El Gobierno de Chile muestra el corazón dividido entre la utilidad del liberalismo económico y la nostalgia por la izquierda revolucionaria. Si Chile fuera menos provinciano sabríamos de sobra que tal dicotomía está superada exitosamente hace décadas por Suecia, Finlandia y España: se puede ser socialdemócrata y capitalista, es posible tener economía abierta de mercado con políticas de bienestar y construir sociedades integradas. Pero en Chile seguimos obligados a elegir entre los tecnócratas neoliberales y las nostalgias de Sierra Maestra. La Presidenta Bachelet no debió ser neutral entre un presidente progresista y democrático como José Luis Rodríguez Zapatero y un caudillo autoritario como el Presidente Hugo Chávez, que censura los medios opositores en su país, va camino a la reelección permanente, interviene en la política de los países de América Latina y faltó el respeto a los representantes legítimos de los países de toda América Latina. Estar por las políticas sociales, el cambio y la oposición al imperialismo no nos puede llevar a la ambigüedad frente a la democracia. La Presidenta debiera trazar con claridad la línea entre democracia y autoritarismo, desagraviar al Presidente del Gobierno de España y objetar con claridad la actitud de Chávez.