elmercurio. Una nueva oleada de jóvenes cruzan
fronteras de la mano de los idiomas y la tecnología. Tienen menos de 40
años, son abiertos al cambio, flexibles, respetuosos, y conquistan
mercados y culturas con mirada global. Una generación que promete
cambiar el país a corto plazo. Sin hablar una palabra de inglés,
recién salida de cuarto medio de un instituto y con dos mil dólares,
Alejandra Cordero Rakos se subió a un avión con destino a Auckland,
Nueva Zelanda. Tenía 18 años. La menor de una familia de cuatro
hermanos, con padres separados en su infancia, Alejandra aprendió a
arreglárselas sola desde los siete años. Cuando niña vendía juguetes
usados en su condominio, a los 13 oficiaba de promotora y repartía
volantes; a los 15, animaba cumpleaños con una amiga y, los sábados
partía a Patronato a comprar dulces y pinches que revendía en el recreo.
Nació
independiente. Su pasada por unos cinco colegios -partió en el
Apoquindo, terminó en el Instituto Tabancura- le mostró un mundo
diverso que se echó al bolsillo. Cuando terminó cuarto medio se lanzó
al mundo. Su año en Mount Maunganui, un paradisíaco resort salpicado de
terrenos agrícolas a tres horas de avión de Auckland, la convirtió en
temporera a tiempo completo, le permitió convivir meses con una pareja
de “kiwis” -neozelandeses blancos- que no hablaba castellano, y conocer
Tailandia. También se inició en el inglés. Cuando Alejandra volvió a
Chile, sabía que su peregrinar por el mundo sólo comenzaba.
Rodrigo
Ortiz, 30 años, director de Ingeniería en la empresa Crystal Lagoons
-inventora de la tecnología que creó las lagunas de agua cristalina que
partieron en San Alfonso del Mar, Algarrobo- llegó a El Cairo después
de infinitas horas de vuelo. Venía agotado y tenso: era su primera
reunión con los altos ejecutivos egipcios interesados en importar para
su país el invento chileno. Los egipcios querían construir la que sería
la laguna cristalina más grande del mundo: doce hectáreas de agua con
35 metros de transparencia horizontal, en el exclusivo balneario de
Sharm El Sheikh, en el Mar Rojo. Un agua sólo comparable en visibilidad
a las del Caribe. Ortiz, ingeniero civil de la Universidad Católica,
desembarcó expectante: no sabía nada de culturas árabes.
Aprendería pronto.
La
reunión partió a las 8 en punto, con agua mineral. Dos horas después,
cuando el calor comenzaba a caer como plomo sobre El Cairo, vio con
desconcierto cómo los ejecutivos locales interrumpían la negociación y
lo invitaban a pasar a un pequeño camarín. Su sorpresa creció. Allí,
frente a sus ojos, cuatro ejecutivos inmobiliarios se sacaban el traje
y la corbata y pasaban a los shorts. A él le prestaron una tenida
playera. Diez minutos después, y sin entender nada, Ortiz comenzaba a
pelotear en una cancha de fútbol con los otros negociadores. Horas más
tarde, terminado el partido, recuperó su camisa, su corbata y sus
zapatos. La reunión continuó con parsimonia hasta la tarde como si
jamás se hubiera interrumpido. Nadie le explicó nada. El negocio se
cerró y la gran laguna de Sharm El Sheik, un negocio de miles de
dólares, se convirtió en realidad. Ortiz volvió a Santiago: había
estado en El Cairo sólo 24 horas.
El principal gestor del
Balthus, Juan Pablo Lería, 35 años, vive en la Costa del Sol española,
pero viaja a Chile entre ocho y diez veces por año. Con negocios aquí y
allá, con desarrollos inmobiliarios y financieros por toda Europa -la
mayoría en conexión con Santiago- la vida de este chileno son su
familia, su trabajo y los aviones. Cosmopolita y visionario, este
heredero de las familias que crearon el famoso chicle Dos en Uno
aprendió con la leche el dicho tradicional de los holandeses: “To the
dutch, borders have never been barriers”. Para Lería, las fronteras del
mundo son desafíos.
