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Noticias Septiembre 15, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas (comentarios)

 

Mario
Valdivia
, hace tiempo viene reflexionando sentida y profundamente en torno de
la identidad de Chile. Esta semana comentó los artículos “A dos años del
bicentenario: elites deprimidas” que publiqué de Qué Pasa y Revista del Sábado.

Hola Ricardo, buena,
buena tu colección de artículos entrevistas sobre Chile deprimente. ¿De dónde
sacaste tan magníficas fotografías? Lo mejor. Peña: Lúcido, pero ¿no te parece
que hay un airecillo autocomplaciente detrás? Tan pocas preguntas entre los
entrevistados! Pienso que Tironi tiene un punto cuando señala que la depresión
es sobre el país como identidad…los chilenos como miembros individuales de un
mundo cosmopolita estamos cada vez menos deprimidos. ¿Qué cees tu? A propósito
de expertos respondiendo, te invito a leer sobre eso en mi blog.

 

Mi comentario:


La autocomplacencia me aparece mirando el futuro y
lo que falta para ser competitivos (la mitad vacía) pero sí comparto que hay
muchos de avances que no pueden ser dados “por dados” gratuitamente (la mitad
llena). Lo real es que Chile ha dado el salto quizás mayor de su historia en estos
últimos veinte años. Que se podría haber hecho mejor es teórico. Ahora, si hilamos
más fino vemos que cada cosa está pegada con alfileres y con arreglos a la
chilena. Los puentes caídos y el Transantiago son evidentes, pero en cosas
menos notorias es igual y peor como se evidencia ahora la educación. El papel
aguanta. Lo más preocupante es la ausencia de agenda de verdad de futuro, que
no sea un plan de gastos de hacienda. La ilusión es que el cambio de
horizontes, ánimo y estándar depende de un líder, cuando se trata de asuntos
culturales que sólo se transformarán con tensiones continuas y acuerdos
nacionales. Mi impresión es que más que deprimidas, las elites se agotaron
existencialmente, es demasiado el cambio y el esfuerzo que les ha tocado, y
ahora buscan un descanso, prepararse
espiritualmente para la vejez. Su descendencia les salió artista o empresaria y
no está para la cosa pública. El resto, el país real no está deprimido porque
no tiene tiempo, se las tiene que rebuscar a cada paso para dar el ancho de las
expectativas de la modernidad, de consumo, de bienestar, educación para los
hijos, vacaciones e internet. Un paseo en metro a las siete de la tarde basta
para experimentar la tensión por el desarrollo, cada pasajero listo para
meterle el codo en el ojo al que atraviese no su metro sino su centímetro
cuadrado. Es evidente que no compartimos una identidad común como país, un
proyecto de vida, una gesta que sostenemos todos, cuando se cae de maduro. Mi
convicción es que la elite no lo hará porque está cansada, es localista y
superficial. Siglos en que todo lo arregla el tío poderoso, ministro, obispo o empresario.
La consigna, barrer para adentro. Mi duda es que las masas en ascenso tampoco
lo harán. Son jugadas, esforzadas, ingeniosas, solidarias, pero sin calidad ni
horizonte. Al medio, una burocracia profesional, honesta pero miope, apegada al
modelo, el presupuesto, el caso de negocio. Los procedimientos todo lo
arreglan. Lo que está claro es que peleándonos, agrediéndonos y descalificándonos
nada solucionaremos, y que hay que rescatar el sentido de peligro que en 1989
nos obligó a encontrarnos como chilenos y entendernos en lo básico. Otra duda
menos inmediata, quizás debiera serlo, es que muchas de nuestras inquietudes
responden a procesos subterráneos profundos y globales, que en la urgencia y
localismo no somos capaces de explicitar: flexibilidad, nihilismo, libertad,
soledad, incertidumbre, conexión, incomunicación, espiritualidad, consumo. Cómo
poner esas preguntas en pertinencia Mapocho.

Las fotos son de los verdaderos banquetes de exhibisionismo de la elite en la prensa.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

6. Comentarios

 

Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 5

quépasa.
Carlos Peña: “Que nos estemos
sintiendo mal es un buen síntoma de que estamos en el camino correcto”.

-¿A qué atribuye el pesimismo imperante en Chile?

-Ante
todo habría que subrayar que el pesimismo -la creencia de que las cosas van de
mal en peor- pertenece más a las élites que a la gente común y corriente.
La gente de a pie -según muestran las encuestas- está más bien optimista
respecto del futuro y evalúa de manera positiva los últimos años. Esas
percepciones son razonables si se tiene en cuenta que nunca, como ahora, las
mayorías habían estado mejor en todas las esferas, materiales y simbólicas, de la
vida. Con
todo, las élites están pesimistas. Hay varias hipótesis para explicar el
fenómeno. La
más plausible se relaciona con el gigantesco cambio en las condiciones
materiales de la existencia: esos cambios han impulsado un proceso de mayor
autonomía e individuación de la gente, la que, así, ya no le cree a pie
juntillas a las élites. El resultado es que las élites se sienten extrañas en
este mundo donde el prestigio de redistribuye y donde ellas ya no tienen la
última palabra.

Los
chilenos vivimos hoy día más y vivimos mejor y nunca antes en la historia las
grandes mayorías habían experimentado en el curso de quince o veinte años
cambios en su bienestar que antes se alcanzaban en dos o tres generaciones. En
otras palabras, nunca la biografía personal de tantos hombres y mujeres fue
capaz de recoger en el curso de su propia vida cambios tan bruscos y tan
radicales, y por eso hoy día las mayorías se han vuelto más insumisas e
infieles: cuando usted ha experimentado en el curso de una década y media que
su vida puede cambiar tan radicalmente, ya no cree en los relatos ideológicos
que le enseñaban a esperar y a comportarse bien.

Las
mayorías, por decirlo así, ya no comulgan fácilmente con las ruedas de carreta
en cuya fabricación las élites culturales e intelectuales se ganan la vida.

-¿El pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de
nuestras elites o más bien responde a una situación coyuntural?


