capital. El proceso de liberalización económica iniciado en los 90 ha posicionado a la India como uno de lo destinos preferidos de los inversionistas internacionales. La calidad intelectual de sus profesionales atrae multinacionales como miel a las abejas. Y aunque el rápido crecimiento ha dejado en evidencia importantes falencias en la infraestructura y educación básica, el boom se respira en las calles y en el ánimo de su pueblo. Entérese de una vez: si India no está en sus planes, corre el riesgo de quedarse en el andén. Por Guillermo Turner, desde la India.
El piloto de British Airways anuncia un retraso de al menos media hora en el aterrizaje a Mumbai, el nombre que recibe Bombay desde 1995. “Nada extraño para un aeropuerto de India”, añade con ironía uno de los sobrecargos.
Tras más de 30 horas de vuelo desde Santiago, se trata de una espera difícil de soportar, pero que se entiende: el aeropuerto internacional Chhatrapati Shivaji tiene el mayor movimiento de la India y del sudeste asiático, con casi 50 aerolíneas internacionales que transportan desde allí a más de 20 millones de pasajeros al año.
Cifras gigantescas a las cuales hay que acostumbrarse: en la India todo es grande y masivo, lo que termina por acentuar –como en el caso del aeropuerto– las deficiencias de infraestructura que arrastra un país que crece al 9% anual por los últimos cinco años.
Pero a pesar de ello, y de esa permanente mezcla de progreso con deudas propias del subdesarrollo, el país avanza, crece y funciona, al igual que sus aeropuertos. Curiosamente, no ocurre lo mismo en el counter de British en Mumbai donde, al llegar, decenas de pasajeros se agolpan para reclamar sus maletas perdidas en el ya impopular Terminal 5 de Heathrow.
Increíble, pero funciona
Un par de días después, a la espera de abordar un vuelo interno desde Pune a Chennai (ex Madrás), llegaríamos a la misma conclusión: todo parece muy desordenado, pero funciona. Es como el tráfico –otra gran característica que salta a la vista cuando se visita India por primera vez–, con cientos de vehículos, grandes y pequeños (como los tradicionales rickshaw, el popular sistema de transporte público en base a motos Piaggio), que inventan pistas de circulación donde no existen, cruzan las intersecciones sin importar quien tenga preferencia y –ante todo– dominan a la perfección el “arte” del bocinazo permanente. Cualquiera se alteraría, pero no los indios. Transitan lento, soportan los tacos, sin choques ni arrebatos de los conductores.
El aeropuerto de Pune es muy pequeño, pero allí operan casi todas las numerosas aerolíneas internas indias: Jet Airways, Kingfi sher, Air India, IndiGo, Space Jet, etc. No hay tantas puertas ni espacio para satisfacer tamaña oferta, por lo que los pasajeros deben estar atentos a un pequeño cartel que avisa el abordaje de cada vuelo. Uno detrás del otro; el final de una fila se confunde con el inicio de la siguiente.
“He aprendido a no desesperarme en India, porque al final todo funciona”, señala Guillermo Wille, managing director del John Welch Technology Centre, el impresionante instituto de investigación que General Electric levantó en Bangalore. Wille lo dice con la experiencia que le otorgan sus casi ocho años en el país.
Ese particular funcionamiento, en todo caso, sólo puede permitírselo un país con más de 1.100 millones de habitantes, que constituyen un mercado interno capaz de cubrir buena parte de las ineficiencias que supone, por ejemplo, construir un polo de edificios tecnológicos al cual se accede por un camino de tierra.
Los indios, en todo caso, están muy conscientes de estos requerimientos. “La infraestructura es uno de nuestros desafíos y esperamos que en los próximos cuatro o cinco años tengamos avances drásticos”, dice el jefe de políticas de la Confederación Industrial India (CII), Marut Sen Gupta. Al igual que ocurre con todo lo que diga relación con su potencial de crecimiento futuro, los indios confían en que serán capaces de superar estos déficit (no sólo viales, sino también en materia de puertos, vivienda, servicios de salud, centros de educación y, particularmente, en materia energética).
Marut lo explica: “la razón por la que estamos optimistas es que hemos visto mejorar las cosas en un sector de la infraestructura como es telecomunicaciones. Probablemente éramos uno de los países más atrasados a comienzos de los 90 y ahora los servicios de telecomunicaciones son de los más baratos del mundo y están entre los más avanzados. Y eso ocurrió porque permitimos que las empresas privadas jueguen un papel relevante. Se liberalizó anticipadamente, aunque con regulaciones muy controladas. Hay una dura competencia en el sector, pero las inversiones son numerosas. Hay más nuevas conexiones móviles al año que la población total de Chile y tenemos el segundo mayor sector de telecomunicaciones del mundo. Si pudo ocurrir en telecomunicaciones, no hay razón por la que no se pueda hacer en otros sectores. Todo lo que el gobierno tiene que hacer es relajar las regulaciones y el dinero comenzará a fluir”.
Y lo cierto es que el gobierno indio está, desde los años 90, apostando decididamente a la liberalización económica y al dinamismo empresarial como fórmula para alcanzar el desarrollo; una meta que –por cierto– concita el entusiasmo de los indios.
Algo de historia
La inestabilidad política, reflejada con especial crudeza en el asesinato de Rajiv Gandhi, y el fuerte impacto de la crisis financiera, eran motivos suficientes como para dudar sobre el futuro que esperaba a la India de comienzos de los 90. Pero sus habitantes supieron transformar ese trance en una oportunidad.
A mediados de 1991, Narasimha Rao –designado líder del Partido del Congreso, el movimiento sobre el cual Gandhi y Nehru montaron la independencia y que se mantiene hasta hoy en el poder– asumió como primer ministro e inició un potente proceso de liberalización económica que implicó, ni más ni menos, abandonar años de planificación centralizada en un país que, por constitución, se definía como socialista.
El timón de la economía se entregó a Manmohan Singh, el mismo personaje que hoy ocupa la primera magistratura (aunque siempre con la presencia de Sonia Gandhi, la viuda de Rajiv y presidenta de la coalición gobernante). Poco a poco, Singh encabezó la estabilización económica (con recortes en el gasto público, revisión de los programas de inversión, devaluación de la rupia y alza en las tasas de interés), desmanteló el complejo mecanismo de cuotas, licencias y permisos que regulaba al sector productivo, simplificó y liberalizó el sistema financiero, abrió las fronteras a la inversión, reestructuró el aparato público e inició un tímido programa de privatizaciones. Pendientes queda ron, quizá hasta el día de hoy, reformas en materia de legislación laboral, sindical y previsional, por mencionar algunas, pero lo concreto es que India inició un proceso de desarrollo que la llevó a convertirse en la cuarta economía más importante del mundo en términos de paridad de poder de compra y a atraer las inversiones de las más importantes multinacionales.
Con ventajas tan reconocidas como su alto nivel de educación técnica, el dominio masivo del inglés, su numerosa población y las características propias de su cultura, no es extraño que este impulso llamara la atención de compañías del tamaño de General Electric, IBM y Microsoft, las que no dudaron en expandir sus operaciones al país asiático.
