Soy heredero de los últimos estertores del ethos del 68, me inicié en política en 1983 en plena etapa del pago de cuenta por haber llevado los sueños demasiado lejos, cuando todo se revisaba al mismo tiempo que se luchaba por recuperar la democracia y la paz. El gran dilema que vivimos en este tiempo de inaceptable ingenuidad ante las ilusiones de las revoluciones es que sus motivaciones siguen siendo tan necesarias y más urgentes. La democracia es imprescindible pero demasiado imperfecta, el mercado es la vía a la creación de riqueza y bienestar pero está destruyendo el planeta y perpetuando la pobreza, la ciencia avanza con medicamentos y alimentos, pero hay epidemias descontroladas, las semillas se privatizan y los alimentos suben de precio, es necesario un estado que mantiene unida una nación y protege a los más modestos pero se debate entre la burocracia y la corrupción. El dilema es que la revolución no es el camino, que las mayorías son imprescindible, que es mejor esto malo que tenemos que lo peor que casi inexorablemente nos traen las innovaciones en la política. Cómo cambiamos la realidad sin terminar peor que de donde partimos. Mi intuición es que la revolución no debe ni puede ser en política sino en la cultura y la sociedad. La web, el emprendimiento, los movimientos culturales pueden producir movimientos que no sean copados, manipulados, maximizados y diluidos por los políticos profesionales. Finalmente, cualquier compromiso con un horizonte como nación será necesario para salvar de la desesperanza y la violencia a los excluidos y del nihilismo y la depresión a los satisfechos.

 

Recordando Mayo del 68

 

IGNACIO RAMONET 23/04/2008

 

Ocurre un día de mayo en la Plaza de la Mutualité, en el corazón del Barrio Latino de Paris. Amotinados contra el poder central, los estudiantes de la Sorbona, para estorbar la circulación, vallan las calles con toda suerte de enseres. Amontonan toneles y barricas llenas de piedras, de tierra y hasta de estiércol. Almacenan también adoquines para lanzarlos como proyectiles contra guardias y gendarmes que pronto retroceden ante semejante chaparrón de piedras.

Tan altivo ejemplo de resistencia suscita emulación. Y ya otras calles, la Saint-Severin, la de Cluny, hasta el puente Saint-Michel, se encuentran ahora tapiadas por barricadas improvisadas desde las cuales los soliviantados estudiantes machacan con elementos del empedrado a los pelotones de agentes. Todo el corazón de París está sublevado. Varios días dura aquel arrebato de furia. Se tambalea el poder mientras el país entero comenta el inaudito amotinamiento, cuyo aniversario se conmemora este año. Y que la historia menciona como “la jornada de las barricadas”.

¿Un recuerdo de mayo de 1968? No. Esa célebre jornada ocurrió hace 420 años, el 12 de mayo de 1588. No fue una revuelta más de las tantas que ha conocido París. Aquel día, en la capital francesa, se inventaron las barricadas. Por primera vez en la historia, unos sediciosos adoptaban, como modo de oponerse a la fuerza publica, el estorbo de la circulación taponando las arterias con barricas s llenas de piedras y tierra. Desde entonces, en casi todas las lenguas del mundo, para designar ese tipo de parapeto desde donde se hostiga al enemigo y a la vez se obstaculiza su avance, se usa alguna palabra derivada de la voz francesa barricade.

En un libro titulado Guía del París Rebelde que acabamos de publicar en Francia y que estará en los próximos días, en castellano, en las librerías de España, Ramon Chao y su humilde servidor revelamos el lado irónico de esa “jornada de las barricadas” de 1588. Aquellos estudiantes, en la atmósfera de rencor y odio de las Guerras de Religión entre católicos y protestantes, no fueron unos progresistas sedientos de libertad, sino unos sediciosos ultracatólicos, reaccionarios, fanáticos e intolerantes.

Con ocasión del 40º aniversario de Mayo del 68, algunos comentaristas están intentando difundir la idea de que aquella revuelta fue la madre de todas las desgracias para el pueblo francés. Entre ellos el presidente Nicolas Sarkozy. Se equivocan, claro. El propio Sarkozy no hubiera, antes de mayo de 1968, ni siquiera podido ser candidato a la Presidencia por su condición de divorciado casado con una divorciada. Y menos aún, unos meses después de haber sido elegido, divorciarse de nuevo al ser abandonado por su esposa, y casarse otra vez con una multidivorciada y simpática ninfómana.