-Es
probable que en momentos de cambio -cuando su propia situación comienza a
debilitarse por la emergencia de nuevos grupos y de nuevos actores- las élites
se pongan pesimistas. Ocurrió así cuando surgió la sociedad de masas en la
cultura europea de entreguerras y, para no ir tan lejos, sucedió en el Chile
del Centenario y está ocurriendo también ahora mismo. No es que las élites sean
pesimistas por naturaleza: es que ellas viven la pérdida de su capacidad
hegemónica y su influencia, como si fuera el mundo, y no ellas, quienes están
en crisis. El proceso es conocido: todos los grupos tienden a universalizar su propia
experiencia.

Pero
no hay que alarmarse: ya surgirán otras élites más a la altura de los tiempos.

-¿Cuánto influye la crisis de liderazgo político actual en el pesimismo?

-La
crisis de liderazgo a la que hoy asistimos -en la izquierda y en la derecha, en
todos lados- más que una causa es un síntoma de la situación de tránsito que
hoy experimentan las élites. Finalmente, cuando el futuro ya no se ve muy firme
-esto es especialmente cierto en la política, cada uno empieza a velar por sí
mismo y por su propia tienda y entonces el liderazgo, es decir la imposición de
una sola voluntad en las cuestiones fundamentales se hace muy difícil.

-Este país ha mejorado sus índices económicos y sociales en
los últimos 20 años. ¿A qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el
pesimismo?


-Como
vimos, el pesimismo no es de las mayorías, sino de las élites. No es muy
difícil explicarlo. El cambio en las condiciones de vida de las mayorías y la
expansión del consumo que, a pesar de todas las desigualdades, experimentan,
provoca reacciones encontradas en las élites que se ven hasta cierto punto
desplazadas por esos procesos.

Nunca,
como hoy, las mayorías habían estado mejor. La educación básica y media se ha
expandido, hoy la cobertura es casi universal y las expectativas de escolaridad
para un niño de 5 años son de 15,6 años, apenas una fracción por debajo de los
países de la OCDE; la educación superior se ha masificado y ya traspasamos el
40% de cobertura y siete de cada diez alumnos son hijos de padres que nunca alcanzaron
ese nivel educacional; la vivienda propia, antes una verdadera quimera, hoy es
una realidad para el 75% de los chilenos; el automóvil se ha masificado y los
medios de comunicación se han expandido como nunca antes; los malls proliferan
y el consumo de bienes materiales y de bienes simbólicos, se hincha. En suma,
somos más prósperos y la miseria, afortunadamente, cada día se achica y se
arrincona.

Ese
gigantesco cambio que han experimentado las mayorías en las condiciones
materiales de su existencia ha inducido, como lo habría predicho Marx, un
cambio cultural: las mayorías son más autónomas y desconfiadas.

El
resultado es que la gente confía cada vez más en sí misma y en su propia
voluntad y tiene menos razones para dejarse guiar por otros, que es el negocio
de las élites. Así entonces las élites tradicionales -pero no las mayorías-
tienen razones para estar pesimistas respecto de su destino.

-Ambas coaliciones políticas -Concertación y Alianza- se ven enfrentadas
a bajas cifras de apoyo en las encuestas. ¿Hay una crisis de representatividad
que influye en la percepción negativa de las personas sobre quienes dirigen el
país?


-Las
bajas cifras de apoyo en las encuestas muestran una especie de enfriamiento de
la política que, atendidos los procesos sociales que ha experimentado el país,
es casi inevitable. La experiencia comparada muestra que este fenómeno no es
exclusivo de Chile, sino propio de una sociedad que se moderniza. Tampoco
se debe a que la política es poco representativa, sino al hecho que la gente
busca expresarse en otras esferas distintas de la política. En un mundo cada
vez más diversificado y cada vez más complejo, es inevitable que la política
pierda peso. En las democracias que maduran y se modernizan las élites
políticas tienen menos influencia porque la gente sabe que -por decirlo
así- la vida está en otra parte.

-¿Estamos realmente enfrentados a un cruce histórico
complejo o más bien esto es una narración inventada desde la élite para
expresar su disconformidad?


-Como
sugerí antes, no sería raro (los ejemplos sobran) que la élite exprese como
crisis global lo que no son más que síntomas de su propia delicuescencia y de
su propio tránsito. Después de todo estamos viviendo un cruce histórico, sin
duda, pero de todos los que ha vivido el país, éste es sin duda el más
estimable y objetivamente no hay motivo alguno para la desazón: ¿en qué otro
momento las mayorías, que son las que importan, habían estado mejor?

-Más de una vez se ha dicho que este país cambió culturalmente y que el
mejor ejemplo de eso es la elección de Bachelet. Es más: se habló de un cambio
sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados de ánimo son reflejo de la confusión e
incertidumbre respecto de quién queremos que nos gobierne: el estilo ciudadano,
el autoritario, etc.?


-De
que ha habido cambios culturales no cabe ninguna duda. Aunque ellos están más
relacionados con la esfera de la subjetividad que directamente con la política:
hay más deseos de reconocimiento (las minorías sienten que su forma de vida
merece comparecer en el espacio público); hay más autonomía (en la esfera
personal e íntima la gente rechaza ser dirigida desde una voluntad ajena a la
suya); se experimentan mayores contradicciones entre esa expansión de la
autonomía y las formas de vida familiar (se anhela la familia, pero
paradójicamente ésta es más frágil); hay optimismo frente al futuro, pero
también una mayor sensación de riesgo (como si en cualquier momento pudiéramos
quedar a la intemperie); la religiosidad se hace más diversa, más electiva y
muchísimo más íntima que social (un signo de esto es el aumento de los
movimientos evangélicos y de las advocaciones católicas que confieren un fuerte
sentido de identidad).

En
conclusión, ha habido cambios culturales; pero la elección de Bachelet no
parece haber sido una muestra ni de su índole, ni de la dirección que
tenían.

-¿Qué discurso de futuro se requiere hoy para superar el
pesimismo?


-Debe
tener como punto de partida el hecho que nuestro país ha experimentado
importantes procesos de modernización; pero todavía no hace del todo suya a la
modernidad, es decir, al conjunto de cambios culturales y subjetivos que esos
procesos inducen. En mi opinión, las élites políticas que comprendan ese
problema y lo pongan en una narrativa seductora, lograrán ganar para sí la
adhesión de la mayoría.