Wille, el director del centro tecnológico de GE en Bangalore, cuenta que Jack Welch –el conocido ex presidente de la firma estadounidense– visitó India en esos primeros años de liberalización produce económica. “Le impresionó ver un país subdesarrollado, pero con infraestructura intelectual muy desarrollada”. GE montó una pionera operación de outsourcing –como lo harían y lo hacen muchas otras compañías hasta hoy– que llegó a contar con 12 mil trabajadores. Pero la apuesta de Welch era mayor: encomendó a sus ejecutivos comprar todo el terreno que fuera posible y que levantaran un gran centro de desarrollo tecnológico, el mismo que hoy emplea a 3.800 ingenieros y científicos y que trabaja para todas las áreas de negocios de GE a nivel global.
Comenzar por el outsourcing era previsible: mucha mano de obra barata y bien preparada, incluso con el necesario dominio del inglés para satisfacer –por ejemplo– las necesidades de un call center internacional. Eso fue, precisamente, lo que reflejó en su momento La tierra es plana, el best seller empresarial que escribió Thomas Friedman, y que describió cómo cientos de indios trabajaban a distancia en las declaraciones de impuestos de miles de estadounidenses.
Pero ni siquiera para los propios indios se trata de una fórmula de desarrollo sostenible. Con más de 600 mil aspirantes anuales a las carreras de ingeniería (lejos la más popular de las profesiones), limitarse a atender clientes a distancia no resulta atractivo ni menos eficiente, si el objetivo es aprovechar esa enorme capacidad intelectual. Por eso es que ahora el desarrollo indio tiene otro sello: el del desarrollo científico, tecnológico y productivo.
“El costo laboral no es nuestra solución principal para la competitividad, no queremos seguir siendo un país de salarios bajos. La fortaleza sobre la que queremos construir nuestro desarrollo es la competencia, conocimiento e innovación que nuestra gente puede aportar. Nuestra mayor fortaleza es la gente”, dice Marut.
El ejemplo local
Las grandes empresas internacionales apostaron por India, como en el pasado lo habían hecho destacados empresarios del mismo país. Casos como el fundador de Reliance, Dhirubhai Ambani, o el creador de Wipro Technologies, Azim Premji, son dignos de estudio. Pero hay un hombre que modeló el particular concepto de desarrollo empresarial indio: Jamshedji Nusserwanji Tata, el fundador del grupo homónimo, que se inició con una pequeña firma comercial en 1868.
Describir la India sin hacer referencia a Tata Group es una tarea imposible. La empresa está presente en los más diversos rubros: desde hotelería hasta la producción de acero, pasando por los negocios del té, energía, software, inmobiliario y automotor, entre otros.
La compañía es pionera en muchos ámbitos de desarrollo. Por ejemplo, a través de la subsidiaria Computational Research Laboratories (CRL) maneja el cuarto computador más poderoso del mundo y el más rápido de Asia, diseñado y construido por sus propios ingenieros. Tata Motors, su filial automotriz que acaba de adquirir Jaguar y Land Rover, está próxima a lanzar al mercado el modelo Nano, un auto que promete costar 2.500 dólares.
Pero no sólo en la innovación radican las particularidades de Tata. La empresa mantiene la vocación educacional que le imprimiera su fundador, quien fomentó la creación de los primeros institutos de ingeniería de India, y –en especial– su propuesta de desarrollo productivo y social.
“Lo realmente único de la filosofía de negocios de Tata es que el fundador y sus sucesores han dicho que ganamos dinero de la gente (en su momento, gente de India, ahora gente de Chile o de Argentina o de otros países) porque ellos compran nuestros productos, trabajan para nosotros, proveen materiales, distribuyen nuestros productos. Por lo tanto, cuando logramos ganancias, tenemos que devolverles una parte. Así, más de un tercio de nuestras ganancias después de impuestos pertenecen a fundaciones de caridad. Tenemos utilidades de unos 3,5 a 4 mil millones de dólares, y unos 1.000 o 1.500 millones de dólares van a fundaciones de beneficencia”, explica R. Gopalakrishnan, director ejecutivo de Tata Sons.
Sin duda, una forma de mirar los negocios que se complementa muy bien con la idiosincrasia india: sencilla, espiritual y, por cierto, consciente de las deudas sociales que aún tiene este vertiginoso desarrollo económico.
La deuda social
Papul Jayakar, biógrafa de Indira Gandhi, le preguntó en una ocasión a la ex gobernante cuál era el problema fundamental de India: “la pobreza”, respondió. “Si resuelve éste, ningún otro problema cuenta”.
Quienes han viajado en el pasado al país dicen que se aprecia una mejoría. En las calles de Mumbai aún duermen centenares de personas, pero la imagen es menos fuerte que a comienzos de los 90. En términos de cifras, durante la década pasada la pobreza se redujo a un poco más del 25% de la población, lo que se compara positivamente con sobre el 50% que registraba en los años 50. El crecimiento en el ingreso per cápita alcanza al 7% anual.
“Vemos una explosión de clase media. La gente con ingresos de menos de 150 dólares mensuales representaba casi el 80% de la población hace 10 años. Ahora son el 70% y serán el 50% en otros cinco a diez años. En términos de consumidor, es un mercado que cambia y crece. La gente de ingresos altos, con más de diez millones de rupias al año, aumenta 30% al año”, dice Sunil Jain, editor senior del periódico Business Standard, en Nueva Delhi.
Contrario a lo ocurrido en el pasado, cuando las zonas rurales se mantenían al margen del progreso, Jain agrega que “este crecimiento no se ha limitado a lasgrandes ciudades, como Delhi o Bombay. También hay nuevos ricos en ciudades pequeñas y áreas rurales”.
Crecen los ingresos y cambian los hábitos de consumo: “cada mes, ocho millones de indios compran un teléfono móvil. Para muchas empresas, India es más grande que sus mercados domésticos. Ayer leía un artículo en el India Times sobre Maruti. En los 80, el gobierno quería una automotriz en India, así que firmaron un acuerdo de partes iguales con Suzuki. Ahora, las ventas de Maruti en India son mayores que las de Suzuki en Japón”, explica el periodista.
Pero esa nueva riqueza, así como la dificultad de la gente de menores recursos para acceder a los productos y servicios que ofrece esta nueva India, puede ser origen de problemas. “No creo que tengamos una revolución en nuestras manos, pero sí considero que tenemos un problema creciente de distribución de la riqueza que se está creando. Eso puede conducir a una agitación severa. El segundo problema es que las diferencias religiosas con las que hemos vivido armónicamente por mucho tiempo están saliendo al frente por la explotación política que se hace de ellas. Y eso es peligroso. Los políticos pueden iniciar esto, pero no detenerlo”, sostiene el profesor M.S. Ananth, director del Indian Institute of Technology Madras,
ubicado en Chennai.
Similar percepción tiene Sunil Jain: “no tendremos protestas como las que se han visto en China, porque los indios tienden a protestar menos; primero, porque los pobres no pueden permitirse perder un día de sueldo y, segundo, porque igual ellos han mejorado sus ingresos, aunque un ritmo más lento”. Pero menciona, como señal de descontento, el crecimiento que experimenta el naxalismo, un movimiento maoísta armado que, según datos no oficiales, ya tendría presencia en casi un cuarto del país.