SPEEDY GONZÁLEZ EN RUTA
Existen claves
que retratan a esta juventud globalizada. Son rápidos de mente y de
desplazamiento y parecen tener el don de la ubicuidad: hoy están en
Jordania y mañana en Panamá, no sin antes pasar por Perú. Asimilan los
códigos de otras culturas con facilidad y no se asustan en terreno
desconocido: la incertidumbre los remece y la novedad los estimula.
Independiente de la educación que hayan logrado -el status familiar y
el dinero no constituyen factores determinantes en sus decisiones
porque ellos crean nuevas realidades- les otorgan valor fundamental a
los idiomas. Todos, sin excepción, hablan inglés. Y una gran mayoría
suma una tercera lengua.
Cultivan actitudes de vida que los
impulsan y los protegen. La tolerancia, la seguridad, el respeto por lo
nuevo y la curiosidad son claves que facilitan su desplazamiento por el
globo y su impregnación en otras realidades. La soberbia no tiene mucha
cabida en estas mentes exploradoras, que necesitan integrarse. Una
visión reñida con la tradición chilena. Dice el sociólogo Pedro Güell,
decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto
Hurtado:
-Chile es un país tradicionalmente insular, tanto mental
como geográficamente, y además, con cierta obsesión por la homogeneidad
cultural. También es muy desigual. Hoy, para cualquier chileno, tener
contacto con naciones abiertas, cosmopolitas, diversas e igualitarias,
tiene algo de desconcertante. Yo pasé la experiencia en Alemania y
Holanda, y doy fe de que viví un desconcierto positivo. Me permitió ver
Chile y sus modos de vida en perspectiva y cuestionar las prácticas que
se daban por hecho.
A la ubicuidad y a la rapidez contribuye hoy
la tecnología. Güell observa que, hace sólo veinte años, “la
globalización se hacía a bordo de los aviones. Había que moverse en el
tiempo y en el espacio para conectar dos lugares. En esas condiciones,
como en los tiempos de Colón, la cantidad de conexiones era limitada.
Hoy, sin moverse de un lugar y sin ocupar mayor tiempo, uno está en
todos los lugares al mismo tiempo y con conexiones casi infinitas”.
El
equipo de unas treinta personas -en su gran mayoría, hombres menores de
35 y solteros- que conforma el “dream team” del empresario Fernando
Fischmann, creador de Crystal Lagoons, concentra casi todas las
características de la globalización chilena.
Eduardo Klein, su treintañero gerente
comercial, ingeniero civil de la Católica, ha aprendido los códigos de otras culturas a costalazo limpio.
-Desde
que, en 2007, la laguna de San Alfonso del Mar, ganara el récord
Guinness a “la piscina más grande del mundo”, la exportación de esta
tecnología se nos vino en avalancha. Más de 70 proyectos en el mundo y
unos 25 en Chile replican la idea. Nosotros somos los encargados de
hacerlo a una velocidad vertiginosa.
Para cumplirlo, ingenieros,
abogados, arquitectos y técnicos circulan desde Egipto a Panamá y desde
Dubai a Vietnam, pasando por República Dominicana, Australia, Carolina
del Sur, Corea, México, Túnez y las Islas Seychelles, prospectando,
negociando, construyendo y controlando nuevas lagunas. Todo
profesional reclutado está preparado para viajar en cualquier minuto
del día o de la noche -el 90 por ciento de los viajes internacionales
se avisa sólo un día antes- y habla inglés perfecto.
-Lo que más
nos ha costado es encontrar gente que domine el inglés. Nos llegan diez
ingenieros impecables, pero ninguno pasa de las vocales. En el caso de
los arquitectos, el dolor de cabeza ha sido el dibujo a mano alzada.
Uno trabaja con dueños de grandes oficinas de arquitectura europeas y
norteamericanas que se reúnen con el jeque en Arabia Saudita. Ahí mismo
y sobre caliente, sacan su lapicito y dibujan en un papel: esa es la
idea que queda. Hoy las universidades sólo preparan a los arquitectos
frente al computador, se lamenta
Luis Antini, 39 años, es gerente
de Arquitectura. Hace unas semanas, casi se pierde el nacimiento de su
último hijo. “El avión es parte de nuestras 24 horas, nada de lo que
pase en Santiago puede interponerse, así es nuestra vida”.
