elpais. Más polémico y caro que nunca, el petróleo sigue llevando al mundo contra las cuerdas. Un juego de medias verdades y mentiras. Poder y dinero. Ni siquiera sabemos cuánto queda realmente. Su ‘chantaje’ continúa. A más de 4.200 kilómetros al este de Florida, en el lecho del océano Atlántico, los robots submarinos han descubierto una de las formaciones más extrañas y enigmáticas que ha producido la naturaleza, y a la que los científicos han bautizado como la Ciudad Perdida. Se trata de gigantescas chimeneas de carbonato que se alzan desde lo alto de una montaña a 800 metros de profundidad llamada Atlantis, y en realidad evocan los edificios de un Nueva York sumergido, alcanzando una altura de más de 30 metros.

 

El agua mana aquí a más de 90 grados centígrados en un ambiente frío y de altas presiones, y bajo esas condiciones tan especiales arranca el carbono de las rocas. De esta interacción surge un milagro: la creación de hidrocarburos mediante una reacción llamada de Fischer-Tropsch, que es “muy importante en la industria, ya que ofrece una fórmula de conseguir diferentes tipos de combustible, como el gas natural y distintos tipos de petróleo”, explica Gioria Proskurowski, del Instituto Oceanográfico Woods Hole en Massachusetts (EE UU). En otras palabras, este hallazgo, descrito a principios de este año en la revista Science, sugiere que el fondo del mar puede funcionar como una enorme industria petroquímica, y ha hecho tambalear las ideas preconcebidas que tenemos sobre el petróleo: sus componentes se forman sin necesidad de acumulaciones de incontables cadáveres de animales o plantas.

 

LA ECUACIÓN petróleo y vida pasada que nos han enseñado en las escuelas se rompe en este reino submarino tan extraño. En la Ciudad Perdida, sin embargo, no es probable que exista una gran acumulación de crudo, dice Proskurowski. La culpa la tiene el agua circulante que se infiltra por debajo de las rocas; probablemente está dispersando los componentes del petróleo, que necesitan ser sedimentados, acumulados y comprimidos para formar un yacimiento. Es posible que estas moléculas sean un poco pegajosas y se adhieran a las rocas, pero el hecho de su existencia abre una fascinante posibilidad: el petróleo primordial, sugerido por el astrofísico Thomas Gold, que descubrió la existencia de los púlsares, las estrellas de neutrones, y anticipó que la Luna estaba cubierta de polvo antes de que llegasen allí los astronautas. Tachado casi como un loco, Gold postuló que los hidrocarburos, incluido el gas natural, el metano y los componentes del crudo, se generan a entre 100 y 300 kilómetros de profundidad, y posteriormente habrían ascendido hasta los niveles donde se encuentran los yacimientos convencionales. Su formación sería incluso anterior a las primeras formas de vida, las primeras bacterias microscópicas. “La suposición de que el petróleo podría tener un origen no biológico, enmascarado por procesos bacterianos, definitivamente tiene ahora patas sobre las que sostenerse”, dice Proskurowski. Si Gold, que falleció en 2004, finalmente tuviera razón, no sólo tendríamos que reescribir las teorías sobre el origen de la vida en la Tierra. Viviríamos en un planeta que literalmente está empapado de gas natural y de crudo, virtualmente inagotable. Las grandes petroleras tendrían que cambiar su estrategia y derribar el mito de que el petróleo se está acabando. De paso, seguramente tendrían que revisar los precios que usted está pagando al llenar el depósito de su automóvil.

 

Pero ¿qué ocurre con el petróleo convencional en la actualidad, ese que ha superado los 125 dólares por barril y del que dependemos todos? Aquí se nos abre un panorama apasionante de poder, dinero, incógnitas, guerras y secretos, el mismo que ha inspirado películas de leyenda como Gigante o la más reciente Pozos de ambición.