Esa
narrativa debiera hacer frente a cinco cuestiones que están hoy día en la base
de la esfera pública: 1) En primer lugar, los procesos de individuación
plantean desafíos a la integración social. Ello demanda asignar significados a
la vida en común. Una sociedad democrática vigorosa y atenta, necesita
desarrollar en sus miembros un compromiso cívico, la idea que se trata de una
empresa común, que compromete a todos. 2) En segundo lugar, hay en Chile una
demanda de seguridad en todos los ámbitos de la vida, desde el físico al
medioambiental y al emocional. Si antes el grito de las mayorías era ¡tenemos
hambre!, hoy el reclamo parece ser ¡tenemos miedo! 3) En tercer lugar, tenemos
el desafío de alcanzar equidad en los procedimientos para tolerar así la
desigualdad de resultados. El dilema de Chile no consiste en escoger entre una
sociedad de iguales o una de desiguales. El dilema de nuestro país consiste en
escoger entre una sociedad de herederos donde el bienestar se distribuye en
atención a la cuna o una sociedad donde el desempeño personal configure nuestro
destino. 4) El mercado del trabajo es otro de los aspectos clave en el futuro.
El trabajo es la base del orgullo personal y la dignidad de las personas y las
políticas en esa área requieren más sensibilidad de aquella que es capaz de
proveer la economía neoclásica y el management (en los que hasta ahora hemos
confiado). 5) En fin, hay que eludir el falso dilema entre populismo y
democracia eficiente. Las élites experimentan hoy un cierto malestar con la
democracia. Nos molesta que las audiencias sean infieles y les tenemos temor a
los políticos mediáticos. Todo eso oculta un cierto desprecio por la cultura de
masas y por eso me parece que en vez de quejarnos y esperar que las mayorías
siempre escojan a los virtuosos, hay que mejorar la democracia incrementando la
participación, haciendo más fluidos los canales por los que se comunican los
ciudadanos con sus representantes, distribuir con mayor igualdad el capital
cultural disponible, mejorar la educación vinculándola con la ciudadanía,
aumentar la calidad de las encuestas.

-¿Cuánto influye en el pesimismo la percepción de que el establishment
tiene pocos incentivos para mejorar las debilidades de este país? ¿Hay una puja
de una nueva élite, que enarbolando las banderas del inconformismo, busca
suceder a la otra?


-Es
probable que exista algo como eso. El campo del poder, del prestigio y de la
influencia -el negocio de las élites, en otras palabras- suele estar cruzado
por disputas y por conflictos que en los momentos de cambio se agudizan. A
veces omitimos ese aspecto porque al hablar de élites acentuamos lo que esos
grupos tienen en común (la posesión del prestigio y del poder) y olvidamos las
diferencias que los atraviesan: de clases, de memoria y de intereses. Después
de todo, tanto los que se quejan, como los que aplauden, se dedican al mismo
asunto y es inevitable que compitan: sólo que unos creen que están a la baja, y
los otros que el poder y la influencia está por fin al alcance de la mano.

-¿Existe acaso un agotamiento de los proyectos que han
gobernado este país en los últimos 30 años?


-Más
que agotamiento ha habido realización. No es que el proyecto se haya acabado
antes de llegar a término. Es más bien que se consumó con éxito. Todo lo que
nos incomoda estos años es fruto de que el proyecto (en especial el de la
Concertación) llegó a término exitosamente. Otra cosa es que las élites que lo
llevaron a cabo, y que ahora están molestas, no se hayan dado cuenta. Y es que
Marx y Engels tenían razón: los hombres hacen su historia, pero no saben la
historia que hacen.

-¿Usted milita en el bando de los optimistas o pesimistas?

-De
los optimistas. Como no creo que vengamos del paraíso, ni pienso que vayamos al
jardín del edén, esta situación -con todas sus contradicciones, problemas
e injusticias- no me parece del todo mal.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra o siconálisis?

-El
sicoanálisis podría ayudar a curar las heridas narcisistas de cierta parte de
la élite que no entiende por qué ya no se la escucha. Pero sobre todo nos
ayudaría a entender el fenómeno en su conjunto: Freud enseñó que la
civilización estaba inevitablemente unida a un cierto descontento. A mayor
civilización, dijo, mayor descontento. Así entonces que nos estemos sintiendo
mal es un buen síntoma de que estamos en el camino correcto. Las euforias -en
la política y en la religión- no son saludables.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

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Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 4

 

quésa. Eugenio Tironi: “Respecto
a su vida privada la gente no está pesimista. Donde hay pesimismo es respecto a
esa entelequia que llamamos país”.

-¿A qué atribuye el pesimismo
imperante en Chile?


-¿Qué pesimismo?
Creo que respecto a su vida privada la gente no está pesimista. Al contrario:
está llena de planes y expectativas. Donde hay pesimismo es respecto a esa
entelequia que llamamos país, que se hace cada vez más incomprensible e
inabordable para el común de los mortales. Las vidas personales se desacoplaron
del país: esto es lo que pasa. En lo íntimo estamos bacán; en lo otro han
muerto las ilusiones (especialmente después del Transantiago), y por ende, lo
que hay es escepticismo e indiferencia.


-¿El
pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de nuestras élites o más bien
responde a una situación coyuntural?


-Nuestras élites tienen muchos pecados, pero entre éstos no
está el pesimismo. Al contrario: han dado muestras de comprarse cuanto cuento
anda por ahí, creer en ellos a pie juntillas y empujarlos con un voluntarismo
que es objeto de envidia en muchas partes. Para no ir más lejos, miremos lo que
fue La revolución en libertad, la Vía chilena al socialismo, El ladrillo
de los Chicago Boys, la transición a la democracia, o la globalización de
Chile. ¿Podemos llamar a esto pesimismo? Para nada. Nunca me he tragado eso de
que nuestra élite sería maníaco-depresiva. Pasa por valles, no hay duda; pero
son bastante coyunturales, y se repone rápido.

-¿Cuánto influye la crisis de
liderazgo político actual en el pesimismo?