“Buena parte del problema –añade Jain– se origina en el completo divorcio del sistema educacional con el crecimiento. Mucha de la gente que debería haberse beneficiado del crecimiento no lo ha hecho porque no está capacitada. Hay grandes proyectos de construcción que están contratando obreros chinos, porque en este país lleno de gente no hay trabajadores con las habilidades para hacer esas tareas”.
Al respecto, toma la palabra el ya citado jefe de políticas de la Confederación Industrial India, Marut Sen Gupta: “tenemos más de 1.100 millones de habitantes; somos la segunda nación más poblada del mundo tras China y es, en gran medida, una población pobre. También tenemos la población más joven del mundo si consideramos menores de 25 años y seguirá siendo joven por otros 35 años. Nuestra demografía es un desafío enorme y también una oportunidad enorme. Si podemos educar y capacitar a esta población joven, puede ser un gran recurso para nuestro país. Pero si no, estaremos sobre una catástrofe social, con millones de personas ineducadas y posiblemente embarcadas en actividades indeseables”.
Curioso que se hable de déficit educacional en un país que generalmente se considera un ejemplo en la materia, pero ocurren dos situaciones: primero, una menor calidad en la educación pública básica y, segundo, una creciente incapacidad de las universidades e institutos para satisfacer la alta demanda de profesionales de una industria en desarrollo. Tal como en el caso de la infraestructura, la enorme población india impide reconocer la profundidad del problema, porque –a pesar de estos inconvenientes– más de la mitad de los jóvenes consiguen terminar su educación secundaria, y eso equivale a millones de estudiantes.
Hablemos de educación
¿Cómo pudo la India convertirse en un líder en la exportación de software? Responde Phiroz Vandrevala, director ejecutivo de la firma pionera en la materia: TCS. “Nuestra ventaja básica es el sistema educacional, muy enfocado en ciencias. Segundo, no tenemos historia de prosperidad, lo que motiva a las personas a buscar una carrera lucrativa. En India, las personas buscan conseguir educación en áreas que les reporten el mejor retorno posible y eso, en nuestro caso, se llama ingeniería”.
Para responder a esta demanda, en India conviven proveedores de educación públicos y privados, tanto a nivel escolar como superior. En el caso de las universidades o institutos, la mayor parte es administrada por los estados federados, pero existen algunas instituciones centralizadas de alto prestigio, como los Indian Institute of Technology (IIT).
“Tenemos una función cuádruple”, dice el director del IIT de Chennai, el profesor Ananth. “La primera es enseñanza; la segunda es investigación; la tercera, investigación patrocinada y consultoría para departamentos del gobierno e industrias, incluyendo energía nuclear y defensa. La cuarta, tiene relación con mejorar el nivel de educacion técnica en el país, por lo cual ayudamos a otros institutos, por ejemplo, capacitando a sus profesores. Además tenemos un componente no escrito, en el sentido de que debemos ser una institución en equilibrio dinámico con su ambiente social, económico y ecológico, por lo cual tenemos varios proyectos sociales”.
Para ello, Ananth cuenta con un cuerpo académico de 400 profesores y más de 5.000 estudiantes. En su despacho, sencillo como la gran mayoría de las oficinas en India, cuelga una pizarra que informa, actualizadamente, los resultados de su gestión: número de galardones, publicación de papers en revistas internacionales, proyectos de consultoría en curso, conferencias internacionales, solicitudes de patentes
por inventos, etc.
Porque a este nivel, la educación en India es vista como un eslabón en la cadena que impulsa el desarrollo productivo y eso se refleja, por ejemplo, en la relevancia que otorgan a la innovación. “Tenemos dos instancias: la fábrica de ideas, donde se reúne gente distinta para analizar un problema y conseguir soluciones, y el jardín mágico, donde se contrata a personas brillantes y se las deja tranquilas. Se crean las condiciones y se espera que florezcan las ideas. Puede que no ocurra, es un riesgo que hay que tomar. Pero cuando florecen, es maravilloso”, dice Ananth.
El problema es que el eslabón está resultando insuficiente para responder a la demanda de profesionales y especialidades que plantea la industria. “La gente cree, que por su demografía, India proveerá al mundo con trabajadores capacitados. Pero la demanda india de trabajadores capacitados es mayor que su producción, así que nuestro país competirá con el resto del mundo por ellos”, advierte el profesor. De hecho, empresas como GE están haciendo esfuerzos para repatriar profesionales indios que en el pasado salieron a probar suerte en otros mercados. La rotación en las empresas es alta y las compañías deben esforzarse por construir carreras que posibiliten el desarrollo de sus trabajadores. Otro dato: la captación de ingenieros se produce mucho antes de que egresen de sus carreras, algo que preocupa a Ananth: “la industria es cada vez más competitiva y no quieren entrenar a la gente, quieren que salgan listos para el trabajo”.
El factor cultural
Los indios están conscientes de que viven un período de explosión, que compiten por convertirse en un país desarrollado y que más temprano que tarde pasarán a liderar la lista de naciones industrializadas. Un ánimo que ni siquiera se amilana cuando se comparan con su vecina China, porque estiman que tienen factores que les favorecen, como el dominio del inglés, una democracia parlamentaria (que ha subsistido a diversas crisis y revueltas internas) y, lo más importante para ellos, una cultura que enfatiza el emprendimiento y la tolerancia.
“India es un país peculiar. Mi experiencia es que los indios parecen conservadores, pero son de mente mucho más liberal. Le sorprendería la facilidad con que aceptan cosas que parecen revolucionarias”, señala Ananth. La reciente polémica que desató la aparición de cheerleaders con minifalda en un partido de cricket deja en evidencia que el liberalismo al que se refiere el profesor no abarca el ámbito de la moral y los valores.
Allí los indios defienden su cultura, la misma que se abre a la diversidad en materias políticas y religiosas. La misma que les ha permitido incorporar lo mejor de los conocimientos externos y aplicarlos a su modelo de desarrollo.
“Si uno revisa la historia, hay un par de hechos que explican este carácter. India nunca fue un solo país, sino un centenar de miles de pequeñas aldeas. Y nunca estuvieron unidas por un gobernador central. En 35 siglos de historia, sólo en los últimos 500 años hubo alguna forma de centralización. Hay quien vive con la impresión de que los británicos unificaron India, pero no. Cuando los británicos dejaron India en 1947 había más de 550 estados. Lo que unifica a este país no es el idioma o la religión, tampoco la administración, sino una cultura histórica. Tenemos aquí algo así como una mini Europa”, dice Gopalakrishnan.
Los historiadores concuerdan en que, precisamente, el gran logro de Gandhi consistió en generar la idea de nación en una población tan distinta y, una vez conseguida la independencia, mantener sus características (hasta hoy coexisten, por ejemplo, 21 idiomas oficiales, además del hindi y el inglés).
