Es curiosa la agilidad lingüística de los políticos para siempre explicar como triunfo hasta la derrota más estrepitosa. Sin embargo esta vez, sí que ganamos en distintos modos todos. Es paradójico que Michel Bachelet, siendo integrante del ala más progresista del Partido Socialista y la Coalición de Gobierno, terminara en una campaña tan conservadora y prudente. Más que complacencia, el problema fue el excesivo crédito que tiene la cultura tecnocrática en Chile. Felizmente, escucharla en su discurso de triunfo (holgada mayoría relativa) evidencia que recupera justamente lo que la hizo un personaje con liderazgo: naturalidad, pasión y sensibilidad. Hacía falta más que la televisión y la comunicación estratégica. Tendremos finalmente una campaña participativa, apasionada y democrática. Me desilusiona Hirsch, corriendo con colores propios hacia el voto nulo de segunda vuelta sin conversar con sus socios de pacto. Finalmente, la tribu manda. En todo caso, es buena su votación de 5 %, que ahora la coalición de gobierno necesita con urgencia. Una trampa lógica, intelectual, ha sido descalificar el diagnóstico que hace Hirsch por no tener soluciones viables a la inequidad, concentración económica y desprotección ambiental. Es como descalificar al médico porque diagnostica un cáncer incurable. Más allá de algunas humoradas como fotografiarse con Maradona en Mar del Plata, el diagnóstico de Hirsch es honesto, transparente, fresco y urgente. No tiene odio pero sí indignación. Y es comprensible. Vale la pena no perderle la pista. Es posible que finalmente, en el fondo, para Bachelet sea bueno este llamado de atención de los ciudadanos de no otorgarle el triunfo en primera vuelta, porque le dará más legitimidad para hacer cambios hacia mayor equidad, transparencia y cuidado del medio ambiente, como posiblemente quisiera en el fondo de su corazón.