Estoy escribiendo mi propio avance a modo de mapa de emprender e innovar en esta era 2.0, de web, negocios, política y cultura 2.0. Los rasgos sobresalientes son la creatividad abierta a todos, la participación en redes globales sociales, de negocios y culturales, la gratuidad de casi todo pero con modelo de negocio (?), la re-mezcla de lo que se mueva, las opiniones personales y una larga cola de nichos y posibilidades al parecer infinitas. En fin, un cambio de poder radical, empoderamiento de las masas y desafío al poder de los medios, la economía y la política. Simplemente apasionante. Me he sometido a horas interminables de experiencias de blogging, YouTube, Google Earth, MySpace, facebook, conferencias en Skype, technorati, del.icio.us, podcaster, audacity y la conmocionante SecondLife. Todo intentando comprender ese mundo de maravillas y amenazas que irrumpe por lado y lado. Mi pronóstico es de mucha esperanza. Por ahora, un artículo de El Mercurio sobre cómo se transforma la industria de la música, no te lo pierdas: Radiohead colgó su último disco In Rainbow en internet y el precio lo pone cada interesado.

EL COMIENZO DE UNA NUEVA ERA. De la red al concierto, sin discos de por medio:

No mates la música, mata al intermediario

Macarena García G.

Radiohead colgó su último disco en internet para que usted lo descargue al precio que quiera. Frente al derrumbe de las ventas, una opción es apostar por la difusión en la red y los dividendos en vivo.

Si usted ya descargó el último disco de Radiohead, sáltese este párrafo. Esto es para neófitos y es simple: la banda inglesa decidió colgar su último LP en el anchísimo ciberespacio, para que cada fan -o mero interesado- lo bajara en formato MP3, pagando el precio que así estimara. Según la RAE, la primera acepción de "estimar" es valorar o poner precio. Después viene lo de apreciar, querer. Y lo de Radiohead tiene que ver con las dos: con seguidores que les aprecian y bajan su último disco poniéndole el precio que les parece justo.

¿Cuánto queremos a Radiohead?

Todavía no se sabe lo que más importa: cuántos y por cuánto bajaron In Rainbow, el disco y termómetro de amor a una banda y de fe en un nuevo modelo de negocio. Pero un diario británico hizo su propia encuesta y compartió las conclusiones: del primer millón de descargas, un tercio no habría pagado ni un peso. Pero el 70 por ciento restante habría sido muy generoso, muchos, permitiendo que se les cargaran más de 20 dólares a su tarjeta de crédito. El balance arrojó un promedio de ocho dólares, que es poco menos de lo que se paga en una disquería y mucho más del exiguo 7% que obtiene una banda cualquiera en concepto de derecho de autor por cada unidad vendida. Es cierto que Radiohead debe cobrar un porcentaje bastante más alto, pero aún así, podría estar cerrando un negocio redondo.

Y si no, si los internautas hubiesen mentido en la encuesta del diario, sigue siendo probable que el quintento británico salga de ésta ganando algo más que prestigio y fidelidad de parte de sus fans. Porque ese incontenible intercambio de archivos por internet que lleva casi una década escabulléndose de las sanciones, ha hecho que los dólares no lleguen en caja de acrílico con carátula. Los billetes están en el show, los escenarios, los auspiciadores y las cada vez más cotizadas ubicaciones VIP para ver de cerca eso que escuchamos en formato MP3. Se venderán menos discos, pero se escuchan más canciones. Se corea mucho más.

Pollstar, revista americana especializada en la industria, aplaudía en enero al dar a conocer su tradicional informe de fin de año. Durante 2006, los estadounidenses habían comprado 38 millones de entradas para conciertos de las cien giras más importantes del año, se había batido un récord. Párrafo seguido, anunciaban que cada una de esas entradas había costado 8 dólares más que el año anterior, lo que confirmaba que la curva de cuánto pagamos por ver música en vivo tiene el aspecto de un camino al cielo. Sin escaleras.

En Chile, no hay quién recopile esas cifras, pero basta recordar que el año pasado las entradas para U2 costaban desde 18 mil pesos (en el último rincón del Estadio Nacional) hasta 175 mil (sentados en Pacífico), más el siempre molesto recargo por la transacción que llegaba hasta los 10 mil pesos. En 1998, el conjunto que ya era tan famoso como hoy (y probablemente más de moda) cobró desde 9 mil pesos por ver su show.