 

Viajemos a otro lugar tan sorprendente como la Ciudad Perdida. El yacimiento de Ghawar, en Arabia Saudí, constituye el mayor depósito de crudo jamás descubierto por el hombre. Se trata de una franja de desierto que se extiende de norte a sur a lo largo de 280 kilómetros. Los límites geológicos de este yacimiento dibujan un perfil que se asemeja al de una larga pierna femenina. No se conocen reservas tan descomunales en ningún otro lugar que resistan una comparación. Desde hace más de medio siglo, los saudíes han extraído de las tripas de este supergigante la impresionante cifra de 60.000 millones de barriles. Ghawar suministra actualmente la mitad de la producción de Arabia Saudí, estimada el año pasado en algo más de nueve millones de barriles al día. Si tenemos en cuenta que la actual sed mundial de petróleo se bebe unos 84 millones de barriles diarios, Ghawar es quien aporta, cada 24 horas, el 6% de este oxígeno negro que necesita nuestro mundo para funcionar. Durante todos estos años desde el descubrimiento de este coloso, allá por 1948, las compañías de exploración no han topado con nada semejante. El crudo de Ghawar data de hace al menos 160 millones de años, cuando la Tierra estaba dominada por los dinosaurios. No es de extrañar que los ojos del mundo del petróleo estén puestos en este particular monstruo; los analistas más pesimistas, que pronostican el final del combustible barato, aseguran que cualquier cosa que ocurra en Ghawar –un estornudo, una señal de fatiga en la producción o un atentado terrorista– podría disparar el precio del crudo hasta niveles nunca vistos, y provocar una crisis energética y una recesión económica sin parangón.

 

A PRINCIPIOS DE ESTE SIGLO, el precio del barril no superaba los 30 dólares. ¿Nos estamos quedando sin crudo? Desde hace dos años circulan noticias preocupantes sobre el gigante saudí. En 2007, por ejemplo, su producción total decayó un 6% respecto a 2006. Analistas como Mathew Simmons, un banquero que tiene una compañía de asesoramiento energético en Tejas (EE UU), creen que 2006, año en el que se extrajeron 84,8 millones de barriles al día de todos los yacimientos explotables, marcó un punto de inflexión en la producción mundial de petróleo. A partir de entonces, señala este experto, la cantidad extraída no ha aumentado. Simmons piensa que hemos entrado en los tiempos donde la escasez empezará inexorablemente a crecer. En los años cincuenta, el geólogo Marion King Hubbert estableció una regla de hierro para todo yacimiento de crudo, representada gráficamente por una curva en forma de campana: al principio, el rendimiento va en progresivo aumento hasta alcanzar un máximo; a partir de ahí comienza su declive por una pendiente hasta morir, sin importar los esfuerzos que se hagan para extraer más.

 

En mayo, el presidente estadounidense, George W. Bush, se reunió con el ministro de Petróleo de Arabia Saudí, Ali Naimi, para pedir un incremento en la producción, y por añadidura la de todos los países de la OPEP. La respuesta fue concisa: los árabes sólo pondrán más petróleo en el mercado cuando éste lo justifique. ¿Significa que no quieren o simplemente que no pueden? O formulado de otra ma¬nera: ¿han alcanzado los árabes la parte alta de la campana de Hubbert y ya no pueden producir más? “Si tuviera que hacer una apuesta con alguien, apostaría cuatro contra uno a que están extrayendo cada barril que son capaces de producir”, ha comentado Simmons a la revista Financial Sense Editorials.

 

LOS ÁRABES SON obviamente la mayor superpotencia petrolera debido a las descomunales reservas que atesoran, estimadas en unos 232.000 millones de barriles. Pero la situación ahora es muy distinta a la creada a principios de la década de los setenta, cuando los países de la OPEP decidieron cortar el grifo para aumentar artificialmente el precio del petróleo, a pesar de que nunca han tenido el monopolio (en 2007 esta organización produjo el 40% del crudo mundial). Por entonces se comprobó la capacidad de Arabia Saudí para inundar literalmente el mercado de crudo a golpe de muñeca. La creciente demanda actual les ha puesto las cosas más difíciles, asegura Peter Maas, que fue corresponsal de The Washington Post durante la guerra de Bosnia y que ahora escribe para The New York Times. “Los saudíes tienen que estar enormemente satisfechos con todo este montón de dinero entrando en su tesoro. Pero una de las cosas con las que no están contentos es que han perdido el control de los precios”.

 

Maas está finalizando un libro sobre geopolítica y petróleo. Ambas cosas se deslizan por una banda que presenta un equilibrio muy sensible. Si el precio actual del barril significa que estamos ante la primera indicación de una recesión económica a nivel mundial, en el futuro podría “bajar de forma significativa”. Un petróleo más caro incita a los consumidores a ahorrar e invertir más dinero en energías renovables, más ahora que el grave tema del cambio climático (causado principalmente por la combustión de los hidrocarburos) está a diario en los medios de comunicación. Todo esto, a la larga, no favorece a los saudíes. “Ellos buscan estabilidad, ya sea el barril a 30, 85 o 105 dólares. No les gusta este tipo de precios a lo yoyó”. Maas concluye que los árabes ya no pueden inundar el mercado con crudo como antes para abaratarlo. Han anunciado en repetidas ocasiones que planean aumentar su capacidad hasta los 12 millones de barriles diarios, pero ese plan se ha congelado por el momento. Maas está convencido de que los árabes simplemente no disponen del petróleo suficiente para cubrir la demanda actual.

