En Quépasa aparece esta semana esta buena semblanza de la vida del Senador chileno Fernando Flores, un gran amigo y mentor, quien ha liderado durante estas semanas la indignación nacional en contra de la corrupción, que aunque controlada, amenaza con instalarse en la cultura de la coalición de gobierno. Es interesante el artículo porque muestra la figura intelectual y empresarial que es Flores en el mundo, lo cual a nuestro país le cuesta tanto comprender y más reconocer. Quizás con Humberto Maturana y el fallecido biólogo Francisco Varela deben ser los chilenos que más han trascendido con sus aportes intelectuales fuera de Chile. Felicidad, salud y suerte para el senador:

Quépasa

FernandoFlores: Perfil de un outsider

Desconcertó a la clase política y a la propia presidenta Bachelet al revelar que recibió en privado a la mandataria en su casa. Y de paso sepultó su vieja amistad con el jefe de su partido, Sergio Bitar. Todo en medio del escándalo de corrupción que sacude al PPD. Considerado un político arrogante por algunos y un gurú de la tecnología por otros, el senador Fernando Flores ha recorrido un largo camino desde el revolucionario ministro de Salvador Allende hasta el millonario hombre de negocios que quiso ser presidente. Por Claudia Farfán y Sebastián Minay Continúa: I: El precoz ministro

 

Tenía apenas 28 años, pertenecía a la elite del MAPU, era gerente general de la Corfo en el gobierno de Salvador Allende y ya debutaba con su primera excentricidad. En 1971, Fernando Flores Labra contactó al ingeniero británico Stafford Beer para diseñar una red que sistematizara la producción en las empresas estatales. Allende se entusiasmó con el plan y le dio luz verde a Flores para instalar un sofisticado terminal llamado Cybersyn en La Moneda que, vía télex, debía recibir informes diarios de cada punto productivo. Aunque no llegó a operar del todo, hoy se le conoce como “la internet de Allende”, y es citada por los conocidos de Flores como un ejemplo de su obsesión por el desarrollo tecnológico y sus aplicaciones sociales. Su perfil y juventud le permitieron ingresar al entorno de Allende, y convertirse en 1972 -con sólo 29 años- en ministro de Economía.

 

En el gabinete conoció al general Carlos Prats -quien había asumido en Interior-, con quien llegarían a ser grandes amigos. Cuando el gobierno entró en crisis, Flores se trasladó a la cartera de Hacienda y luego fue ungido ministro secretario general de Gobierno. Para entonces el golpe militar ya era inminente y, según el senador PS Jaime Gazmuri, hasta en eso Flores fue un adelantado: en su libro “El Sol y la Bruma”, el entonces jefe del ministro en el MAPU relata que poco antes del “Once” Flores llegó a su casa de madrugada a decirle que estaba convencido de que Pinochet estaba detrás del golpe y que debía pedirle a Allende que lo llamara a retiro. Pero Gazmuri le dijo que, si no tenía pruebas, no bastaba. Gazmuri se dio cuenta que Flores tenía razón el mismo 11 de septiembre.

 

El senador recuerda que esa mañana Flores se cuadró ante su superior en el MAPU, esperando instrucciones:

– Bueno, jefe. ¿Qué hago yo?

– Te vái a La Moneda, poh. A estar con el presidente.

– Pero nos van a matar -retrucó Flores.

– Es altamente probable, pero estás jodido. Lo tienes que hacer- para Gazmuri era claro que un ministro del MAPU no podía dejar botado al mandatario en ese momento..

– ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?- despachó Flores de vuelta.

– No, yo no voy a ir a La Moneda. Me voy a quedar dirigiendo el partido, y si nos ganan, paso a la clandestinidad.

– Ah, tu pasái a la clandestinidad- apuntó el hoy senador PPD.

– Sí, no te preocupís. Me voy a quedar aquí.

Esa misma tarde de martes, Gazmuri se refugió y Flores cayó preso junto con el resto de los defensores de La Moneda. Años después, ambos se mandaron “recados de que estábamos en paz, de que cada uno hizo lo suyo”, dice Gazmuri.

 

II: Prisión en Isla Dawson

 

Aunque cuatro días después del golpe Prats envió una carta a Pinochet donde le pidió revisar el caso de Flores con el argumento de que “contribuyó a frenar ímpetus de otros con sus francos consejos al presidente”, el ex ministro fue enviado por los militares al campo de prisioneros de Isla Dawson, junto a muchos integrantes del gabinete, entre ellos Sergio Bitar. En Dawson se hizo íntimo amigo de este último. “Fernando desarrolló una amistad profunda con Sergio Bitar, también con Luis Corvalán, Carlos Matus y Hugo Miranda”, recuerda el ex titular de Educación Aníbal Palma.

