fernandoflores. En el mundo globalizado que
vivimos requerimos cultivar una cultura de la excelencia, en la competitividad,
en la cooperación y en las conversaciones. No se llega a esas cotas de
excelencia a través de la mera utilización de conocimientos o técnicas que
luego se aplican, sino por la participación en una cultura de prácticas, que al
final son “danzas” corporales, sociales y culturales. La eficiencia
presupone un presente, pero también una acumulación del pasado. Por eso se
trata de un ciclo, donde el aprendizaje es una práctica recurrente que genera
un cambio social. El cultivo de la excelencia no es individual, requiere de
redes sociales donde se coopera, se compite y se conversa al mismo tiempo. Esto
sucede también en las artes, las comunidades científicas, las organizaciones
sociales, los negocios, o cualquier otra práctica humana. Si esto se hace
socialmente, ilumina la acción. Y la acción ocurre en este ciclo que involucra el uso eficiente de los
recursos, cultivar una práctica de aprendizaje permanente, y generar momentos
reflexivos donde se deciden estrategias de cambio. Las crisis nos regalan
buenos ejemplos de cómo conectar a los jóvenes chilenos con las
redes emergentes que surgen ante éstas. Así mismo es necesario que
nuestros líderes cobijen y cultiven iniciativas disruptivas. La excelencia es
una acción conjunta del Estado y la sociedad. Requerimos crear nuevos
partidos, nuevas instituciones, nuevas organizaciones, que estén dispuestas a
cultivar la excelencia. La excelencia tiene una intencionalidad ética, que
valora la ambición sana, la colaboración, promueve el “pulular de las
minorías”, premia el mérito y el esfuerzo, y destierra la envidia y la
mediocridad.

 

Nuestro Dilema: Mediocridad o
Excelencia

Fernando Flores 090108.jpgChile
está entrampado en una cultura de la mediocridad. Mientras no rompamos con
ella, las propuestas de solución a nuestros problemas no avanzarán. En el mundo
globalizado que vivimos requerimos cultivar una cultura de la excelencia, en la
competitividad, en la cooperación y en las conversaciones.

Cuando
observamos con admiración y asombro la organización de China de los Juegos
Olímpicos, esta mediocridad nos aparece más clara. En la ceremonia de
inauguración, no vimos sólo un despliegue de recursos o de tecnología; lo que
nos maravilló fue la mezcla de perfección, creatividad, belleza, coordinación,
disciplina y rigor que nos embargó de alegría. No era farándula, y el
mejor ejemplo de la potencia de esto, es que echamos de menos los juegos
olímpicos.

Pero
China se propuso no sólo competir, sino ganar, y lo hicieron. Su progresión en
eficiencia no tiene precedentes: de obtener 5 medallas de oro en Seúl ’88,
veinte años después, en su casa, triunfaron por primera vez, obteniendo 51
medallas de oro.

En
contraste, nuestra participación, como era previsible, no tuvo brillo. Y la
única performance de estatura, la de Fernando González, no es aclamada ni
valorizada en su importancia, a pesar de ser obtenida con un esfuerzo y
perseverancia de años. Esta relativa indiferencia ante el logro de González
muestra cuánto sobrevaloramos la mera gratificación instantánea, en vez de una
cultura del construir y el cultivar, que es fundamental para ser excelentes.

No
se llega a esas cotas de excelencia a través de la mera utilización de
conocimientos o técnicas que luego se aplican, sino por la participación en una
cultura de prácticas, que al final son “danzas” corporales, sociales y
culturales.

¿Cómo
se logra, entonces, un campeón olímpico? La excelencia no es una condición o
una aptitud innata; es una cultura, una práctica que se cultiva en un ciclo
recurrente, que involucra eficiencia, aprendizaje y cambio.

En
el fenómeno de la eficiencia se constituyen las tareas, la creación de equipos
y la gestión de recursos.

Los
chinos realizaron una verdadera revolución deportiva, para generar cambios
radicales en una generación. Al diseño de un programa de selección y reclutamiento,
sumaron la creación de 10 centros de alto rendimiento, focalizados en quienes
iban a competir, con un régimen de alta disciplina.

Pero,
para llegar a eso, se requirió un proceso que incluyó un desarrollo masivo del
deporte, cuyo resultado es la existencia hoy de 5 millones de atletas en China,
además de 35 institutos de investigación deportiva, y 135 universidades con
oferta de especialidades en deporte como parte de sus programas académicos. Es
decir, la eficiencia presupone un presente, pero también una acumulación del
pasado. Por eso se trata de un ciclo, donde el aprendizaje es una práctica
recurrente que genera un cambio social.

Entonces,
la excelencia no es sólo “competitividad”. El aprendizaje supone un juicio de
acción efectiva donde aparecen las restricciones económicas y la evaluación en
los tiempos. En algún punto del proceso, China focalizó sus esfuerzos de
inversión y prioridades en la preparación. La excelencia está en el ciclo.

¿Y
qué pasa con nuestro Chile? En Chile han existido otros chilenos que tomaron la
decisión de cultivar la excelencia, como China hoy, pero en otra escala.
Quienes organizaron el mundial de 1962 actuaron de la misma manera, incluyendo
la preparación del equipo de Fernando Riera, que duró cerca de ocho años,
obteniendo un tercer lugar.

Pero,
a pesar de estos grandes ejemplos, aún no comprendemos la excelencia de esta
manera. Aparece más bien como un prerrequisito para hacer las cosas bien, una
condición sustancial de las personas: “es capaz”, “es inteligente”, son juicios
que presuponen esta ceguera.

