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Otra mirada a la desigualdad
porCésar Barros

Recojo la riquísima veta de discusión que ha propuesto Felipe Lamarca, pero creo que el problema central no es la desigualdad -que se ha ido estrechando con la educación- sino que estamos formando jóvenes para que sean empleados y no empresarios. Si no hacemos algo, nos llenaremos de obreros sobrecapacitados, frustrados y amargados.

La última comida de ex alumnos del Verbo Divino estuvo -como siempre- extraordinaria. Aunque tuve que pedirle perdón a Juan Eduardo Infante, por decir en una columna anterior en Qué Pasa, “que el curso C era como inexistente???”. Aparte de la presencia de nuestro ex compañero Sebastián Piñera (que demostró su popularidad entre las generaciones jóvenes), la entrevista a otro ex alumno destacado en La Tercera -el domingo pasado- acaparó buena parte de las “conversaciones serias” de la noche.

La verdad es que los pensamientos de Felipe Lamarca sobre nuestro modelo de desarrollo no son nuevos, y los viene perfilando desde mucho antes de su salida de Copec. Los ha planteado en sus columnas en La Tercera, en diálogos públicos junto a su señora -quien tiene puntos de vista aún más provocadores- y, para qué decir, en conversaciones privadas.

Felipe Lamarca plantea en su entrevista dos preocupaciones centrales: la creciente desigualdad del poder económico que surge con la desaparición de empresas medianas y grandes a manos de los “mamuts” empresariales, y la desagradable desigualdad en la distribución del ingreso, que se podría ver acentuada por la influencia de la concentración empresarial.

Los dos temas están más unidos de lo que se podría creer a simple vista, y me gustaría profundizar sobre ellos.

La diferencia se estrecha

La pura distribución del ingreso -si uno toma la perspectiva correcta- se debiera corregir en el tiempo en forma casi inexorable: el estudio del investigador Claudio Sapelli de la PUC señala -correctamente- que lo lógico es mirar las distribuciones del ingreso dentro de cada generación, para así poder ver con claridad cuál es la tendencia general.

Los resultados no son malos, para satisfacción de la gente de la Concertación que cree haber tenido un triste récord, y para desmayo de los obispos escandalizados y del colorín Zaldívar (que parece no tener ni ecuaciones ni incógnitas en sus planteamientos a este respecto). En efecto: la distribución del ingreso entre los nacidos -digamos- en 1944, cuando la escolaridad promedio era de cuatro años, en que menos del 5% iba a la universidad y que menos del 20% terminaba los estudios secundarios, es infinitamente peor que la de la generación nacida en 1980, con índices de escolaridad básica, secundaria y universitaria muy superiores. Y la de los nacidos en 2000 será a su vez muchísimo más igualitaria que la de los nacidos en 1980.

Cuando yo entré a trabajar al Banco del Trabajo en 1979 (y Felipe Lamarca era subdirector del SII), mi sueldo de profesional joven era 12 veces el de un júnior del mismo banco. Y cuando ya tuve experiencia, y mi sueldo subió, llegó a ser como 20 veces el sueldo de un júnior de mi misma edad.

Hoy, un joven egresado de Ingeniería Comercial difícilmente puede aspirar a ganar más de tres veces el sueldo de un junior de su edad y cuando ascienda en un par de años, la diferencia será a lo más de cuatro veces: casi en línea con las cifras observadas en países igualitarios, y mejor que la observada en los EE.UU.

La educación masiva -primero básica, luego secundaria, ahora último universitaria, y a futuro preescolar- ha dado sus frutos. Pero sólo se nota en el margen, y muy poco en el agregado total. Esto, sin ni siquiera considerar las transferencias directas e indirectas del Estado. Así que todos los que contribuyeron a estos cambios, desde el gobierno militar hasta la Concertación, debieran sentirse tranquilos y orgullosos de la labor común realizada por la igualdad, comprobándose una vez más aquello de que “la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas”.

Como taxistas cubanos

Pero esto no basta; igual estamos formando jóvenes destinados a ser empleados -buenos empleados- de grandes corporaciones, cuyo número cada día es menor -por la mayor concentración- y que día a día emplean menos gente.

Les estamos entregando capital humano, pero ¿para qué? ¿Para que sean buenos empleados de las cada vez menos empresas y multinacionales? ¿Para que esas enormes compañías puedan tener cada día mayor oferta de mejores profesionales a menor costo para ellas?

Seamos francos: en Chile, el empleo lo dan -mayoritariamente- las Pymes y no las grandes empresas. Las nuevas generaciones de técnicos y de universitarios que se nos vienen encima no podrán ser absorbidas sólo por las grandes empresas. Y si no hacemos algo, estaremos formando obreros sobrecapacitados, frustrados y amargados: como los médicos cubanos, que ganan más como taxistas nocturnos ¡Maravillas del socialismo real!

A estas nuevas generaciones hay que entregarles además de una buena educación, las herramientas necesarias para que sean empresarios exitosos, y no solamente empleados, como lo hemos venido haciendo desde que tengo recuerdo.

Y esas herramientas son: espíritu empresarial que, entre otras cosas, implica la valorización de la labor empresarial a nivel de la imaginación popular, enseñada e imbuida desde la escuela básica (aquello de “momio ladrón al paredón” aún suena terriblemente popular en Chile). Y adicionalmente, capital financiero para echar a andar esta legión de potenciales empresarios.

