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Noticias Octubre 3, 2007

De la humildad, o mejor hazte el tonto

Porque le viene de “perilla” al estilo chileno de falsa humildad, descalificaciones soterradas, envidias, nivelar para abajo y castigar el orgullo, les comparto aquí una reflexión del emprendedor hispano argentino Martín Varsavsky:

1. LA HUMILDAD

Frecuentemente recibo comentarios de españoles que me critican por mi falta de humildad (acabo de leer otro). Me critican porque cuento que estuve con Angelina Jolie, o con Clinton, o con Shakira, o con Kirchner, o con Chad Hurley, todos en la misma semana.

Supongo que la idea es que estas cosas no se cuentan, o que son exageradas porque Kirchner no está blogueando que se juntó conmigo que por qué lo tengo que bloguear yo. Pero a este punto quiero hacer un comentario en general sobre la humildad. En España la humildad es una gran virtud, en Argentina donde crecí yo no. Que me muestren a un argentino que estuvo con Angelina Jolie y que no lo cuente. Es más muchas veces cuando me pasan ciertas cosas lo que más tengo es ganas de contárselas a mis amigos del secundario, si me vieran los compañeros del Avellaneda pienso ?el ruso con la Angelina Jolie?. Pero ¿de donde viene esa enorme valorización de la humildad que hay en España y que contrasta tanto con Estados Unidos y Argentina los otros paises donde viví? Creo que fué más una estrategia de supervivencia. En un país dominado tantos años por la inquisición y el franquismo el lema era, no saques la cabeza por encima de la multitud que te la cortan, y todos la bajan. Y así es como Amancio Ortega, el hombre más rico de España educado durante el franquismo vive en el anonimato. Su estrategia es justamente no darse a conocer. Cuando tengo alumnos argentinos en el Instituto de Empresa les digo que por favor controlen su ego, cuando tengo alumnos españoles les digo que por favor lo construyan, especialmente cuando van a levantar fondos para su nueva empresa o a buscar un trabajo.

2. TEST DE AUTOESTIMA

Leyendo mi artículo sobre la humildad, los comentarios que aparecieron y los que recibí que no puse en los que se me insultaba de maneras bastante bestiales, se me ocurrió un sencillo test de autoestima. Cuando yo veo a otra persona que hizo algo que me hubiera gustado hacer a mi, como por ejemplo a Chad Hurley de Youtube, ¿qué siento? ¿Envidia o admiración? En mi caso, admiración, una enorme admiración por Chad. El otro día cuando tenía a Chad en mi casa y se reía contándome que ?me había hecho caso? y que había lanzado Youtube en otros idiomas. Yo me sentía feliz pensando en que esta persona que yo admiro ?me hizo caso?, y lo pongo entre comillas porque me imagino que no fuí el único que le sugirió eso.

En el mundo en el que me muevo siento una gran admiración por Sergey y Larry de Google, por Niklas y Janus de Skype y para mi que ellos sean mis socios en Fon es un logro enorme. No hay nada mejor que cuando gente que admiras y sabes que han hecho cosas más importantes que las tuyas también piensan bien de ti (de vos).

Pero la gente que tiene baja autoestima, cuando ven a alguien que hizo cosas que le hubiera gustado hacer, sienten envidia, resentimiento y odio. Si yo hubiera sentido eso jamás hubiera convencido en mis reuniones con los fundadores de Google o Skype que invirtieran en una empresa llamada Fon, basada en Alcobendas y constituida principalmente por un grupo de empleados españoles llenos de ilusión.

Noticias Abril 15, 2006

Emociones y Estados de Animo

La vida como Lámpara de Aladino



 

En los últimos años, ha
cobrado fuerza la percepción que para las personas y sus relaciones con otros,
en los negocio, en comunidad o en la familia, las emociones juegan un papel
principal.

Un salto importante en esta
percepción, aunque aún insuficientemente entendido, fue la publicación de la Inteligencia
Emocional
. Dio legitimidad a considerar como un ámbito pertinente e
importante al papel de las emociones, especialmente en la vida profesional,
pero la cultura predominante lo volvió a encasillar en la búsqueda y
prescripciones de recetarios formales, lógicos, continuando con el
entendimiento de la inteligencia y el aprendizaje basados en formalidades como
si se tratara de programar un ordenador.

Es cierto que se pueden modificar,
educar, transformar las emociones, pero siguiendo el camino del jardinero
cuidadoso, del artesano sutil, y no a través de manuales parecidos a los que
enseñan el uso de una licuadora.

Las emociones se cultivan,
se entrenan, se desarrollan, porque se trata de hábitos, no de componentes
intercambiables. Se trata de hábitos en el modo de reaccionar físicamente ante
los eventos de la vida diaria, pero también de hábitos que condicionan una
actitud predominante ante la vida en general. Se manifiestan en las emociones
que emergen predominantemente ante un evento sorpresivo positivo o negativo,
como una buena noticia, un descubrimiento, un anuncio, un accidente o una
sorpresa.

