Fin de un silencio
La Tercera (08 Agosto 2004)

Machuca es la historia del Saint George en los ’70. Yo viví ese proceso como alumno y puedo decir que los grandes aciertos del filme residen en mostrar la historia desde la mirada de un niño, desideologizada, y haber descubierto que lo de este colegio fue quizás la mejor ilustración del experimento de la UP.
Eugenio Tironi, sociólogo PPD y ex alumno del colegio Saint George

Los ecos del evento histórico habían silenciado, hasta ahora, los murmullos de aquella tragedia mucho más íntima que la sociedad chilena protagonizó a comienzos de los ’70. Machuca, de Andrés Wood, pone fin a este silencio.

El filme relata la historia de un colegio particular de clase alta que integra a niños de familias sin recursos, con el fin de probar que era posible terminar con la honda división social del Chile de entonces. Es, en forma casi literal, la historia del Saint George, que bajo el liderazgo del padre Gerardo Whelan, efectuó ese experimento.

Esa experiencia llevó a un enfrentamiento brutal con el establishment -al punto que El Mercurio le destinó un editorial- y entre los propios alumnos y apoderados. Esto llevó al extremo que, al producirse el golpe de Estado, el Saint George fue intervenido militarmente, al igual que las universidades y las fábricas. Yo viví este proceso como alumno y doy fe que fue así.

Cruel candor

La película tiene dos aciertos notables. El primero reside en asumir la mirada de un niño. Para algunos esto puede darle un tono melodramático. Pero no es así: un tema tan traumático y en torno al cual se han forjado tantas resistencias y clichés ideológicos, no podría haber sido tratado con tanta profundidad si no se asumía ese cruel candor de los niños. Es un gran mérito usar la mirada infantil para hacer que el espectador se desembarace de sus blindajes y supere sus resistencias, para zambullirse en lo esencial de aquel tiempo, el de Chile a comienzos de los ’70.

Micro-UP

Un segundo acierto está en haber descubierto que lo que ocurrió en el Saint George fue quizás la mejor ilustración de lo que fue la Unidad Popular. Lo de este colegio fue algo así como una micro-UP.

Nos hemos acostumbrado a mirar a la UP desde la perspectiva de la Guerra Fría, de las ideologías de sus partidos o sus líderes, de las negociaciones entre bandos políticos. Esto nos ha conducido a pasar por alto la pasión esencial que movilizó a esos tiempos: la utopía, el sueño, el proyecto o como quiera se le llame, de terminar con la separación entre ricos y pobres; de crear una sociedad de iguales, basada en la dignidad del trabajo. Esto que intentaba el cura Whelan en el Saint George era lo que flotaba en el aire del país en ese entonces. Era lo que llevaba a la gente del campo a irse a la ciudad -como lo declara la madre de Machuca en una de las mejores escenas del filme-; a organizarse en sindicatos y ocupar fundos e industrias; a elegir a Frei , a Tomic o a Allende; a organizar la Promoción Popular o la Reforma Agraria; a tomarse la universidad.

La sociedad chilena, con su férreo clasismo y sus enormes desigualdades, había venido acumulando resentimientos, odios, miedos, en uno y otro bando, y estallaron a comienzos de los ’70. La cuestión social, o mejor aún, la cuestión de la moral social: esto es lo que dio origen al Chile de Machuca, y lo que provocó el tipo de desenlace que tuvo. No Allende o Pinochet, el socialismo o el capitalismo, el imperialismo de la URSS o de los EE.UU.

La tragedia

Por las razones que sean, el experimento fracasó. El del Saint George y el de la UP. El resentimiento social se transformó en odio, y mezclado con el miedo dio origen a una violencia brutal.

Vino el golpe. Como en toda tragedia, cada uno siguió su destino. Así ocurre con los amigos del filme. El rostro de Machuca, que nunca había roto del todo su escepticismo con el experimento, queda congelado en una combinación de desconcierto, terror y soledad. El de Gonzalo, el “pituco”, revela la culpa que le acompañará por no atreverse a compartir hasta el final la suerte de su amigo.

La cara íntima

El ’73 tuvo aristas mucho más dramáticas y dolorosas que las que relata este filme. Pero el énfasis que hemos puesto en los aspectos más extremos terminó por alejar los hechos de nosotros mismos. Desprendidos de nuestra piel terminaron relegados a la esfera de lo impersonal, de lo “histórico”.

En efecto, mientras más sabemos de las ideas, proyectos, partidos y líderes que se enfrentaron entonces, más sofocadas parecen haber quedados nuestras vivencias. A veces, incluso, nos descubrimos avergonzándonos de ellas, pues carecen de la épica con que ha quedado marcado el ’73. Porque no son cristalinas ni heroicas; porque están envueltas en aquella ambigüedad con que vivimos las cosas cuando realmente ocurren; porque revelan la traición del sobreviviente.

Así le hemos terminado por prestar mucho más atención a la figura de Allende -que se la merece, y mucho-, o a la de Pinochet, que a la observación de cómo se fue desgarrando nuestra convivencia antes del golpe. Para corregir esta mirada hay que observar cómo este proceso de fragmentación se expresó en las experiencias privadas de cada chileno. Esta cara íntima de la historia, la de las personas anónimas con todas sus dudas y contradicciones, es la que muestra magistralmente el filme de Wood.

La otra reconciliación

Para los que vivimos ese tiempo, no importa el partido que tomáramos, Machuca nos coloca sin escapatoria de cara ante nuestros propios recuerdos, sin la posibilidad de echar mano -para defendernos de ellos- a discursos políticos o racionalizaciones ideológicas. Brotan sensaciones, indignaciones, olores, ilusiones, miedos, rebeldías, rostros, que habíamos aprendido a contener, quizás a olvidar.

En este sentido Machuca ejerce una suerte de rol liberador. Parece que un torrente de emociones que estaban arrumbadas en las zonas más oscuras de nuestro recuerdo comenzaran lentamente a revivir. Y que al reconocerla ahí agazapadas, volviéramos para reconciliarnos con nosotros mismos.