-Mucho. O mejor: totalmente. La élite no ha cumplido con el
rol primario de cualquier liderazgo: mantener vivo el nexo entre la vida íntima
de las personas (sus afectos, sus experiencias, sus ilusiones) y la cosa
pública (la política, las instituciones, el Estado, el gobierno, el país).
Ambas dimensiones están divorciadas. Esta última se presenta como un artefacto
destinado a dar de vivir y a proteger a las élites, mientras la vida de las
personas se refugia en sus relaciones más cercanas, en especial la familia.
Esto que ocurre con las personas, ocurre también con las empresas, las
universidades y todo tipo de organizaciones de la sociedad civil: se han
desentendido de lo que dice relación con la creación y gestión del orden
social. Esta situación revela un fracaso fenomenal del liderazgo político; y
conduce por cierto a un clima pesimista y escéptico respecto a los proyectos
colectivos de cualquier tipo.

– Este
país ha mejorado sus índices económicos y sociales en los últimos 20 años. ¿A
qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el pesimismo?


-Ya dije que, en lo que respecta a la vida particular de las
personas, de las empresas, de las organizaciones, no me parece que reine el
pesimismo. Éste surge cuando se habla del país. Ahora bien, respecto a los
índices económicos, éstos tienen luces y sombras. Producen orgullo, identidad,
placer, pero a la vez cansancio, pues reposan en largas jornadas de trabajo, en
un clima de alta inestabilidad, en un ambiente de fuerte competencia; reposan,
en suma, sobre altas dosis de angustia, de soledad y de estres. Por otro lado
surge la pregunta de cómo mantener tales índices (vitales para el confort
material y emocional de los chilenos y chilenas de hoy) ante las amenazas de la
inflación y la desaceleración del crecimiento económico. No sé si es
propiamente pesimismo; pero lo cierto es que ese cóctel produce inquietud.

-Ambas coaliciones políticas
-tanto Concertación como Alianza- se ven enfrentadas a bajas cifras de apoyo en
las encuestas. ¿Hay una crisis de representatividad que influye en la
percepción negativa de las personas sobre quienes dirigen el país?


-Definitivamente sí. Ambas coaliciones nacieron en un Chile
muy distinto al actual. Lo hicieron cuando unos teníamos miedo a la dictadura y
al mercado, y otros al marxismo y al Estado. Hoy los miedos son otros: son a la
inflación, a la enfermedad, a la delincuencia y a la soledad. Comenzamos a
tener los males del desarrollo antes de haberlo alcanzado. Ahora bien, no creo
que las coaliciones, como tales, puedan hacerse cargo de estos miedos. Esta es
función más bien de los liderazgos personales.

Por ahí hay que buscar. Las coaliciones sólo ponen la
escenografía.

-¿Estamos
realmente enfrentados a un cruce histórico complejo o más bien esto es una
narración inventada desde la elite para expresar su disconformidad?


-Decir que algo es de la élite y no de la sociedad no tiene
sentido, pues las élites son tales precisamente porque moldean en parte a la
sociedad -o quizás sea mejor decir que la estilizan-. Ahora bien, es cierto que
la élite política anda de disconforme por la vida: la de la Concertación porque
en su mayoría siente que el tiempo se le termina y que no logró construir el
Chile de sus sueños -que sería, según dicen, muy distinto del que han venido
armando-; y la de la Alianza porque está cada vez más carcomida por la
impaciencia de llegar al poder, lo que la ha vuelto irritable a grado extremo.
Y también es cierto que este ofuscamiento de las élites políticas, que las
lleva a estar concentradas casi exclusivamente en sus propias querellas, crea
un clima social negativo, que nutre ese pesimismo sobre el país del que
hablábamos. La clase política, en suma, es directamente responsable de ese
pesimismo.

-Más de una vez se ha dicho que
este país cambió culturalmente y que el mejor ejemplo de eso es la elección de
Bachelet. Es más: se habló de un cambio sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados
de ánimo son reflejo de la confusión e incertidumbre respecto de quién queremos
que nos gobierne: el estilo ciudadano, el autoritario, etc?


-Hay algo de esto. Yo recuerdo que estando en educación
media, a fines de los 60, a
mi colegio le dio con realizar planes experimentales. Uno de ellos fue la
“autodisciplina”, que entre otras cosas significaba que los
profesores se retiraban al momento de las pruebas, y era responsabilidad de
cada uno si copiaba, si sacaba su cuaderno o su libro, o si resistía esas
tentaciones y hacía la prueba como Dios manda. Era desgarrador, tanto en lo
personal como en lo grupal, pues al interior del curso se producían fuertes
conflictos sobre qué hacer con la libertad que sorpresivamente se nos otorgaba.
En perspectiva, pienso que este experimento nos marcó a todos positivamente;
pero en su momento la verdad es que lo único que queríamos es que volviera el
profesor, y con él una disciplina externa a nosotros mismos, ante la cual o nos
sometíamos o nos rebelábamos, pero sin pasar por el desgarro de la
“autodisciplina”. Pienso que algo parecido nos está pasando como
país.

Hemos pasado por un período caracterizado por una débil
autoridad externa, normativa, castigadora, y por la promoción de la
expresividad, la participación y la movilización. Esto será recordado como un
punto de quiebre que nos hizo madurar como personas y como sociedad -en cierto
sentido, pasar de la adolescencia a la adultez-; pero ahora, por lo menos, todo
eso nos tiene un poco cansados y asustados de nosotros mismos, pues hemos
descubierto que no éramos tan nobles como nos imaginábamos.

-¿Qué
discurso de futuro se requiere hoy para superar el pesimismo?


-Primero lo que dije antes: para decirlo crudamente, más
normas y menos participación. Lo segundo, me parece que estamos ante un cambio
de ciclo. Si ayer estábamos agotados de un discurso grandilocuente y de planes
faraónicos, y queríamos un estilo más doméstico, más humilde, más concreto; hoy
resulta que estamos aburridos de todo esto, pues se vuelve agobiadoramente
trivial. Sucede como esos días domingo que uno esperó con ansias para
zambullirse de lleno en la vida cotidiana, pero que al final espera que
terminen pronto porque ya no soporta seguir cocinando, limpiando y lavando
platos, y lo que añora es la fría, impersonal y reglamentada vida de lunes a
viernes en el trabajo. En el ciclo que se abre, entonces, lo que se espera son
horizontes, promesas, sueños que a uno le permitan sobreponerse de las miserias
inevitables de la vida cotidiana, de la vida doméstica. “Menos realidad,
más promesas”; “menos medidas, más propósitos”; “menos
presente, más futuro”. Esto es lo que hoy se le demanda al discurso de las
élites.