 

Sobre el futuro suministro de petróleo se cierne también la sombra del terrorismo internacional, aunque paradójicamente los grupos extremistas han crecido gracias a los beneficios del oro negro saudí en el pasado. En noviembre de 1979, grupos de radicales islámicos tomaron la mezquita de La Meca, atrapando a más de 100.000 fieles. El asedio duró dos semanas, con un trágico balance: cientos de muertos inocentes. La familia real saudí reaccionó acercándose a estos grupúsculos extremistas y colocando “una enorme cantidad de dinero en manos de fundamentalistas”, según Maas. Todo este dinero del petróleo fluyó “desde Europa, América y los consumidores japoneses hasta el sistema financiero saudí” para luego distribuirse a aquellos lugares donde se encendía una llama de radicalismo islámico, tanto en Arabia Saudí como en el resto del mundo; centros de cultivo que más tarde “se convertirían en parte de la red terrorista”.

 

LOS GRANDES YACIMIENTOS de petróleo, a menudo ofrecen una imagen equivocada al público. Para empezar, no consisten en lagos subterráneos de oro negro esperando a ser succionados a la superficie. Por ello no se puede inventariar como la cantidad de madera que hay en un bosque. Las estimaciones son sólo eso, estimaciones de los científicos. Si la presión de la roca madre es lo suficientemente alta, un pozo que la perfore lo llevará hasta la superficie. Es una condición ideal y por ello no muy frecuente. En la mayoría de los casos, los ingenieros tienen que inyectar agua, dióxido de carbono y otros gases para hacer aflorar el crudo. A veces, el yacimiento puede dañarse de una forma que hace muy difícil la extracción del petróleo, aunque siga ahí. Si sumamos todas estas incertidumbres al hecho de que los árabes no permiten auditorías en lugares como Ghawar, resulta prácticamente imposible averiguar cuándo el gigante empezará a dar señales de cansancio. Probablemente, si es que alguien conoce sus reservas aproximadas, éste sea uno de los secretos mejor guardados del mundo.

 

En realidad, esta situación se aplica con más o menos secretismo a la mayoría de los países productores. “Mi suposición es que la producción mundial de crudo aumentará hasta los 95 millones de barriles diarios en los siguientes cinco o diez años”, afirma Michael Klare, profesor del programa Peace and World Security Studies en el Hampshire College in Amherst, Massachusetts. Klare es autor del libro Sangre y petróleo. Los peligros y consecuencias de la dependencia creciente de América del petróleo importado. “Incluso Arabia Saudí, el productor de petróleo más prolífico, experimentará un descenso en la producción, aunque es imposible predecir exactamente cuándo ocurrirá”. Klare piensa que, hacia 2025, el mundo entrará en una escasez extrema que afectará profundamente a los transportes, y por añadidura a la economía de muchas sociedades. Dentro de esta visión catastrofista, no hará falta esperar hasta la última gota para ser testigo del resquebrajamiento del sistema. La crisis, brusca y rápida, vendrá antes.

 

El papel emergente de China como segundo importador de crudo y la India como un consumidor cada vez más ávido no puede ignorarse. La población de China asciende a 1.300 millones de personas, y el país más poblado de la Tierra está despegando a un ritmo de crecimiento económico de entre el 8% y el 10% anual; la sed de crudo del gigante chino crece al 7,5% anual, siete veces más rápido que Estados Unidos, según el Instituto de Análisis de Seguridad Global, una organización think-tank con sede en Washington. La causa fundamental, según esta organización, es la transición desde las bicicletas hasta los automóviles privados, ya que, hacia 2010, China tendrá 90 veces más coches que en 1990. Durante la década de los setenta y ochenta, China exportaba petróleo, pero ahora importa el 32% de lo que consume. La fecha que manejan los analistas es 2030, cuando China tendrá más coches que Estados Unidos.