En
este trabajo cotidiano con gente de los cinco continentes
-enriquecedor, admiten- ingenieros, arquitectos y abogados cultivan el
respeto y la tolerancia. “Somos especialmente cuidadosos con el
teléfono, antes de llamar a Australia, Túnez o a Seychelles,
investigamos. Muchas veces ponemos el despertador a las 4 de la mañana,
porque allá el gallo está tomando desayuno”. Les han pasado muchas
tallas por las diferencias culturales con árabes, panameños o
mexicanos. Aprenden todos los días.
TRABAJAR PARA VIVIR
A
los 24 años, el ingeniero agrónomo de la Universidad de Chile Gonzalo
Aguirre fue a Estados Unidos a perfeccionar su inglés. Era 1998. Allá
fue camarero, copero, garzón de restaurantes. Dio vueltas en el sur del
país durante un año, y volvió, con más inglés y menos timidez. Poco
después, entró a trabajar en una empresa exportadora de frutas, como
agente de ingleses y alemanes en distintos mercados.
-A los 28
años se me abrió por segunda vez el mundo. Pero ahora era como
profesional, lo que yo sentía un plus. Durante siete años, trabajé ocho
meses en Chile y cuatro en Europa, visitando campos de frutas y
supervisando los procesos.
Lo que empezó como un deber se
transformó en una experiencia marcadora. Aguirre pasaba cuatro meses al
año en el pueblo de Spalding, dos horas al norte de Londres. De a poco
se fue empapando de la cultura anglosajona, tuvo que lidiar no sólo con
cerezas, sino también con frialdades culturales. Pero aprendió y se
hizo amigos. Más tarde, sumó a sus supervisiones agrícolas en
Inglaterra, otras en el sur de España y Turquía. En los últimos dos
años vio cerezas y uvas en Murcia, Salamanca, Sevilla, Valencia y los
pueblitos circundantes. Por las mismas frutas fue a Turquía. Basado en
Izmir -Esmirna- recorrió casi toda la nación turca.En tanto viaje,
Gonzalo Aguirre había conocido modos de vida que le llamaron la
atención.
-Uno gana en lo profesional y en lo personal, conoce
otras visiones de mundo. Me hice amigos, crecí como ser humano.
Inglaterra es un crisol de culturas, hay indios, árabes, chinos, que
viven perfectamente en armonía y para mí fue una lección. Los españoles
del sur me convencieron de que hay que trabajar para vivir y no al
revés: ellos se iban a las 4 de la tarde a sus casas. No querían ser
ricos, sólo tener lo suficiente.
La experiencia de Gonzalo la
vivió en paralelo su hermana Francisca. A los 32, esta profesora de
Educación Física trabaja hoy como productora de eventos de Adidas, un
cargo que resume su experiencia en el extranjero. Reconoce que si no
fuera por sus cuatro años en Houston,Texas -donde fue desde baby sitter
hasta Floor Manager en una empresa de catering a los 21 años- no
estaría donde está. El inglés y su fogueo tejano se convirtieron en
herramientas fundamentales. Francisca se comunica diariamente con
empresas de Holanda, Estados Unidos y España, en plena negociación para
importar las últimas tecnologías para las maratones organizadas por
Adidas.
-Hoy ser bilingüe -ojalá trilingüe- es un must. Si no, te quedas fuera del mercado.
Francisca
reconoce que Houston le abrió los ojos y la mente y cambió su vida. “Me
metí en la globalización, que en ese tiempo recién se sentía y hoy ya
domina todo. Así llegué a este trabajo, donde nos tocó organizar la
Maratón de Santiago, que nos obligó a mirar hacia las grandes maratones
de Nueva York, Chicago, Berlín. A mí el mundo no me asusta”.
Los idiomas también fueron decisivos para Alejandra Cordero en Mount Maunganui.
Su
año como temporera de kiwis -trabajo que realizó en pack houses y
campos congelados por el invierno- le regaló experiencia y sus inicios
en el inglés. También la hizo convivir durante dos meses con un
matrimonio de neozelandeses que la pasearon y la acogieron, a cambio de
lecciones de castellano.