-¿Cuánto influye en el pesimismo
la percepción de que el establishment tiene pocos incentivos para mejorar las
debilidades de este país? ¿Hay una puja de una nueva élite, que enarbolando las
banderas del inconformismo, busca suceder a la otra?


-Es cierto que la élite chilena vive con un confort
descomunal, pues posee aún los privilegios que le otorga una sociedad
tradicional (como los servicios personales a bajo precio), pero cuenta a la vez
con todos los artefactos que le ofrece la sociedad moderna. Pero de ahí a decir
que es indiferente a las debilidades del país o que no está interesada en
corregirlas, creo que es ir demasiado lejos. Si uno ve las universidades, las
empresas, las ONG, el mundo del arte y la cultura, se descubre que ahí hay
élites dinámicas, creativas, disciplinadas y sanamente disconformes. Estas
élites están cada vez más disociadas de la cosa pública; vale decir de la
política. Si surge una nueva élite, ésta será más intimista y menos pública,
menos política. Aquí tenemos un problema, que la actual clase política hace a
su vez poco por subsanar.

-¿Existe acaso un agotamiento de
los proyectos que han gobernado este país en los últimos 30 años?


-Sí, ya lo dije antes. Pero no creo que vaya a aparecer un
mesías o un nuevo proyecto de las nubes. Somos una sociedad demasiado
estructurada para eso -en buena hora-. Es desde dentro de las coaliciones
actuales desde donde debiera emerger (asumiendo las rupturas que correspondan)
una propuesta nueva, que levante una nueva parusía, que nos conmueva con un
nuevo relato, que nos agrupe otra vez como comunidad de propósito.

-¿Usted
milita en el bando de los optimistas o pesimistas?


-De los optimistas. Autocomplaciente hasta la muerte. Yo
estaría preocupado si las vidas privadas de los chilenos fuesen cada vez más
frustrantes y más miserables, mientras en su entorno (en el país) las cosas
estuviesen relucientes. Pero las cosas son al revés. Hay una gran vitalidad
comprimida; sólo falta tiempo, más la ayuda de un buen liderazgo, para que ella
irrumpa en el ámbito público. Pero ese día llegará, más temprano que tarde.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra
o siconálisis?


-Para sicoanálisis no: no tenemos ni tiempo ni paciencia, ni
quizás la capacidad para enfrentar todos nuestros fantasmas. Quizás para
siquiatra: no necesitamos demasiadas diagnósticos y racionalizaciones, sino el
fármaco adecuado que estabilice nuestro ánimo para seguir el camino que
traemos, que entra ahora en la parte más dura y solitaria.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

6. Comentarios

Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 3

 

quepasa. Roberto Méndez: “La
élite está viviendo la elección de Bachelet como un gran error histórico… La
constatación del error es lo que causa estos niveles de pesimismo
extendido”.

-¿A qué atribuye el pesimismo imperante en Chile?
-Es un pesimismo muy profundo, excesivo y exagerado con respecto a las
condiciones económicas objetivas del país. Es decir que va más allá del ciclo
económico. Las encuestas nos demuestran que éste es el tercer índice de
pesimismo agudo que ha existido en los últimos 30 años: antes lo fue la crisis
de 1982 y luego la crisis asiática de 1998. Lo atribuyo en parte a una visión
negativa sobre el futuro de Chile y al fin de los sueños e ilusiones que
tuvimos como país, los que han ido desapareciendo.

Me refiero a la idea de que
Chile era un país superior y diferente al resto de América Latina. Nos hemos
desilusionado al ver que es un país igual que el promedio de Latinoamérica y
que incluso hay naciones cuyas economías lo están haciendo mejor que nosotros.

-¿El pesimismo es propio de la idiosincrasia histórica de
nuestras élites o más bien responde a una situación coyuntural?

-En esta crisis
del 2008 se han juntado elementos coyunturales -como son el ciclo económico
negativo, la inflación superior a la esperada, el mayor nivel de enfrentamiento
que la élite está viendo en los diferentes sectores (entre empresarios y
trabajadores, entre gobierno y oposición)- con algunos aspectos que son de
largo plazo, como el fin de los sueños. Nuestra élite no es idiosincrásicamente
pesimista. Ha habido períodos de gran optimismo, incluso exagerado. Por lo
tanto es una situación coyuntural, pero que no es de este mes ni del anterior,
sino que se ha agudizado durante el gobierno de Bachelet. El gobierno de la
presidenta Bachelet ha sido una experiencia un poco frustrante para las élites
y eso ha profundizado este pesimismo. Sin embargo creo que en una visión de más
largo plazo es un proceso que viene arrastrándose desde el gobierno del
presidente Ricardo Lagos, o quizás antes: desde la crisis asiática, al final
del gobierno del presidente Eduardo Frei.

-¿Cuánto influye la crisis del liderazgo político actual en el
pesimismo?

-Mucho. Esta
crisis de liderazgo es un factor muy importante, porque la lectura que le está
dando la élite a esta crisis es una incapacidad del gobierno -y quizás más
ampliamente del Estado- para solucionar los problemas de fondo del país. Esta
incapacidad de manejar a los sectores políticos, la propia Concertación, el
fracaso del Transantiago, el fracaso en el tema educacional -que han estado
presentes en los tres años del gobierno de la presidenta Bachelet- ha instalado
un escepticismo frente a la capacidad del Estado de resolver los grandes problemas
de este país, como el crecimiento económico, la pobreza, la calidad de la
educación y el control de la delincuencia.

-Este país ha mejorado sus índices económicos y sociales en
los últimos 20 años. ¿A qué se debe que, estando mejor que nunca, campee el
pesimismo?

-Justamente es
el crecimiento económico el que había creado esta ilusión de que el paraíso
estaba a la vuelta de la esquina, y que con unas políticas públicas bien
diseñadas íbamos a solucionar los problemas de este país. Pero repentinamente
ese optimismo que venía del éxito, se ha frustrado con una realidad que parece
más porfiada y más difícil de solucionar. Esa es la paradoja. Justamente un
país, quizás el más exitoso de Latinoamérica, aparece hoy como el más
pesimista.

