En el marco de la profusa irrupción de los medios electrónicos de comunicación, hay una versión optimista casi ingenua de ver infinitas potencialidades y virtudes, que por cierto que las hay y son una fuente inmejorable de cambio social y mejora de la vida de las personas en el planeta. Pero no se puede descartar que tiene riesgos y problemas, principalmente, porque este proceso se desenvuelve en un contexto de diferencias, concentración y exclusiones de una mayoría de la población en el mundo. Hay un desafío de participación, democracia y equidad, que viene desde antes de esta era que denominamos “sociedad de la información”, pero que es tan urgente como posible acometer con las mismas posibilidades que traen las tecnologías. Aquí hay una entrevista del mítico Mattelart:

No soy un apocalíptico
Entrevista a Armand Mattelart

por Luis Raúl Vázquez Muñoz
Rebelión

Uno de los teóricos de la comunicación más importantes del mundo sostiene que la Sociedad Global de la Información es un mito.

OJOS azules, delgado, un pelo blanco peinado a destiempo. Esos son los primeros rasgos que saltan en la figura del belga Armand Mattelart. Más bien parece un buen compañero de café y no el hombre que estremece al mundo entero con sus criterios.

Lo hace desde hace tiempo. Comenzó en 1971. Entonces, en Chile, junto con el argentino Ariel Dorfman, publicó Para leer al pato Donald, un estudio en el que demostraban cómo las historietas inocentes podían venir cargadas de toda la malevolencia posible. El resultado no se hizo esperar. Desde Washington llegó un mensaje: prohibida la entrada y circulación del libro en el territorio de la Unión. “Me hicieron un honor muy grande”, cuchichea Mattelart.

Desde entonces, viene su inclusión en el bando de los Apocalípticos, denominación creada por el italiano Umberto Eco para nombrar a aquellos intelectuales, que vapulean a diestra y siniestra a los medios de comunicación. Luego vinieron momentos inciertos para Mattelart; sobre todo cuando tuvo que salir de Chile y ninguna universidad deseaba acogerlo, porque el futuro profesor de la Universidad París VIII no quería callarse.

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