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Quépasa La casa negra de Obama
Barack Obama (videos) podría
convertirse en el primer presidente negro en llegar a la Casa Blanca. Este es
un viaje a un pequeño poblado de Kenia,
la cuna del candidato, donde nació su padre y donde todavía viven sus
parientes. De las 4.098 almas que pueblan la villa, más de la mitad aseguran
ser familiares de Obama. En la aldea piensan que él será el Mesías que traerá
una fortuna que hasta hoy les resulta más que esquiva. (en YouTube)

Por
Yolanda Monge
Continúa: 

Ya
nadie recuerda cómo se llamaba antes la cerveza. Antes de que Obama fuese algo
más que un simple apellido. Antes de que la palabra Barack cobrara todo su
significado: afortunado. Desde su visita, la cerveza se llama Obama, aunque
mantiene su logotipo. Pero como la vida tiene estas casualidades, antes la
marca y el logo eran Senator… La cerveza no es un caso aislado. Las vacas,
las gallinas, los hijos. El nombre de Obama se oye y se lee en cada
destartalado rincón de Nyangoma-Kogelo (Kenia).

De
las 4.098 almas que pueblan la villa, más de la mitad aseguran ser familiares
suyos. Barack Obama, de 45 años. De padre “negro como el carbón” y
madre “blanca como la leche”, en sus propias palabras. La nueva
estrella del firmamento político norteamericano tiene la piel del color del
café cortado y pertenece a dos mundos: el que mamó de una madre de Kansas
emigrada a Hawai y el que heredó de su padre africano sobre la piel.

Un
padre que pensó que la vida debía ser algo más que cuidar de las cabras y al
que el horizonte que veía desde su choza le quedó pequeño. Y lo agrandó. Tanto
que a principios de los años 70 llegó a la Universidad de Hawai para
convertirse en el primer estudiante africano que becaba esa institución
académica. Atrás quedó Nyangoma-Kogelo, y el aeropuerto de Nairobi. El mismo en
el que años después aterrizaría su hijo en busca de sus raíces. La carretera
que lleva a la necesitada aldea sufrió cambios. Un lavado de cara para la
primera visita del hijo pródigo, ya como senador de Estados Unidos. Los
habitantes arrancaron las malas hierbas, taparon los baches.

Frente
a la escuela se levantó un cartel que decía: “Barack Obama”. Es la
única escuela, ahora, con nombre. En el poblado, todo está abandonado: por las
vías hace años que no pasa el tren. Las habitaciones del hospital están
abandonadas y los niños las usan para reunirse después de la escuela. La
pobreza ni siquiera tuvo que entrar por la puerta para quedarse; ya estaba, es
perpetua. Odonja Jakogelo, de 80 años, cree que Obama puede marcar un antes y
un después en su pueblo: “El hijo de Obama quiere ser presidente de
Estados Unidos. Está bien. Necesito dinero y comida. No necesito mucho:
pescado, carne y algunos dulces para acompañar mi té del desayuno”. Tal y
como dice el alcalde, George Oduor, de 34 años, “la aldea necesita de
todo, y el senador puede echar una mano”. Hay un solo lugar en el mundo
que no tiene dudas de quién debe ser el candidato demócrata para las elecciones
presidenciales de 2008. Y está en Kenia. Demasiado lejos de los sondeos de
opinión.

Demasiado
incomprensible para los gurús de la demoscopia. Demasiado inútil para el deseo
de Barack Obama de convertirse en el primer presidente negro de la historia de
EE.UU. Pero demasiado necesario para entender su pasado. Hasta Kenia viajó el
joven político a finales de los años ochenta. Y repitió, y repitió. Primero,
tras su boda en los noventa con Michelle Robinson, con la que tiene ya dos
hijas, Malia y Shasa. Luego, cuando lanzó su candidatura como senador por el
estado de Illinois, en los primeros años de este nuevo siglo. Después, ya como
político consagrado, haciendo lo que hacen los políticos: campaña.

