emol. Boris Cyrulnik
y su visión de la pareja moderna.
Su último
libro, “La Autobiografía de un Espantapájaros”, se ha convertido en
el best seller del invierno en Europa y ganó el Premio Renaudot de Ensayo en
Francia. Es el texto número 18 en la larga y mediática carrera del psicólogo,
psiquiatra, neurocirujano y etólogo francés Boris Cyrulnik. Encumbrado en todo
el mundo por sus investigaciones sobre resiliencia – la capacidad de un ser
humano para levantarse de las cenizas después de un golpe demoledor- , este
científico, salvado del genocidio nazi y huérfano desde los seis años, observa
el entorno social con ojo crítico. Su atinada y esperanzada palabra se ha
convertido en ley para la mayoría de sus pares incluso en su cartesiano país de
origen. Como miembro de veinte sociedades de sabios internacionales, Boris
Cyrulnik contribuye al mundo desde su estudiosa mirada.
En su último ensayo – dice desde Toulon, en el
sur de Francia, ciudad donde dirige investigaciones científicas y enseña
etología humana- , se ha centrado en el poder de la palabra y del discurso para
cambiar el destino de los que sufren, de los que parten tarde y mal en la vida.
“Y eso nos lleva, indefectiblemente, al rol que cada uno está cumpliendo
en este inicio de milenio. Hombres, mujeres y niños que hoy viven una
existencia absolutamente distinta a la de una generación atrás. En sólo treinta
años, se ha generado una sociedad nueva con relaciones personales
revolucionarias”
.

Cyrulnik, a veces también criticado por su
insistencia en una visión multidisciplinaria – es psicoanalista además- , no
usa atajos para describir el muy disminuido papel del hombre de hoy en este
nuevo escenario. Ni la condena sin remedio que sufre la pareja tradicional.
“En todas las épocas históricas de hambruna, de guerra, dificultades
materiales, de carencias y crisis, la pareja, tal como la hemos conocido, fue
el fundamento de la sociedad. Porque ¿qué hacía una mujer sola si no se casaba
en el siglo diecisiete o diecinueve? Se moría de hambre. Aun en mi infancia, en
los años cuarenta, el único destino de las obreras era la mal pagada fábrica,
en condiciones atroces. Yo escuchaba ‘Lo único que quiero es casarme para dejar
esta pobreza’. Se casaban y aseguraban su futuro”.

El científico ha estudiado el tema en decenas de
países de América, Asia y África, a donde ha sido llamado como investigador y
panelista. Y ha observado que, todavía hoy, en una nación pobre y de débil
tecnología, el matrimonio sigue siendo el gran valor para la sobrevida
femenina. “Hasta el siglo diecinueve, la esperanza de vida de una mujer no
superaba los 40 años. Como el hombre vivía en promedio hasta los 55, tener un
hijo era para ella una jubilación asegurada. Mientras más niños tuviera, mejor
aspectado estaba su futuro económico”.

– Esto ha cambiado radicalmente, ¿no?

– Ha sido el gran cambio que ha sufrido la
sociedad en apenas una generación, no más de veinte o treinta años. Cuando la
tecnología progresa al extremo que hoy se ve en el mundo desarrollado, la mujer
decide su propia fecundidad, es capaz de hacer cualquier oficio y profesión y
acumula diplomas. El factor social ya no está dado por el cuerpo ni la fuerza
física como antes – territorios masculinos- , sino por la capacidad de
manipular los botones de una máquina y de usar la mente. En el mundo actual,
que un hombre trabaje el campo o baje a una mina es mucho menos influyente que
una mujer doctorada en lenguas.

Vivimos una nueva condición femenina, que
borró las milenarias ataduras de la mujer al matrimonio, como condición de
adaptación para sobrevivir. Pero, advierte el investigador, si el matrimonio va
en caída libre, la pareja se agarra del abismo con dientes y muelas para no
morir. Y permanece. Sin embargo, las razones para emparejarse en el año 2009
son muy distintas a las de milenios anteriores. Compañerismo, afectividad,
búsqueda de seguridad sicológica y goce sexual serían las nuevas metas de
hombres y mujeres hoy. Ya no es más la dependencia, sepultada bajo el progreso.

Ese hombre transparente

Si la destreza del cuerpo y la fuerza física
fueron las armas de supremacía masculina durante milenios, el vientre femenino
era su equivalente. Los hombres se batían en la guerra, dominaban a los
animales, araban la tierra, explotaban las canteras y levantaban pirámides. Las
mujeres tenían hijos: cada uno iba armando la sociedad con su sexo y su cuerpo.
Hoy, ese esquema ha sido reemplazado por las máquinas que la tecnología creó. Y
el cambio producido es tal que, en este torrente de mutaciones, el hombre se ha
vuelto transparente, asegura Boris Cyrulnik. “No sólo eso. También la
función del padre está diluida, borrada. La necesidad de un papá casi ha
desaparecido: las mujeres de hoy pueden ser –y son– padres y madres, logran
darle seguridad al niño, disciplinarlo y mantenerlo financieramente. Es común
observar en los países desarrollados a parejas que se juntan, viven tres,
cuatro o cinco años y después se separan. Ellas se van detrás de un ascenso en
el trabajo y, a veces, embarazadas. Tienen solas al niño y mantienen amistad
con el padre. Para todos es normal”.

– Usted dice que el hombre actual se ha vuelto
inútil.

– El cuerpo de un hombre ya no sirve para
nada, porque las mujeres deciden cuándo quieren ser fecundadas. Ellas tienen la
palabra en sus vidas, porque hoy la manipulación de los botones que la alta
tecnología les concedió, las hace completamente autónomas. Esta autonomía se
vive por primera vez en la historia humana y es una revolución.