Las giras son la mina de oro. Tanto, que Madonna anunció el miércoles que dejará la discográfica Warner Bross para firmar un contrato de 120 millones de dólares con la productora de conciertos Live Music. Aún no se sabe si seguirá editando discos o cambiará por completo el negocio; lo que sí es que la artista más taquillera de la historia suele saber bien dónde pisa y pisará. Oasis, Jamiroquai y Nine Inch Nails salieron tras Radiohead a decir que les parecía buena la idea; son tres bandas exitosas sin contratos vigentes, lo que los deja a las puertas de internet.

Pero esto no se trata sólo de grandes. De hecho, quizá las más importantes perspectivas las tienen los pequeños, las tiernamente llamadas baby bands, que no han firmado con un sello ni tienen grandes expectativas. Las ventas mundiales de música se han caído, digamos derrumbado, en más de un 20% desde 2000, por lo que ni la búsqueda de nuevos talentos ni la promoción de los mismos es un fuerte en la atribulada industria de hoy. La banda-guagua tiene que buscárselas por sí misma y el portal Myspace.com es quizá la mejor plataforma para dar con esos fanáticos que tienen que existir en alguna punta del mundo. Ese fue el caso de Arctic Monkeys, una banda que se hizo famosa gracias a ese portal y al boca a boca que llevó a millones a descargar sus primeros singles. La fama virtual los llevó al mundo de las cajas de acrílico y su disco debut batió récord en Inglaterra como el mejor álbum vendido en las primeras semanas (de paso destronaron a los todopoderosos Oasis). En Chile, este boca a boca (o email a email) catapultó a la fama a la cantante pop española La Prohibida, quien, sorprendida, enumeró a nuestro país como uno de los tres donde ha tenido más éxito. Aunque aquí no esté editada y ella misma, en una entrevista en Via X, recomendó adquirir su disco en "Emule Records". (Para neófitos y lectores más adultos: Emule es uno de los programas que permiten descargar archivos de de forma ilegal).

99 centavos

La primera versión de Napster, el software pionero en intercambio de música, fue lanzada en 1999. En 2000 su icono estaba en los computadores de todo el mundo. Un año más tarde desaparecía del mapa y enfrentaba un juicio con la RIAA, asociación de la industria discográfica estadounidense que no pudo parar el intercambio de archivos mp3, pero al menos frenó a Napster y a los inversionistas que querían poner allí avisos publicitarios. Pronto fue sucedido por Audiogalaxy, Kazaa, Gnutella y otros tantos que buscaban quedarse con el sitial del favorito. Paralelamente, Apple lanzó Itunes, software y tienda virtual programada para cargar de música los cada vez más populares Ipods. Allí, una canción cuesta 99 centavos de dólar y, aunque lidera el mercado legal de la música online, el año pasado sólo facturaron 2 mil millones de dólares. Sí, puede parecer mucho, pero con un par de datos más y matemáticas se llega a la conclusión que en cada Ipod vendido por Apple sólo hay 22 canciones compradas en Itunes. Dos discos. Nada, para un mundo de gigas destinados a la música.

En Apple no se preocupan mayormente. Según Steve Jobs, el negocio de ellos no es vender música, sino aparatos para escucharla. El presidente de Apple cometió la imprudencia de explicar que la mayor parte de esos 99 centavos se la lleva el sello discográfico, el famoso intermediario. Las quejas de los artistas no demoraron; en CNN, el dúo británico Pet Shop Boys confesó que no tenían la más pequeña idea de cuánto ganaban ellos por cada canción comprada en Itunes. Una decepción para quienes veían en el cuidado diseño de Ipods y Itunes, un vanguardista modelo de negocio.

Vender música por internet es como vender nieve en el Polo Norte. Pero hay otros que confían en ofrecer más o mejor lo que abunda. Esa es también la apuesta de Raphsody, un servicio de música por suscripción, cual tele por cable, con la gracia que las canciones están menos comprimidas que lo habitual en una descarga. Todavía hay quienes defienden el futuro de esta tarifa plana musical, pero en sus cinco años de vida el modelo no ha logrado exportarse fuera de EE.UU.

