Un artículo relacionado al anterior, donde el escritor boliviano Edmundo Paz-Soldán relata los cambios en la industria de las letras a partir de los cambios tecnológicos y el avance d ela era digital:

La Tercera
Opinión: De revistas y sitios web
Edmundo Paz-Soldán

Hace una semana cené en un restaurante peruano de Nueva York con Anderson Tepper, uno de los editores del sitio web de la prestigiosa revista Vanity Fair. Andy me contó, ilusionado, que pronto publicarían en exclusiva un fragmento de Brandenburg Gate, la nueva novela de Henry Porter. Me dijo que ahora vanityfair.com tenía “algo de presupuesto” y me preguntó si no me interesaría escribir algo para el sitio. ¿Algo para el sitio que no saldrá publicado en la revista? Iluso de mí, por supuesto que sí. Entonces descubrí, una vez más, que nada permanece en su sitio durante mucho tiempo.

Al comienzo los periódicos y las grandes revistas norteamericanas (The New Yorker, Vanity Fair, Esquire) observaron el fenómeno de internet con desconfianza. No era para menos: la aparición de un nuevo medio siempre lleva aparejada la predicción de que éste acabará con los medios ya establecidos.

Continúa:

El cine acabará con la novela, la televisión con el cine, internet con todo lo impreso: libros, revistas, periódicos, etc. Más de 10 años después de la aparición de internet, queda claro que aunque hayan cambiado nuestras formas de relacionarnos con la lectura -quizás leemos más que antes, pero más fragmentariamente- y con la escritura -quizás escribimos más que antes, pero textos más casuales, más efímeros, y tenemos menos respeto por los signos ortográficos y nos preocupan menos los errores gramaticales-, hay un espacio para los libros, para las revistas, para los periódicos.

Parte del fin de la desconfianza tiene que ver, también, con el desarrollo de un modelo económico que permite financiar los sitios web de las revistas y los periódicos. Hay cada vez más publicidad en la red, y hay cada vez maneras más sofisticadas de cobrar por esa publicidad: la cantidad de visitas que tiene un sitio influye en el costo de anunciar en dicho sitio.

La aparición de un nuevo medio significa siempre un desplazamiento y reorganización de los medios ya existentes. Desplazamiento: los adolescentes, por ejemplo, pasan más tiempo en el internet que frente a un televisor; dentro de poco el televisor podría dejar de ocupar un lugar central en el hogar. Reorganización: los medios comienzan a ser influidos por las formas del nuevo medio, tratan de cooptar ciertos lenguajes (el cine influyó muchísimo en la novelística del siglo pasado). Por supuesto, se trata de un viaje de ida y vuelta: el nuevo medio, a su vez, es influido por los medios ya existentes (la novela también influyó en el cine).

Las revistas que aparecieron originalmente en la red eran en principio versiones simplificadas de las revistas impresas. Uno entraba a time.com y encontraba una selección de artículos de la revista Time. Era como los primeros e-mails que mandábamos: con saludos formales, fecha de escritura y la puntuación correcta, como si estuviéramos escribiendo una carta en otro medio. Un nuevo medio, sin embargo, implica un nuevo lenguaje. Poco a poco el éxito de revistas diseñadas específicamente para internet (Slate, por ejemplo) hizo que las revistas tradicionales se dieran cuenta que para tener éxito en la red debían innovar. Debían pensar en internet no sólo como un medio de difusión de las ideas ya escritas y publicadas en otro medio, sino como algo distinto, que implicaba un lenguaje, un registro distinto.

Con los años, vamos viendo los primeros signos de madurez de las revistas en la red. Algunos de los elementos ya consolidados son:

a) Contenido original. Slate señaló el camino. Columnistas propios, artículos más cortos que los que aparecen en una revista impresa, y ahora, incluso una novela serializada del conocido escritor Walter Kirn (una novela que promete explorar el potencial del medio en que está siendo publicada).

b) Toque multimedia. En newyorker.com uno puede escuchar a Alice Quinn leyendo los poemas de Elizabeth Bishop, o toparse con un show de slides de Tal Afar (Irak), mientras escucha una entrevista a George Packer acerca de cómo se enfrentan los soldados norteamericanos a los “insurgentes” en Irak.

c) Blogs. No hay revista que se respete que no tenga uno o más blogs. En vanityfair.com se encuentra el blog de James Wolcott, un conocido crítico que publica regularmente en la revista. El golpe de efecto más importante fue el de Time: consiguió incorporar a su sitio web “Daily Dish” el blog del crítico conservador Andrew Sullivan. Sullivan era uno de los bloggers más leídos por sí solo; con time.com a su lado, su público no ha hecho más que crecer.

d) Interactividad. Las sitios web de las revistas buscan maneras de que sus lectores participen en la construcción del sitio. Así, por ejemplo, aparecen secciones del tipo “artículos más enviados por e-mail”, la página va cambiando su diseño de acuerdo con la cantidad de lectores que tenga un artículo, o hay espacio para mandar un e-mail opinando sobre el artículo (salon.com publica todos las que se envían).

e) Actualización continua. Cualquiera que mantenga un blog ha descubierto ese fenómeno: si el sitio no es actualizado constantemente, los lectores dejan de frecuentarlo. Las revistas mensuales o semanales deben ir a un ritmo diferente, mucho más rápido del que están acostumbradas.

Lo que todavía no han descubierto revistas y periódicos es cómo quitarle al lector esa inveterada costumbre de asumir que todo lo que se lee en internet es gratis. Algunos sitios experimentan con dos niveles: está el Salon gratuito y el Salon Premium (seis dólares al mes), el New York Times para todos y el TimesSelect para los que están dispuestos a pagar cincuenta dólares al año. Quizás ese modelo dual termine imponiéndose: es típico de la red encontrar su propio camino.