Pero también se expresan en
lo que solemos llamar el carácter, ese perfil emocional que nos muestra
optimistas o melancólicos, perspicaces o reflexivos, acogedores o distantes. Como
un rasgo que nos caracteriza. Hacerse conscientes y observar estos rasgos que
predominan en nosotros, nos da alguna libertad para comenzar a modificar los
que nos causan dificultades o nos impiden vivir una vida más satisfactoria.

Otra dimensión de los
estados emocionales son los discursos que nos embargan también como hábitos que
operan sin nuestra decisión y que no vemos. Porque vivimos en comunidades que
tienen sus tradiciones, nos “contagiamos” sin darnos cuenta de los discursos
que predominan en ellas acerca de nuestro pasado, presente y futuro, y
repetimos inconscientemente explicaciones y expectativas como si fueran
nuestras y originales. Porqué tuvimos ciertos fracasos colectivos, en lo que
somos buenos, en cómo se ve el futuro. Un medio importante de contagiar estados
de ánimo colectivamente son los discursos, las conversaciones, especialmente de
las personas o instituciones con liderazgo, como los políticos, las iglesias,
los medios de comunicación.

Un experto contaba cómo en
una ciudad pequeña y alejada de la capital del país la gente estaba atemorizada
por la delincuencia que ocurría en la gran ciudad a cientos de kilómetros de su
pueblo, sólo porque era lo que veía en el telediario de la noche. Los discursos
de identificación colectiva como las ideologías políticas, la religión, el
nacionalismo e incluso el fútbol, traen aparejadas emociones.

Podemos distinguir entre la
manifestación física de las emociones y su expresión discursiva, pero estas
siempre están juntas y una condiciona a la otra. Para fortalecer un estado de
ánimo o para cambiarlo por otro, tanto la expresión física de las emociones,
como su dimensión discursiva son objeto de cambio, pero un cambio que es sutil
y pausado cuando ocurre por azar y no por diseño. Hay otras manifestaciones
humanas en que se manifiestan los estados de ánimo, que también al cambiar
ellas hacen inflexiones a estos hábitos que son imperceptibles para la mayoría,
como son en general manifestación estéticas, como la música, la moda o la
arquitectura.

Resentimiento: cuánta
vida perdida

Un estado de ánimo histórico,
predominante en nuestra cultura, tanto en emociones reactivas a eventos, como
manifestaciones de un carácter predominante y de discursos compartidos
socialmente es el resentimiento, el cual parte de la ilusión que vinimos al
mundo a ser satisfechos, y que no lograrlo es una injusticia o, por lo menos un
error. Es tan general y profundo, que atraviesa las situaciones objetivas de
cualquier persona de cualquier condición social, económica o de género.

Como la expectativa es que
debiera conseguir todo lo que me imagino y la imaginación es ilimitada, siempre
voy a estar insatisfecho, cosa de lo más común por lo demás, pero la
consecuencia es que lo vivo como un acto de agravio e injusticia de los otros y
de la vida. Lo que hace sufrir, sentirse incompleto en cualquier condición y
especialmente acusador de las malas intenciones y del descuido de los otros por
mi propia existencia.

Una persona resentida se
siente desilusionada de los otros, es incapaz de sentir agradecimiento por la
vida que tiene, no tiene la posibilidad de preguntarse por su propia
responsabilidad en lo que falta, desconfía de las intenciones de los otros, se
vuelve escéptica e irónica ante las esperanzas ajenas, acusa de los descuidos y
faltas a quien se deje, o a quien le quede.

Una persona resentida es
una persona solitaria porque no confía y porque es difícil de soportar para los
amigos, familiares, compañeros de trabajo o jefes.

Es un problema imaginar
que la vida es como una lámpara de Aladino en que uno espera que todo lo que
imagina se vuelve en un deseo que algún genio servicial debiera satisfacer.

No se trata de aceptar las
cosas así simplemente como se nos dan, de sumarnos a ese himno creciente de la
resignación “es lo que hay”. Sino que de ponerse desafíos, buscar más,
pero aceptando como parte de la vida lo que no se da y en cualquier caso
liberar a los otros de la obligación de darnos lo que a nosotros se nos ocurre.

Mejor es aceptar la
realidad de la vida y para lo que no nos guste, comprometernos en cambiarlo, y
entrar en un ciclo de aceptación y búsqueda de cambio que acompañe a la
infinita imaginación de una vida mejor. En ese camino, enojarse, descreerse,
acusar o alejarse, no ayudan a resolver las propias insatisfacciones.

Como aceptamos antes, que las emociones se manifiestan física y
narrativamente, que afectan nuestras reacciones ante las eventualidades de la
vida y también nuestra actitud más predominante ante la vida, pero que antes
que nada, se trata de hábitos, el esfuerzo que necesitamos es descubrir
cuando comienza a manifestarse el estado de ánimo de resentimiento y buscar
emociones que pongan la responsabilidad del cambio en mi mismo antes que en las
culpas de los otros. En otro momento en el futuro, podemos conversar de otros
estados de ánimo.

…Ver: El Monje en el Laboratorio