quepasa. El
nombre de David Allen Ibsen es el secreto mejor guardado de la red. Porque este
hombre -que dirige su propia consultora de marketing en California- es el
creador del blog que durante los últimos años les ha ganado en popularidad a
los sitios de negocios más importantes del mundo. En los premios Webby 2009, ni
el New York Times, el Wall Street Journal, el Financial Times o el blog de
Richard Branson pudieron destronarlo. Pero a David no lo conoce nadie y nadie
le pide entrevistas. Ésta es su historia. Ésa que vive sentado detrás de un
computador. Ni siquiera estaba cerca de ser la principal atracción. El 2006,
año en que el sitio de David Allen Ibsen ganaría su primer premio Webby como
mejor blog de negocios, todos los ojos estaban puestos en los creadores de
Google Earth o Flickr. Porque eran más juveniles. Más novedosos. Pero triunfó
David, quien trasladó su estampa poco glamorosa a Nueva York para recibir su
trofeo. Un galardón que algunos llaman los Oscar de internet. Ahí, al interior
del edificio Cipriani, en el distrito de Wall Street, pasó sin meter mucho
ruido. Se ríó con la rutina de los comediantes de turno, disfrutó el show de
Prince y esperó hasta que lo llamaran. Los discursos de ganadores de los Webby
no son cualquier cosa. Deben tener sólo cinco palabras. David subió al
escenario con su traje oscuro y una corbata demasiado alegre, y dijo sus cinco
palabras con la mejor de sus sonrisas: Better than spaming my friends (Mejor
que enviarle spam a amigos). Porque, en resumen, de eso se trataba. Este tipo
que acaba de ganarles a los sitios de negocios más importantes del mundo, había
lanzado su blog porque encontraba que era mejor que mandarles spam a sus
amigos. O casi. Pero eso vendría después. Mucho después de que David se
acostumbrara a ser un tipo desconocido. Por Andrew Chernin

Perfil de usuario

David
(45) es el hijo menor de un respetado profesor universitario de Biología
Molecular y de una sicóloga infantil en Santa Mónica, California. De
adolescente, asistía a la secundaria Irving. Era tímido. El chico que
terminaría convirtiéndose en alguien que le costaba hablar con las personas.
Que pasaba el tiempo tocando el piano y aprendiendo a manejar la trompeta. Que
terminaría editando el anuario del colegio, mientras soñaba con estudiar
Arquitectura o Diseño.

Y
cuando pudo, eso fue exactamente lo que hizo. A diferencia de su hermana mayor,
David no apuntó a nada exageradamente académico y tomó ramos de diseño y
publicidad en la Universidad Estatal de California. De la publicidad, dice, le
gustaba que tuviera “el lado creativo de diseño y arte, pero también un
lado de negocio”. Aunque el tema de los negocios nunca había estado
presente en su vida. Ni en la casa ni en el colegio. Pero cuando David lo vio
de frente, no pudo dejar de interesarse.

El
problema es que en la publicidad hay que vender. Y para vender hay que poder
hablar. Y David seguía sin poder hablar. Sin encontrar su voz. Todo eso cambió
cuando le ofrecieron trabajar en Disney durante los veranos, por cinco años.

-¿Qué hacías ahí?
-Trabajé en el
parque, en un paseo que se llamaba “el viaje submarino”. Manejaba uno
de los submarinos amarillos que llevan a la gente. También trabajé en los
desfiles que se hacen diariamente durante el verano, en el grupo de empleados
encargado de mantener felices a los visitantes antes de que el desfile empiece.

Ahí,
al lado de niños gritones y padres complacientes, bajo el sol de California,
David encontró su voz. Y no la encontró tan mala. Terminó la universidad y
comenzó a trabajar en agencias de publicidad. Al principio le pareció
entretenido. Pero luego se aburrió. Hasta que empezó a meterse más en la
estrategia publicitaria.

“Mi
trabajo ahí consistía en ver qué tipo de mensajes se ponían en los avisos. El
significado detrás. Era el que pensaba los mensajes”, dice. En ese cargo,
David se elevó. Llegó a ser vicepresidente y supervisor de Young & Rubicam
y de Ogilvy y Mather. Y se sentaba frente a los ejecutivos de las marcas más
importantes de Estados Unidos. Desde Microsoft a Lexus. Y todos lo escuchaban.
Aunque hay que recordar un dato. Esto era a fines de los 90. Internet estaba a
punto de explotar.

Archivos

David
Allen Ibsen nunca había sido un tipo muy interesado en la tecnología. Pero
durante los últimos años que estuvo en agencias de publicidad le tocó trabajar
no sólo con gente de Microsoft, sino con Xerox y Adobe. Ahí entendió que
internet iba a sacudir todo y que el marketing tradicional estaba por morir.
Así que aprovechó de aprender lo más que pudo. Hasta que sintió que podía
comenzar su empresa propia. Ese plazo le llegó en 1998.

Puede
que mucha gente le haya dicho que lo que estaba haciendo era una locura. Que
botar una carrera exitosa de 12 años en agencias por el riesgo de abrir su
propia consultora de marketing no valía la pena. Él dice que no les hizo caso.
Que si podía ganar la misma plata, pero trabajando por su cuenta, “sólo
por esa libertad, ya valía la pena”.

