Salvo destacadas excepciones de amigos que desde los tiempos de la universidad han tenido el liderazgo de la valentía, inteligencia, honestidad y lealtad, como Germán Quintana, Guillermo Díaz y Yerko Ljubetic, a los profesionales, líderes y políticos de mi generación, quienes nos formamos en la universidad luchando por recuperar la democracia y construir un mundo más justo, les está faltando una pasión que los despierte de un letargo de estar en la administración pública por más de quince años.

Muchos de ellos han estudiado mucho, dos carreras, varios postgrados, especializaciones en el extranjero, la mayoría con la expectativa de desarrollarse en alguna escala funcionaria que desconozco. Es cierto que muchos están presos de los límites y selecciones de la fronda chilena, que opera también en el centro y en el progresismo, pero justamente los amigos que menciono son una muestra que la oligarquía en Chile es un obstáculo pero no una condena. Muchos de los amigos de la concertación fueron tragados por la rutina, la comodidad y el temor a inventarse una vida en la incertidumbre del emprendimiento, las ventas, el servicio y las redes sociales.

Menciono esto porque de seguro que ganará la concertación el Gobierno por seis años más, y que la promesa de la candidata de traer gente nueva no se puede cumplir salvo en los cargos más altos. El resto, la red de profesionales, técnicos y funcionarios, es una comunidad unificada, transversal, con buenos antecedentes profesionales, que no se puede reemplazar así por decreto, salvo gradualmente en la medida que gente más joven presione por entrar. En mi generación ya estamos en los cuarenta años y cuando comenzó el gobierno hace quince años reclamábamos por espacio para los jóvenes a gente de cuarenta para arriba.

Hay un juego que consiste en quejarse de lo malo, como que es responsabilidad de otro, orquestar lo bueno (que es mucho) pero en un ambiente de defensa, sin promesas de tiempo, sin evaluaciones, y en el imperio de una exagerada moral de responsabilidad que todo lo calla, en pos de la estabilidad y el realismo, que coincide por cierto con la propia estabilidad.

Se ha perdido el alma y, aunque hay muchos profesionales valiosos y esmerados, como comunidad, como cultura, no hay un horizonte de transformación desafiante. Si las promesas de campaña son modestas …

Hace días alguien decía que ya era hora de cambiar los estándares para medir la pobreza. Por ejemplo, acceder a una casa por sí mismo no saca de la pobreza a las personas, si en 30 metros cuadrados tienen que convivir, dormir, descansar, asearse, hasta diez personas. Es cierto que mejor eso que no tener techo ni agua potable, pero no podemos decir que por tenerlo vamos a declarar libre de pobreza a una familia. Nadie está dispuesto a tirar la primera piedra y preferimos celebrar los malls, los jóvenes en la universidad y los TLCs, pero no mirar el lado oscuro de lo que falta.

Hay alternativas que llaman a integrarse al mercado global vía acuerdos, esfuerzos de innovación y de marca, pero ese camino incluye a pocos y excluye a muchos. Es necesario, pero lejos insuficiente. Necesitamos reconstruir el espíritu, despertar los corazones en la creación de un horizonte que se la juegue por terminar con la pobreza, por mejorar la calidad de la educación, por sincerar los procesos y metas de las políticas del gobierno (qué aseguramos que quedará luego de nuestra gestión en tal o cual ministerio), aunque esto sea una vez asegurados los próximos seis años, que eso sí que ni dudarlo, que las alternativas no son alternativa.