-Ambas coaliciones políticas -tanto Concertación como Alianza- se ven
enfrentadas a bajas cifras de apoyo en las encuestas. ¿Hay una crisis de
representatividad que influye en la percepción negativa de las personas sobre
quienes dirigen el país?

-Hay una crisis
generalizada, no solamente en las élites. Los datos de la población general
muestran un rechazo y una falta de representatividad de las actuales
estructuras políticas que en parte es una desvalorización en sus capacidades.
Existe una sensación de obsolescencia de una clase política que es la misma
durante los últimos 20 años, con muy poca renovación. Este desencanto también
se extiende a la estructura de una Concertación y una Alianza que dejaron de
representar los conflictos que hoy vive la sociedad chilena. La Concertación y
la Alianza corresponden todavía a un enfrentamiento que ocurrió hace 20 años:
el del Sí y el No. Eso ya está obsoleto. Es una obsolescencia múltiple de
personas, de estructuras y también de capacidades.

-¿Estamos realmente enfrentados a un cruce histórico
complejo o más bien esto es una narración inventada desde la élite para
expresar su disconformidad?

-Estamos ante
una coyuntura de cambios complejos y profundos. Está haciendo crisis una cierta
estructuración de nuestra política y lo más probable es que de esta
disconformidad y de este pesimismo emergerá una nueva estructura, una nueva
dirigencia política, una nueva élite, que probablemente se expresará en un
cambio de signo de quienes gobiernan. Creo que evidentemente emergerá una nueva
realidad, porque la dualidad Alianza-Concertación probablemente está
terminando.
El pesimismo también se asocia al fin de un período. La gente sufre mucha
incertidumbre cuando se acaba un período: queda claro qué es lo que se termina,
qué es lo que estamos perdiendo; esto despierta mucho temor.

La
actual situación no es un invento de la élite: es una coyuntura compleja de la
cual probablemente surgirá una realidad muy distinta a la que estamos viviendo.

-Más de una vez se ha dicho que este país cambió
culturalmente y que el mejor ejemplo de eso es la elección de Bachelet. Es más:
se habló de un cambio sin vuelta atrás. ¿Los actuales estados de ánimo son
reflejo de la confusión e incertidumbre respecto de quién queremos que nos
gobierne: el estilo ciudadano, el autoritario, etc.?

-La élite está
viviendo la elección de Bachelet no como un cambio cultural -lo que voy a decir
es un poco fuerte-, sino como un gran error histórico. En la oposición siempre
se sintió así. Tengo la impresión, incluso sin decirlo, de que la élite
concertacionista, a puertas cerradas, reconoce que probablemente fue un error.
En cierta manera, la constatación del error es lo que causa estos niveles de
pesimismo extendido, el haberse equivocado. No le daría a la elección de
Bachelet la connotación de un cambio cultural: probablemente sea un gran error
colectivo.

-¿Qué discurso de futuro se requiere hoy para superar el
pesimismo?

-Tengo la
impresión -hay algunos estudios que lo avalan- que sufrimos una falta de
liderazgo y de capacidad de conducción y de fuerza, que en un momento se daba
por descontada. Al final del gobierno del presidente Lagos existía esta idea de
que había liderazgo; hoy existe una búsqueda de liderazgo y de conducción muy
fuerte. Esa es la característica más fuerte que está presente en la élite.
Además, es una búsqueda muy personal, porque como cunde la desconfianza en las
estructuras, creo que la élite está en la búsqueda de figuras un poquito
mesiánicas y eso para el país es muy complejo, porque es un escenario propicio
para que emerjan caudillismos o situaciones demagógicas.

-¿Cuánto influye en el pesimismo la percepción de que el establishment
tiene pocos incentivos para mejorar las debilidades de este país? ¿Hay una puja
de una nueva elite, que enarbolando las banderas del inconformismo, busca
suceder a la otra?

-Existe un
conflicto y es generacional. Hay una generación más joven que se siente muy
insatisfecha frente a este establishment más tradicional. Es un verdadero
conflicto en marcha, de reemplazo de un grupo por otro. Hay un proceso
generacionalmente demasiado fosilizado, de un grupo de personas que no ha dado
espacios a una nueva generación, que está confomada por jóvenes con altos
niveles educacionales, que sienten que no han tenido los espacios para poder
expresarse en los niveles de autonomía que ellos aspiran.

Me
siento más cercano por edad a la vieja élite. La mía fue una generación que por
los cambios políticos que tuvo Chile hace dos o tres décadas, a los 30 años de
edad ya estaba ocupando posiciones de gran responsabilidad y de gran autonomía
y eso las generaciones nuevas no lo han experimentado. Justamente por la
estabilidad y la rigidización que ha tenido el proceso político y empresarial,
un grupo se ha establecido en las situaciones de poder. Hay ahí un conflicto
que está expresando el ocaso y el desplazamiento de una generación en el ámbito
empresarial y político. Esta nueva élite está buscando su espacio; en algún
momento pretendió crecer a la sombra de la élite antigua, pero tengo la
impresión que esta nueva élite probablemente no hará un cambio tranquilo y
ordenado, sino que más bien brusco.

-¿Existe acaso un agotamiento de los proyectos que han
gobernado este país en los últimos 30 años?

-No estoy
seguro de si es agotamiento. Pero lo que sí hay es un cierto escepticismo sobre
si esos modelos siguen vigentes tal como han operado hasta ahora o necesitan
una operación más profunda. Existe una duda en este momento: si el modelo está
agotado o si lo que requiere es un ajuste para que siga operando.

-¿Usted milita en el bando de los optimistas o pesimistas?
-Soy optimista
en el mediano plazo. Creo que el país tiene un capital social muy grande, en
términos de generación empresarial. Por lo que creo que a la larga, Chile
retomará el proceso de crecimiento y de desarrollo social que ha tenido en
estos últimos 20 años. Tengo el convencimiento de que viviremos los próximos
dos años un proceso complejo y difícil, pero en el largo plazo las cosas irán
bien.