Entumecida y agarrotada, la sociedad francesa de antes del 68 no hubiese tolerado jamás de un presidente esa conducta que hoy, por efecto de aquella revuelta, no nos parece anormal. Muchos se olvidan de cómo era Francia antes del aldabonazo del 68. Todo o casi estaba prohibido. Las chicas no podían ir en pantalones a los institutos. En la enseñanza primaria y secundaria la segregación de género era la norma. Hembras y varones estudiaban en edificios distintos. El bachillerato no daba acceso automático a la universidad. Los cursos eran sólo magistrales. Contradecir al profesor estaba proscrito. Cuestionar una tesis oficial, también. El machismo dominaba la vida pública mucho más que hoy.

Contrariamente a lo que se cree, Mayo del 68 no fue una rebelión política, sino una revolución cultural. Presentaba apariencias políticas: jerga revolucionaria, consignas subversivas, barricadas, exhibición de iconos insurrectos (Lenin, Mao, Ho Chi Minh, Che Guevara). Parecía responder al requerimiento de Marx de “transformar el mundo”. Pero en realidad respondía al postulado de Rimbaud de “cambiar la vida”.

Por uno de esos milagros que se producen pocas veces en la historia, en París hace 40 años la imaginación tomó el poder. En las paredes, aquellos jóvenes soñadores, escribían su insolente programa: “Corre camarada, deja el viejo mundo detrás de ti”. Y hedonistas al fin, no sin sabiduría concluían: “La revolución cesa a partir del instante en que hay que sacrificarse por ella”.

 

Un mes y cuarenta años

Fernando Savater

 

Cuando se estaba festejando el bicentenario de la Revolución Francesa, el primer ministro chino Chu En-Lai visitó oficialmente París y se le hizo la inevitable pregunta: “¿Cree usted que la Revolución aportó beneficios a la humanidad?”. Cauteloso, el oriental repuso: “Aún es pronto para decirlo”. Sin duda revelan menos prudencia los que sólo cuarenta años después de Mayo 68 ya pretenden establecer un balance definitivo de sus logros y fracasos. Por ejemplo, nosotros mismos, Daniel Cohn-Bendit, Adam Michnik, Paul Berman, Paolo Flores d’Arcais y quien suscribe, reunidos a mediados del pasado abril en Roma para hablar de la ética de la rebelión en un ciclo filosófico dedicado al 68, ante un público evidentemente desolado por el reciente triunfo electoral de Berlusconi y sus no menos repelentes aliados. Los ponentes de esa mesa redonda teníamos en común, para empezar, nuestra participación directa en los sucesos del 68: en París, en Varsovia, en Nueva York, en Roma o en Madrid. Y también otra cosa: todos seguimos activamente interesados por el debate político, no en espera de prebendas o sinecuras (¡creo yo!) sino como ejercicio permanente de dignidad cívica y solidaridad cosmopolita. Por último, compartimos una visión positiva de aquellos acontecimientos cuadragenarios, pero teñida de distanciamiento irónico que invalida cualquier intento acrítico de beatificación.

 

En el 68 murió en Europa el totalitarismo comunista como ilusión colectiva, no en el 89

 

Hubo violencia contra las cosas, poca contra las personas y nunca terror

 

Tras un par de décadas de pueriles idealizaciones, últimamente a Mayo 68 le toca más bien recibir zurras y verse descalificado como origen de todo tipo de males: la falta de autoridad escolar, el excesivo individualismo, el frenesí hedonista, la permisividad, el utopismo político, etc… Por supuesto, la mayor parte de estas derogaciones provienen de gente que ni por edad ni por gusto pudieron participar en aquellos sucesos, de los que hablan con algo menos conocimiento del que yo tengo de la guerra de Troya. Pero otros críticos sí que estuvieron allí, incluso fueron de los activistas más virulentos y agresivos, volviendo ahora esa furia contra lo que antes defendieron. En política es ley infalible: siempre los más extremistas son los que traicionan después con mayor ahínco. Los caracteriza bien Daniel Lindenberg en uno de los mucho libros aparecidos estos días sobre Mayo (Choses vues, ed. Bartillat): “Del izquierdismo no han conservado más que lo peor: la violencia verbal, la afectación de radicalidad y la obsesión del apocalipsis, el tono altanero y el desprecio de los hechos”.