 

En su libro “Isla Diez”, Bitar recuerda que los oficiales de la Armada que controlaban la isla les permitían a los prisioneros hacer seminarios sobre diversos temas, en los que Flores solía hablar de cibernética. Según el texto, también preparó un programa sobre física: “Tenía varios libros sobre el tema y propuso materias elementales relacionadas con electricidad y magnetismo. Después pasó a la física cuántica y de partículas. Entonces, Weidenlaufer (el comandante a cargo del campo) lo puso a prueba sobre el significado de esto y aquello, hasta que se dio cuenta que sus conocimientos basados en un par de años en la Escuela Naval no le permitían ir más lejos”.

 

Flores después fue trasladado con otros prisioneros a un recinto en Ritoque. Aníbal Palma recuerda que allí pasaba por períodos de reflexión e introspección “en que era capaz de leer cinco libros en una semana”. “También jugaba dominó”, dice el ex ministro de Educación de Allende, quien precisa que si bien Flores resulta una persona “hosca y retraída en público, en la intimidad es un tipo amistoso, simpático y con sentido del humor”.

 

Flores fue finalmente llevado al centro de detención de Tres Álamos, en Santiago, donde lo visitó varias veces Tomás Moulián, quien le llevaba libros. Flores también conoció allí al biólogo y Premio Nacional de Ciencias Humberto Maturana, a quien le pidió que lo visitara para que le explicara lo esencial de la teoría sobre la biología del conocimiento y del lenguaje. Durante ocho meses Maturana lo visitó en Tres Álamos, generándose entre ambos una relación de respeto y de amistad.

 

Aunque Maturana viajó a Estados Unidos en un par de oportunidades a dictar cursos junto a Flores, ambos se distanciaron durante un seminario en 1989. “Nos separamos debido a mi intransigencia de afirmar que uno no puede hablar del quehacer empresarial sin poner a la ética como el centro de ese quehacer, de modo que todo lo demás estaría subordinado a eso. Y sigo pensando así”, dice Maturana.

 

III: Exilio y renovación

 

Flores pudo salir libre en 1976 gracias a intensas gestiones en las que terció hasta Amnistía Internacional. Otros recuerdan que también intervino Jaime Guzmán, quien, a pedido del hoy ejecutivo Guillermo Agüero -amigo y alumno de Flores-, recurrió al secretario del Tesoro de Estados Unidos, George Schultz, para ayudar a su liberación y salida del país.

 

Con 33 años, Flores aterrizó en San Francisco en agosto de 1976, junto a su esposa Gloria Letelier y sus cinco hijos. Aunque hablaba mal inglés, bajo el brazo llevaba un contrato por un año para hacer clases en la Universidad de Stanford. Los Flores Letelier se instalaron en una pequeña casa en el sector de Cupertino, conducían un viejo “Escarabajo”, y el hoy senador repartía su tiempo entre las clases y un doctorado en Filosofía Analítica del Lenguaje y Filosofía de la Ciencia en Berkeley.

 

Mientras el ex ministro trabajaba y estudiaba, su mujer envolvía sándwiches en una aerolínea y sus hijos repartían diarios y atendían en locales de comida rápida. Aunque algunas fuentes dicen que su proceso de renovación ideológica comenzó al llegar a Estados Unidos, quienes conocen a Flores señalan que nunca fue muy ortodoxo durante la UP, y una vez instalado en el extranjero, estaba decidido a poner en práctica las reflexiones sobre comunicación y teoría lingüística que había craneado en Dawson.

 

En ese tiempo, sus nexos con sus ex compañeros del MAPU se redujeron al mínimo, hasta desvincularse. “Andaba en otra, muy en su asunto académico. No tuvo una participación activa en la política en el exilio”, resume Gazmuri.

 

Más preocupado de su vertiente profesional que de la política, Flores dio su primer golpe con Terry Winogard, uno de los gurús de la informática de Stanford. Ambos escribieron el libro “La comprensión y el conocimiento de la computación, un nuevo diseño”. La revista especializada Byte lo consideró uno de los diez libros de tecnología más revolucionarios de los ’80. Con Winogard, Flores desarrolló la marca registrada que le abrió las puertas en EE.UU.: la teoría de “Workflow” -basada en los postulados de otra figura de Berkeley, John Searle-, que permite mejorar la productividad de las compañías mediante la coordinación y el lenguaje de sus empleados. La idea fue aplicada a importantes multinacionales como Young & Rubicam, General Motors y la IBM.

