Antes me he referido a Vandana Shiva, mujer india, científica y líder de la defensa del patrimonio agrícola de su país. Esta semana El Mercurio publica un artículo de otro indio, Vijay Sardana, Director Ejecutivo del Centro para el Comercio Internacional en Agricultura y Agroindustrias (CITA), Nueva Delhi, India, en relación a los peligros de los monopolios de semillas basados en las patentes genéticas que traen para la alimentación mundial y para el avance científico. Les invito a leerlo:

OGM: el cara y sello de las patentes
Por Vijay Sardana*
Revista del Campo, El Mercurio, 16-01-06

Arroz de oro se llama la promesa. Se trata de un Organismo Genéticamente Modificado (OGM), rico en betacaroteno, fuente importante de vitamina A, muy escasa en la dieta de los niños indios. El millón que muere por desnutrición cada año podría salvarse, de tener acceso al producto.

Elaborarlo, sin embargo, requiere de 30 patentes, entregadas a diversas entidades. Lo mismo ocurre con otros OGM, resistentes a sequías, salinidad, insectos y hasta partículas de un gen, como el 35 S, que se usa para gatillar la expresión de determinada característica en la creación de algunos de estos productos.

Así, las innumerables promesas que anuncia la era transgénica, el gran avance contra los problemas de subalimentación y resolución de problemas productivos, tienen un gran bemol: la patente del producto y de los procesos deja en manos de grandes compañías la decisión respecto a quiénes pueden o no acceder al beneficio de estas tecnologías.

Hasta los años ’80, la única protección a la propiedad intelectual sobre los cultivos eran los derechos de los Cultivadores de Plantas (PBR), forma relativamente débil que imperaba en la mayoría de las naciones desarrolladas. El departamento de agricultura de un país emitía un certificado BPR para el propietario de la semilla, lo que impedía que su competencia vendiese semillas o material de reproducción de la variedad específica del propietario. El sistema, sin embargo, permitía que la competencia usase las variedades protegidas como fuente para la creación de nuevos productos con otras propiedades.

En 1994, el escenario cambia con la firma del acuerdo TRIPS, en la Ronda de Uruguay, en que todos los países se comprometen a un régimen de protección de propiedad intelectual para las variedades de plantas, el cual debe ser ratificado.

Continúa:

Un paso previo en la protección de la propiedad intelectual fue el Acta Bayh-Dole, de 1980, que en EE.UU. otorgó el derecho a las universidades a obtener licencias y cobrar derechos de las creaciones desarrolladas con financiamiento gubernamental, en el supuesto de que éste se redujera en el tiempo.

Sobre esa base, el derecho de propiedad ha adquirido gran fuerza en los últimos años. Lo que partió en EE.UU., se ha propagado a Japón y Europa y a países en vías de desarrollo. En su cara positiva, permitiría la autosustentación de la investigación biotecnológica. En su cara negativa, podría retrasar seriamente el flujo de información científica, sobre todo en los países en desarrollo, que se volverían dependientes de las creaciones patentadas por las grandes compañías. El tema cada día adquiere más vigencia. Si en 1995 se inscribían 95 patentes, hacia 2000 ya eran 600, llegando en la actualidad al extremo de que las 3/4 partes de las patentes del ADN para plantas está en manos de 14 firmas privadas.

EE.UU. otorga hoy el régimen más diverso de patentes, para innumerables variedades de plantas, como arroz resistente a herbicidas, derechos que se extienden a la progenie y sus semillas, evitando que otros desarrollen nuevos productos.

Pero incluso más relevante es el tema de los procesos con que se llega a determinados productos. EE.UU. entregó la patente del inyector de genes, con que se crean los OGM, a la Universidad de Cornell, que emitió una licencia para DuPont. Este instrumento es vital y la dificultad de acceso a él obstruirá el desarrollo de nuevos productos en los países en vías de desarrollo. Así, junto a la promesa de superar la desnutrición y otros problemas, está el riesgo de dejar en escasísimas manos las herramientas para hacerlo.

* Vijay Sardana: Director Ejecutivo del Centro para el Comercio Internacional en Agricultura y Agroindustrias (CITA), Nueva Delhi, India.