-¿Estamos para sicólogo, siquiatra o sicoanálisis?
-No estamos
para profesionales de la salud mental. Estamos para muy buenos ingenieros y
líderes capaces de desarrollar y visualizar los nuevos paradigmas, las nuevas
posibilidades de Chile en lo económico y en lo político. Más que una terapia
sicológica colectiva, eso es lo que necesitamos.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

6. Comentarios

Noticias Septiembre 14, 2008

A 2 años del bicentenario: Elites deprimidas 2

 

Mi país privado

emol. En estos 20 años, Chile
ha transitado desde una sociedad europea a una estadounidense, de una población
que descansaba en el Estado a otra que siente que el futuro está en sus manos,
que tiene elevadas expectativas de progreso y movilidad social y que ya no teme
al caos económico o político, pero sí a la enfermedad, a la delincuencia y al
desempleo.
Por Eugenio Tironi


1. La tendencia social más relevante es la que mostró
el último censo. Tenemos un estancamiento en la población (que crece un 1,4 por
ciento). El grupo que más crece es el de los adultos mayores de 60 años (hoy,
un 11,4 por ciento en relación al 9,8 por ciento de 1992), y el grupo de
menores de 15 años va reduciéndose (del 29,4 por ciento que era en 1992 al 25,7
por ciento actual), todo lo cual lo explica también el fenómeno de la reducción
de los matrimonios.

2. Tenemos
una población muchísimo más educada. Y esto tiene de dulce y de agraz. Porque
los educados son más rebeldes, más informados, menos dóciles. Y lo más
relevante: el 80 por ciento de los alumnos de educación superior viene de
familias que no habían llegado a ese nivel antes. En parte, esa diferencia
entre padres e hijos explica las dificultades que tiene el sistema educacional
para tener buenos rendimientos, porque ni el mejor profesor reemplaza a una
familia equipada culturalmente. ¿Quiénes son los “pingüinos”? Son los
hijos de los que estaban en las poblaciones en los 80, que a su vez eran hijos
de trabajadores fabriles de fines de los 70, que a su vez eran hijos de
inquilinos que estaban en el campo. Y que ahora están exigiendo acceso a una
educación de mayor calidad. Es un cambio importante.

3. Obviamente,
la mujer ha adquirido un protagonismo superior al pasado. Mucho más escolaridad
de la que tenía. Un nivel de integración a la fuerza laboral significativo. El
ritmo de la incorporación de la mujer es ya mayor que el de los hombres.
Estamos bajos en relación a los países desarrollados (tenemos un 40 por ciento,
mientras en esos países se llega a un 60 por ciento), pero al ritmo que vamos
se acortará la distancia en un tiempo relativamente breve. Lo interesante es
que la mujer se incorpora no solamente en empleos marginales, sino que en otros
más sofisticados: se duplica en “técnicos profesionales” y sube en
“profesionales” y “asalariados”.

4. Durante
estos años la familia se diversifica, es más heterogénea. Hay muchas más
familias presididas por una mujer, son mucho más pequeñas, caen los matrimonios
y se posterga la parentalidad. Las personas quieren tener un ciclo de vida
completo, autónomo e independiente. La gente se está casando a los 30 años,
estamos llegando a los cánones europeos en esa materia. Mucha más gente vive
sola. Pero la familia, diversa, sigue siendo clave. Un 96 por ciento le
atribuye una importancia crucial (en contraste con el 85 por ciento que
respondía eso en 1990)

5. Nos
convertimos en un país de propietarios y no de proletarios. La tasa de gente
que es propietaria de una vivienda es elevadísima (72,5 por ciento). Este es
uno de los efectos que tuvo la política de vivienda que se instauró a comienzos
de los 80. Las casas serán chicas, sin equipamiento, sin barrios, pero son
propias. Y, por tanto, esto ha atentado contra las familias más extensas. Es
todo un problema. Muchas mujeres que son jefas de familia a veces se tienen que
batir sin la ayuda de abuelos, tíos, hermanos. Y el único soporte, en el fondo,
es la televisión. Es interesante que el tema de la casa propia esté tan
instaurado. Las viviendas tienen una infraestructura que jamás soñaron los
padres de quienes las habitan. Llama la atención también la cantidad de
inversión que los chilenos hacemos en el hogar, en sentido que es una visión
más norteamericana que europea. Estos últimos invierten mucho menos en el hogar
y más en sus relaciones y espacios públicos, a diferencia de la cultura
estadounidense, que convierte sus casas prácticamente en sus templos. El
chileno ha aumentado mucho en el equipamiento de su hogar. Y ésta es una cara
oculta de la igualdad: el acceso a la televisión, a lavadoras, a
electrodomésticos se ha masificado.

6. Hay
una fuerte identificación con la clase media (el 47 por ciento de los chilenos
se define como tal). La gente siente haber progresado en comparación a sus
padres de forma significativa (un 45 por ciento piensa que está mejor, en
oposición con un 30 por ciento que dice que su situación ha empeorado). Los
chilenos perciben que viven en un país que les ofrece oportunidades, y esto es
curioso porque contrasta con el pesimismo. Hay un cierto pesimismo respecto del
Chile público, pero hay una suerte de optimismo del Chile privado, del Chile
íntimo. Un 60 por ciento de los chilenos cree que es posible terminar la
enseñanza secundaria (frente a un promedio de 46 por ciento de América Latina);
un 39 por ciento piensa que un joven de pocos recursos pero inteligente puede
ingresar a la universidad, cifra sólo superada por México.

7. Lo
que sí es más complicado es salir de la pobreza en Chile (sólo un 19 por ciento
piensa que la probabilidad de un pobre de superar esa situación es alta). Y es
efectivo. Pero la gente lo atribuye hoy a factores más privados: enfermedades o
algún tipo de calamidad. No podemos echarle la culpa al sistema o al Estado,
porque del Estado no esperamos nada. Lo que sería el perfecto espíritu
capitalista: un norteamericano no espera nada del Estado. Se les atribuye la
riqueza y la pobreza a factores personales: (un 35 por ciento atribuye a la
iniciativa de trabajo y talento la posibilidad de tener mucho dinero en Chile).
No tanto el dinero heredado ni la influencia (18 por ciento). Lo mismo es
válido para la pobreza. A la pobreza se le imputa la flojera, vicio,
alcoholismo (44 por ciento), más que un problema de sistema o la discriminación
(10 por ciento). Y es duro vivir con eso. Porque hoy, aparte de ser pobre, la
persona se culpa a sí misma de serlo. Y el rico tiene la gran virtud de que
puede serlo y autoasignárselo a su capacidad. Y una persona de clase media
puede decir: he llegado a ser rico gracias a mi esfuerzo. La gente tiene mucha
expectativa de movilidad. Frente a la pregunta “¿Usted cree que en 10 años
más va a estar mejor?”, un 65 por ciento responde que sí. “¿Y sus
hijos van a estar mejor?”, un 88 por ciento. Esta expectativa de movilidad
es un ingrediente importante, porque permite tolerar la desigualdad. Yo tolero
la desigualdad siempre y cuando tenga la expectativa de que vaya a llegar
lejos. Esta es la raíz del sueño norteamericano. Estados Unidos soporta niveles
de desigualdad altísimos, muy superior a los de Europa, porque la gente tiene
esa expectativa bastante idealizada.