 

IV: Gurú informático

 

Involucrado de lleno en el tema tecnológico, Flores solía recordar que, pese a Cybersyn, a la UP le había penado la falta de coordinación en el manejo de las empresas. Con el plus del “Workflow”, insistió en que la coordinación en las empresas dependía de un concepto que llamó “conversaciones para la acción”, que apuntaba al cumplimiento de los compromisos y promesas interpersonales. Aunque etéreas para algunos, el sofisticado Estados Unidos de los ’80 era el terreno ideal para esas ideas, y Flores fundó la empresa Action Technologies Inc. Luego vino el software “El Coordinador”, una herramienta que materializaba su teoría del “Workflow”.

 

Aunque un viejo conocido suyo del PPD dice que el senador “tiene una tremenda habilidad para vender cara el agua tibia”, el negocio funcionó: para 1991 había vendido más de 100 mil copias del programa, y luego fundó otra firma, Business Design Associates (BDA). “El mérito de Flores es que le dio un uso práctico a las teorías del lenguaje que se enseñaban en la academia y las aplicó al trabajo de las empresas”, dice Mario Valdivia, ex ejecutivo de BDA y amigo suyo.

 

Aunque sus ideas y proyectos prosperaban, se había hecho conocido por su carácter controvertido y escasa amabilidad en público. Muchos lo consideran arrogante, como lo notaron quienes -años después- lo leyeron en la prensa santiaguina, señalando que “hay pocos chilenos que han logrado el nivel de desarrollo tecnológico que yo he logrado”. “Su mala educación es un arma que usa para descolocar a la gente. Si las personas quedan atónitas, arrasa con ellas”, dice un ex MAPU. En 1995, por ejemplo, los ejecutivos de la eléctrica canadiense TransAlta se quejaron de la brusca metodología del chileno. A Flores, dicen, eso le daba lo mismo. En los ’90 ya se había convertido en un consultor de renombre y viajaba con una maleta llena de libros recién salidos al mercado (se ufana de leer mil textos al año) y hasta hoy lee sagradamente “The Economist”.

 

Por entonces consiguió un contrato con la cementera azteca Cemex y abrió oficinas en Monterrey, México. Entre los ejecutivos que conoció allí figuraba el magnate Carlos Slim -el hombre más rico de América Latina, según Forbes-, gran amigo suyo hasta hoy. Convertido en un “gurú” de la tecnología, se paseaba por el mundo dando conferencias, y tenía cerca de 200 consultores en varios países. En 1995 la revista Fortune calculó que su patrimonio podía llegar a los US$40 millones.

 

“Fernando es sumamente respetado en los círculos internacionales sobre estudios de la comunicación. Ha publicado una infinidad de libros con las mejores editoriales. Sus trabajos son citados por científicos y académicos. Me he encontrado con gente en los lugares más apartados del mundo, que al saber que soy un chileno en California me han hablado de Fernando. Siempre con gran admiración”, dice Sebastián Edwards, quien conoció a Flores en Washington a mediados de los ’90.

 

V: Desembarco empresarial en Chile

 

En 1992, Flores fue invitado por el entonces ministro de Mideplan, Sergio Molina, a un taller sobre el “Futuro de Chile y la creación de confianza”, al que asistieron Ricardo Lagos, Eduardo Frei y empresarios como Ricardo Claro. Tras la cita, fue contratado para asesorar a empresas nacionales, comenzando por Codelco, Telefónica, BCI, y Sodimac. Aunque aún no se radicaba definitivamente en Chile, Flores no se fue más. Se hizo conocido, y su estilo le granjeó seguidores y detractores.

 

Es larga la lista de interlocutores de Flores que han quedado “shockeados” con sus frases, como una periodista que durante un seminario en el Hotel Sheraton recibió de vuelta un breve “No pregunte huevadas”.

 

En 1996, la CTC lo contrató para realizar una asesoría de mejoramiento de gestión que se llamaba Proyecto de Cambio y que costó US$ 6 millones. Gerardo Martí, ex vicepresidente de servicios de multimedias, rescata el aporte de Flores a generar una visión estratégica de la empresa ante la tecnología de la información y recuerda que hasta organizó una visita “para un grupo de ejecutivos a Silicon Valley, donde estuvimos con altos ejecutivos de las compañías más importantes del mundo de las tecnologías de la información, como Microsoft y Oracle. Ese viaje marcó un hito en CTC”. Pero Martí también tiene una visión crítica del estilo que Flores mostraba en los talleres que dirigió a grupos de ejecutivos: “Me tocó presenciar situaciones en las cuales Fernando atacó dura e injustamente a algunas personas, llegando incluso a hacerlas sentir mal, francamente humillándolas”. En esa época, Flores sentaba a los ejecutivos en medio de sus pares, y obligaba a los asistentes a emitir juicios negativos. Cuando los comentarios no eran fuertes, los obligaba a repetir el ejercicio.