¿En qué quedamos?

Lo de Radiohead fue, ante todo, mala publicidad para las disqueras. Una demostración de los vacíos en su rol y, eventualmente, será la prueba de que el modelo comercial online debe buscarse priorizando esa afectiva relación establecida entre fanático y banda. Pero todavía no está claro. El sitio chileno Viral.cl publicó esta semana un post provocativo, titulado "El Tongo de Radiohead", en el que criticaban la baja calidad de las canciones que ofreció el quintento británico. Allí copian una irónica cita de Jonny Greenwood, guitarrista de la banda, declarando que no era la idea que sonara como un CD, "porque solo un CD puede sonar como un CD". ¿En qué quedamos?

En Chile, los Ipod son ilegales

La música que se sube a los Ipods -esa obra maestra de diseño y chips creada por Apple- puede provenir de tres canteras: la compra a través del sitio de Itunes, la descarga (ilegal) de archivos Mp3 o la copia de canciones de un disco presuntamente adquirido en una tienda. El problema es que Itunes Store, donde cada canción cuesta 99 centavos de dólar, no acepta tarjetas de crédito chilenas. Estamos al margen de ese mercado y, también, imposibilitados legalmente -aunque eso signifique poco- de copiar los CD comprados en nuestros computadores. "Teóricamente, teóricamente, si copias el disco y lo pasas al Ipod es delito. Está penado por 5 a 50 UTM y presidio menor en su grado mínimo", explica Rodrigo Velasco, músico y especialista en derechos de autor. Velasco también explica que nadie lo persigue y que probablemente pronto se legislara el derecho a la "copia privada", que nos facultaría para escuchar canciones en nuestro computador, grabarle un disco a una tía y darle uso legal a nuestros reproductores digitales. Pero hoy no queda otra que convertirse en delincuente.

Las canciones más caras de la historia

Jammie Thomas pagó por todos. Esta madre soltera de dos hijos y treinta años de edad tenía en su computador 1.702 canciones cuando un tribunal de EE.UU. la notificó de un juicio por violación del derecho de autor. A principios de octubre, recibió sentencia por haber compartido 24 de esos temas a través del popular software Kazaa. La multa ascendió a 220.000 dólares; seis millones y medio de pesos chilenos por cada una de las canciones pirateadas.

Thomas es la primera norteamericana condenada y la sigue una lista de 260 mil procesados que tuvieron la mala suerte de estar conectados a Kazaa en la fecha de la redada. En algunos países europeos -Francia, Alemania, Suecia y República Checa-, también se han iniciado procesos contra piratas individuales, pero en muchos casos las multas (bastante más económicas) no fueron cobradas después de evidenciarse la impopularidad de estas sanciones. Cartas de artistas y manifestaciones populares demostraron la férrea adhesión de la sociedad hacia quienes tildaron de "chivos expiatorios".

Los Radiohead chilenos

Para los grupos locales, internet es ante todo una buena plataforma de difusión en tiempos en los que las disqueras apuestan por grandes nombres y confían poco en los cada vez menos rentables nuevos talentos.

En 2005, los chicos de La Rue Morgue cansados de pelear con las casas discográficas decidieron regalar su tercer LP, "Distinto", a través del sitio web Terra. "Lo hicimos a partir de lo que había hecho George Michael y nos dijimos 'hagamos un lanzamiento mundial de nuestro disco'", explica Francisco Valenzuela, frontman de la banda. La idea era difundirlo más y conseguir más contratos para tocar, que es el momento en que los músicos sí sacan cuentas azules. "Recuerdo que fuimos a Punta Arenas y allá las niñas se sabían todas las canciones, probablemente eso fue porque lo bajaron", cuenta Rodrigo Velasco, guitarrista de Rue Morgue. Pero Valenzuela lamenta que las radios no hayan tenido la misma disposición que hacia un disco editado por una discográfica: "Nos costó mucho que salieran las canciones en la radio, eso es algo que dan los sellos y que es muy difícil autogestionarlo. Tuvimos menos tocatas de las que calculamos cuando decidimos regalarlo por internet".

Sin embargo, hay quienes siguen ese modelo. La Legua York, PapaNegro y CHC han colgado sus discos plegándose a la licencia Creative Commons, que incentiva la copia sin fines de lucro.