De
su paso quedan muchas improntas en el poblado. Ninguna tan poderosa como la que
representa Sarah Ogwel sujetando la fotografía que su nieto le envió por correo
del día de su boda. Miren su foto justo al lado izquierdo de esta página. Sarah
Ogwel, o Mamá Sarah. Llegará un
momento en que dejarán de contar sus arrugas curtidas por el sol inmisericorde
de África. La cabeza cubierta por un pañuelo blanco. El delantal de vivo color
protegiendo el vestido de flores, mientras su cansado y viejo cuerpo descansa
sobre un destartalado sofá con más flores y colores. ¿Su único deseo? Que el
hijo de su hijo sea el próximo presidente de EE.UU. ¿Su temor? “Esa mujer
blanca”. Sarah puede ignorar el nombre de Hillary Clinton, pero no su
existencia. Entre el deseo de la abuela y la realidad hay una larga y sinuosa
carretera cargada de desafíos. No para ella. “Quien se enfrente a mi
Barack, perderá. ??l traerá prosperidad a los africanos y a los
americanos”. La “aldea del senador” es como el resto de África:
bella y pobre.

Las
chozas, como las del resto del continente, están hechas de paredes de adobe y
techo de paja. Las viviendas que alcanzan la categoría de casa gozan de
ladrillo barato y techo de uralita. La lluvia descarga igual, al caer la tarde.
Luego pasan los años sin su presencia, y entonces la pobreza se vuelve miseria.
Los nombres se confunden al repetirse, generación tras generación. Pero todo el
mundo sabe quién es la “abuela del senador”. “Al fin conozco al
hijo de mi hijo”, acertó a decir en luo, la lengua local, cuando tuvo por
primera vez frente a sí a su nieto venido de América. Como todo el mundo sabe
quién es “Wuod Sarah”, el hijo de Sarah, el senador Obama. Fortuna.
Desarrollo. Dinero. En Nyangoma-Kogelo es algo que se espera como el maná. Y
sólo hay un mesías que los traerá: Barack Husein Obama. Un hombre por el que
Abraham Lincoln habría levantado su copa.

El
escaño senatorial por Illinois, el Estado donde nació el presidente que acabó
con la esclavitud en Estados Unidos, lo ocupa un negro. En un país donde las
diferencias raciales definen las diferencias culturales, Obama es un político que
no amenaza a nadie y ofrece algo para todos. Parece poseer las cualidades
necesarias para dar el salto del Capitolio a la Casa Blanca: carisma,
inteligencia, coraje, principios claros… Con Estados Unidos en la razón y
Kenia en el corazón, Obama dio el salto al plano nacional en 2004, cuando
pronunció ante la convención demócrata en Boston su discurso programático como
candidato a senador. “Mis padres me llamaron Barack, afortunado, porque
pensaban que, en una América tolerante, el nombre no es obstáculo para el
éxito, y me imaginaron yendo a las mejores escuelas, aunque no eran ricos,
porque en una América generosa no hay que ser rico para desarrollar lo que uno
tiene dentro”.

Obama,
el tercer senador negro de la historia de EE.UU. desde la reconstrucción,
arrancó aquel discurso con un relato poderoso y evocador del sueño americano.
“En ningún otro lugar del planeta hubiera sido posible mi historia”.
Y lo concluyó así, situando a la audiencia del Fleet Center al borde del
paroxismo: “A los expertos les gusta repartir el país en Estados rojos y
Estados azules: rojos para los republicanos, azules para los demócratas. Pero
yo les digo a esos expertos que en los Estados azules rezamos a Dios, y en los
Estados rojos no nos gusta que los agentes del FBI metan la nariz en las
bibliotecas públicas; somos entrenadores de la liga infantil de béisbol en los
Estados azules y tenemos amigos gay en los Estados rojos. Hay patriotas que se
opusieron a la guerra de Irak y patriotas que la apoyaron. Somos un pueblo que
juramos fidelidad a las barras y las estrellas, y todos defendemos a Estados
Unidos de América”.