 

Inmune a las críticas, Flores fundó en 1998 el “Club de Emprendedores”, una suerte de comunidad orientada a reflexionar sobre el futuro. Había que pagar cinco mil dólares anuales para participar. Sin embargo, la iniciativa quedó congelada un par de años después, cuando Flores lanzó su candidatura al Senado. También vendió BDA a la firma irlandesa Vision Consulting en varios millones de dólares. Y hoy dedica su energía a sus fundaciones AtinaChile, Mercator, País Digital y el Colegio Altamira, que compró en US$6 millones. Pero no todos comparten su estilo de negocios. “Ha armado un cuento donde mezcla a Martin Heidegger con la cibernética, y hace un cóctel raro que nunca lo he entendido. Hay gente que lo encuentra genial y otros no”, comenta un empresario vinculado a País Digital.

 

VI: Aterrizaje político

 

Su amistad con Sergio Bitar, forjada en el gabinete de Allende y en Isla Dawson, fue crucial para el regreso de Flores. Todos coinciden en que eso le abrió a Flores las puertas del PPD, y a nadie le extrañó cuando Bitar anunció que deseaba cederle a su viejo amigo el cupo por la I Región. La apuesta de Bitar era una eventual carta presidencial. Pero quienes conocen a Flores coinciden en que la Primera Región era sólo un paso para su gran objetivo: la presidencia. Pese a ser un afuerino en Arica e Iquique, desplegó una campaña que hasta sus propios contendores reconocen que rompió esquemas. Eso quedó clarísimo en marzo del 2001, cuando aterrizó en Iquique en un jet que le prestó Carlos Slim. Pocos días después Flores llevó a su amigo, el ex mandatario español Felipe González.

 

Aunque la campaña senatorial -en la que competía también el DC Enrique Krauss- estuvo plagada de polémicas y rencillas entre los candidatos del oficialismo, su avasalladora máquina se impuso: él y el candidato UDI Jaime Orpis ganaron con un 30,51% y un 24,65% respectivamente, mientras Krauss marcó apenas un 8,90%.

 

Reacio a entrar en polémicas momentáneas, optó por sumergirse en el Congreso, pero esa estrategia le impidió levantar una plataforma fuerte. Dos años después, cuando Bachelet ya se perfilaba, el senador se enredaba en sus primeras disputas con su principal competidor, Guido Girardi, a raíz del caso cartas -el envío de cartas para la campaña interna del PPD con cargo a la presidencia de la Cámara-, y además había emergido otro precandidato: Sergio Bitar. A esas alturas, el senador tampoco contaba con un férreo respaldo de Lagos. Aunque Flores ayudó al ex presidente en la campaña de 1999, y pese a que Lagos lo acompañó en la inauguración del Colegio Altamira, un ex ministro de ese gobierno sostiene que la relación entre ambos era “funcional”. Y cuando Bachelet fortaleció su opción, Flores terminó por chocar definitivamente con su amigo, quien bajó su candidatura por la prensa, dejándolo en una incómoda situación.

 

Flores se bajó, pero la relación se resquebrajó. Eso no le impidió a Flores colaborar con la campaña de Bachelet cuando ella lo llamó, poco antes del debate televisivo en Hualpén ante Soledad Alvear. Pero un ex integrante del comando recuerda que la experiencia no fue grata, porque Flores “teorizaba demasiado hablando de organizaciones humanas, de tecnología, y la candidata se desesperaba”.

 

El futuro de Flores es ahora una incógnita. Si bien muchos creen que dejará el país cuando termine su período como senador, en su ofensiva sobre el PPD se conjugan varios factores. Por un lado está su genuina molestia ante lo que ha definido como el estilo mafioso en la política. Pero también está su interés por cobrarle viejas cuentas a Girardi. Como todo político, sabe que aquí hay amenazas y oportunidades. Su mayor riesgo es que este episodio lo deje políticamente aislado, aunque también puede convertirlo en el líder de un movimiento por la transparencia que le permita renovar su plataforma política.

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