Alan Rosling, un británico que se desempeña como director ejecutivo en la casa matriz de Tata Sons, aporta su punto de vista. “La sociedad india es muy abierta a tendencias y a la inmigración. Si uno mira la comida india, por ejemplo, hay pocas cosas de origen indio: el ají viene de América latina, al igual que el tomate, la cebolla y la papa… Ilustra lo complicado y diverso que es este país. Eso es una ventaja enorme en el mundo global, porque cuando los indios salen al exterior se adaptan más fácilmente que, por ejemplo, los coreanos, que son más homogéneos. A los indios les va bien en el exterior individualmente. Y a las empresas indias les va bien porque están acostumbradas a lidiar con diferencias”.
En esta forma de enfrentar las diferencias cobra un rol importante la religión hindú, la cual confiesa casi el 80% de la población (“aunque todas las religiones del mundo están presentes aquí: tenemos más cristianos que en Chile, probablemente unos 30 millones de cristianos… tenemos musulmanes, budistas, judíos y estoy seguro que algunos más que ahora no recuerdo”, dice Gopalakrishnan). Sin una estructura central ni jerarquías, el hinduismo admite las más diversas formas de experimentar la religión. El profesor Ananth lo define como n “modelo fundamentalmente democrático, con más de 30 millones de dioses”. A su juicio, “si hay un solo dios, la tolerancia no es la misma y creo que esa tolerancia ha sido el secreto de nuestra supervivencia y de la civilización india. Desafortunadamente, el actual modelo de desarrollo parece implicar que uno sabe exactamente hacia dónde quiere ir. La naturaleza de la vida humana, según el hinduismo, es vivir en ignorancia. ¿Se puede vivir en gracia dentro de la ignorancia? Si uno es capaz de aceptarlo, se planea para eso y se esfuerza en hacer lo correcto, aceptando lo que venga”.
Sin entrar a detallar los aspectos más fundamentales de la religión hindú, ese aceptar “lo que venga” podría asimilarse al karma y al complejo sistema de castas que, por años, caracterizó el ordenamiento social en India. Hoy, los profesionales que protagonizan el desarrollo tecnológico indio observan esa clasificación como una cosa del pasado, pero en los niveles socioeconómicos más bajos no se puede descartar que subsista esa forma de ver la vida y los problemas que a cada cual le toca sobrellevar (lo que, de paso, impide analizar la situación de la pobreza en India bajo una estricta concepción occidental).
La potente clase media que ha surgido a partir del crecimiento económico se esfuerza, más bien, en progresar y provechar las oportunidades. “El espíritu emprendedor en India es impresionante. Tienen una ética del trabajo que no la he visto en otras partes. Cuando se comprometen con algo, trabajan duro hasta lograrlo”, dice Guillermo Wille.
Otros desafíos pendientes
Así como la infraestructura vial y la masificación de la educación son desafíos que los mismos indios reconocen como pendientes, existen otros requerimientos que –tarde o temprano– sus autoridades deberán abordar para sostener el espectacular ritmo de crecimiento.
Por mencionar algunos: las rigideces laborales, la deuda previsional, la alta tasa de empleo informal, la corrupción en el aparato administrativo y, especialmente, el déficit energético.
En las principales ciudades indias (Delhi incluida) no es extraño que el voltaje varíe de forma casi permanente, que ocurran apagones momentáneos y que buena parte de las casas cuente con generadores independientes. De más está decir que las empresas optan por sus propias soluciones, instalando equipos energéticos para suplir las deficiencias del suministro central.
Por ejemplo, un viernes de fines de abril se contabilizaron 63 cortes de energía a lo largo del día en Delhi, los que sumaron tres horas de interrupción en el servicio. Las autoridades de la capital india culpan a los estados vecinos por el uso indiscriminado de energía, pero el problema es bastante más generalizado. Un informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE) sostiene que, en un “escenario de referencia”, al actual ritmo de consumo las necesidades mundiales de energía crecerán más de 50% para el 2030. China e India representarán casi la mitad de ese aumento en la demanda primaria y, de continuar su crecimiento económico, su consumo de energía se duplicará en los próximos 25 años. En el escenario de “alto crecimiento”, la AIE predice un aumento adicional de 21% en la demanda de energía de ambos países en 2030.
Pero las inversiones en la materia están caminando, siempre con el apoyo de un gobierno que busca privilegiar la inversión privada, optando incluso por la fórmula de las concesiones para atacar problemas como el déficit de infraestructura. Como consecuencia, es posible recorrer algunas nuevas carreteras construidas por empresas privadas y el aeropuerto de Delhi se apresta a inaugurar sus nuevas instalaciones en el marco de la celebración en India de los juegos del Commonwealth 2010, fecha en la que también iniciará sus servicios el metro de Delhi.
El gobierno prepara nuevos beneficios tributarios, como ampliar las Zonas Económicas Especiales (que permiten la instalación de empresas exportadoras con beneficios tributarios) al negocio inmobiliario, creando las Zonas Residenciales Especiales, para así expandir os beneficios económicos más allá de las grandes urbes.
Estos planes, sumados a un potencial de crecimiento que, si bien evidencia algunos ajustes, mantiene un ritmo sobre el 8% anual, hacen de la India un lugar más que atractivo para el emprendimiento. Como dice su ministro de Finanzas, P. Chidambaram, “la pregunta ya no es si debo o no invertir en India. La pregunta es ¿cuánto tiempo puedo resistir no invertir en India”.
Vida de ricos y famosos… EN VERSIÓN INDIA
Residencias que superan los mil millones de dólares, equipos de Fórmula 1 y fiestas en el Palacio de Versalles forman parte de los gustos personales de algunos de los hombres más ricos de la India. Consecuencias del auge, dirán algunos, pero que no representan a la mayoría.
La noticia se dio a conocer en Londres: los ricos y famosos de la India –incluyendo aquellos que viven en el país y los que han emigrado– se convirtieron en el segundo mayor grupo de compradores del recientemente inaugurado Palazzo Versace, un súper resort levantado en Dubai, con 169 residencias que cuestan hasta 20 millones de dólares cada una.
Sorprendente, aunque no necesariamente novedoso. La atracción por el lujo de algunos millonarios indios es cosa conocida, al punto que empresas de diseño como Candy & Candy piensan en Mumbai (ex Bombay) como un buen sitio para lanzar su One Hyde Park, considerado el más lujoso desarrollo inmobiliario del mundo y que se levanta en el corazón de Knightsbridge, Londres.
Inclinaciones extravagantes que, si bien no reflejan la sencillez que caracteriza a la gran mayoría de los ejecutivos y empresarios de la India, dejan en evidencia el impacto que provoca la virtuosa mezcla de emprendimiento con crecimiento económico alto y sostenido.