Lo que no puede ser es que los miles y miles de egresados universitarios que vamos a recibir, y que deseen formar una empresa, que tengan ideas valiosas, y que las quieran llevar a cabo por cuenta propia, carezcan de medios financieros para hacerlo.

La creación de nuevas empresas exitosas es la base para una mejor competencia con los grandes conglomerados: la papelera también fue alguna vez una Pyme, al igual que Microsoft (Ross Perot rechazó una oferta de Bill Gates para venderle el 30% de Microsoft en US$ 10 millones, una de las decisiones empresariales más estúpidas de la historia). Menos mal que sus dueños no se las vendieron a nadie. Y seguro que ofertas no les faltaron.

Y esto no lo vamos a lograr mientras el mercado de capitales chileno sea incapaz de financiar, no a las grandes empresas -que para eso tienen abierta la ancha puerta del mundo financiero global- sino a la creatividad de la juventud que ahora con buena formación profesional va a irrumpir en el mercado en unos años más (muy pocos más por cierto).

Hoy, para un egresado de Ingeniería Comercial, Civil o Industrial, es tan difícil obtener financiamiento para un nuevo proyecto propio, como lo era hasta hace unos años para un estudiante pobre, pero talentoso, pagarse la educación universitaria.

El joven egresado de la universidad se va a topar con que, si es empleado de una gran empresa, tiene crédito de consumo, casa propia pagadera a 40 años, isapre y APV. Es la forma indirecta del mercado de capitales para trabajar -una vez más- con las grandes empresas: financiando esta vez a sus profesionales. Pero si ese joven decide ser empresario, el camino para financiar su nuevo emprendimiento será muy duro, como lo será también -como buena Pyme- para financiar el auto o la casa: no hay dónde equivocarse. El costo alternativo de ser empresario es demasiado alto. Y comprensiblemente, la mayoría prefiere ser empleado.

¿No es entendible que los dueños de pequeñas cadenas de retail, agobiados en sus costos financieros y restringidos en sus volúmenes de crédito para crecer y modernizarse, al final “tiren la toalla” y se rindan frente a las grandes cadenas, que financian la compra de competidores con créditos baratos de nuestro sofisticado y global mercado de capitales? ¿Esta es la sociedad de empresarios que queremos formar? ¿Cuál es el incentivo social para crecer y perdurar como empresario?

Empleados más que empresarios

Y como cuesta tanto partir de cero, y cuesta tanto ser primero micropyme y luego Pyme, así -como tan bien lo describió Felipe Lamarca en La Tercera- vamos teniendo sólo dos o tres compradores de leche, uno o dos compradores de maíz, tres o cuatro grandes compradores de vino, y tres retailers, que deben encontrar facilísimo cargarles la mano a sus proveedores, salvo que éstos sean, a su vez, grandes multinacionales.

Y este resultado es una culpa colectiva: de quienes desprestigian la figura empresarial; de quienes sobrerregulan el empleo y los impuestos para las empresas nacientes; y también del país como un todo, que ha preferido formar una sociedad de empleados, en vez de una de emprendedores, a pesar de todo el cacareo en contrario.

Perdónenme la pasión en este tema: es que cuesta tanto hacer empresa en Chile. Y eso que uno tiene contactos, amigos y experiencia. Las ideas nuevas en este país se topan, en forma constante, con el escepticismo público y del propio empresariado establecido. Y eso es gravísimo: porque hacer empresa requiere de una dosis de entusiasmo infinita.

Porque un empresario no es empresario si no ha metido las patas bien metidas, o sea, tiene que haber pasado necesariamente por una quiebra o cuasi quiebra en su vida: si no, no es un empresario de verdad. Como no hay banquero que se precie de tal que no haya enfrentado un crédito malo. Y eso hay que asumirlo: no podemos aspirar a tener empresarios sin asumir también -como parte del modelo- que muchos van a hacerlo mal varias veces. Lo demás es utópico. De lo contrario, sólo vamos a permitir en la sociedad a empresas ya consolidadas y fuertes. Pero de nuevos empresarios, ¡¡¡ nada!!!

Recojo entonces la riquísima veta de discusión que ha propuesto para Chile Felipe Lamarca: pero le agrego la necesidad de no sólo educar, sino también financiar a los empresarios nuevos, a los pequeños y a los medianos, a fin de que no caigan en la tentación de venderle a las empresas más grandes, y así se preserve la competencia sana y justa. Que formemos un país de empresarios y no un país de empleados que necesariamente son ciudadanos menos libres que los que no tienen por qué responderles a sus patrones o empleadores. Que no tienen por qué medir sus palabras ni sus opiniones. Que no tienen por qué andar pidiendo permiso ni para las vacaciones ni para ir al baño cuando lo necesitan.

Y para eso se requiere de un mercado de capitales enfocado a los nuevos empresarios y a las Pymes, más que a las grandes empresas y a las multinacionales. Y de una cultura proempresarial en las nuevas generaciones de chilenos. Y, por supuesto, de una institucionalidad que preserve la competencia y el buen desenvolvimiento de todos los actores del mercado, y no sólo de los más fuertes.