 

En lo que suelen coincidir apologetas y detractores es en el “fracaso” de Mayo. Se refieren a que en ninguna parte los rebeldes conquistaron el poderporque De Gaulle ganó las elecciones al mes siguiente, los españoles tardamos diez años más en conseguir una constitución democrática, los polacos no se libraron de su dictadura hasta 21 años después y así en todas partes. Pero se trata de una visión deformada de lo que aquellas jornadas tuvieron de característico. En París, los manifestantes pasaban ante la Asamblea Nacional y los ministerios abandonados, pero no se les ocurrió entrar para ocuparlos y proclamar un nuevo régimen: nadie quería asumir el poder sobre la sociedad sino sobre su vida personal y cotidiana. Tal como dijo Raymond Aron, la revolución -en el sentido clásico y guerracivilesco del término- fue “inencontrable”: pero en cambio sus efectos parcialmente revolucionarios se encuentran hoy por todas partes, en la condición de las mujeres, en la aceptación de opciones sexuales antes perseguidas, en la presencia de los individuos en el espacio público, en el descrédito del militarismo y del totalitarismo comunista, en las ONGs, etc. No es que Mayo 68 fuese el motor único de estas transformaciones sociales (probablemente sólo fue el síntoma más agudo y decisivo de lo que estaba ocurriendo) pero es evidente que se convirtió en el más visible de sus emblemas colectivos. El orden del mundo no se purificó de sus crueldades e injusticias, pero se hizo menos rígido y más abierto. Algo es algo. Sin duda Sarkozy sigue añorando la grandeur gaullista, pero su publicitada vida amorosa debe más a Mayo que al general… por no mencionar la bienaventurada normalidad con que los alcaldes de París o Berlín asumen coram populo su homosexualidad. Etc…

 

Sin duda, buena parte de los iconos y del lenguaje político que entonces se manejaron estaban desfasados respecto a la emancipación que a tientas buscaba el movimiento. Los revolucionarios de 1789 inauguraron la modernidad convencidos de que eran los recuperadores del mensaje de los Gracos, de Catón o de Espartaco, con los que no tenían nada que ver. Y en el 68 se mantenía el culto a personajes tan poco recomendables como Mao Tse Tung, Che Guevara o Ho Chi Minh y se decían en jerga marxista la mayor cantidad de cosas no marxistas que cabe imaginarse (los primeros en esta mutación ideológica, los situacionistas herederos de Henri Lefebvre y los libertarios). Por eso De Gaulle creía -o fingía creer- que la culpa de los disturbios era de los comunistas, mientras Georges Marchais en L’Humanité atacaba groseramente a los manifestantes acusándoles de formar parte… ¡de un complot gaullista! Por cierto, que una lectura neocomunista de Mayo vuelve a oírse hoy, gracias entre otros a Alain Badiou, una especie de De Gaulle filosófico que se empeña a toda costa en vincular a Sarkozy con Vichy… Esta voz equívoca resultaba especialmente dolorosa en Varsovia o Praga, donde tenían que combatir contra los estalinistas con un discurso patéticamente semejante al suyo.

 

