Durante mi trabajo he entendido que la identidad es mucho más que lo que las personas creen de mi. Es cierto que en una parte mi identidad de las personas y las comunidades es una conversación que, como tal, no es fija, pero tampoco cambia a nuestro antojo. Aprendí que la identidad no sólo es una conversación acerca de mi mismo en cada momento. Hay algo más estable que se construye desde mi, en mi compromiso en la vida, con todas las consecuencias de dificultades, conflictos y uno que otro tropiezo doloroso.

Identidad de Reality o aparecer en la foto

Hay una forma de entender la identidad, que es común en este tiempo televisivo, que consiste en las percepciones y opiniones que tienes los otros sobre mi, o sobre nuestra comunidad, esa percepción se crea a partir de eventos y anécdotas diversas en el transcurso del tiempo. Hay mucho esfuerzo en la actualidad para construir, posicionar y fortalecer la identidad de las compañías y de individuos, en especial, en política. Sin embargo, hay una debilidad que trae la época de la imagen si no complementamos con otro aspecto de la identidad, tan importante como las percepciones de los otros, pero mucho menos centrado en nosotros como objeto de análisis, cuidado, refuerzo, cariño, vanidad, pretensión y todos los sustantivos relativos a exceso de valoración de la propia personalidad.

Los pocos espacios burocratizados que van quedando en el mundo de las grandes empresas, la administración del gobierno o instituciones académicas, mantienen una ilusoria apariencia de seguridad y estabilidad en que el juego consiste en pasar el tiempo sin propósitos, metas ni mediciones que hagan una diferencia que desafíe el espíritu. Dicho clima unido a las creencias del anti-estrés y el cuidado sagrado de sí mismo, permiten comunidades y personas que exploran hasta el infinito sus propias motivaciones y gustos, plantean reglas de convivencia en que nadie interfiera con nadie, y un lugar en que es imposible el mínimo compromiso responsable con propósitos humanos, proyecciones en la comunidad, persistencia ante dificultades ni compromisos sentimentales con mínima estabilidad.

En nuestra época de revoluciones y contra-revoluciones, ha quedado mucha gente que aprendió a no hacerse problemas en la vida o aparentar compromiso pero sin consecuencias que lo pongan en serio riesgo. Pero mucha de esa gente no consigue superar el desasosiego de algo que falta, de algo que no se encuentra, por muchos cursos, conferencias, terapias, empleos, viajes, parejas o experiencias extremas de todo tipo que se busque. Sin embargo, algo sigue faltando.

La identidad como compromiso pleno

La otra dimensión de la identidad consiste en cultivar un compromiso incondicional con un propósito humano. Este entendimiento de la identidad es importante porque lograr vivir satisfactoriamente depende principalmente de aprender a cultivar este sentido de compromiso incondicional con algún interés humano, para el cual consagramos la vida. Es lo que se llama construir un sentido para la vida, un sentido que desafía las capacidades, la tranquilidad y la seguridad de la vida rutinaria e indiferente. Un sentido que hace diferente a cada día, que hace escaso el tiempo de nuestra vida, que pone un horizonte y que muestra si avanzamos en alguna dirección en el transcurso de nuestra existencia.

Resueno fácilmente con ese entendimiento de la identidad que consiste en esa otra dimensión que, junto a las percepciones que creamos ante los otros, se construye a partir de compromisos vitales, incondicionales, desafiantes, problemáticos, conflictivos, estresantes, que muchas veces producen tropiezos dolorosos, que presionan por aprender nuevos modos, pero que se validan especialmente en la capacidad de hacer, de avanzar, de comprometer públicamente propósitos, promesas, y jugarse por cumplirlas, antes que por explicar las razones y los culpables “otros” de no hacerlo.

Una vida de compromiso incondicional es plena, porque llena la vida, vitaliza el alma, moviliza el corazón, orienta el tiempo, las relaciones, discrimina entre tanta oportunidad abierta en este mundo tan abierto. Demanda aprendizaje, esfuerzo, comparaciones, excelencia. No deja espacio al aburrimiento ni al estrés. Una vida de compromiso incondicional limita el tiempo del análisis y pone énfasis en el siguiente plazo, en la persistencia, en las obligaciones.

Más que la química moderna, las terapias eternas o las experiencias extremas, una parte importante de la felicidad de seguro que es posible encontrarla en una vida consagrada de verdad en algún compromiso con producir valor para otros seres humanos. Aunque en ello se vaya una parte de nuestra vida, aunque en ello a veces sufra nuestro consentido e hipertrofiado ego posmoderno.

Esta reflexión debe casi todo a lo aprendido con Fernando Flores. Obviamente, soy responsable único de estas palabras, pero agradezco sinceramente sus enseñanzas.

Te propongo comentar esta reflexión, para lo que te sugiero las siguientes preguntas: ¿Qué reacción emocional te merece este artículo? ¿Qué compromiso has tomado con la vida? ¿Qué compromiso es posible tomar o profundizar? ¿Qué consecuencias podría tener para ti tomar compromisos de este modo?

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