8. También
hay miedos. No al caos económico ni al desorden político. Son miedos mucho más
individuales: a perder el empleo, (34 por ciento de los chilenos, en contraste
con un 18 por ciento de los argentinos); a tener una enfermedad (47 por ciento,
en relación a un 16 por ciento de los argentinos). Eso explica por qué tantas
farmacias por metro cuadrado en Chile. Somos el país que tiene más preocupación
por la enfermedad y por el desempleo. También por la delincuencia. Un 47 por
ciento teme ser víctima de un robo o asalto (sólo somos superados por Guatemala
y Brasil en América Latina). La gente vive con un grado de angustia más o menos
alto. Y eso se traduce en pesimismo.

9. El
consumismo está por todos lados. Hay una lógica de consumidor no sólo frente a
las empresas, sino que hasta con la Iglesia. La gente se cambia de Iglesia en
función de cual le ofrece un camino al cielo más despejado y una vida con menos
culpa. Uno espera lo mismo de los políticos. Y los políticos se venden como
cualquier producto. La gente se relaciona con ellos exigiéndoles resultados. La
lógica del consumidor ha penetrado mucho. Ha cambiado también la relación con
la comunicación. La entretención capturó a la información. El imperialismo de
la entretención se comió a la información.

10. Además,
todos somos mucho más liberales, como lo revela el tema del matrimonio (un 78,6
por ciento aprueba la ley de divorcio en contraste con el 69,4 que la aprobaba
en 1999), como también en la aceptación de la sexualidad antes del matrimonio
(un 68,9 se manifestó a favor en el último censo, en comparación al 56,2 de
1999). Pero la familia, aun cuando sea tan diversa, sigue siendo central en la
percepción de la gente. Confiamos en la familia más que en los amigos. Tenemos
más redes de familiares que de amistad. Ante la erosión de otros vínculos, uno
se va a lo más básico, que es la familia. Pero vivimos muy frustrados con la
familia, porque es imposible que satisfaga todas las expectativas que tenemos
depositadas en ella.

Resumiendo los cambios más recientes: en los
90 la gran cuestión era el acceso: al consumo, a la educación, a la salud, a la
vivienda. El problema ahora es la equidad. Hoy, tener un acceso justo e igualitario
es un tema fundamental. Cualquier candidato que quiera aspirar a algo lo va a
tener que levantar. Y así como la izquierda se compró el discurso del mercado,
la derecha se compró ahora la equidad. Y eso implica también calidad en todos
los planos. Los “pingüinos” reclamaron por la calidad. La gente que
espera viviendas lucha por la calidad. En un año y medio, la noción de lo que
era aceptable cambió. Hay además una tendencia mucho más presentista, palabra
que yo no tenía en mi vocabulario. Ahora todo el mundo disfruta, se está
perdiendo la noción de espera. Hay mucho más deseo de satisfacción inmediata,
pero se produce un pesimismo y una frustración.

La confianza que existió en los 90 y bien
avanzado el 2000 en una tecnocracia, en cierto modo omnipotente, que era capaz
de tomar decisiones en función del bien público y al margen de las
consideraciones políticas y sociales, ha quedado bastante desacreditada,
particularmente después del Transantiago.

La Concertación no ha cambiado las cosas. Y si
Pinochet trasladó a Chile desde París a Chicago, la Concertación no ha llevado
a Chile de vuelta a París, sino que cuando mucho lo trasladó a Boston, un
traslado sigiloso de un modelo autoritario liberal excluyente a otro
democrático liberal incluyente. Lo que ha hecho la Concertación en los últimos
20 años es no romper con el mercado, aunque sí introducir y reforzar
regulaciones en defensa del consumidor, de la libre competencia, del medio
ambiente. Pero hay un cierto debilitamiento del espíritu comunitario, y quizás
esto viene de la implantación tan radical de un capitalismo neoliberal.
Probablemente hay una suerte de malestar por los vínculos que se destruyeron y
que no son reemplazados por otros, porque tenemos muy poca confianza en las
instituciones. Para una sociedad adicta al crecimiento, eso produce un grado de
incertidumbre alto. No creo que sea imaginable que Chile vaya a volver atrás, a
ese viejo modelo que los mismos europeos están abandonando en su variante más
radical. Pero sí se plantean preguntas más de fondo. No basta la estabilidad
económica y política. Superado cierto nivel, la prosperidad parece no hacer
mayor diferencia en materia de felicidad. Lo alcanzado no es suficiente como
respuestas. Estamos en ese momento: entrando a temas que no son del todo
materialistas: que tienen que ver con la justicia, con la equidad, con las
relaciones, con los vínculos. El puro emprendimiento, la competencia, no va con
el espíritu de los tiempos. La gente quiere más regulación urbana, quiere
proteger la plaza, quiere más regulación ambiental, quiere más control en el
consumo para que no le metan dioxinas. El Chile de estos 20 años y de cómo
encuentra un camino más propio no va a ser Europa, pero tampoco tiene que ser
exactamente lo que hemos tenido hasta hoy.

 

A 2 años del Bicentenario: elites deprimidas

1. Roberto Méndez: 1998, el
año del quiebre

2. Eugenio Tironi: Mi país privado

3. Roberto Méndez: “la elite está
viviendo la elección de Bachelet como un error hestórico”

4. Eugenio Tironi: “respecto a su vida privada, la gente no
está deprimida”

5. Carlos Peña: “que nos
sintamos mal es un buen síntoma”

6. Comentarios