quepasa. Nuestro columnista se adentra en las tierras de Darwin -a raíz del reportaje de la semana pasada en Qué Pasa- a través de la obra de Richard Dawkins. No sólo habla de “genes”: se adentra en los “memes”: para conseguirme una invitación a la Fundación Ciencia y Evolución -reporteada por Qué Pasa la semana anterior- vaya esta columna. Retomaremos lo que escribió ahí Alvaro Fischer: en 1976, el biólogo Richard Dawkins (en wikipedia) escribió El Gen Egoísta. Así reafirmó y profundizó -con ciencia moderna y lujo de ejemplos – el concepto original de Darwin, que explica cómo el proceso inevitable de la evolución biológica se basa en la competencia de genes que se reproducen, mutan, y luego experimentan un proceso de selección natural que facilita la perpetuación de aquellos más aptos para sobrevivir y reproducirse en un determinado medio ambiente. Por Mario Waissbluth

Sus siguientes libros -tales como El Ciego Fabricante de Relojes y Escalando la Montaña Improbable- están dedicados a demostrar que los aspectos más increíbles de la naturaleza -como la estructura del ojo, la forma insólita de una telaraña, o ciertas infernales avispas que inyectan sus larvas en otros insectos para que se los coman vivos por dentro a la velocidad precisa para que no mueran hasta el momento de emerger- no obedecen al gran diseño de un “relojero creador” ni a una fuerza divina, como afirman los creacionistas, sino que son el inevitable -y sin propósito (purpose-less)- resultado del proceso de mutación y selección natural.

Para rematar, en 2006 Dawkins escribió The God Delusion. Este texto incluso provee una explicación genética para la masiva tendencia a la religiosidad. Dawkins lo culmina dándole un bellísimo sentido a la vida… sin aferrarse de la religión. Si de ateísmo se trata, ésta es la cereza del pastel. Mayor razón para que los religiosos lo lean: si su fe resiste este cañonazo, resistirá cualquier cosa.

Para aquellos ateos y agnósticos que en torno a estos temas gustan enredarse en combates retóricos con los ultrarreligiosos, la bibliografía clave, aunque algo densa, la provee el filósofo Hubert Schleichert, que escribió en 2001 el libro Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón. Introducción al pensamiento subversivo. Para estimular el apetito, mire esta frasecita, que data del siglo XVI: “Después de indagar mucho sobre qué es un hereje, no he encontrado sino esto: damos el nombre de hereje a todos los que no están de acuerdo con nuestra opinión. Eso se muestra en que no hay una secta que no considere herética al resto”.

Casi un pie de página de las obras de Dawkins, fue el concepto de “meme”, paralelo al de “gene”.

Los “memes” habrían surgido cuando las incipientes facultades imitativas del Homo Habilis, exclusivas de esa especie, proveyeron una ventaja de supervivencia. El Diccionario Oxford define “meme: un elemento de una cultura que se transmite por medios no genéticos, especialmente por la imitación”.

La palabra “vaca” (no la vaca) es un meme; la Biblia es un meme complejo (memeplex); pintarse los labios es un meme erótico; decorarse la frente con un punto rojo es un meme hindú.

El concepto ha sido profundizado por muchos autores y -con controversias- ya se habla de una ciencia memética, paralela a la genética.

Dawkins señaló una paradoja. De aquí a 300 años, vanidoso lector, sólo quedará una diez millonésima parte de sus rasgos genéticos -físicos o mentales- diluida en sus descendientes. Sin embargo, si usted genera un “meme” que perdure y se retransmita -como la Quinta Sinfonía, por ejemplo-, este sobrevivirá prácticamente inmodificado.

Memes y genes son “replicantes”, a los que se aplica una suerte de teoría darwinista universal. Variación, selección y replicación son los tres factores comunes a ambos, y son la fuente básica de las explicaciones biológicas y culturales. A muchos les resulta difícil digerir que no hay más, pues les cuestiona el sentido de su existencia; no hay un gran diseño oculto ni un diseñador. Ponga un caldo de cultivo adecuado, libere en él algunos genes o memes que se replican, que en el proceso de replicación a veces mutan, y que compiten por recursos del medio ambiente – natural o cultural – para sobrevivir, y obtendrá un proceso evolutivo de impredecibles consecuencias. Rudo digerirlo, ¿no?

Genes y memes no evolucionan con “sentido de progreso”, no evolucionan con sentido alguno. Si al mutar se generan genes o memes de mayor probabilidad de reproducción, con el correr del tiempo esos constituirán la población predominante, sean éstos “buenos” -como los bacilos del yogur- o “malos” como el virus del Sida, de acuerdo a algún punto de vista. Hay coevolución de genes que se agrupan porque juntos (en un antílope o una bacteria) sobreviven y se transmiten mejor. A veces hay coevolución de memes que agrupados se transmiten mejor (en Don Quijote o Condorito). También hay coevolución de genes y memes, cuando surge la capacidad de imitación -la capacidad genética para copiar memes- en el hombre ancestral. Esto aumenta la supervivencia, lo cual convierte las habilidades imitatorias en una fuente de atractivo para la pareja, y así sucesivamente.

Los memes viajan a través de generaciones, y también se reproducen horizontalmente. En algunos casos se transforman en “manías instantáneas”, como algunas modas juveniles, episodios de terror colectivo o el nazismo. Con internet, la velocidad de transmisión de chistes buenos o regulares aumenta pasmosamente.

Los memes son los “virus” de la mente, benignos, malignos, o neutrales. Necesitan cerebros para replicarse, mutar y retransmitirse. Columnistas como Carlos Peña o Alfredo Jocelyn-Holt o su servidor posiblemente tengamos infección memética aguda, de pronóstico reservado.

Aquellos memes que sobreviven y, por su atractivo, son transmitidos más frecuentemente, se desarrollan. Pero la gran mayoría se extingue. Esto que escribo será probablemente un meme al borde de la extinción en pocas semanas, aunque tal vez, si perdura en este disco duro o en el servidor de algún sitio web, alguien lo rescate en 20 años más, como si hubiera sido un gen almacenado a -40º C.

En 1999, Susan Blackmore escribió La Máquina Memética que, como el lector ya sospechará, somos nosotros, los humanos. Al escribir estas líneas, la máquina memética Mario está gestando leves mutaciones y facilitando la reproducción de memes de Dawkins, Schleichert y Blackmore. Con la misma demoledora lógica que Dawkins usó 23 años antes, ella construyó bases fundacionales de la “memética” y la utilizó para explicar, de maneras que a veces fascinan y otras aterran, el nacimiento y evolución del lenguaje, las actitudes sexuales modernas, por qué nos cuesta tanto parar de pensar o de hablar (o escribir), el concepto de altruismo, y las religiones, entre otras manifestaciones del ser humano.

Para dejarlo a uno insomne, termina incluso demostrando que el concepto del “yo”, ese animalito interno que es nuestra “conciencia”, que solemos ubicar por ahí detrás de nuestros ojos, y que nos da nuestra sensación de libre albedrío, no es más que una ilusión generada por la co-evolución de genes y memes para optimizar su replicación.

Leer estos provocadores libros es una aventura. Que este meme le aproveche. Si le gusta, lo distribuirá, contribuyendo a su reproducción. Si lo borra del computador o tira la revista, contribuirá a su piadosa extinción.