En su edición 2007, Forbes identificó a 36 multimillonarios indios, siendo el magnate del acero Lakshmi Mittal el poseedor de la mayor fortuna y de la cuarta a nivel mundial, según el ranking 2008 de la misma revista. La historia del propietario de Arcelor-Mittal, con una riqueza estimada en más de 45.000 millones de dólares, es todo un ejemplo de superación. Nació en Sadulpur, una aldea en la que no existía la electricidad, y heredó de su padre un pequeño taller metalúrgico instalado en Calcuta. En 1976 inició su expansión internacional, comprando una acería que atravesaba por difi cultades económicas en Indonesia. Repitió la experiencia en Trinidad y Tobago, en Kazajistán y, posteriormente, en buena parte de los países que conformaron la ex Unión Soviética. Vive en Londres, en la que se considera la residencia personal más cara del mundo. La compró en 2003 a Bernie Ecclestone, el máximo dirigente de la Fórmula 1, en casi 130 millones de euros, y está elaborada con el mismo mármol que el Taj Mahal, por lo que mucha gente la conoce como el “Taj Mittal”. Otro hecho por el cual llamó la atención de la prensa ocurrió en 2004, cuando arrendó el palacio de Versalles para celebrar el matrimonio de su hija. La fiesta costó 65 millones de dólares.
La quinta y sexta posiciones del ranking Forbes también están en manos deindios: los hermanos Mukesh y Anil Ambani, con fortunas evaluadas en 43.000 millones y 42.000 millones, respectivamente. En 2002 heredaron de su padre –Dhirubhai Ambani, considerado por India Today como uno de los 60 hombres más importantes de la historia india– un imperio que abarca petroleras, firmas de telecomunicaciones, negocios textiles y de biotecnología. El nombre bajo el cual se agrupa el holding es Reliance, pero su administración está dividida porque las relaciones entre estos hermanos están definitivamente cortadas.
Anil es el más joven, con 48 años. Conocido en el pasado por su afán de playboy, se casó con la actriz de Bollywood Tina Munim. Su hermano mayor (50) es menos proclive a las apariciones públicas, pero sus lujos lo delatan: se está construyendo un rascacielos para vivienda personal, avaluado en 1.000 millones de dólares. El edificio de cristal se llamará Antilla, con 30 pisos de altura, y está inspirado en los jardines colgantes de Babilonia.
El aporte indio a la decena de los más ricos del planeta se completa con el inversionista inmobiliario Kushal Pal Singh, en el octavo puesto, con una fortuna de 30.000 millones de dólares.
Pero si se trata de personajes llamativos, la lista es más extensa. Por ejemplo, Vijay Mallya, rankeado en la posición 664 en la versión 2007 de Forbes y con un avance de 82 puestos en un año. Es el propietario de la tercera compañía de bebidas alcohólicas del mundo (United Breweries), la que incluye la marca de cerveza más popular de la India: Kingfi sher, el mismo nombre que utilizó en 2005 para inaugurar su línea aérea (también tiene otra aerolínea de bajo costo, llamada Deccan).
Su último capricho consistió en adquirir un equipo de Fórmula 1 en 88 millones de euros, a través del consorcio Orange India Holdings Sarl, en el cual es socio con Michiel Mol, el holandés creador de Endemol, la productora de contenidos televisivos que lanzó al mundo el formato de los realities con Gran Hermano. Ahora, Mallya llevará la máxima categoría del automovilismo mundial a Nueva Delhi, donde ya está confi rmada la realización de una fecha de la Fórmula 1 en 2010.
Cuestión de precio
El panorama económico indio tiene en la inflación su principal motivo de alarma. Pero el gobierno está tomando las medidas para evitar que se rompa el círculo virtuoso de crecimiento y bajos precios.
Era difícil que una economía del tamaño y relevancia de India se aislara de los embates económicos mundiales que han caracterizado a 2008. Tras crecer a un ritmo promedio de 7% entre los años 2000 y 2007, incluyendo unas espectaculares alzas de 9,8% en 2006 y 9,6% en el año fiscal terminado en marzo de 2007, ahora tanto los cálculos oficiales como los de organismos internacionales se ubican en torno al 8%.
Por cierto que esa proyección resulta más que envidiable para un país como Chile, con aspiraciones inferiores al 5%, pero se vuelve preocupante cuando se trata de responder a los crecientes anhelos de una población que supera los 1.100 millones de habitantes. El economista Swaminathan S. Anklesaria Aiyar, citado por Universia-Wharton, advierte que “puede ser extremadamente doloroso” si India pasa, por ejemplo, del 9% al 7% de crecimiento. Recuerda cómo una caída semejante de dos puntos porcentuales en los años que siguieron a la crisis financiera de 1994-1997 terminaron por aplastar el crecimiento industrial: “las exportaciones colapsaron, toda empresa que se había establecido con el propósito de exportar, quebró”. No obstante, confía en que las empresas indias sean ahora más resistentes, con menores costos de préstamos y coeficientes de endeudamiento más saludables.
Para el común de la población, ese menor ritmo de crecimiento resulta más complejo si viene acompañado de un aumento en la inflación. Aunque diagnosticar una estanflación, como la que viven otras economías del mundo, parece noportuno en el caso de un país que crece al 9% promedio durante los últimos cinco años, lo cierto es que el fantasma inflacionario constituye, hoy por hoy, la mayor preocupación de los indios.
Por algo el gobierno federal ha tomado cartas en el asunto (prohibiendo, por ejemplo, la exportación de arroz para así sostener la oferta interna; solicitando a las compañías acereras una “voluntaria” rebaja de precios o flexibilizando el impuesto a los commodities) y lo mismo, en su ámbito, ha hecho el Banco de la Reserva de India (el RBI, por su sigla en inglés). A comienzos de mayo, la institución subió un cuarto de punto el coeficiente de caja de la banca comercial –hasta el 8,25%– con el objeto de retirar liquidez del sistema financiero.
Los analistas coinciden en que las medidas están comenzado a surtir efecto, aunque advierten que las presiones en los precios provienen de fenómenos mundiales sobre los cuales India no tiene plena injerencia (como el alza en las materias primas y en el precio de los alimentos), por lo que tampoco es posible asegurar el éxito. Para tener una idea del impacto del aumento en el costo de los alimentos, basta considerar el alza de 20% en el precio interno del arroz en los últimos doce meses o de 13% en el trigo. Así las cosas, el titular de hace un par de semanas del Times of India fue categórico: “El 7% de inflación se mantendrá por un tiempo”.
El RBI se fijó una meta de inflación anual del 5,5% para el ejercicio que finalizará en marzo de 2009, aunque estima entre 4% y 4,5% el rango aceptable en el largo plazo. Los indios conocen semanalmente la cifra de variación de precios al por mayor, la que por estos días se ubica en torno al 7,8%. En 2006-7 el promedio fue de 5,4%. Un optimista FMI sitúa la proyección de IPC para 2008 en 4,4%, inferior al 6,2% estimado para 2007. Las autoridades económicas se muestran conscientes del impacto que esta política monetaria más agresiva puede tener en el crecimiento. Pero el mensaje es claro: aquí lo importante es controlar los precios. India ya experimentó las consecuencias de espirales inflacionarias en el pasado y ahora asume lo importante que es mantener el equilibrio, tanto para la estabilidad social interna como para la señal de seriedad y confianza que se esfuerza en transmitir hacia los inversionistas internacionales.
