundamente clasistas, que todavía no han sacado la pata de algunos enchufes. Pero estamos simplemente viviendo una tendencia histórica, en que el chupasangrismo va descendiendo, aunque probablemente nunca desaparecerá del todo. Si no, acuérdese de Enron y sus empleados que perdieron el fondo de pensión completito.
El capital social
El punto de fondo y preocupante entonces no es el fenómeno en sí mismo, coágulos más o menos, sino el enrarecimiento atmosférico de Chile. Exabruptos del usualmente sensato Escalona, los gremios públicos desenfundando los corvos, la encuesta Latinobarómetro (2004) señalando que el 70% de los chilenos opina que el país está siendo gobernado por unos cuantos intereses poderosos en su propio beneficio, 70% insatisfecho con la privatización de los servicios públicos, 69% muy preocupado o preocupado por quedar desempleado, y lo peor de todo, sólo el 19% opina que se puede confiar en la mayoría de las personas. La alegría no llegó.
Recordando al inventor del concepto, Robert Putnam, capital social es “la suma de las conexiones entre los individuos, es decir, las redes sociales y las normas de reciprocidad y confianza que surgen desde ellas”. En términos financieros, nos están sobrando “N” mil millones de dólares en las arcas públicas y privadas, pero nuestra cuenta de capital social está teniendo un deterioro neto. Este probablemente se inició a mediados de los 60 y, con altibajos, no ha detenido su descenso hasta hoy.
Cada cierto tiempo escogemos un presidente (a), le asignamos carácter mesiánico, y a los pocos meses nos viene el ataque de desilusión porque en realidad era otro ser humano, que tiene que lidiar con un Poder Ejecutivo, el Parlamento, gremios, intereses corporativos y coaliciones partidarias, que no permiten atajos hacia el paraíso. Además, estos atajos no existen porque el desarrollo es tema de paciencia, rigurosidad, ética, sudor y lágrimas.
Entre las causas estructurales del deterioro patrimonial está la tediosamente persistente desigualdad de ingresos y de oportunidades, pero también la pérdida de un “proyecto integrador”, de un “cuento” que nos aglutine, apasione y movilice. Si uno se pasea por algunas zonas rurales del Caribe, ve cómo al atardecer los vecinos sacan a la calle unas mesas desvencijadas y comienza el dominó y el ron. Lo pasan bomba, no tienen plata, pero ciertamente son más ricos que nosotros en capital social.
Hace décadas, todos éramos capaces de morir por la causa del comunismo, del anticomunismo, de la revolución en libertad, de Patria y Libertad. Hoy, nuestra principal epopeya parece ser conseguir un celular de prepago o ver el Rojo vip. Estas son epopeyas individuales, que no conciernen siquiera al vecino del lado.
Cuando el patrimonio de capital social se hace negativo en términos netos, las sociedades inician su descomposición y crisis, así que… cuidadito. Cuidadito con andarle echando bencina a fueguitos inocentes. Sobre todo -recalco: sobre todo- es responsabilidad de los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil diseñar un modelo que avance hacia el crecimiento con verdadera equidad (de una vez por todas), sin recurrir a soluciones populistas fáciles pero catastróficas, y que reconstruya algún tipo de cuento para contarnos que sea algo más interesante y significativo que tener que escoger entre dos planes para telefonía celular.
También me parece que lo más destacable del artículo de Waissbluth es su planteamiento en referencia al tema del capital social. No obstante, él no se pronuncia respecto al “cómo” y se limita a manifestar su temor en relación con los dichos de Escalona, quién si apunta a una causa del problema. En concreto, con el modelo actual de desarrollo no se han alterado los patrones de desigualdad existentes en el país desde la década de los 50 del siglo pasado, por lo que de todas maneras cabe preguntarse, bueno ¿y qué hacemos entonces?
Marcelo, hay que reconocer que menciona los abusos que aún continúan en algunos empresarios, pero comparto que no explicita qué hacer para mejorar la situación. Mi impresión es que confía mucho en el crecimiento, aunque puedes ver en ¿Necesitamos un nuevo Ladrillo? que tiene una muy poderosa visión de los requerimientos estratégicos para el país, y pone en el centro la igualdad de oportunidades. Me simpatiza mucho su ánimo y me gustaría escuchar más su opinión sobre los empresarios, más allá de los dichos de Escalona. Un saludo afectuoso,