Oh tú, madre de todas las virtudes

En Chile, lejos de considerar la disciplina como una virtud “preliminar”, tendemos a equipararla con represión, carencia de creatividad e imposición brutal de reglamentos. Pero la disciplina es la que hace a los genios, a los realizadores, a los que obtienen medallas olímpicas, a quienes terminan lo que empiezan.

Por Fernando Villegas

Se me ha antojado, en esta ocasión, espetar una homilía acerca de la más fundamental de todas las virtudes, único cimiento sobre el cual las demás pueden llegar a apoyarse y desarrollarse: la disciplina. O para decirlo de otro modo: se me ha antojado hacer una descripción de la que en Chile es la más desconocida y menos practicada de las virtudes e incluso ni siquiera considerada como digna de ese nombre.

Permítaseme precisar de qué estamos hablando con la definición que ofrece el Nuevo Diccionario Enciclopédico Espasa Ilustrado:
Disciplina:
1.- Doctrina, instrucción de una persona, especialmente en lo moral.
2.- Arte, facultad o ciencia.
3.- Observancia de las leyes y ordenamiento de una profesión o instituto.
4.- Instrumento que sirve para azotar.
5.- Acción y efecto de disciplinar.

Obsérvese que, salvo en el punto 4, todas las variantes apuntan a alguna forma de sistemático rigor para alcanzar o desarrollar una acción moral, una ciencia, un arte o una conducta ordenada, esto es, algo que aún no existe o existe imperfectamente.

Con espíritu similar, tres importantes autores la conciben así: “La guerra tanto necesita como genera ciertas virtudes, quizás no las más altas pero que sí pueden llamarse virtudes preliminares, tales como el valor, la veracidad, el espíritu de obediencia y la disciplina”, Walter Bagehot (1826-77) Otra: “El genio, al principio, es apenas algo más que una gran capacidad para recibir disciplina”. George Eliot (1819-80).

Y otra: “En lo que toca a la disciplina, la libertad no equivale a su ausencia, sino a un uso de formas más altas y racionales de aquella”. Charles Horton Cooley (1864-1929).

Como bien puede verse, tanto esas definiciones como los comentarios que hemos desplegado distan años luz del sentimiento propio de nuestro país respecto a la disciplina; en Chile, lejos de pensarla como virtud “preliminar”, tendemos a considerarla como equivalente de la represión, las sanciones, la carencia de creatividad, la marcha a paso de ganso y la imposición brutal de reglamentos. Más aún, en el discurso pedagógicamente correcto del cual finalmente brotan con alguna demora los currículum y las técnicas educativas que forman a las sucesivas generaciones de chilenos, la disciplina tiene, a lo menos, un carácter sospechoso; en verdad, todavía peor, se la suele asociar a la represión de los impulsos, la mutilación de los talentos, la repetición vacía, la memorización y el sometimiento ciego a la autoridad del profesor. Y por si eso fuera poco, en el ideal expreso o tácito de los actuales y progresistas sistemas de enseñanza se pretende ir contra ella o supuestamente superarla incentivando esa serie de vaguedades bien sonantes que se han bautizado como la “formación de personas autónomas”, el “pensamiento creativo” y el “aprender a pensar”.

Colosal fracaso

Me temo que el resultado de semejante papilla de superficiales, todas constitutivas de dicha idílica concepción de la pedagogía, ha sido, es y seguirá siendo un colosal fracaso. No ha hecho sino poner en -aparentemente- legítimos términos la habitual y nociva práctica del facilismo, de ese estilo de mal-hacer o medio-hacer que opera en todos los ámbitos de nuestra sociedad y por tanto, en verdad, no requeriría doctrina ninguna para estimularla. Podemos palpar todos los días que el abandono de las disciplinas escolares clásicas no ha producido generaciones de alumnos más creativos y diligentes, sino aún más ignorantes y perezosos que sus antecesores. La única capacidad desarrollándose entre los chicos de hoy es la de aburrirse, frustrarse y violentarse. Nuestros escolares e incluso universitarios no han aprendido a pensar por el hecho que no se les haya compelido a memorizar; esto último, mal que mal, es un vigorizante ejercicio del intelecto, uno que se encuentra siempre en la biografía de cada eminencia, pero actualmente ha sido dejado de lado en beneficio de una letanía sin significado ni teórico ni práctico llamada “aprender a aprender”.

¿Aprender a aprender? ¿Qué diablos es eso? Se los traduzco: la capacidad de recordar en qué página de Internet se encuentra el tema que en realidad no se ha aprendido para entonces hacer un “copy”, luego un “paste” y después un “print”.

Método, rigor, capacidad

Al contrario de lo que muchos creen, la capacidad de pensar, crear y actuar con excelencia resultan, no de un estado de relajado y caprichoso “let it be” supuestamente creativo, sino de un tenso esfuerzo y concentración operando sobre años de adiestramiento y memorización de los fundamentos de la ciencia o arte en cuestión, de doloroso desarrollo de la musculatura mental y volitiva sobre la base de ejercitaciones y adiestramiento; en suma, de severa disciplina. A fin de cuentas, entonces, la disciplina, esto es, la costumbre sistemática y ya casi automática de orientarse hacia un objeto, es la base de todo logro intelectual, social y por cierto deportivo. No hay actividad que no requiera un método y la capacidad de seguir un método se llama disciplina. De ello se desprende que lejos de ser una subordinación exterior y mecánica, la disciplina refleja un ordenamiento interior del alma, una disposición a usar ordenada y perseverantemente las facultades del cuerpo y el cerebro. La disciplina es la que hace a los genios, los santos, los realizadores, a los que obtienen medallas olímpicas, a quienes terminan lo que empiezan. San Ignacio de Loyola no hubiese sido quien llegó a ser sin los “ejercicios espirituales” que desarrolló para afinar la concentración y su voluntad de conocer a Dios; lo mismo puede decirse de quienes practican Yoga, arte que no es otra cosa sino una forma extrema de auto disciplina. Claudio Arrau, un genio de la interpretación pianística, nunca dejó de someterse a la dura disciplina de 8 ó 10 horas diarias de ejercicios.

Los pasmados

Al contrario, en cambio, abundan por estos lados los individuos dotados de cierto talento que nunca dieron el cien por ciento de aquél, literalmente pasmados antes de madurar debido a la indisciplina. El país está lleno de escritores que no escribieron, pero declaran “haber sido mucho mejores que Cortázar”, y de peloteros que nunca salieron de la cancha de tierra, pero juran “haber sido mejores” que Zamorano. Más aún, el país está a medio camino en todo porque el promedio de su ciudadanía opera de esa manera, indisciplinadamente; por la misma razón somos un pueblo agriado y agresivo pues, amén de la mediocre vida que apenas nos permite ese sistema de trabajo, cada quien siente dentro de sí energías y talentos desperdiciados, impulsos pasmados y abortados, ambiciones fallidas. Y eso duele y sangra hasta el final de nuestros días.