Lo decía recientemente el ministro de Finanzas indio, P. Chidambaram, “aunque las medidas para contener la inflación puedan resultar en una moderación del crecimiento económico, el esfuerzo del gobierno está en sostener la velocidad del crecimiento con estabilidad de precios”.
El jefe de políticas de la Confederación de la Industria India (CII), Marut Sen Gupta, destaca las medidas que han ido tomando los máximos responsables de la economía india, “porque nos estamos acostumbrando a un crecimiento alto con inflación baja”. Concuerda en que las presiones provienen de fenómenos internacionales (“la razón del alza no es tanto por motivos internos, sino porque los precios globales de los commodities están altos. Incluso países como China, que son de costos bastante bajos, enfrentan esta situación, con una inflación de 10% a 11%, que es alto para los estándares chinos”, dice a Capital), pero añade un factor: “estamos en un año electoral y la inflación no es aceptable para los políticos en años de elecciones”.
Pero esa presión electoral también podría traducirse en un mayor gasto fiscal, incluyendo –por ejemplo– préstamos a los agricultores que fueron anunciados en el presupuesto gubernamental (“efectivamente, el gobierno no cortará el gasto porque es un año electoral”, reconoce Gupta), ante lo cual surgen las alternativas de “reducir los aranceles de importación” u otras medidas de carácter tributario.
¿Y el impacto de la crisis alimentaria? Gupta le baja el perfil: “Tuvimos situaciones de crisis alimentaria en los 60 y 70 y hoy no es así. Pero India es un gran comprador ocasional –dependiendo de nuestras cosechas– de alimentos básicos, como arroz, trigo y azúcar. Este año tuvimos que importar arroz, pero como no somos compradores regulares, salir al mercado se convierte en un problema, porque por el tamaño del país compramos grandes cantidades y los precios suben. Y como no somos un comprador regular, no tenemos un proveedor habitual. Es complicado, pero no somos un país que sufra de inseguridad alimentaria”.
Si la economía marcha a menor ritmo, lo mismo ocurre con los resultados de las compañías y eso, nturalmente, se refleja en la evolución de los precios accionarios. También la competitividad de las empresas se ha visto afectada por la revaluación de la rupia. A ello se suma otro factor que ensombrece el panorama: la crisis subprime. El índice Sensex, que recoge las 30 acciones más transadas del Bombay Stock Exchange (el principal centro bursátil de la India), ha perdido en torno al 23% entre fines de marzo y su peack de 21.207 puntos, registrado a comienzos de enero de este año; pero algunas small y mid cap muestran retrocesos
superiores al 60% en sus valorización. “Los inversionistas foráneos se han visto forzados a vender sus posiciones en mercados emergentes para enfrentar las pérdidas por la crisis subprime”, advierte una reciente edición de la revista Business Today.
Eso no impide, por cierto, que cientos de pequeños inversionistas se instalen cada día frente a la Bolsa de Bombay para seguir, segundo a segundo, la evolución de los precios bursátiles en las pantallas colocadas al frente del edificio. Porque en un país como India las oportunidades están ahí, literalmente, a la vuelta de la
esquina.
Haciendo negocios con la India
– A juicio de los indios, el clásico error que cometen los inversionistas interesados en India es que proyectan su negocio de forma miope. O llegan al país con la única perspectiva de encontrar proveedores baratos para importar productos, o se entusiasman con los 1.100 millones de habitantes y
se enfocan en colocar sus exportaciones lo más rápido posible.
– El interés de los indios radica en los empresarios que apuestan por el largo plazo, que se toman su tiempo antes de concretar una iniciativa y que, a través de su negocio, aportan al desarrollo del país.
– Es como en el trato personal. Los propios indios se definen como “muy latinos”, en el sentido de que les gusta conversar, conocer a sus interlocutores y privilegian el contacto directo. “Hay mucha conversación antes de entrar al punto: cómo está la familia, el último juego de cricket, la política, la última película, etc.”, dice el británico Alan Rosling.
– Tienen una fuerte ética del trabajo, valoran el esfuerzo y el conocimiento. “Aquí hay que ser bueno en un tema para conseguir respeto”, afirma el profesor Ananth.
– Aunque la prensa destaca mucho las extravagancias de los nuevos multimillonarios, en general los indios son muy sencillos. Es frecuente encontrarse con altos ejecutivos que trabajan en ofi cinas extremadamente austeras, a veces de traje y corbata, pero en otras oportunidades con una simple camisa y hasta zapatillas.
PASAJE A LA INDIA
libros para entender al elefante asiático
En las sociedades en expansión económica, la literatura no tarda en vivir un auge, y la India no podía quedar ajena a tal fenómeno. Nuevos autores, una industria editorial explosiva y un público calculado en 600 millones de lectores marcan la pauta en el país de Tagore.Por Marcelo Soto
En India el tamaño importa y los números provocan vértigo. En el país asiático se publican libros en 24 idiomas; se editan más de 70 mil títulos al año, de los cuales la tercera parte es en inglés, y unas 15 mil editoriales compiten en un negocio que mueve cerca de mil millones de dólares. Con tales cifras, sin considerar que la literatura escrita en la región tiene una historia de 4.500 años, resulta una tarea ardua plantear un resumen, una mirada que pueda condensar todo un universo linguistico en un par de páginas periodísticas.
A todas luces hoy la industria editorial india vive un auge, especialmente en temas como publicación electrónica y servicios informáticos orientados al libro, donde está a la vanguardia. Para ilustrar la relevancia del sector basta decir que el país fue el invitado de honor de la Feria del Libro de Francfort de 2006, la más importante del orbe, ocasión que sirvió para presentar a una camada de narradores como Vikram Seth y Amitav Gosh, que están renovando la ficción local en una nación donde se calcula que hay 600 millones de lectores.
Entre las figuras nuevas más ascendentes destaca Kiran Desai, ganadora del Premio Booker 2007, uno de los galardones de mayor prestigio en el mundo y que se otorga a una obra escrita en inglés por un autor de la Mancomunidad Británica de Naciones. El libro de Desai, El legado de la pérdida, habla de la inmigración, de la rabia y la verguenza ante un pasado violento y lleno de contrastes, emparentándose en cierta forma con los temas tratados por V S Naipaul, el Nobel británico nacido en Trinidad y de familia hindú.
Fue precisamente Naipaul quien, en una entrevista de 1998, presagió el actual momento literario de la tierra de Gandhi. “Durante muchos siglos la India no ha tenido ninguna vida intelectual. Era una sociedad ritualizada, en la que no era necesario escribir. Pero cuando las sociedades pasan de una vida puramente ritual a expandirse en términos industriales… la gente recurre a los escritores, que están ahí para guiarlos, para provocarlos, para estimularlos”.
Palabras proféticas. ¿Qué leer, entonces, para empezar a conocer un país tan extenso y múltiple? Este artículo es apenas una propuesta mínima, enfocada hacia títulos recientes, pero el lector más exigente debería acercarse también a obras antiguas, como Episodios del Mahabharata, la gran epopeya hindú; Fundamentos de la vida media, texto clave de la filosofía budista, o Kumarasambhava, uno de los grandes poemas de la literatura sánscrita. Tampoco deberían obviarse clásicos modernos como Ofrenda lírica, que le valió el Nobel a Rabindranath Tagore y Kim, del británico Rudyard Kipling, una de las mejores novelas ambientadas en la India.