Hombre
con confianza en sí mismo. Como su padre. Hombre delgado, alto y con cara de
niño. Igual que su padre. La envidiable personalidad de Obama quedó subrayada en
una cena en Washington al poco de tomar posesión de su sillón en el Capitolio.
Entonces, el presidente George W. Bush hizo un chiste sobre su imagen.
“Senador Obama, quisiera hacer una broma sobre usted”, le dijo el
presidente en la cena anual del club Gridiron, evento en el que políticos y
periodistas se reúnen para relajarse y reírse los unos de los otros durante
unas horas. “Pero hacer un chiste sobre usted es como hacerlo sobre el
Papa”. Las únicas bromas, hasta ahora, que permite las provoca su nombre.
Aunque son de doble filo. Obama se confunde con Osama. Tal y como está la
política estadounidense, la confusión es delicada. Si extraño es su primer
nombre, el segundo levanta ampollas: Husein. Para algunos norteamericanos, ése
es el nombre del dictador que fue ahorcado en Navidad y cuyo video sale en
YouTube. “Deme algo que pueda usar. Pronuncie algo mal”, suplicó Bush
a un sonriente Obama. Habla un inglés americano impecablemente modulado.

Con
una voz profunda y clara como el cristal. “Aprenderá luo”, cuenta su
abuela -aunque Sarah es su abuela adoptiva, porque la verdadera, Habiba Akumu,
se marchó y Sarah se hizo cargo de la familia-, quien necesita intérprete para
comunicarse en inglés. No lo necesitaba su padre, Barack Obama, quien hablaba
inglés con el acento de sus antiguos colonizadores. Un hombre que emigró a
EE.UU. en busca de la prosperidad para regresar a su país natal, pero acabó sus
días entre nubes etílicas tras caer en desgracia por no comulgar con las
políticas del gobierno de Jomo Kenyatta. Aunque antes de morir, alcoholizado,
en un accidente de tráfico en 1982, en Nairobi, pasó por Harvard. Se casó en
Hawai con Ann Dunham, y en 1961 llegó al mundo el pequeño afortunado Barack.

La
pareja duró poco. Obama padre siguió buscando la prosperidad en el este, al
contrario de lo que hicieron los abuelos americanos del hoy senador, que
buscaron el sueño americano en el oeste: primero en California y después un
poco más allá, en Hawai, donde se establecieron definitivamente. Harvard
ofrecía pagar la manutención sólo a Obama padre, por lo que la joven madre (18,
ella; 23, él) decidió permanecer en la isla del Pacífico. La separación física
fue acompañada poco después por la del registro civil. Obama padre dejaba a su
familia americana en Hawai y dos años después volaba a Kenia con Ruth, otra
estadounidense con la que tendría dos hijos ya en tierra africana. En esa misma
tierra habían visto la luz otros dos vástagos del fértil Obama, fruto de su
primer matrimonio, basado en un rito tribal y del que no queda constancia. Como
tampoco hubo nunca prueba de que se separaran. En sus últimos años uniría su
vida a otra mujer, esta vez africana como la primera, con la que concebiría su
último vástago. Kenia no es sólo la tierra que dio el color a Obama.