-Aprendí que el mundo está en mi mano,
todo lo que quiero lo puedo conseguir. No hay ningún país muy lejano,
ningún trabajo imposible para mí, pero tengo que dominar el inglés.
Ahora me voy por cuatro meses, desde el 27 de noviembre hasta el 3 de
abril a trabajar como dishwasher -lavadora de platos- en un restaurante
de Vale, Colorado. También podré esquiar, me encantan el snowboard y el
surf, que aprendí en Nueva Zelanda.
A los 20 años y, mientras
saca la carrera de Hotelería y Turismo en la Andrés Bello, Alejandra
tiene las cosas claras. Será empresaria de turismo con su propia cadena
internacional basada en Australia, donde quiere vivir en el futuro.
LA OTRA CARA
En
Chile, los expertos miran el fenómeno con vista panorámica. Si bien
reconocen que la globalización otorga “un sentido más real de la
complejidad del mundo”, como dice el director del Centro de Políticas
Comparadas de Educación de la Universidad Diego Portales, José Joaquín
Brunner, -un globalizado él mismo- advierten el peligro de la
desigualdad. Dice Brunner:
-Veo a muchos jóvenes chilenos hijos
de familias profesionales, con suficiente capital económico, social y
cultural, intensamente expuestos a las corrientes globales. Leen y
hablan inglés e imaginan su carrera laboral con un horizonte que no se
limita a Sanhattan o el centro urbano de Concepción. Es un Chile menos
chauvinista y folclórico el que emerge en este estrato. Lo cual ayuda a
que nuestra sociedad se abra a las libertades modernas y a una
reflexión vital sobre sus propios valores. Sin embargo, creo que aún
son pocos los que tienen estos privilegios.
Brunner constata una
característica común entre los jóvenes globalizados: su extraordinaria
capacidad de adaptarse a los cambios. “Viajen o se queden en Chile,
igual viven en un espacio virtual y se adaptan a las nuevas condiciones
de espacio y tiempo que nos impone a todos la revolución digital”.
El
empresario Juan Pablo Lería reafirma la idea de que la globalización
está marcando a generaciones completas. Él, con negocios en casi todo
el mundo, pero anclado en Marbella, España, donde vive con su mujer
chilena y sus hijos, no abandona Chile. Viaja al sur casi una vez por
mes… todos los meses.
-Toda mi generación en Europa vive en un
movimiento constante, tanto por temas profesionales como personales. Un
ir y venir continuo. Hoy no se distingue entre trabajo y estilo de
vida, todo está interrelacionado. Hay un común denominador entre mis
pares: buena preparación, nuevas ideas y entendimiento del mundo como
un mercado global, donde fluyen capitales e ideas con mayor libertad
que nunca. Estar abierto al mundo y hablar varios idiomas es un pilar
fundamental.
-No es que los jóvenes busquen la globalización como
estilo de vida. Es una fuerza que organiza de hecho sus vidas, lo
quieran o no- dice el sociólogo Pedro Guell. Pero agrega que “las
capacidades de que dispone la juventud chilena para moverse en ese
mundo global están desigualmente distribuidas. Algunos pueden
aprovechar sus oportunidades, los otros sucumben ante sus exigencias.
La globalización puede agregar una fuerza divisoria más a aquellas que
ya separan a los jóvenes de este país”.
El Population Reference
Bureau de Washington recuerda que, si bien hoy una de cuatro personas
en el mundo es menor de 26 años -hay más gente joven que nunca antes en
la historia de la humanidad, afirma-, el proceso de crecer está lejos
de ser lo que era. La globalización y la tecnología cambiaron sus
parámetros, sobre todo en los países en desarrollo. Así, tenemos más
oportunidades y menos pobreza.
Similar postura es la del informe
de 2005 de las Academias Nacionales de Ciencias en Estados Unidos,
“Growing Up Global: The Changing Transitions to Adulthood in Developing
Countries”, (“Crecer Globalizado: Los cambios en la transición hacia la
adultez en países en desarrollo”). Al estudiar los efectos de la
globalización en la juventud, confirmó que en los países en desarrollo
la pobreza entre los jóvenes ha disminuido.
Habrá que ver si esos postulados se cumplen en Chile.
POR MARÍA CRISTINA JURADO.