 

India está cambiando también su apetito energético. De un paisaje en el que las gasolineras eran una rareza se ha pasado a un escenario típicamente occidental. En 2010, India tendrá 36 veces más coches que en 1990. Pero Estados Unidos sigue siendo el bebedor de crudo número uno, y Maas considera que es injusto “echarles la culpa” a chinos e indios, a pesar de que hayan contribuido a este incremento de la sed mundial. “Hemos llegado a esta situación porque Estados Unidos consume demasiado petróleo y lo hace de forma muy ineficiente”.

 

EL INCREMENTO DEL PRECIO del crudo por culpa de la entrada de China en el grupo de los grandes consumidores no se sostiene, según el especialista español Emilio Figueroa, que trabajó como director de análisis energético y estadística en Repsol YPF y que ahora asesora al Ministerio de Industria y Comercio. “China consume siete millones de barriles al día y produce tres y medio”. En cambio, el gigante americano “consume más de 20 millones de barriles al día, mientras que produce poco más de cinco. ¿Dónde está el responsable?”. Para Figueroa, los chinos han subido evidentemente su demanda de petróleo, pero piensa que no van a fundamentar su desarrollo económico sólo sobre el crudo. “No van a cambiar las bicicletas por seiscientos”, indica. Probablemente, de China surja una élite económica muy grande, sugiere este experto, pero al mismo tiempo los transportes públicos desempeñarán un papel esencial para la mayoría, con el consiguiente ahorro.

 

EN FIN, ¿CUÁNTO PETRÓLEO nos queda?, ¿cuánto tiempo podrá el planeta seguir manteniendo esta dependencia? Todo es un misterio. O un gran secreto, por más que se abran resquicios de expertos y analistas. Se sospecha que hay exageraciones, pero no se sabe en qué medida y si son al alza o a la baja. Las reservas son una incógnita, la evolución del consumo también, por no hablar de la viabilidad de otras fuentes energéticas menos impactantes en el clima. Los analistas aseguran que los países de la OPEP tienden a abultar sus estimaciones, ya que la can¬ti¬dad de petróleo que cada miembro esté auto¬rizado a colocar en el mercado depende de las reservas que admite en público. Los más pesimistas argumentan que los productores tienen menos de lo que dicen. “Sin embargo, yo creo que tienen mucho más de lo que dan a entender”, contradice Figueroa, autor de la obra El comportamiento económico del mercado del petróleo. La OPEP no está interesada en producir más, defiende este experto; la inversión en extracción y exploración en el golfo Pérsico ha decaído sencillamente porque la cantidad de crudo que se obtendría inundaría realmente el mercado y su valor caería en picado. “En 1998, el precio del barril de crudo cayó por debajo de los 12 dólares el barril”, asegura Emilio Figueroa. ¿La causa? Los países asiáticos entraron en crisis y consumieron menos. Esta reducción su¬puso únicamente un sobrante de dos millones de barriles en todo el mundo; una minucia, si se quiere, pero bastó para lograr que “el precio se hundiera”. En este mercado tan sensible, afirma este experto, los productores “quieren mantener el precio lo más alto posible”.

 

Es un juego internacional de medias verdades o medias mentiras y de un calado económico gigantesco. Evidentemente, el problema esencial es que resulta imposible estimar las reservas reales de crudo a nivel mundial, bien por las dificultades técnicas, bien porque esto también cuesta dinero. “Las reservas se conocen sólo si inviertes”, asegura Figueroa. “Cuanto más gastes, mejor lo sabes”. Las reservas de Estados Unidos, en el pasado uno de los mayores productores mundiales y ahora el devorador número uno del crudo, son bien conocidas debido a los monumentales niveles de inversión allí realizados. En el resto es un poco terra incognita. Los números pueden manipularse, pero no lo que cuesta arrancar de las entrañas de la Tierra el crudo para llenar un barril. “Es la llave para saber si un mercado es escaso; yo lo considero un verdadero termómetro”, afirma Figueroa. El oro negro del Orinoco, por ejemplo, resulta caro. El pesado crudo venezolano no tiene comparación con el de Oriente Próximo, muchísimo más fácil de extraer. “En un mercado ideal, sólo extraeríamos crudo del golfo Pérsico, donde los costes son más bajos. El precio de extracción de un barril en Irak, por ejemplo, puede estar por debajo del dólar”. “Antes de la guerra”, continúa Figueroa, “cuando trabajaba en Repsol, tuve entre mis manos un documento, que ya habían recibido las petroleras, en el que se explicaba que era muy conveniente entrar en la guerra de Irak y tomar posesión de ese crudo”. Decididamente, el oro negro sigue determinando mucho de lo que pasa en el planeta, desde las guerras hasta el clima.