Al menos una cosa debe quedar clara: el totalitarismo comunista (valga la redundancia) feneció en Europa como ilusión colectiva no el año 89 sino el 68. Por supuesto, también en España, pese a que la dictadura nimbaba al PC de un prestigio liberador que era difícil sacudirse. El irreverente dicterio de Cohn-Bendit contra un poeta estalinista (“Louis Aragon, tus cabellos blancos están manchados de sangre”) era difícil de repetir en España aplicado a Rafael Alberti, por ejemplo, aunque algunos argumentos para hacerlo no faltaban. En cualquier caso, por obtusos que fuésemos, bastantes de los que corríamos por las calles de Madrid o Barcelona aquel año sabíamos que la única ventaja política que tenía Pasionaria respecto a Franco era que había perdido la guerra, circunstancia que nos ahorraba ahora tener que manifestarnos contra su dictadura como lo hacíamos contra la del generalísimo. De ahí que, incluso hoy, nuestra “memoria histórica” sea menos hagiográfica que la de otros… Por cierto, es curioso lo poco que parece recordarse del 68 español, recital de Raimon aparte. Y sin embargo el movimiento empezó aquí en febrero, con asambleas multitudinarias y las ocupaciones de cátedras en filosofía (se tomaba el aula durante la clase para debatir sobre cultura y política), siguió hasta el verano e incluso en el nuevo curso, hasta culminar en enero del 69 -tras la muerte de Enrique Ruano a manos de la policía franquista- en el primer estado de excepción decretado por el régimen. Del eco que esos sucesos tenían en Europa da cuenta una entrevista a Cohn-Bendit (Le Magazine Littéraire, Mayo del 68): el entrevistador le dice que “si tomamos el ejemplo del movimiento estudiantil en Madrid, se ve que la diferencia -y los riesgos- son mucho más importantes que entre vosotros”, cosa que Dany acepta sin remolonear.

 

¿Lo mejor del 68? Que hubo violencia contra las cosas, pero poca contra las personas… y nunca terror. Además, fue internacionalista: el lema más hermoso sigue siendo “todos somos judíos alemanes” y las organizaciones “sin fronteras” son deudoras de Mayo (la primera la inventa uno de aquellos activistas, Bernard Kouchner). Hubo basura, pero no la que sale de la cloaca nacionalista: eso ha venido luego. En Roma, mirando a Dany, a Adam, a Paul, a Paolo, yo no me preguntaba lo que ha hecho el 68 por la humanidad sino lo que hizo por nosotros, los que allí estuvimos. Creo que nos dio cierta libertad de espíritu y que “no moriremos idiotas” o, por lo menos, no tanto como otros. Por lo demás, cómo no recordar mis propios 21 años, fervorosos e ingenuos, luchando contra la derecha autoritaria y clerical pero llevándome a matar con la izquierda oficial. ¡Caramba, ahora que caigo: igual que hoy! Lo mío fue sin duda una vocación temprana…

Aquel Mayo del 68 en California

Anthony Giddens

París fue el foco de la conmoción de 1968 desde una perspectiva europea. Pero California fue más lejos: si eras un radical tenías que serlo no sólo políticamente, sino en todos los aspectos de la vida cotidiana

 

Corre mayo de 1968. No estoy en París sino a casi 10.000 kilómetros de distancia, en California, conduciendo de Vancouver a Los Ángeles. Acabo de poner fin a nueve meses de lectorado en la ciudad canadiense y voy a pasar un año y medio en un puesto similar en la Universidad de California-Los Ángeles. Dos días después de ponerme en camino, llego a mi destino a media tarde y me dirijo a Venice, una localidad costera en la que he alquilado un apartamento.

 

Al llegar al mar asisto a una escena como extraída de la Biblia. Hasta donde se pierde la vista, toda la playa está llena de personas con largas túnicas de múltiples colores, que sin embargo están gastadas y descuidadas. Todos son blancos, no se ven minorías étnicas. En lugar de respirarse aire puro, apesta a marihuana. Detrás de la multitud, sobre la acera, hay una fila de coches de policía y en cada uno de ellos un agente que saca su ametralladora por la ventana. En la atmósfera se palpa una incipiente violencia. Hasta ese día, del mismo modo que nunca me había topado con la marihuana, tampoco había escuchado la palabra hippies, que me dijo un transeúnte al preguntarle quién era esa gente. En ese momento, el término apenas se utilizaba en Gran Bretaña o Europa. Para mí fue la bienvenida a la revolución a la usanza californiana.