Todavía
pensamos la excelencia como una condición, o como un conocimiento. Pero el
cultivo de la excelencia paga sólo si se conecta con un espacio real, con un
dominio visible donde la oferta que somos se cumple y mejora permanentemente en
la recurrencia del ciclo eficiencia-aprendizaje-cambio.

Sostengo
que en Chile predominan dos estilos que nos impiden avanzar en esta dirección.

El
primero es nuestra cultura legal-formalista, que nos predispone a creer que
“hacer las cosas bien” es regirse adecuadamente por las normas o ciertas reglas
prefijadas. Los estándares de lo posible están ya definidos a nivel local.

El
deber se mueve en el cumplimiento de la ley. Para el mundo normal éste es un
requisito suficiente. Y en cualquier sistema socio-político y económico,
el respeto de las normas es relevante, no se trata de algo malo.

Sin
embargo, este estilo no calza con los desafíos de la competitividad en un mundo
global. En este mundo, necesitamos cultivar una cultura de la excelencia, en la
acción, en la innovación, en el cultivo de la autenticidad de una identidad y
en la mejora de nuestras prácticas sociales y culturales.

Por
otra parte, la mera referencia a la norma no resuelve el problema de su
legitimidad, si ésta entra en crisis o es cuestionada.

Cuando
esto sucede, se desarrolla la desconfianza entre las personas y no es fácil
salir de ese estado de ánimo. La manera más fácil y nefasta es la de
buscar o construir otras lealtades.

Y
este es el segundo estilo, el ”compadrazgo para el abuso y la mediocridad”, que
en algunos de nuestros partidos políticos alcanza el carácter de mafia
organizada.

El
origen de la palabra mafia es la “familia”; pero se trata de una familia que
crea una ética al margen de la sociedad y sus instituciones, a favor de una
jerarquía que maneja el clan familiar. La colaboración entre las personas no
esta vinculada
a la generación de oportunidades o valor, sino a la protección bajo amenaza,
que es su mejor negocio.

El
compadrazgo no sólo genera abusos. Produce y cultiva también la mediocridad,
porque pone el foco en un sistema de favores que inhibe la promoción del
talento, el mérito y el esfuerzo, y prioriza el amiguismo, el “contacto”, la
lealtad ciega, mal entendida. El Derecho y la Justicia son valores más
importantes que la lealtad, en el mundo político, social y para la
competitividad.

Chile
no llegará a ninguna parte, por el camino de la mediocridad. Nuestro mal
desempeño en las Olimpiadas, puede ser una anticipación de nuestro mal
desempeño en el mundo, si no reaccionamos.

Contra
eso, proponemos cultivar un estilo de cooperación, donde el espíritu de
aventura y la excelencia son cruciales. Chile no podrá competir en el mundo
globalizado si no cultivamos una cultura de la excelencia. Es un requisito
esencial.

Nada
sacamos con apilar listas de objetivos generales de la educación o con
planificar una estrategia de innovación si no pasamos esta valla previa.

El
cultivo de la excelencia no es individual, requiere de redes sociales donde se
coopera, se compite y se conversa al mismo tiempo. Esto sucede también en las
artes, las comunidades científicas, las organizaciones sociales, los negocios,
o cualquier otra práctica humana. Si esto se hace socialmente, ilumina la
acción.
Y la acción ocurre en este ciclo que involucra el uso eficiente de los
recursos, cultivar una práctica de aprendizaje permanente, y generar momentos
reflexivos donde se deciden estrategias de cambio.

Es
posible que los lectores sientan que los chilenos no podemos cultivar la
excelencia, que la comparación con China es abrumadora; es sencillo atribuir lo
logrado por ese país a la tradición, cultura y tamaño. Pero la excelencia
siempre existe en aquellas gentes encariñadas con su trabajo, con su comunidad.
Esto va más allá de nacionalidades, es sentirse parte de la aventura de su
comunidad y la humanidad entera.

Chile
ha tenido personas notables en distintos aspectos. En la medicina, ejemplos
como los doctores Héctor Croxato, Joaquín Luco, Francisco Varela y Humberto
Maturana. En el deporte, negocios, literatura, encontramos ejemplos de la misma
envergadura.

Para
conducir estos pequeños reductos de excelencia, se necesitan líderes que se
vayan formando en ese camino, ese es el rol de Chile Primero. Producir
gente ordinaria que sea capaz de producir eventos extraordinarios.

Las
crisis atraen a la excelencia. Pues en respuesta a éstas van surgiendo en
el mundo personas comprometidas con la aventura de hacer contribuciones y
cambiar culturas.

Las
crisis nos regalan buenos ejemplos de cómo conectar a los
jóvenes chilenos con las redes emergentes que surgen ante éstas. Así
mismo es necesario que nuestros líderes cobijen y cultiven iniciativas
disruptivas. La excelencia es una acción conjunta del Estado y la
sociedad. Requerimos crear nuevos partidos, nuevas instituciones, nuevas
organizaciones, que estén dispuestas a cultivar la excelencia.

Necesitamos
un estado de ánimo distinto y una actitud, una predisposición al cambio. Hace
30 años China estaba presa de una cultura campesina donde este estilo no
contaba. Pero lograron resucitar lo mejor de su tradición para generar un
profundo cambio y producir una cultura de la excelencia, con decisión, orgullo
y nuevas prácticas.

En
Chile, necesitamos un compromiso de saber que esto es posible.

La
excelencia tiene una intencionalidad ética, que valora la ambición sana, la
colaboración, promueve el “pulular de las minorías”, premia el mérito y el
esfuerzo, y destierra la envidia y la mediocridad.

Chile
tiene una gran oportunidad poniendo acento en la creación de una cultura de
excelencia, así tendremos mejores empleos, oportunidades y un futuro prometedor.