Uno de los desafíos de transformación que tiene el trabajo de transformación social basado en la disciplina de capacidad emprendedora consiste en superar la desesperanza de las personas que han estado expuestas a fracasos y carencias durante la mayor parte sus vidas y las de su entorno social. El siguiete artículo aparecido en la Revista Mujer del diario La Tercera ilustra algo de esta desesperanza aprendida que es necesario superar.

Resulta que la desigualdad de oportunidades en Chile volvió a ser noticia. Porque existe, porque se agrava y porque hay campaña presidencial. Pero entre los complejos factores que explican la pobreza, hay uno que se esconde en el corazón de quienes no tienen nada. Es tan invisible como devastador. Se llama ???desesperanza aprendida??? y se traduce en la convicción, personal y colectiva, de que se nace y se muere siendo pobre.

SUPONGAMOS QUE SE LLAMA MIGUEL, aunque ese no es su nombre. Uno de los sueños más preciados de este joven de 15 años, que a duras penas ha superado la enseñanza básica, es viajar por Europa. Quizás sueñe con tomarse fotos junto al Coliseo en Roma o la Torre Eiffel en París. Y se imagine sonriente, haciendo la “v” con los dedos, delante de esos monumentos.

Pero para él, el Viejo Continente no es un destino turístico. “No es antojadizo que sueñe con viajar hasta allá. En su familia hay delincuentes internacionales, y este niño también piensa dedicarse a eso”, explica la licenciada en Filosofía Patricia Flores, coordinadora del área de educación de la ONG Caleta Sur.

Es una historia repetida para esta profesional que hace 16 años trabaja en los programas de recuperación escolar, salacuna y jardín infantil, así como educación de adultos en la comuna de Lo Espejo. Cuando les pregunta a los niños y jóvenes que llegan al centro ubicado en la población José María Caro qué quieren ser cuando grandes, la respuesta es mecánico, parvularia, delincuente, narcotraficante, o “trabajar en lo que venga??? total, voy a seguir siendo pobre”.

Esa convicción, ese “sentimiento” al que se refiere Flores, se denomina “desesperanza aprendida” o “cultura de la pobreza”, un fenómeno que agobia a una inmensa mayoría de los tres millones de chilenos que hoy viven en situación precaria.

Más allá del tecnicismo, esta situación trasciende a la mera falta de dinero. Es una suma de muchos dígitos que, además, incluye la exclusión, la discriminación por ser pobres y vivir donde viven, la falta de alicientes y oportunidades, todas situaciones que convencen a las personas de que, independientemente del esfuerzo que hagan, no podrán romper el círculo.

La conclusión pesa como una lápida. “Muchas veces uno escucha esto en jóvenes de 15 y 16 años, que tienen una vida por delante, y que ya lo tienen incorporado. Dicen que ???esto no cambia, no hay salida, mi vida es así, nací acá y acá me quedo. No tengo otra cosa que hacer”, señala Flores.

De hecho, esa sensación de destino por cumplir puede cuantificarse. El Informe de Desa-rrollo Humano 2003 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) indagó sobre esta sensación e incluyó una encuesta a personas de todos los estratos. El 65% del estrato medio-alto señaló que el rumbo de su vida era resultado de sus decisiones personales. Sólo el 35% de estratos bajos opinó lo mismo. Y al ser consultados sobre si su vida era consecuencia de circunstancias externas, el 65% de los estratos más pobres señaló que sí.

“Es decir, ninguna posibilidad de elegir, cero libertad para optar qué tipo de vida vivir. Porque digamos que uno no elige ser pobre”, opina el sociólogo Mauricio Rosenblüth, coordinador de la unidad de investigación y desarrollo de la Fundación Nacional para la Superación de la Pobreza.

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