 

Desde una perspectiva europea podría parecer que París fue el foco principal de 1968, pero créanme que no fue así. En Europa los radicales eran bastante tradicionales. Se proclamaban heraldos de una nueva era, pero se comportaban de forma muy similar a la de los radicales de toda la vida. Eran estudiantes que asolaban todo a su paso y su radicalismo no profundizaba. En California, al menos para mucha gente, si eras radical tenías que serlo hasta el fondo, no sólo políticamente, sino en casi todos los aspectos de tu forma de vida. Incluyendo la educación. Lo que estaba de moda era no poner notas y concederle a todo el mundo la máxima calificación, porque cualquier otra práctica habría sido discriminatoria; mayormente, las lecciones se abandonaron y se optó por grupos de discusión abiertos.

 

Conocí a un estricto profesor de matemáticas, con su típica camisa de cuello abotonado, pelo bien cortado y saludable vida matrimonial, que desapareció del campus durante varios meses. Un buen día iba caminando a clase cuando una especie de Cristo apareció por encima de una colina. La melena rubia le caía por debajo de los hombros, lucía una larga barba y llevaba una túnica amplia y sandalias abiertas. Hasta que no se paró y me saludó no le reconocí. Había dejado las matemáticas y la universidad, también a su esposa y sus hijos, y se había trasladado al desierto de Nuevo México, donde trabajaba como artesano en una comuna. Muchos otros hicieron cosas parecidas.

 

Los experimentos con la forma de vida, la sexualidad, las relaciones, las comunas y las drogas también cundieron entre quienes pertenecían a grupos políticos más comprometidos. Sin embargo, en Estados Unidos los sesentayochistas eran un grupo muy diverso en lo tocante a sus credos o filiaciones de índole política. Fue una época en la que surgieron multitud de movimientos sociales; 1968 tuvo su origen en el movimiento sureño de defensa de los derechos civiles, iniciado unos años antes, y también en el que abogaba por la libertad de expresión, cuyo epicentro fue la Universidad de California-Berkeley, situada al otro lado de la bahía de San Francisco.

 

Esos movimientos se continuaron o fundieron con el de oposición a la guerra de Vietnam, catalizador de muchas propuestas radicales. Se solaparon con el de los hippies, aunque éstos estuvieran en su mayoría en contra del poder político y de toda clase de autoridad. Había también grupos de maoístas, aunque tenían menos influencia que en Europa. Estaban además los Panteras Negras y otros grupos disidentes negros, que en ocasiones se habían convertido al islam. Y por supuesto el feminismo, de una tendencia mucho más incluyente que las vistas hasta entonces. Fue más una derivación de 1968 que una parte de él. Varias de las feministas más destacadas de esta nueva vertiente se radicalizaron al contacto con los sesentayochistas, aduciendo que la revolución se estaba haciendo por y para los hombres.

 

Diez años después recibí una carta del conocido que había experimentado la conversión. Había vuelto con su esposa, a su corte de pelo de siempre y a su ropa pija, también a su antigua casa, y buscaba trabajo en su antiguo departamento. ¿Cómo fue posible que todo ese radicalismo y las grandes esperanzas de 1968 desaparecieran tan pronto como habían surgido? Las razones son tan diversas como el propio fenómeno. El fin de la guerra de Vietnam privó a la disidencia de una importante fuerza motriz. A los Panteras Negras los disolvieron las autoridades por las buenas o por las malas. Se conoció el carácter represivo y homicida del maoísmo. Y en cuanto a los hippies, muchos de sus experimentos personales y sociales acabaron mal. La explotación sexual continuó existiendo bajo el nombre de amor libre; las comunas se disolvieron y sus integrantes se enfrentaron entre sí, y las drogas generaron más adicciones que vías de liberación del espíritu.

 

Lo más importante es que los sesentay-ochistas pasaron por alto, o trataron de eliminar, algunos de los rasgos principales que hacen civilizada a una sociedad y, dentro de límites bastante amplios, también justa y equitativa. Se envolvieron en un manto antiburocrático (que, contra toda lógica, retomó después la derecha), pero en las sociedades complejas es indispensable cierto grado de coordinación administrativa. Las universidades caerían en el caos si los trabajos y exámenes no recibieran calificaciones justas y rigurosas, y sin la autoridad que tienen los profesores en sus especialidades. Ninguna sociedad puede funcionar amparándose únicamente en los derechos por los que entonces pugnaban multitud de movimientos sociales. Para que la solidaridad social no zozobre, los derechos siempre deben compensarse con obligaciones.