Pero
sólo en el primer año, teniendo no más de cinco clientes en su consultora
-donde él es el único empleado-, ganó cuatro veces lo que ganaba antes.
“Rápidamente me empecé a hacer un nombre como alguien que entendía cómo el
marketing podía aplicarse en internet”, explica.

Para
pensarle un nombre a su empresa, se juntaba con amigos. Quería un nombre que lo
diferenciara. Que explicara sus atributos. Y fue un diseñador que conocía quien
le dijo que él podía hacer muchas cosas antes de que el resto comenzara
siquiera. Y David le encontró la razón. Él, decía, era tan eficiente que podía
tener seis reuniones antes del almuerzo. Y ése, textual, fue el nombre que se
le ocurrió para su consultora: “Seis reuniones antes del almuerzo”. A
su amigo diseñador le pareció bueno, pero con un detalle. “El cinco es un
número más estético”, le dijo.

Y
así es como nació “5 reuniones antes del almuerzo” (5 meetings before
lunch), su consultora en San Francisco donde ha reunido a clientes como Lexus,
Novell, Hyundai, Xerox, Yonex, Microsoft y Macromedia. La misma que anualmente
le deja una ganancia que bordea el millón de dólares.

Post

Durante
mucho tiempo, David les mandaba a sus amigos comentarios de artículos que encontraba
interesantes. Pero nunca tuvo la certeza de si a ellos les gustaban. De hecho,
muchas veces tuvo la idea de que lo que estaba haciendo no era otra cosa que
enviar spam. Así que, para no perder contacto con ellos, pensó, era buena idea
crear un blog. Pero ésa no era la única razón.

En
algún minuto de 2005, cuando su consultora cumplía cinco años, David buscaba
clientes que requirieran nuevas estrategias de marketing. Así que llamó a un
amigo y le preguntó si sabía de alguien. El amigo dijo que no: “Ayer supe
de uno, pero no me acordé de ti”.

David
Allen Ibsen, el tipo que había pasado toda su vida sin meter ruido, necesitaba
que lo recordaran. Que la gente hablara de él. O, al menos, de su empresa. Ahí
fue cuando creó su blog, con un nombre que hacía juego con el de su compañía: 5
blogs antes del almuerzo (5blogsbeforelunch.com.). David, en ese momento, no
sólo sentía que podía tener cinco reuniones antes de almorzar. Sino también
subir cinco posts.

Para
hacerlo, su rutina comienza a las 5.30 de la mañana, cuando prende su MacBook
Pro. Hasta la siete busca noticias para comentarlas. Después, comienza su día.
Probablemente con algún desayuno con clientes.

Al
principio, no tenía más que 40 lectores mensuales. Hoy son 40.000. La razón es
simple: David no habla sobre cifras áridas, gráficos crípticos o arma notas
aburridas sobre tipos de cuello y corbata. Él habla sobre qué está pasando con
marcas que todos conocen y cómo éstas se pelean la atención de gente común y
corriente. Es didáctico, ingenioso y no se entrampa. Eso hizo que, en 2006, el
mismo amigo diseñador que lo ayudó con el nombre le avisara que los Webby
habían abierto una categoría en la que él podía participar: mejor blog de
negocios.

En
un comienzo, David no quería. Decía que no podía ganar. Pero cada vez que se lo
topaba, su amigo insistía. Al final llenó la solicitud que lo habilitaba como
participante de esa categoría. Meses después, supo que ganó. Y su blog explotó
con visitas y él dijo que eso, bloguear, era mejor que mandarles comentarios de
artículos de negocios a sus amigos. Que, como dijo en su discurso de
agradecimiento, era casi como mandarles spam.

Después
de su Webby en 2006, David y su blog fueron finalistas en 2007 y 2008. Pero el
2009, este tipo de California y que nadie conoce derrotó a los sitios del
New York Times, el Wall Street Journal, el Financial Times y el blog de Richard
Branson, de Virgin, para hacerse por segunda vez de un premio que nació siendo
suyo. Y resulta divertido que un blog con un nombre que al principio cuesta
entender, que cobra US$ 36 por publicitar un banner y que no aporta ganancias
significativas a su dueño, pueda competir con medios tan grandes. Pero, como
dice Ibsen, “en esta historia, al menos, un David pudo ganarles a cuatro
Goliats”. Aun así, nadie lo llama para entrevistas y muy pocas cosas
aparecen de él en Google.

-¿Cómo explicas tu anonimato? El tuyo es un blog importante…
-De verdad que
no lo sé.

-¿Y cómo te sientes con eso?
-Me encantaría
salir más en medios, poder hablar más, hacer presentaciones.

-Pero, según lo que cuentas, siempre has sido el tipo que
hace bien su trabajo pero sin figurar mucho, sin alardear.

-Sí, es cierto.
Siempre soy el tipo que ayuda a que otros se hagan conocidos.

Este
1 de junio, cuando los ganadores de los Webby de nuevo vayan a Nueva York para
recibir el premio que los acredita como parte de la realeza de internet, David
Allen Ibsen llegará sin meter mucho ruido. Verá como todos hablan de Twitter y
sólo se subirá al escenario cuando Seth Meyers, el anfitrión y comediante de
Saturday Night Live, lo llame. Ahí, frente a todos, David dirá sus cinco
palabras de agradecimiento: “Doble aplauso por cinco blogs”. Como
queriendo explicar que él no es nuevo en esto. Como queriendo gritar que lo
suyo nunca fue casualidad.

.