– ¿Y también cambió el sexo?

– Desde luego. Hace apenas una generación, las
camisas de dormir femeninas tenían un ojal abajo, para conseguir la fecundación
sin mostrar el cuerpo. Cientos de pacientes me contaron que el placer sexual
las sorprendió con vergüenza. Por eso, hasta hace no más de 40 años, entre el
80 y el 90% de las mujeres eran frígidas. Para ellas, la sexualidad
representaba una dominación del Estado y de sus maridos. Hoy las cifras de los
institutos de sexología revelan máximo entre un 10 y un 20% de frigidez.

– Los embarazos eran útiles para sobrevivir,
pero el gran freno personal…

– Un freno enorme, porque las mujeres cumplían
su rol social a través de sus cuerpos. Hoy, en este nuevo contexto tecnológico,
un embarazo representa salud: se ha comprobado que es un factor de protección
frente al cáncer y al reumatismo.

– ¿Y qué pasa con los niños bajo este nuevo
esquema?

– Los padres de antes eran sexualizados
morfológicamente, los hombres decidían todo en la armada, la fábrica, la mina,
el campo. Los roles parentales hoy ya no están conectados al sexo, porque las
mujeres hacen lo mismo que los hombres y, a veces, mejor. Los modelos de
identificación de los niños se han transformado dramáticamente.

En sociedades menos tecnológicas como América
Latina, Asia y África, el cambio es menos radical. Boris Cyrulnik ha estudiado
en profundidad el caso africano, donde la tecnología comienza recién a marcar
presencia global. El dominio de la fecundidad, la toma en mano de su propio
destino y la aplicación de modernismos en la vida diaria son pan reciente en el
menú de vida de las africanas. Las estadísticas indican que, en pocos años, el
progreso de la condición femenina está creciendo, mientras el hombre comienza
lentamente a diluirse. Igual que en Europa y Estados Unidos.

– ¿Y en América Latina?

– Ustedes y Argentina tienen una Presidenta.
Los nuevos roles son inevitables, pero en América Latina el camino será
distinto, porque son sociedades diferentes. Y aunque los países
latinoamericanos presenten realidades más machistas, no hay que olvidar que fue
en Puerto Rico donde primero se legalizó la píldora anticonceptiva. Creo que
ningún continente se quedará afuera de esta importante modificación en nuestra
manera de vivir juntos.

La otra cara del cuento

El profesor Cyrulnik fue convocado en 2007
para formar parte de los 43 expertos que integraron la Comisión Attali, creada
por Nicholas Sarkozy. Destinada a elaborar una lista de sugerencias para
despejar el crecimiento económico de Francia, sus miembros entregaron un sólido
informe el 23 de enero de 2008. Entre las proposiciones más relevantes, desde
la óptica de este padre de la resiliencia, están el dar énfasis al cuidado de
la primera infancia y a la necesidad de crear “una nueva
adolescencia”, una que reemplace la obsoleta – en donde el padre era amo y
señor- y que otorgue a los jóvenes seguridad.

– Creo que el desarrollo de la neurociencia
modificará la condición de los seres humanos, sobre todo de las mujeres. Es
sólo cosa de recordar que ellas mueren hoy mucho más tarde que los hombres, al
revés de tiempos antiguos.

Pero tanto progreso y revolución, también
tiene su cara peligrosa. La Organización Mundial de la Salud, para la cual
Boris Cyrulnik ha trabajado, está demostrando con cifras que, aunque las
sociedades altamente tecnologizadas producen mujeres más autónomas, éstas
arriesgan mayor vulnerabilidad y sufrimiento. Porque en una sociedad más
eficaz, hay menos solidaridad. Y este elemento es la llave para el bienestar
sicológico en caso de catástrofe personal.

– La tecnología disminuye la solidaridad. Por
eso, en naciones más pobres o menos adelantadas, como Marruecos o Argelia, no
hay gente en la calle ni enfermos abandonados. En cambio, en países como
Finlandia o Suecia, donde hay alta protección del Estado, los niños se crían
bien, pero se sienten muy solos en la adolescencia. Y las tasas de suicidio se
disparan.

Esta paradoja representa la cara amarga del
progreso social. Será necesario, determinan los expertos, aplicarse a crear un
lazo solidario.

– Hay que tomar conciencia de que el progreso
tecnológico es útil, pero conlleva responsabilidades. Tenemos que aplicarnos
para desarrollar la solidaridad familiar, ciudadana y de barrio o pagaremos un
precio muy alto en vulnerabilidad. Los países no tienen aún esta conciencia,
porque estos son trabajos muy recientes de la OMS.

– ¿Empezar por el living de la casa?

– Desde luego. Cuando yo era niño,
inventábamos el modo de pasar la velada: tocábamos piano, cantábamos, mi mamá
recitaba, se encendía un fuego. Hoy, la pareja está dividida por el computador
– los hombres, sobre todo, se han vuelto fanáticos, descuidando la
conversación- y en los hogares de los países ricos hay un televisor en cada
pieza.

Internet, la blackberry, el cable, el skype,
el celular, provocan un doloroso aislamiento. Y terminamos, dicen las cifras,
en depresión o en cifras asombrosas como las recordadas por Cyrulnik: un 40% de
las alemanas con profesión universitaria se esterilizan hoy para no tener
hijos.

Empezar por la casa, y hoy mismo, parece ser
el camino correcto.

María Cristina Jurado.