 

De los movimientos que sobrevivieron a 1968, el principal fue el feminismo, y ello se debe a que ese momento histórico, más que integrarlo en su seno, lo provocó. Lo importante de 1968 no fueron sólo sus movimientos, sino la amplitud de los cambios soterrados que la sociedad venía experimentando desde finales de la década de 1950 y de los que dichos movimientos eran un reflejo. Hoy apreciamos en toda su extensión la profundidad de dichos cambios y seguimos tratando de lidiar con ellos. Afectan a la naturaleza de la familia, que ha dejado de girar en torno al matrimonio para hacer hincapié en la calidad de las relaciones, y conceden una renovada importancia a la sexualidad, que ahora, al tiempo que entra en decadencia el doble rasero, es un aspecto cardinal del proceso de cambio. También se manifiestan en una entrada masiva de la mujer en el mercado de trabajo, en un descenso de los índices de natalidad y en el fenómeno del “hijo más deseado”: los hijos ya no “vienen”, sino que ahora elegimos si los tenemos y cuántos queremos. Por último, está no sólo la posibilidad sino la necesidad de elegir una forma de vida, y no de heredarla, junto a la aparición de la política de la identidad, el declive de la deferencia y un enfoque más crítico de la elección política.

 

Para la izquierda 1968 tiene una mística que no se merece, pero losderechistas que le echan la culpa de todos nuestros males también se equivocan. De todos sus movimientos, los de más éxito fueron los que tenían más claro su objetivo; fue muy importante, por ejemplo, que hubiera protestas bien articuladas contra la guerra de Vietnam. Podríamos optar por detenernos aquí y dejar de lado a quienes querían radicalizarlo todo, considerándolos románticos estériles o incluso peligrosos. Sin embargo, yo les tengo algo más que una ligera simpatía. Su liberación era falaz, pero cuestionaba la vida cotidiana, algo que la mayoría dábamos por sentado. Hasta los que, como yo, discrepaban de sus ideas se vieron obligados a pensar y discutir algunos de sus presupuestos, y con frecuencia para defenderlos, aunque de otra manera.

 

Mayo 68 visto por Cohn-Bendit

Anales de Mayo, 5

Con malévola ironía, refiriéndose a la agitada vida sentimental del presidente francés, Daniel Cohn-Bendit resume el balance y la actualidad de Mayo 68 de este modo: “Comparado con Nicolas Sarkozy, el auténtico conservador soy yo”.

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Plaza de la Sorbonne, 25 abril 08. Las imágenes (Marc Riboud) convertidas en espectáculo. Foto JPQ.

POLUCIÓN DE LAS IDEAS MUERTAS

Más allá de la paradoja, la fórmula de Dany, en su libro de referencia absoluta, Forget 68 (L’Aube) también subraya de manera espectacular el acontecimiento mayor de las reflexiones de urgencia y de fondo que suscitan intelectualmente los 40 años de las jornadas parisinas del mes de mayo de 1968, que tuvo muchos frentes internacionales, anteriores y posteriores, en Praga, en Chicago, en Varsovia, en México, incluso en Madrid: en francés, al menos, han desaparecido milagrosamente los millares de títulos que, durante décadas, servían de referencia, asociando el 68 a la “contracultura”, la “revolución”, el marxismo, la “anti psiquiatría”, el “anti humanismo”, la “muerte” de incontables “fantasmas”, sobre el arte, la cultura, Europa, el capitalismo, el liberalismo, etc.

Quedan muchas otras huellas de aquel 68 parisino. En su revisión de las jornadas de Mayo, desde una perspectiva histórica, evocando sin nostalgia el campo de ruinas e ideas muertas que a nadie parecen interesar, intelectualmente, Dany recuerda con precisión entomológica estas razones de fondo:

-En París, Mitterrand y la izquierda socialista y comunista conquistaron el poder y pusieron en práctica una teoría marxista, jacobina, que todo lo confiaba en el control del Estado. Esa idea “revolucionaria” se había hundido ¿para siempre? con Mayo del 68. Hay quienes continúan esperando “tomar el poder” para poner en práctica la “auténtica revolución”. Dany recuerda que Mayo combatía esa visión estatal y marxista de la sociedad.