Es
el país donde residen varios de sus hermanos y hermanas. Aunque dos de ellos
emigraron a EE.UU., donde uno se convirtió al islam. Hermanos y hermanas
desconocidos para el senador, hasta que decidió dar el salto y viajar a
Nyangoma-Kogelo. Allí, sobre una desconchada pared de la sencilla vivienda de
la abuela Sarah, se balancea un retrato familiar. Un Obama de otra época, con
pelo afro, posa con primos y tías. A renglón seguido, la constatación del
éxito: el cartel de campaña de las elecciones al Senado en 2004. Mamá Sarah no para de recibir visitas. Y no todas de
su nieto. La aldea se llena de vecinos que le piden favores en caso de que su
preferido llegue a ser presidente. Curiosos llegados de otros pueblos.
Periodistas. Mamá Sarah llegó a
tener más de cinco visitas al día. El flujo llegó a tal punto que la abuela más
famosa de Kenia mandó levantar cuatro paredes que hicieran las veces de sala de
recepción. “No puedo vivir tranquila. Me han entrevistado más de mil
veces”, dice al fotógrafo. Cuando Obama llegó por primera vez a la ciudad
en la que nació su padre, algunos de sus familiares le espetaron una expresión
de esas tan típicas en el lenguaje que admiten difícil traducción.
“Ilal”, le decían en luo, la lengua que se habla al este del lago
Victoria.

¿Lo
más aproximado en traducción? “Hace mucho que no nos vemos”. Pero en
su sentido más estricto: “Has estado perdido”. Para Mamá Sarah, su nieto se perdió en EE.UU. y lo volvió
a encontrar cuando visitó el pueblo de su progenitor. Puede que no exista una
sola alma en Nyangoma-Kogelo que no haya oído hablar de América y lo poderoso
que es el presidente de aquel país. Las sonrisas se dibujan ingenuamente en la
cara cuando especulan con la idea. ¿Qué pasará si el presidente es un
descendiente de Kenia? ¿Traerá dinero al pueblo? ¿Mejorará las aulas en las que
estudió su padre? ¿Hará hospitales? Es entonces cuando empiezan a sentir que el
keniano perdido es un poco más keniano cada día. “El hijo de Sarah elevará
el nombre de Kenia a lo más alto”. La casa de Mamá
Sarah es diferente.

Destaca
del resto de la aldea porque no es de adobe, sino de ladrillo. Mamá Sarah tiene más recursos que sus vecinos: es la
única casa con electricidad. Tiene un panel solar en el techo que permite a
algunos de los residentes poder cargar el teléfono móvil cada día. No hay gas,
y las comidas se preparan con carbón. Las gallinas corretean y las vacas pastan
tranquilamente en la entrada. Allí vive la abuela con dos nietos, Yussuf y
Said. De vez en cuando se quedan otros familiares. La casa alberga una
habitación que parece un santuario: el lugar donde el senador se quedó en su
última visita, con la cama hecha tal y como él la dejó. Todo el poblado gira en
torno al senador.

El
político demócrata que en Illinois forjó una imagen de cooperación con los republicanos
en la senda del populismo integrador de Bill Clinton es todo un mito. Los
vecinos llevan camisetas y gorras de béisbol con su cara impresa. Dixon Omondi
es carpintero, tiene 28 años y en su cabeza está encajada, puede que desde
2004, una gorra en la que se lee: “Bienvenido, hijo de Kogelo”,
especialmente diseñada para la visita de quien iba a ser senador. La principal
fuente de ingresos de Omondi es la construcción de ataúdes, pero bien podía
haberse dedicado al humor negro (si es que hay humor en sus palabras): “El
próximo que haga será para Hillary”. La vida escolar tampoco ha estado
ajena a la obamanía. La directora de la escuela secundaria de la aldea, Yuanita
Akala, decidió cambiarle el nombre al centro recientemente. Ahora es la Escuela
Secundaria Senador Obama de Kogelo. La directora, además, mandó que se pintara
el nombre en las puertas de la escuela, para que los 80 niños que estudian en
el centro tengan en mente hasta dónde puede llegar un hijo de Kenia. El
muzungu, el hombre blanco -como llaman a Obama en Nyangoma-Kogelo-; Barry, como
le decía su ya fallecida madre; el candidato negro al que votan los blancos de
Estados Unidos, puede conseguir algo que el mismo Lincoln no hubiera creído
posible: convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos. Con
raíces en Nyangoma-Kogelo, Kenia.

 

 

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