El momento de la verdad

Paul
Krugman
(Premio Nobel Economía 2008) es
profesor de Economía en la Universidad de Princeton. © New York Times Service,
2008 elpais

El mes pasado, cuando el
Departamento del Tesoro [Ministerio de Hacienda] estadounidense permitió que
Lehman Brothers quebrase, escribí que Henry Paulson, el secretario del Tesoro,
estaba jugando a la ruleta rusa financiera. Sin duda, había una bala en la
recámara: la quiebra de Lehman hizo que la crisis financiera mundial, ya grave
de por sí, empeorase, mucho, mucho más. Las consecuencias de la caída de Lehman
quedaron de manifiesto en cuestión de días, pero los principales actores
políticos han desperdiciado en buena medida las pasadas cuatro semanas. Ahora
han llegado al momento de la verdad: más les vale hacer algo rápido -de hecho,
más les vale anunciar un plan coordinado de rescate este fin de semana- o la
economía mundial podría sufrir su peor recesión desde la Gran Depresión. Hablemos
de dónde nos encontramos en estos momentos. La crisis actual comenzó con el
pinchazo de la burbuja inmobiliaria, que causó una morosidad hipotecaria
generalizada y, por lo tanto, grandes pérdidas en muchas instituciones
financieras. La crisis inicial se ha visto agravada por los efectos secundarios
al verse forzados los bancos a reducir su actividad por falta de capital, lo
cual ha inducido una caída aún mayor del precio de los activos, y a su vez ha
provocado pérdidas todavía mayores, y así sucesivamente, o sea, un círculo
vicioso de desapalancamiento. La pérdida generalizada de confianza en los
bancos, incluso por parte de otros bancos, ha reforzado este círculo vicioso.

La espiral descendente se aceleró
después de la caída de Lehman. Los mercados de capital, que ya lo estaban
pasando mal, se cerraron a efectos prácticos; uno de los chistes que circulan
por ahí es que ahora mismo lo único que la gente quiere comprar son bonos del
Tesoro y agua embotellada.

La respuesta a esta espiral
descendente por parte de las dos grandes potencias monetarias mundiales,
Estados Unidos y los 15 países que utilizan el euro, ha sido lamentablemente
inadecuada.

Europa, que carece de un gobierno
único, ha sido incapaz de trabajar unida; cada país ha ido inventándose su
propia política, con escasa coordinación, y las propuestas para responder con
una sola voz no han llevado a ninguna parte.

Estados Unidos debería de haber
estado en una posición mucho más fuerte. Y cuando Paulson anunció su enorme
plan de rescate hubo una breve oleada de optimismo. Pero rápidamente quedó
claro que el plan adolecía de una falta crítica de claridad intelectual. El
secretario del Tesoro propuso gastar 511.000 millones de euros en “activos
problemáticos”, valores hipotecarios tóxicos, de las entidades
financieras, pero no logró explicar de qué manera resolvería esto la crisis.

Muchos economistas coinciden en que
lo que debería haber propuesto Paulson, en cambio, es una inyección directa de
capital en las empresas financieras: el Gobierno estadounidense proporcionaría
así a las instituciones financieras el capital necesario para funcionar, para
de este modo frenar la espiral descendente, a cambio de una participación.
Cuando el Congreso modificó el plan de Paulson, introdujo disposiciones que
hacían posible, pero no obligatoria, una inyección de capital de este tipo. Y
hasta hace dos días, el secretario del Tesoro seguía negándose en redondo a
hacer lo correcto.

Pero el pasado miércoles el Gobierno
británico, haciendo gala de la lucidez de pensamiento que se ha echado en falta
a este lado del charco, anunció un plan para proporcionar a los bancos un
capital nuevo de 62.000 millones de euros. Es decir, el equivalente, si se
tiene en cuenta el tamaño de la economía del Reino Unido, a un plan de 368.000
millones de euros en Estados Unidos; además de numerosas garantías para las
transacciones financieras interbancarias. Y ahora los responsables del Tesoro
estadounidense dicen que piensan hacer algo parecido, utilizando la autoridad
de que no querían disponer, pero que el Congreso les ha otorgado de todas las
maneras.

La cuestión ahora es si estos pasos
son demasiado cortos y se han dado demasiado tarde. Creo que no, aunque será
muy alarmante si pasa este fin de semana sin que se haya anunciado con
credibilidad un nuevo plan de rescate en el que participe no sólo Estados
Unidos sino todos los actores importantes.

¿Por qué necesitamos la cooperación
internacional? Porque tenemos un sistema financiero globalizado en el que una
crisis que empezó con una burbuja en los chalés de Florida y las McMansiones de
California ha causado una catástrofe monetaria en Islandia. Estamos juntos en
esto y necesitamos una solución compartida.

¿Por qué es necesario que se lleve a
cabo este fin de semana? Porque resulta que en Washington han tenido lugar dos
reuniones importantes: una, el viernes, de altos cargos financieros de las
principales naciones avanzadas, y tras ella la reunión anual del Fondo
Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, el sábado y hoy domingo. Si
estas reuniones acaban sin que se llegue por lo menos a un principio de acuerdo
sobre un plan de rescate mundial -si todo el mundo se va a casa sin más que
vagas declaraciones de que piensan controlar la situación-, se habrá dejado
pasar una oportunidad de oro, y la espiral descendente podría fácilmente
empeorar todavía más.

¿Qué se debería hacer? Estados
Unidos y Europa deberían limitarse a decir: “Sí, primer ministro”. El
plan británico no es perfecto, sin embargo, los economistas están en su mayoría
de acuerdo en que representa, con creces, el mejor modelo para un rescate más
amplio.

Y el momento de actuar es ahora.
Puede que piensen que las cosas no pueden empeorar más, pero sí que pueden, y
si no se hace nada en los próximos días, lo harán.

 

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