-Marx, Lenin, Mao, Castro, etc., pudieron tener días de confusa gloria, hace cuarenta años. Dany juzga esa dimensión de Mayo de este modo: “Los marxistas repiten siempre lo mismo, reducido su pensamiento a un determinismo conservador, olvidando que el comunismo no fue un espejismo, si no una locura devastadora”.

MAO, BUSH, LOS FUSILES Y EL ORDEN NUEVO

A corto plazo, continúa Dany, comunistas y gaullistas, el PCF y el general De Gaulle, enterraron Mayo en la tumba de una negociación salarial. A medio y largo plazo, Mayo había enterrado esas dos mordazas tradicionalistas del conservadurismo de Estado francés, a través de un estallido estudiantil cuyas raíces eran menos parisinas que californianas, menos comunistas que anarquistas, menos subversivas que liberales, menos económicas que culturales, menos políticas que anti estatales, menos sindicales que autónomas, sencillamente hostiles al pensamiento conservador de izquierdas y derechas, en oposición al pensamiento libertario – liberal, estableciendo un paralelismo entre quienes imponer por la fuerza armada la paz y las ideas. A su modo de ver, Bush puso en práctica, en Irak, la legendaria tesis de Mao: “La paz está en la punta de un fusil”. Fórmula revolucionaria, para quienes creen posible exportar la paz y la democracia a través de un cuerpo de ejército, en la gran tradición del Ejército Rojo de Trotsky.

Dialogando con Stéphane Paoli y Jean Virad, Dany recuerda que, en verdad, cada cual ha intentado “explicar” Mayo a su manera, cuando, en verdad, las jornadas parisinas fueron una manifestación, entre muchas otras, de una metamorfosis cultural de toda una civilización. Y el griterío estudiantil tuvo cosas “geniales” o “estúpidas” que no expresaban la “dirección” de ningún movimiento, si no que fueron el “altavoz” de hondísimos cambios culturales, cuyos frutos maduros caerían mucho más tarde.

El cambio de mentalidades había comenzado antes, se aceleró entonces y continúa dando frutos de todo tipo de sexos. Foto JPQ.

SEXO, ECOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS

Dany Cohn-Bendit cita, entre otras, tres evoluciones de fondo, que afloraron de manera vertiginosa, en Europa y las Américas, por aquellos años: la nueva e inédita libertad de la mujer, los derechos humanos y la ecología.

A su juicio, Cecilia ex Sarkozy encarna, hoy, la “nueva” mujer, impensable antes del 68, cuando las mujeres francesas necesitaban un permiso escrito de sus esposos para tener una cuenta bancaria. Tras el hundimiento fáustico del comunismo y la URSS, minados por la revuelta de los derechos humanos, Bernard Kouchner, ministro francés de asuntos exteriores, por iniciativa de Nicolas Sarkozy, encarna, por su parte, otra herencia capital del 68: el derecho de ingerencia humanitaria, puesto en práctica por la asociación Médicos Sin Fronteras, teorizado por Jean-François Revel y canonizado por Benedicto XVI. En el terreno ecológico, subraya Cohn-Bendit, Sarkozy puso en marcha, hace meses, “un proceso de transformación muy profundo”, las Conversaciones de Grenelle del Medio Ambiente, donde por vez primera, la negociación de un gran problema social, planetario, es negociado no solo por el Estado, la patronal y los sindicatos, sino por otros representantes de la sociedad civil, reunidos por iniciativa de un ministro de Estado.

Cohn-Bendit no siente ninguna simpatía personal por Nicolas Sarkozy, pero recuerda que, en verdad, en la práctica, el presidente francés quizá sea, a su modo de ver, la encarnación involuntaria, quizá sonámbula, de una “ruptura” que comenzó hace apenas cuarenta años.

Se acabó. Quedó restaurado el orden. “Los muros tienen la palabra“. Escuela de Medicina, 25 abril 08. Foto JPQ

Mayo 68 en Chile

 

Uno de los líderes del movimiento revolucionario que ha hecho la más honesta revisión de la época es Oscar Guillermo Garretón. Aquí conversa en Terapia Chilensis sobre el mayo de 1968.