1 El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy
Esta fascinante novela, veintena de lenguas, es uno de los mayores éxitos internaciones del último tiempo. Su autora creció en Kerala, el estado marxista al sur de la India, donde trascurre esta historia sobre dos gemelos que viven separados tras ser testigos de la muerte de un primo británico durante unas vacaciones. Novela de saga familiar y de un tono a veces poético, ha sido comparada con el realismo mágico de Salman Rushdie, algo que molesta sobremanera a su autora. El libro, con un desenlace de contenido erótico, originó una demanda en su contra en la India por cargos de “obscenidad”.
2 El legado de la pérdida, de Kiran Desai
Hija de la reconocida escritora Anita Desai –a quien El legado de la pérdida–, esta novela ganó el Premio Booker 2 Vikram Chandra Rohinton Mistry 007 y ha sido traducida al español por Salamandra. Si en su anterior libro, Alboroto en el guayabal, utilizaba los mecanismos de la fábula y la alegoría para contar la historia de un cartero que un día sube a un árbol para convertirse en santo, en este segundo texto recorre la historia reciente de los habitantes de una aldea del norte de la India, desde donde algunos emigran a Estados Unidos escapando de la violencia guerrillera de un grupo separatista. “La rabia que genera la inmigración estalla en todas partes”, dice la autora.
6 Hijos de la medianoche y Shalimar el payaso, de Salman Rushdie
El británico Salman Rushdie, que nació en el Bombay de 1947, donde se crió y estudió, al igual que en Cambridge, no podía estar ausente de esta lista. Hijos de la medianoche (De Bolsillo), que muchos consideran su mejor novela, es la historia de Saleem, quien nace el mismo día en que India obtiene la independencia y desde entonces su vida queda irremediablemente conectada a los vaivenes del país. Shalimar el payaso (Mondadori), una de sus obras recientes, transcurre principalmente en Cachemira, la conflictiva región de donde proviene la familia del escritor. “El paraíso sigue allí, sólo que nos expulsaron de él”, ha dicho.
En India y A writer’s people, de V S Naipaul
Otro nombre inevitable al revisar la literatura sobre la India es el de V S Naipaul, quien nunca ha dejado de escribir sobre el país de donde provienen sus ancestros y que recién visitó cuando era adulto. En India (Debate) es una obra maestra de la crónica literaria, una especie de reportaje con decenas de entrevistas escrito a partir de un viaje, mientras que A writer’s people es su última y polémica colección de ensayos, algunos de contenido autobiográfico, donde repasa sus ambiciones y derrotas, junto a semblanzas de gente como Gandhi. Próxima a llegar en español, por ahora puede encontrarse en inglés en amazon.com
8 Think India, de Vinay Rai y William Simon
Si alguien quiere evitarse los libros antes citados o desdeña de la ficción, puede optar por este texto que habla de la India desde una perspectiva multidisciplinaria. Vinay Rai es uno de los empresarios más destacados del país y en esta obra revisa las causas del fenómeno indio, poniendo énfasis en industrias como la farmacéutica, digital y manufacturera, pero también aportando datos sobre la cultura y las costumbres locales. Una especie de manual para el que planee un próximo viaje de negocios a Mumbai. Disponible en amazon.com o Barnesandnoble.com.
Erase una vez en BOLLYWOOD
Un informe periodístico de India no puede dejar fuera su industria del cine. Porque registra la mayor producción de películas del mundo, pero también por la originalidad de su estilo, el talento de algunos realizadores y la fama de sus estrellas. Por Joel Poblete.
Ya sea por las magnitudes de su industria o por las reducidas oportunidades que tenemos de ver su producción en Occidente, cualquier acercamiento al cine indio siempre pecará de mínimo e insuficiente. Y no podría ser de otra manera, si se considera que estamos hablando del primer productor mundial de filmes, con hasta 1.000 estrenos por año y el 73% de los ingresos de la industria cinematográfica de Asia Pacífico.
El cine indio representa casi la quinta parte de la producción del planeta, dejando muy atrás a Estados Unidos, que produce entre 600 y 800, y obviamente hace palidecer a países como España, con alrededor de 100 películas anuales. Para qué hablar de América latina: Argentina produjo 80 películas el año pasado y México tiene un promedio de 50, mientras que en Chile estamos entre 12 y 15…
Claro, hablamos del segundo país más poblado del planeta, y donde se estima que cada día diez millones de personas van al cine, favorecidas por entradas que apenas llegan a 17 céntimos de euro cada una, lo que convierte a los indios en la sociedad en la que más ciudadanos asisten a las salas. Así, se pueden dar el lujo de mantenerse casi exclusivamente con producción local: mientras gran parte de las carteleras del mundo aparecen dominadas por el influjo de Hollywood, India mantiene una envidiable autonomía, y de hecho el cine estadounidense apenas ocupa un humilde 4% del mercado.
El problema, al menos para los cinéfilos de estas latitudes, es que todas esas cifras no se traducen en la posibilidad real de ver más cine indio; ya sea por el localismo de muchas de sus cintas, por las pésimas políticas de distribución de nuestra región o por el predominio hollywoodense, lo que se estrena comercialmente en Chile se puede contar con los dedos de una mano. Pero la situación parece estar revirtiéndose en los últimos años, especialmente porque el concepto del cine indio, popular y erróneamente conocido y encasillado como Bollywood, ya se convirtió en marca de fábrica a nivel internacional, especialmente en la última década.
El término Bollywood surgió en los 70 y corresponde a un juego de palabras entre Hollywood y la inicial de Bombay, corazón de la industria del entretenimiento india y lugar de realización de las primeras películas locales. El segundo centro productivo está en Hyderabad, la capital del estado de Andhra Pradesh, donde además del mayor estudio de cine que existe (el Ramoji Film City) tienen la más grande pantalla de cine en formato IMAX del mundo.
Arte y escapismo
En 1896, pocos meses después de la primera exhibición pública en París, el cinematógrafo de los hermanos Lumière llegó a Bombay, y tres años después se estaba rodando la primera película documental india, aunque el debut del cine de ficción recién llegó en 1913. Con la aparición del sonoro, cuyo primer filme se estrenó en 1931, se establecieron dos de las principales características del cine indio de ayer y hoy: las canciones y bailes que abundan en sus películas y la segmentación del mercado según las distintas lenguas que se hablan en el país aunque, por ser el hindi la lengua más hablada, la prioridad de los productores fue orientándose progresivamente por ese lado, llegando a producir hasta un 83% de las películas en ese idioma, cifra que hoy sólo alcanza al 29%, y explica que en la actualidad cada vez haya más películas pensadas para toda la India y no sólo para una lengua y zona en particular.
Los vaivenes económicos golpearon a la bullente industria, que pasó de las grandes compañías que dominaban en los años 40 a pequeñas productoras independientes, las cuales debieron afrontar las severas alzas de impuestos que impuso el gobierno tras la independencia de la India, en 1947. Es entonces cuando se impuso la fórmula que persiste hasta el día de hoy, y que se ha transformado en una suerte de cliché del cine indio en el resto del mundo: un fuerte star system –que a menudo obliga a reunir en una misma cinta a dos o más estrellas, coloridos decorados y un guión predecible, que siempre despliega una historia de amor aderezada con bailes y canciones (hubo una época en que desfilaban hasta 60 temas por filme) para despertar el fervor y la efervescencia de los espectadores.
El escapismo de este tipo de producciones había desterrado de la pantalla cualquier atisbo de realidad y elementos cotidianos, hasta que apareció Satyajit Ray, considerado hasta hoy el más importante realizador indio de todos los tiempos y una de las figuras más importantes en la historia del cine. A los 34 años llegó desde Bengala para estrenar en 1955 su primer largometraje Pather Panchali, en el que –influenciado por el neorrealismo italiano– retrataba con poesía y calidez –y sin números musicales, por cierto– la diaria realidad de un niño y su familia. Una cinta entrañable y sencilla, que ganó un premio en el Festival de Cannes y consagró internacionalmente a su director, quien continuaría durante casi cuatro décadas su notable filmografía con títulos como Aparajito y El mundo de Apu, hasta su muerte en 1992, semanas después de convertirse en el único cineasta indio que ha ganado un Oscar a la trayectoria, premio que se agregó a otros trofeos como dos Osos de Plata y uno de Oro en distintas ediciones del Festival de Berlín, y el León de Oro en Venecia 1957.
Admirado por colegas de ayer y hoy, como John Huston y Wes Anderson –este último lo homenajeó en la reciente Viaje a Darjeeling, incluyendo muchos segmentos de la música que Ray compuso para sus películas–, puede que el elogio más bello y famoso para el director indio sea el que una vez esbozó Akira Kurosawa: “No haber visto las películas de Ray es haber vivido en el mundo sin haber visto el sol y la luna”.
La revelación internacional del cine indio mostró a los nuevos realizadores que era posible adoptar otros caminos y cimentó la “Nueva Ola” que se desarrolló desde los años 60, fomentada con mejores políticas de subvenciones y el aporte económico de la Film Finance Corporation, creada en 1960. Eso sí, había mucha vigilancia del Estado sobre los contenidos, y la censura era implacable con el sexo, la religión y la política.
El cine más “light” y escapista sigue gozando de excelente salud, y miles de personas llenan las salas para ver esas recargadas historias de amores que deben superar obstáculos de castas y matrimonios por conveniencia. A menudo superan las tres horas de duración, no le temen a la cursilería ni a los elementos kitsch, y ante la menor provocación los personajes se ponen a cantar y bailar. Este tipo de producciones ha inspirado escenas y momentos de películas occidentales como Moulin Rouge!, y de aquí han surgido estrellas que ya tienen renombre en el extranjero (ver recuadro); lo que no impide la presencia de otro tipo de películas, que entusiasman más a la crítica y reciben premios. De hecho, tres cintas indias han sido nominadas al Oscar de mejor película extranjera: Mother India (1957), Salaam Bombay! (1988) y Lagaan (2001); esta última, con 3 horas y 40 minutos de duración. Además, hace dos años Water, una coproducción entre Canadá e India, dirigida por Deepa Mehta (radicada en Canadá hace 35 años), postuló a la estatuilla por el país norteamericano.
Puede que en el contexto del cine asiático actual tenga menos influencia entre los críticos y los cinéfilos especializados que la que tienen las cintas de Filipinas, Corea y Taiwán pero, de todos modos, equilibrándose entre estas dos vías, el cine más comercial y masivo y los filmes más “artísticos”, esta cinematografía subsiste hasta hoy sin dar muestras de agotamiento. ¡A seguir su ejemplo!.
La mirada de un cineasta indio
Con una industria fílmica tan viva, intensa y contundente, siempre es interesante y valiosa una opinión desde el interior. En el Festival de Cine de Berlín 2007, la película elegida como mejor debut del certamen fue la india Vanaja, de Rajnesh Domalpalli, un drama social que dejaba al descubierto las diferencias de clase que subsisten en el país. Capital consultó a Domalpalli por el estado actual del cine en su país, y su balance fue tremendamente optimista: “Acá el cine comercial está prosperando progresivamente. No sólo prosperando, sino además explotando a través del techo. Con una tasa de crecimiento de alrededor de 9%, existe una enorme clase media que ahora tiene una considerable renta que quieren gastar en todas las cosas que le gustan. Y el cine es una de ellas”.
-¿Y qué pasa con el cine más experimental o artístico?
“Desafortunadamente, no se puede decir lo mismo de ese tipo de películas, que deben luchar porque los distribuidores y teatros no las eligen ni apoyan. Cuando tienen un ganso de oro en una mano, ¿por qué habrían de preferir un gorrión? Las películas más artísticas están concentradas en determinadas temáticas, y generalmente son producciones de bajo presupuesto que atraen a pequeños grupos de gentemás inquieta y preparada en lo cultural y social; rara vez estos filmes van a durar más de una semana en cartelera, generalmente están hechos con apoyo extranjero, y estrenados principalmente en el exterior. Va a ser necesario un buen tiempo para que las clases medias indias desarrollen una apreciación por el cine arte, pero estoy convencido de que sucederá tarde o temprano”.
-Con una producción que entrega cientos de películas al año, debe ser aún más difícil garantizar una calidad promedio…
“Como pasa en cualquier parte del mundo, la calidad nunca es uniforme, pero muchos cineastas minimizan riesgos siguiendo fórmulas específi cas. Unos pocos, sin embargo, asumen riesgos e intentan algo distinto, y algunas veces los resultados pueden ser extraordinarios. El público en la India ha aprendido a discriminar, y ahora hay un énfasis mayor en la experimentación artística; aunque, al igual que en Hollywood, el star system acostumbraba ser el principal filtro, ahora las historias están asumiendo una importancia creciente, y el guión al fin está siendo reconocido por lo que es: una parte extremadamente importante para la película”.
-En medio de una industria de vocación tan masiva, ¿cómo es posible potenciar a los nuevos cineastas?
“La mayoría de los filmes son repeticiones de una fórmula ya probada y explotada, pero hoy en día Bollywood se ha vuelto tan poderoso y millonario como industria, que se permiten contratar cotizados guionistas estadounidenses para que entreguen su asesoría como consultores en la construcción de historias. Por ejemplo, Nicholas Pileggi, nominado al Oscar por el guión con el que adaptó su propia novela para la película Buenos muchachos de Scorsese -con el que volvió a colaborar en Casino–, es ahora asesor y consultor de guiones en una compañía llamada Reliance Big Entertainment, que tiene un fondo de un billón de dólares para hacer películas. Con la globalización, tales intercambios se harán más fáciles y así habrá un enriquecimiento de la industria como un todo. No sólo con talento que llega de Hollywood a Bollywood, sino también de Bollywood a Hollywood. India se está globalizando cada vez más, y con los recursos que tiene a su disposición,en poco tiempo ocupará un rol aún mayor en el campo mundial del entretenimiento. No tengo la menor duda de ello”.